Un viejo yonqui en Lima: William Burroughs y su travesía por el Perú en busca de ayahuasca
(Tiempo estimado de lectura: 11 minutos)Colocarse es ver las cosas desde un ángulo especial. Es la liberación espontánea de las exigencias de la carne temerosa, asustada, envejecida, picajosa. Tal vez encuentre en el ayahuasca lo que he estado buscando en la heroína, la hierba y la coca. Tal vez encuentre el colocón definitivo.
William S. Burroughs – Yonqui
William Burroughs llegó finalmente al Perú, destino último de su segundo viaje por tierras latinoamericanas en busca del yagé o ayahuasca. Escribió el cinco de mayo de 1953 una carta a su amigo, editor, ex pareja y poeta Allen Ginsberg contándole lo bien que se sentía en una ciudad como Lima, la cual, en opinión de Burroughs, guardaba semejanzas con Ciudad de México, uno de los lugares donde se sentía más cómodo en el mundo.
Ya por el mes de junio de 1951, había visitado Ecuador junto a un joven de veintiún años por el que se sentía muy atraído llamado Lewis Marker, un estudiante americano de la Mexico City College, lo que luego sería la Universidad de las Américas. Decepcionados por no haber encontrado ayahuasca y exhaustos por el arduo viaje, regresaron por separado a Ciudad de México. Fue de regreso en la capital azteca cuando en un confuso episodio, el viejo Bill mató a su esposa Joan Vollmer de un balazo al intentar darle a un vaso de gin que se encontraba en su cabeza a lo Guillermo Tell. Por esas épocas, Burroughs andaba obsesionado con la idea de volver a lo primitivo y vivir en la selva sudamericana sobreviviendo él y su familia mediante la caza. Vollmer se burló de esta idea y sarcásticamente dijo al frente de Burroughs y dos amigos que de ser ése el caso se morirían de hambre por la torpe habilidad de su esposo con las armas. Molesto, propuso el reto de Guillermo Tell para probar que su esposa se equivocaba.
Esa primera carta desde tierras peruanas es escrita desde el número 930 de la avenida José Leal en Lince, aunque nadie realmente sabe cómo es que Burroughs acabó en esa dirección. Hoy, dicha avenida constituye un largo corredor repleto de comercios y la antaño guarida de Burroughs en Lima se ubica entre una vidriería y una tienda de abarrotes. Nadie en la vieja quinta, la cual posee un pasillo angostísimo hasta llegar a los tres diminutos departamentos que ostenta, ha escuchado hablar nunca del viejo yonqui.
Tenía treinta y nueve años por aquella época y estaba a punto de publicar su primer libro, “Yonqui”, el cual aparecería con el seudónimo de William Lee por el apellido de su madre Laura para evitarle el escándalo a su familia. El libro describía la ávida busca por drogas de un homosexual que vivía sórdidamente entre Nueva York, Nueva Orleans y otras ciudades de los Estados Unidos. De claro sesgo autobiográfico y teniendo en cuenta la fuerte censura existente por esos años en Norteamérica, Burroughs optó por el seudónimo.
En una carta escrita a Ginsberg el veintitrés de diciembre de 1952 desde Palm Beach, Florida, donde había ido a pasar la navidad con su familia luego de huir de México antes de que lo condenen por la muerte de su esposa, expresa su deseo de volver a Sudamérica, específicamente a la región del Putumayo, ya que había recibido información confiable de que en ese lugar encontraría ayahuasca.
Sus padres, burgueses acaudalados de St. Louis, Missouri, quienes lo mantenían mediante una asignación mensual de doscientos dólares, que por la época era bastante dinero ya que con un dólar y cincuenta centavos era posible almorzar un gran filete de carne con todos los acompañamientos, accedieron a financiar su viaje a Sudamérica creyendo que su hijo Bill se iba a Colombia a hacer investigaciones de campo. En Enero de 1953, Burroughs inicia su viaje en Ciudad de Panamá e irá enrumbando hacia el sur pasando por Bogotá, Pasto, Quito y finalmente Lima. A través de sus contactos en Harvard, universidad en la que se había graduado en Literatura Inglesa, conoció a Richard Evans Schultes, un etnobotánico americano que lo asistió en su búsqueda del yagé o ayahuasca.
