Psiconáutica católica, por Jonathan Ott

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Sobre la quimera de la drogadicción.

Gran parte del debate en torno a las drogas gira alrededor del concepto de drogadicción; siendo “adictivas las drogas, se suponen que son peligrosas, que su adicción constituye una “enfermedad” nada menos que “epidémica” así que los camellos o traficantes son “vectores” de su “transmisión” (es decir, que son bichos), y consideraciones de la salud pública dictan la prohibición de semejantes patógenos, así como el encarcelamiento de sus vectores. Más que nada me es difícil saber dónde comenzar a desmantelar este edificio de metáfora y fantasía mendaz, basado en la “ciencia” del pecado más que en la farmacología, lo cual en sí representa una grave amenaza a la salud pública, por no decir al sentido común y a nuestra autoestima como raza humana. Siendo el diccionario siempre un buen comienzo en caso del duplicito drogargot de los políticos y sus secuaces médicos descubrimos que el Oxfod Englis Dictionary pone a addiction efectivamente en sinónima con devoción y afición, y la define así: “el estado de estar (auto-) adicto o dado a un hábito u oficio; devoción; la manera en que alguien sea adicto; propensión, inclinación, afición”. Nótese que ya a principios del siglo XX, cuando se elaboraba este gran diccionario, no había siquiera un sustantivo adicto, solo el verbo y el adjetivo. En castellano, el diccionario de la lengua española (Real Academia Española, 21ª ed.) da por adicción: “asignación, entrega, adhesión”; y, secundariamente; “habito… por el uso de… drogas tóxicas” (con adjetivo gratuito). Sí da el sustantivo adicto, alguien” dedicado, muy inclinado, apegado”; secundariamente, dado a: “desempeñar algún cargo o ministerio”; y sólo en tercera instancia: “drogadicto”; mientras María Moliner define adicto como; “partidario; adjunto; se aplica a la persona agregada a otra para desempeñar algún cargo o misión” y sólo en tercer lugar hace hincapié en; la persona que es incapaz de resistirse a tomar drogas”. Como sinónimos en castellano tenemos, para adicción: “adhesión, devoción”; (señalando la sinonimia de adicto/adicción entre ingles y castellano).

Obviamente, estas palabras no tienen ninguna carga peyorativa, ni mucho menos, y en lo que toca al mundo de las drogas, con mayor precisión se aplicarían a los ministros encargados de la PROHIBICIÓN o “ZARES DE LAS DROGAS” y sus celosos mirmidones, más que a cualquier usuario de drogas. Uno de los primeros usos de la palabra en ingles (1533) se refiere al espíritu de dios no siendo: ‘adicto a ninguna época o persona’; luego viene (1621): “obispos verdadero deberían de adictarse a un rebaño específico”. En referencia a la adicción del pueblo “a escuchar”; luego (1675) “su propia y propia industria y adicción a libros”. Solamente en 1979 encontramos la primera referencia a drogas: “su adicción a tabaco la menciona uno de sus biógrafos”. Como era la biografía de un gran escrito (Samuel Johnson), y se asocia adicción con industria en el propio estudio de libros, lejos de ser peyorativa, adicción es más bien encomiosa; ni hablar de su aplicación al Espíritu de Dios, a los obispos, sin decir a los adictos ministros, sean del dios, del rey o algún presidente.

En el laberinto de drogargot u otras veredas de un circuloquio político, siempre vale la pena buscarles sus raíces a las palabras clave. Aquí encontramos un clásico del género: una palabra que se aplicaría con mayor precisión a los prohibicionistas mismos (por su celo religioso o político en desempeñar su “cargo o ministerio”), que por arte de magia mendaz, viene a ser un epíteto peyorativo para estigmatizar a unos pobres infelices, maldispuestos beneficiarios de su magnifica merced; nosotros querido lector, los drogadictos. Más aun, no es de sorprenderse que el concepto de adicción a las clásicas drogas adictivas del día (opio, morfina, heroína y coca/cocaína) fue del todo incógnito al mundo hasta el reciente descubrimiento de la existencia de patógenos adictos a drogas,, infectando al cuerpo político.. Lo mismo se aplica al temeroso “síndrome de abstinencia” ligado a la drogadicción, enfoque de mi próxima columna.

