Charles Bukowsky, Un mal viaje.

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¿Nunca habéis pensado que el LSD y la televisión en color llegaron para nuestro consumo más o menos al mismo tiempo?

Nos llega toda esta pulsación explorativa de color y ¿qué hacemos? Prohibimos una cosa y jodemos la otra. La televisión, desde luego, es inútil en las manos actuales; creo que no hay mucho que discutir al repecto… y leí que en un registro reciente se declaraba que un agente había recibido una rociada de ácido en la cara, arrojada por un supuesto fabricante de droga alucinógena. Ésto es también un derroche. Hay ciertas razones esenciales para prohibir el LSD, el DMT, el STP.

Puede hacer que un hombre pierda permanentemente el juicio…

Claro que lo mismo podría aplicarse a la recolección de remolacha, o al trabajo en cadena apretando tornillos en una fábrica de coches o a lavar platos o a enseñar primer curso de inglés en una de las universidades locales. si prohibiésemos todo lo que vuelve locos a los hombres, toda la estructura social se derrumbaría: El matrimonio, la guerra, las líneas de autobuses, los mataderos, la apicultura, la cirugía, todo lo que se te ocurra. Cualquier cosa puede volver loco a un hombre, porque la sociedad se asienta en bases falsas. Hasta que no lo derribemos todo y lo reconstruyamos, los manicomios seguirán descuidados.

Y los recortes que hace nuestro buen gobierno a los presupuestos de los manicomios los tomo como una sugerencia implícita de que a los enloquecidos por la sociedad no debe mantenerlos y curarlos esa sociedad misma, en este período de inflación y locura fiscal generalizadas…ese dinero sería mejor para hacer carreteras, o para rociarlo con mucha medida sobre los negros, y que no quemen y arrasen nuestras ciudades. Y tengo una idea espléndida:

¿Por qué no asesinar a los locos?

Piensa en el dinero que nos ahorraríamos. Incluso un loco come demasiado y necesita un sitio para dormir, y los cabrones son tan repugnantes… chillan y embadurnan de mierda las paredes, y demás. Bastaría con un pequeño cuadro médico que tome las decisiones y un par de enfermeras o enfermeros que tengan buena pinta y que mantengan a un nivel satisfactorio las actividades sexuales extralaborales de los psiquiatras.

En fin, volvamos, más o menos, al LSD.

Lo mismo que es cierto que cuanto menos recibes más arriesgas (pensemos en la recolección de remolacha) también es cierto que cuanto más recibes más arriesgas. Cualquier complejidad exploratoria, pintar, escribir poesía, asaltar bancos, ser dictador, etc… te lleva a ese punto en que peligro y milagro son casi como hermanos siameses.

Raras veces conectas, pero mientras estás en movimiento, la vida es sumamente interesante. Es bastante agradable acostarse con la mujer de otro, pero tú sabes que algún día te van a coger con el culo al aire. Y ésto únicamente hace más placentero el acto.

Nuestros pecados se manufacturan en el cielo para crear nuestro propio infierno, cosa que evidentemente necesitamos. Sé lo bastante bueno en cualquier cosa y te crearás tus propios enemigos. los campeones reciben abucheos. La multitud está deseando verles hundidos para arrastrarles a su propio cuenco de mierda. Son pocos los idiotas que resultan asesinados; un ganador puede ser liquidado con un rifle comprado por correo (eso dice la historia) o con su propio rifle en una ciudad pequeña como Ketchum.. o como Adolfo y su puta cuando Berlín se desternilla en la última página de su historia.

El LSD puede machacarte también porque no es terreno adecuado para empleados leales. Concedido, el mal ácido, como las malas putas, te puede liquidar. la ginebra casera, el licor de contrabando, también tuvo su día. La ley crea su propia enfermedad en mercados negros ponzoñosos, pero, en el fondo, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo ha sido moldeado y envenenado previamente por la sociedad misma.

Si. Un hombre está preocupado por el alquiler, los plazos del coche, los horarios, una educación universitaria para su hijo, una cena de doce dólares para su novia, la opinión del vecino, levantarse por la bandera o qué va a pasarle a Brenda Starr.