El doce de mayo escribe desde el Hotel Bolívar preguntando a Ginsberg si “Yonqui” ya está en las calles, interesado claramente en el pago por los derechos de publicación debido a que necesitaba dinero para comprar una máquina de escribir de segunda mano para pasar en limpio los textos que andaba escribiendo sobre el ayahuasca. También hace referencia, con seguridad luego de haber tenido un encuentro sexual en el hotel, a los chicos que por ese entonces vagaban alrededor de los bares del Mercado Central, los cuales fácilmente accedían a estar con él al divisar su porte de gringo y sus dólares en la billetera. Del mismo modo, siempre intentarían robarle luego de tener sexo con él. Como lo dijo textualmente en esa carta:
“No he visto bares de gays, pero en los bares que se ubican en los alrededores del Mercado Mayorista (Mercado Central) cualquier chiquillo es astuto y se encuentra disponible ante la vista del dólar americano”.
Burroughs señala que Lima es la tierra prometida de los chicos y que no había visto nada igual desde que estuvo en Viena en 1936, luego de que terminados su estudios en Harvard decidió hacer un viaje a través de Europa Oriental donde presenció la homosexualidad abierta que se vivió durante los años de la República de Weimar en Austria y Hungría, desde donde pudo apreciar el ascenso del régimen nazi y hasta se casó con una judía alemana llamada Ilse Herzfeld Klapper, la cual había conocido en un viaje a Dubrovnik, para que pudiera huir a Estados Unidos.
Burroughs describe Lima como una ciudad de buenos restaurantes, clima agradable y de costo de vida barata que tiene un barrio chino extenso y señala que no le molestaría quedarse a vivir ahí, aunque prefiere la Ciudad de México. Sospecha que podría conseguir algo de heroína en la ciudad y señala sorprendido lo violentos y sangrientos que pueden llegar a ser los bares limeños donde reventarle una botella en la cabeza a alguien era práctica común entre los parroquianos. Como lo dijo textualmente en la carta a Ginsberg del doce de mayo:
“Ver algo de sangre es moneda común en estos turbios bares peruanos. Reventarle una botella a tu oponente en la cara es una práctica usual. Todos lo hacen aquí”.
Ya por ese entonces, Bill Burroughs era un yonqui que por el momento se encontraba desenganchado, pero llevaba muchos años consumiendo desde heroína hasta marihuana, pasando por codeína, bencedrina y morfina. Tal vez el origen de estas adicciones recaigan en una experiencia infantil en la que, tras sufrir un accidente de quemadura realizando un experimento químico, fue inyectado con una “dosis adulta” de morfina por un doctor. Posteriormente, Burroughs contaría que de pequeño sufría de pesadillas y que una vez escuchó a una enfermera decir que el opio te daba sueños placenteros, así que a esa edad decidió que fumaría opio cuando creciera.
Los gallinazos que giran en círculos sobre la ciudad llaman su atención y el cielo color avioletado de los atardeceres de invierno cautivan su mirada. La sospecha de que en Lima casi todo el mundo sufre de enfermedades respiratorias o tuberculosis se hace presente, así como las desagradables visiones de gente evacuando y orinando en las calles sin ningún tipo de pudor. En resumen, como lo dijo textualmente en una de sus cartas a Ginsberg del seis de junio de 1953:
“Lima es una ciudad de espacios abiertos, mierda desparramada en las calles y grandes parques, buitres pululando en el cielo violeta y niños pequeños escupiendo sangre en las calles”.
