Psiquiatría y religión, Stanislav Grof
(Tiempo estimado de lectura: 5 minutos)Psiquiatría y religión: el papel de la espiritualidad en la vida humana
La orientación mecanicista y materialista de la ciencia occidental ha determinado la actitud de la psiquiatría y la psicología tradicional hacia la religión y el misticismo. En un universo en el que la materia es lo principal y la vida y la conciencia sólo sus productos accidentales, no puede haber un reconocimiento auténtico de la dimensión espiritual de la existencia.
Una actitud científica verdadera es la que acepta nuestra insignificancia como habitantes de uno de los innumerables cuerpos celestes, en un universo compuesto por millones de galaxias. También presupone reconocer que sólo somos animales altamente desarrollados y máquinas biológicas compuestas por células, tejidos y órganos. Y finalmente, la comprensión científica de la propia existencia incluye aceptar el punto de vista de que la conciencia es una función fisiológica de la mente y que la psique está gobernada por fuerzas inconscientes de una naturaleza instintiva.
Frecuentemente se oye decir que las tres grandes revoluciones de la historia de la ciencia han mostrado a los seres humanos su posición verdadera en el universo. La primera fue la revolución copernicana, que derrocó la creencia de que la Tierra era el centro del universo y que la humanidad ocupaba un lugar especial en él. La segunda fue la revolución darwiniana, que acabó con el concepto de que los seres humanos tenían un lugar especial y único entre los animales. Finalmente, la revolución freudiana redujo la psique al papel de derivado de los instintos básicos.
Una psiquiatría y psicología gobernadas por un punto de vista mecanicista del mundo son incapaces de distinguir entre las creencias religiosas superficiales e intolerantes, que caracterizan las interpretaciones generales de muchas religiones y la profundidad de las tradiciones místicas auténticas de las grandes filosofías espirituales, como las diferentes escuelas de yoga, al shivaísmo de Cachemira, el Vajrayana, Zen, taoísmo, cábala, gnosticismo o sufismo. La ciencia occidental no reconoce el hecho de que estas tradiciones son el resultado de siglos de investigación sobre la mente humana, que combinan la observación sistemática, la experimentación y la elaboración de teorías de una forma similar al método científico.
La psicología y la psiquiatría occidentales tienden, pues, a rechazar globalmente como no científica cualquier forma de espiritualidad, por muy sofisticada y bien fundada que sea. En el contexto de la ciencia mecanicista se considera a la espiritualidad equivalente a superstición primitiva, falta de educación o psicopatología clínica. Cuando una creencia es compartida por un grupo amplio, dentro del cual se perpetúa mediante una programación cultural, los psiquiatras la toleran con reticencias. En estas circunstancias, no se aplica el criterio clínico habitual y el particular de tal creencia no se considera necesariamente como prueba de psicopatología.
Las convicciones espirituales existentes en culturas no occidentales, que no poseen sistemas educativos adecuados, son atribuidas a la ignorancia, credulidad infantil y superstición. Esta interpretación no es válida dentro de nuestra sociedad, obviamente, sobre todo cuando se da entre individuos muy inteligentes y altamente preparados. En este caso, la psiquiatría recurre al psicoanálisis y sugiere que los orígenes de la religión se encuentran en conflictos de la infancia y niñez no solucionados: el concepto de deidades refleja la imagen de figuras paternales, la actitud de los creyentes hacia ellas son signos de inmadurez y de dependencia infantil y los ritos indican una lucha contra impulsos psicosexuales comparables a los de un neurótico obsesivo-compulsivo.
Las experiencias espirituales directas, tales como los sentimientos de unidad cósmica, la percepción de una energía divina que fluye a través del cuerpo, secuencias de muerterenacimiento, visiones de luz de belleza sobrenatural, recuerdos de encarnaciones anteriores, o encuentros con personajes arquetípicos son conceptuados como distorsiones psicóticas graves de la realidad objetiva, que indican un proceso patológico considerable o una enfermedad mental. Hasta la publicación de las investigaciones de Maslow, no existía posibilidad alguna en la psicología académica, de que tales fenómenos pudieran ser interpretados de otra forma. Las teorías de Jung y Assagioli, que apuntan en la misma dirección, estaban demasiado alejadas de la línea central de la psicología académica para producir algún impacto de consideración.
La ciencia mecanicista occidental tiende en principio a contemplar cualquier tipo de experiencias espiritualistas como fenómenos patológicos. El psicoanálisis tradicional, siguiendo el ejemplo de Freud, interpreta los estados oceánicos y de unificación de los místicos como regresiones a un narcisismo primario y a un desamparo infantil (Freud, 1961) y ve en la religión una neurosis obsesivocompulsiva (Freud, 1924). Franz Alexander (1931), renombrado psicoanalista, escribió un ensayo en el que describe los estados logrados por la meditación budista como catatonia autoinducida. Los grandes shamanes de diferentes tradiciones aborígenes han sido calificados de esquizofrénicos o epilépticos, y se han utilizado epítetos psiquiátricos variados para santos, profetas y maestros religiosos. Existen muchos estudios científicos que explican las semejanzas entre el misticismo y la enfermedad mental, pero hay poco conocimiento de lo que es el misticismo y poca comprensión de las diferencias entre la visión mística del mundo y la psicosis. Un informe reciente del Group for the Advancement of Psychiatry ha descrito el misticismo como un fenómeno intermedio entre la normalidad y la psicosis (1976). Otros grupos presentan estos casos especiales como un enfrentamiento entre la psicosis ambulante y la llamativa, o enfatizan el contexto cultural que ha permitido la integración de una psicosis concreta en el entramado social e histórico. Estos criterios psiquiátricos son aplicados rutinariamente y sin distinción a maestros religiosos de la categoría de Buda, Jesús, Mahoma, Sri Ramana Maharshi o Ramakrishna.
Esto crea una situación curiosa en nuestra cultura. Persiste en muchas comunidades una presión psicológica, social e incluso política considerable que fuerza a la gente a ir regularmente a la iglesia. Se puede encontrar la Biblia en los cajones de muchos hoteles y moteles, y muchos políticos prominentes y otras figuras públicas utilizan la religión y el nombre de Dios en sus discursos. Sin embargo, si un miembro de una congregación clásica tuviera una experiencia religiosa profunda, su pastor le enviaría probablemente al psiquiatra para que le administrara tratamiento médico.
Stanislav Grof
Fuente: http://www.wanamey.org/
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