Como veremos en la próxima respecto a drogas duras y blandas, es el derecho, y no la farmacología, quien establece la diferencia entre las drogas adictivas y no adictivas. Bebidas y otros preparativos que contienen cafeína, a pesar de su uso cotidiano por aproximadamente un 90% de los adultos en todo el mundo y pese al marcado “síndrome de abstinencia” asociado con su “adicción” no solamente no son consideradas como drogas adictivas si no que ¡ni si quiera son drogas¡ De igual manera, la adicción al alcohol, algo mayoritario entre adultos en el grueso del mundo, también queda al margen de la drogadicción: duplicitos doctores de la drogabusología hablan a menudo del “alcoholismo y abuso (entiéndase adicción) de drogas”, ¡como si fuese el –ismo de alcohol de naturaleza distinta a la adicción a otras drogas¡ ¿Qué más podemos esperar? ¿Sería acaso más absurdo hablar de “droguismo y abuso del alcohol”? Aparte de un servidor, Thomas Szasz (Droga y ritual, FCE, Madrid, 1990) y pocos otros, ¿Quién combate el abuso de palabras?

La razón por la cual todos ignoran sus “adicciones” el alcohol y la cafeína, y no reconocen sus “síndromes de abstinencia”, es la misma en cuanto al uso milenario del opio: nadie nunca se abstiene por un tiempo adecuado, los primeros síntomas ¡le envían pronto a la maquina de Express o al mueble bar¡ En su libro Historia General de las Drogas (Madrid: Alianza, 1992), Antonio Escohotado ha señalado el general y masivo del opio en el mundo clásico. Opio es de origen europeo, y pocos saben que un extenso cultivo europeo de la adormidera (Papaver somniferum L.) existió hasta recientemente, ni que su uso masivo sólo comenzaba a desvanecerse entrado el siglo XX. A pesar de las ideas flojas respecto a la incaica prohibición de la coca a la plebe (Erithroxilum coca Lam.), se sabe que siempre hubo un uso, amplio y cotidiano de la coca, donde sea que existía, practica que se extendió enormemente a raíz de la conquista, y sigue creciendo hoy en día, igual que el uso de su derivado, la cocaína. Por supuesto, dados unos productos tan benéficos, nocivos y baratos (siendo legales) como son las drogas cafeínicas, el opio y la coca, ¿por qué diantres debería quien sea que los aprecie abstenerse de ellos?

Digo benéficos, no solamente por que estas drogas nos proporcionan euforia en el sentido literal, es decir, nos permiten aguantar bien los rigores de la vida, si no por que pueden tener sobre la marcha distintos beneficios para la salud. Los opiáceos, por ejemplo, son fuertes estimulantes del sistema inmunológico, que se siente como un picor o quemazón en la piel, debido a la histamina coayudante de la reacción inmunológica. En el mundo arcaico, como lo expone Escohotado, conformaba el opio parte esencial de la famosa triaca, un panprotector contra enfermedades. Originalmente compuesta principalmente de venenos de víboras, como específico contra mordeduras de serpientes, el opio venía a ser tan valioso e indispensable en las triacas, que en el imperio romano llegaba a ser el principal, o único, ingrediente, como señala el diccionario de la Real academia. “compuesta de muchos ingredientes y principalmente de opio”. Tanto es así que en algunos idiomas, derivados de la palabra triaca se refieren al opio mismo. Nada menos que una autoridad sobre los opiáceos como el difunto escritor usano Willian Burroughs señalaba esta propiedad panaceica de los opiáceos, cosas que me consta, de acuerdo a mi propia y larga experiencia con adicción a opiáceos. De manera parecida en su libro coca en Bolivia (La Paz; Editorial Juventud, 1986), Carter y Mamani, en base a una extensa encuesta de coqueros, señala como la coca es un imprescindible apoyo al trabajo, que aumenta la fuerza muscular, ayuda a aguantar el frío y sobrellevar la fatiga. Mi propia experiencia larga con coca y cocaína subraya su valor para desempeñar tareas literarias, como testifican con sus obras un sinfín de escritores. La cafeína, igual que la nicotina, es una droga lista, con importantes efectos neuroprotectores, contra la enfermedad de Parkinson y, en el segundo caso, también en enfermedad de Alzheimer. Se sabe que el uso moderado de alcohol confiere valiosa protección contra enfermedades cardíacas. Quizás las palabras de Baudelaire son aptas para describir esta enfermedad de drogadicción: “¿cómo mejor exasperar a un enfermo de júbilo, sino intentando curarlo?” Si la drogadicción es enfermedad, ¡que se infecte más gente¡

En cuanto a mí, soy adicto (en sentido de uso cotidiano) de algo como media docena de drogas, aunque la adicción más significativa en mi vida sigue siendo sigue siendo sin duda mi adicción a los libros: leerlos, escribirlos, ¡hasta manosearlos y olfatearlos¡ Hasta ahora, no e experimentado ningún síndrome de abstinencia relacionado con mi biblioadicción, pero cabría confesar que ¡jamás e dejado un tiempo suficiente de abstenerme de mi querido chute cotidiano.

Fuente: Revista Cañamo

Traducción: Gaspar Fraga

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