En los siguientes días, será constantemente asaltado por los chicos que llevaba a su habitación para tener relaciones sexuales hasta el punto de renegar sobre el Perú, exclamando su indignación por los robos a los que era sometido que incluían relojes malogrados, navajas de afeitar, anteojos, cuchillos y cheques de viajero. Como lo señala en su carta a Ginsberg del veinticuatro de mayo:
“Ésta es una nación de cleptómanos. En toda mi experiencia como homosexual nunca había sido víctima de robos tan idiotas por artículos de tan poco valor y uso para nadie”.
A fines de mayo de 1953, al parecer, Burroughs ya se encuentra un tanto acostumbrado a la dinámica de la ciudad y, tras haber investigado dónde encontrar la ansiada ayahuasca, pone fecha a su viaje a Pucallpa. Esperará a recuperarse de una neuritis de pisco, licor que en su opinión es un cuasi veneno, unas molestias respiratorias que hacen sonar sus pulmones y un ano en decadencia tras un encuentro sexual fugaz con un tipo en Panamá meses atrás. El viejo Bill tiene la sensación de ser una enciclopedia sensorial de enfermedades.
Antes de enrumbar hacia la selva peruana, empieza a recordar sus días de ladrón de poca monta en Nueva York, tal vez inducido a esos pensamientos por él ahora ser víctima de pequeños ladronzuelos de barrio. En su juventud se sintió fascinado por las historias de gángsters y vagabundos en un submundo plagado de armas de fuego y prácticamente vivió una vida lumpen en el Nueva York de la década del 40 robando a ebrios dormidos en el metro de la ciudad junto a su amigo Bill Gains.
Si bien ya había experimentado con ayahuasca en Colombia, antes de pasar por Ecuador y llegar al Perú, la experiencia peruana fue la más intensa que tuvo. Sin embargo, no dio con los supuestos poderes telepáticos que él creía que te proporcionaba la ingesta de este alucinógeno. Esto lo llevó a lo que podríamos llamar una “decepción botánica” que lo catapultó a consagrarse con más dedicación a la literatura. Sus procesos de escritura en el futuro se volverán desesperados luego de desengancharse de su desesperado consumo de drogas.
Burroughs describe la sesión, a la que se sometió junto a seis indígenas y en la que fueron guiados por un chamán que presidía la sesión, en una carta a Ginsberg fechada el dieciocho de junio desde Pucallpa.
“Experimenté primero una sensación de serena sabiduría. Lo que siguió a continuación fue indescriptible. Estuve como poseído por un espíritu azul. Al mismo tiempo, fuertes espasmos sexuales pero heterosexuales que no fueron para nada desagradables me invadieron”:
Ya bajando el efecto de la sustancia, sus mandíbulas se endurecieron y empezó a sentir temblores en los brazos y piernas que atenuó con diez gramos de phenobarbital y tres de codeína. Acabada la sesión, escribiría que lo que sintió fue tan indescriptible que sería difícil de escribir, mas podría intentar pintarlo. Burroughs consideraba que la pintura le llevaba cincuenta años de ventaja a la literatura a la hora de plasmar ideas y sensaciones.
Tomaría de nuevo ayahuasca junto a un danés en Pucallpa, atrapados en la ciudad por las lluvias que habían dejado los caminos inutilizables antes de enrumbar a Tingo María para regresar a Lima, pero éste al ingerir la sustancia vomitó de manera violenta y no quiso acercarse más a él, pensando que había querido envenenarlo. Pasaría dos días en Huánuco, ciudad que describe como un horrendo basurero. Burroughs describe sus días en la ciudad en una de sus cartas a Ginsberg diciendo:
“Pasé el tiempo deambulando mientras tomaba fotografías, tratando de captar las montañas, el viento en los árboles, los tristes parques con estatuas de generales o cupidos, e indígenas con un aura de abandono sudamericano masticando coca y haciendo absolutamente nada”:
Asimismo, describió lo que sería Ticlio como un lugar horriblemente congelado con un exótico aspecto mongol o tibetano.