Una píldora de LSD probablemente le vuelva loco, porque, en cierto modo ya lo está y sólo soporta las mareas sociales por las rejas externas y los sordos martillos que le hacen insensible a cualquier pensamiento ndividualista. Un viaje exige un hombre que aún no esté enjaulado, un hombre aún no jodido por el gran Miedo que hace funcionar toda la sociedad.

Por desgracia, la mayoría de los hombres sobrestiman su mérito y su dignidad como individuos esenciales y libres, y el error de la generación hippie es no confiar en nadie de más de 30. 30 no significa nada. La mayoría de los seres humanos quedan capturados y moldeados, por completo, a la edad de siete u ocho años. Muchos de los jóvenes PARECEN libres pero esto no es más que una cuestión química del organismo y la energía y no algo real del espíritu.

He encontrado hombres libres en los sitios más extraños y de TODAS las edades. (conserjes, ladrones de coches, lavacoches, y también algunas mujeres libres, la mayoría enfermeras o camareras, y de TODAS las edades). El alma libre es rara, pero la identificas cuando la ves: básicamente porque te sientes a gusto, muy a gusto, cuando estás con ellas o cerca de ellas.

Un viaje de LSD te muestra cosas que no abarcan las reglas. Te muestra cosas que no vienen en los libros de texto y cosas por las que no puedes reclamar a los concejales del ayuntamiento. La yerba sólo hace más soportable la sociedad presente, el LSD es otra sociedad en sí mismo. Si tienes tendencia social, puede que etiquetes el LSD como «droga alucinógena», lo cual es fácil medio de eliminar y olvidar el asunto. Pero lo de alucinación, la definición de ella, depende del polo desde el que operes. Todo lo que te está sucediendo en el momento en que lo está, constituye la realidad misma: ya sea una película, un sueño, una relación sexual, un asesinato, que te maten a ti o el tomarse un helado. las mentiras se imponen más tarde; lo que pasa, pasa. Alucinación es sólo una palabra del diccionario y un zanco social.

Cuando un hombre está muriendo, para él es muy real. Para los demás, no es más que mala suerte o algo que hay que esquivar. La funeraria se cuida de todo. Cuando el mundo empiece a admitir que TODAS las partes ajustan en el todo, entonces empezaremos a tener una oportunidad.

Todo lo que ve un hombre es real. No lo puso allí una fuerza externa, estaba allí antes de que naciera él. Mo le acuséis de que lo vea ahora, no le reprochéis volverse loco porque la educación y las fuerzas espirituales de la sociedad no fueron lo bastante sabias para decirle que la exploración nunca termina. No le digáis que debemos ser todos mierdecitas encajonadas en nuestro abecé y nada más.

No es el LSD la causa del mal viaje: fue tu madre, tu presidente, la chiquita de la puerta de al lado, el heladero de las manos sucias, un curso de álgebra o de español obligatorios, fue el hedor de una cagada de 1926, fue un hombre de nariz demasiado larga cuando te dijeron que las narices largas eran feas; fue un laxante, fue la brigada Abraham Lincoln, fueron los caramelos y las galletas, fue la cara de F. Delano Roosevelt, fueron las gotas de limón, fue el trabajar diez años en una fábrica y que te echaran por llegar un día cinco minutos tarde, fue aquel viejo idiota que te enseñó historia en sexto curso, fue aquel perro tuyo atropellado y el que nadie supiera trazarte el mapa luego, fue una lista de treinta páginas de largo y seis kilómetros de anchura.

¿Un mal viaje? Todo este país, todo este mundo, es un mal viaje, amigo. Pero te meterán en la cárcel por tomarte una píldora.

Yo aún sigo con cerveza porque, en realidad, tengo ya cuarenta y siete años y ando muy enganchado. Sería tonto del todo si me creyera libre de todas sus redes. Creo que Jeffers lo expresó muy bien cuando dijo, más o menos, cuidado con las trampas, amigo, hay muchísimas, dicen que hasta Dios quedó atrapado en una cuando bajó a la tierra. Por supuesto, ahora algunos no estamos tan seguros de que fuese dios, pero fuese quien fuese tenía trucos muy buenos, pero da la sensación de que habló demasiado.

Cualquiera puede hablar demasiado. Hasta Leary o yo.”

Charles Bukowsky, 1972

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