Posteriormente, en sus cartas a Ginsberg del 8 y 10 de julio de 1953, ya viviendo sus últimos días en tierras peruanas, luego de haber reflexionado sobre el ayahuasca y sobre el Perú, escribirá sus impresiones finales sobre estos asuntos. Describe la fase inicial del trance del ayahuasca como un vértigo de viaje por el espacio y el tiempo similar al descrito por H.G. Wells en su obra La Máquina del Tiempo. Hace énfasis en que la sensación no se parece a ninguna otra que haya experimentado con drogas, ésta, señala que es una suerte de violación a sus sentidos que lo supera. Para intentar explicar el estado inducido al que se sometió, señaló que todo en la vida pareciese que empieza a tener un movimiento furtivo similar a las pinturas de Van Gogh.
Sin embargo, se da con la decepción de que la sustancia no es transportable debido a que no tiene el mismo efecto cuando guardas la preparación y la tomas luego de unos días. El ayahuasca necesita hervirse y prepararse con raíces frescas y hierbas que solo es posible encontrar en la selva.
Sobre el Perú, como país y nación, y sobre su relación con América Latina, nos deja diversas impresiones, algunas favorables, otras cargadas de ironía y sarcasmo y otras desagradables. Sostiene que algo bueno de Latinoamérica es que puedes ser homosexual o drogadicto, pero educado, y no perder tu posición social, claro, siempre y cuando no la expongas con efusividad socialmente y mantengas buenos modales. Del mismo modo, resalta la forma en que la policía trata a los criminales o a los prisioneros. A diferencia de los Estados Unidos, en los que las fuerzas del orden, y sobre todo en los estados del sur, tratan con una brutalidad inhumana a los delincuentes, a Burroughs le llama poderosamente la atención cómo es que las fuerzas del orden confraternizan con sus subordinados y delincuentes comunes.
Si bien considera que, a diferencia de Ecuador y Colombia, el peruano no posee un nacionalismo de país chico mezclado con complejo de inferioridad, lamenta la situación nutricional de la gente en el país, aduciendo que si no se satisface las necesidades más primarias como la alimentación, es difícil pensar en otras cuestiones. Burroughs se sentía en el Perú como el personaje principal de la obra de H.G. Wells El País de los Ciegos, en el que sólo un hombre podía ver en una nación donde la ceguera total reinaba entre la gente desde hace muchas generaciones.
Además, hace una descripción del típico chiquillo no homosexual que se prostituye por dinero, sorprendiéndose por la capacidad de expresar afecto sin inhibiciones, así como de evacuar y orinar en cualquier lado sin pudor alguno y de tener sexo y aparentemente disfrutarlo también. Esto hace que concluya que la homosexualidad es parte del potencial humano que todos tenemos. Considera a los sudamericanos una mezcla de indígena con blanco que ha sido reprimido durante años por la cultura española y la Iglesia Católica.
La experiencia multisensorial con la ayahuasca le serviría a Burroughs para desarrollar un estilo en su obra literaria que se vería plasmado en un principio en “El Almuerzo Desnudo”, libro que le siguió a “Yonqui” y donde expuso su técnica de narración no líneal que llegaría a su clímax en los cut-ups que desarrollaría en el futuro en la trilogía de las novas. A diferencia de Ginsberg o Kerouac, él no estaba interesado en la continuidad de la ficción tradicional y la experiencia con ayahuasca le señaló un camino que decidió tomar.
Posteriormente, enrumbaría al norte pasando por Talara, donde estaría unos días, y luego continuaría su trayecto de regreso a través de Panamá, Guatemala y finalmente Ciudad de México para después pasarse casi veinticinco años entre Tangier, París y Londres antes de volver a su St Louis natal.
Fuente: http://lamula.pe/
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