Cáncer y Ayahuasca: la experiencia de un hombre
(Tiempo estimado de lectura: 16 minutos)Texto publicado en el Boletín de MAPS (Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies) Volumen 8, Número 3, otoño de 1998 pg 22-26
Traducción: Abraham Antuña.
Tras ser diagnosticado con cáncer de hígado, Donald Topping, profesor emérito de la Universidad de Hawaii, fue alertado por los oncólogos de que su probabilidad de supervivencia era reducida. Donald acudió a la Ayahuasca para un segundo parecer.
Donald Topping
“Hace un año no hubiera soñado que estuviera escribiendo sobre dos asuntos, que se suelen considerar tabú. Uno es el Cáncer, con mayúscula, porque tiene que ver con nuestros miedos a la muerte y al dolor. Cuando se rumorea que un compañero de trabajo padece cáncer pasa a ser visto de otra manera. Evitamos mencionarlo o lo hacemos entre susurros. Desearíamos que el cáncer saliese de nuestras vidas.
Por razones muy distintas, de la ayahuasca se habla, pero con mordaza. La Drug Enforcement Administration, el gran árbitro de todos los fármacos y sustancias en EEUU, es la responsable de este tabú y ha clasificado la dmt, uno de sus compuestos, dentro de la Lista 1. Por tanto, la considera ilegal y, prácticamente, no está disponible para la investigación médica, psicológica, neurocientífica o espiritual, investigación que sería fascinante. Como con el cáncer, tendemos a hablar de la misma en voz baja.
Dado que ahora disfruto de los privilegios de un jubilado, y como amigo del cáncer y de la ayahuasca, puedo hablar sin tapujos de ambos. Digo “amigo”, porque así es como veo ahora la relación que tengo con ambos.
Mi relación con el cáncer, probablemente, comenzase al cumplir los 68 años; dada mi estructura genética, determinada, al menos en parte, por transmisión hereditaria; tengo diversos antepasados familiares, tanto por línea materna como paterna, fallecidos por metástasis de cáncer colo-rectal. Si tiene alguna validez la teoría de predilección genética, yo estaba en primera línea para sufrir una experiencia de células fuera de control que degeneran en tumor”.
Diagnóstico
“Y eso es, precisamente, lo que me sucedió hace diez años cuando se me diagnosticó cáncer de colon. Dado que me siento curado, tenía mis dudas sobre lo preciso del diagnóstico, y solicité ver la biopsia, así como a un patólogo. Como era de esperar, con la ayuda de un microscopio, vi con mis propios ojos las pequeñas células, todas amontonadas como gotitas de cieno rojo. ¿Cómo sucedió esto?, me preguntaba. La cirugía, de efectos inmediatos, estaba al orden del día. Sin embargo, “me excusé”, para experimentar con la medicina natural. El cirujano y yo acordamos una agenda de cuatro meses, durante la cual seguiría un régimen naturopático: microdosis de varias sustancias de herbolario, dieta vegetariana, visualizaciones, mucho descanso y ejercicio físico. Tras este periodo, una segunda biopsia reveló que ya no había células cancerígenas. Estaba exultante; sin embargo, el cirujano parecía desilusionado, y solicitó otra biopsia, para dos semanas después, lo que acepté. Esta vez, el médico sí pudo sacar a la luz algunos tejidos con células cancerígenas, y me convenció para operarme. Así hice, y cinco años después se me dijo que estaba “curado”, gracias a las maravillas de la cirugía.
Recaída
Todo iba bien hasta septiembre de 1996, cuando en un reconocimiento rutinario se reveló que mi índice CEA (indicador de actividad cancerígena) era elevado. En un análisis de sangre que hice poco después, se mostró que el índice CEA estaba subiendo rápidamente. En análisis posteriores, dos sospechosas sombras oscuras aparecieron en el lóbulo derecho de mi hígado. Rápidamente, se me efectuó una biopsia en los tejidos de la zona donde estaban esas sombras. El veredicto del patólogo fue: “la C mayúscula”. Habiendo perdido a un abuelo y a mi padre por sendas metástasis de cáncer de hígado, quedé muy preocupado, por el nuevo desarrollo de los acontecimientos. ¿Qué hacer? En una consulta preliminar, uno de los oncólogos me dijo que la cirugía podía ser una posibilidad, siempre que no hubiera otros tumores en órganos vitales o glándulas linfáticas. Esta opción suponía análisis posteriores.
Prognosis
Mientras esperaba los resultados de la analitíca, me acerqué a la biblioteca de la Universidad de Hawaii, a la sección de medicina, para investigar algo sobre el cáncer de hígado. Acudí a la “biblia” del cáncer, Cáncer: principios y práctica en oncología (1989), en dos volúmenes, editado por Vincent T. DeVita Jr. Pasé a su sección 3: “Tratamiento de la metastasis de cáncer de hígado”, por John E. Niederhuber y William D. Ensminger. El párrafo inicial comienza de esta manera tan alentadora: “La expansión de células malignas a partir de un tumor primario hacia el hígado y su crecimiento allí dentro supone una prognosis de gravedad para el paciente. Si bien, estas metástasis en los cánceres de hígado nos pueden aportar la primera prueba de su desarrollo, y a menudo –especialmente en el cáncer colo-rectal- son los únicos tumores que se detectan, casi siempre son señal de la diseminación de la malignidad. A pesar de los avances en la detección temprana de metástasis en el hígado, el progreso de la farmacología y de las técnicas quirúrgicas en la extirpación, así como las nuevas terapias, mejor enfocadas, la mayoría de los pacientes no sobreviven”. El resto del capítulo se dedicaba a corroborar ese pronóstico tan deprimente. En resumen, el futuro parecía desolador. Hasta que comencé a buscar información sobre terapias alternativas.
Buscando una alternativa
En primer lugar, me dirigí a Andrew Weil, quien me recomendó lo siguiente: 1)extirpar el tumor quirúrgicamente, si fuese posible 2) comenzar a tomar micro-dosis de extracto de maitake (un hongo) 3) leer el libro de Michael Lerner Choices in Healing.
Mientras esperaba los pedidos postales: el maitake y el libro, tuve más encuentros con cirujanos, que no fueron muy reconfortantes. Me dijeron que mi probabilidad de supervivencia era de un 25-30%. Otro, incluso, la bajó a un 15%, considerando los riesgos de la intervención quirúrgica. Parecía como si hubiesen leído, también, el libro de De Vito. Así mismo, me dijeron que si fuese posible aplicar cirugía, ésta debería ir acompañada de un año de quimioterapia, lo bastante potente como para eliminar las células cancerígenas remanentes (junto con la mayoría de las sanas), que estaban, sin duda, circulando por mi flujo sanguíneo. Cuando me llegó el libro de Lerner, me senté y leí sus fascinantes 621 páginas tan rápido como pude. Al mismo tiempo, comencé a tomar el maitake y a prepararme física y mentalmente para la cirugía y la quimioterapia. En este periodo, encontré más literatura sobre terapias alternativas, incluyendo essiac, dietas macrobióticas, reiki y enemas de café; todas ofrecían tanta o más esperanza que la biblia oncológica.
Cirugía
El cirujano, que por algo se llamaba Dr Payne, me sacó la mitad derecha de mi hígado, el 26 de noviembre de 1996. En los cinco días posteriores, estuve sujeto a varios catéteres, uno de los cuales me inyectaba morfina, directamente, a la espina dorsal. Hasta no recibir el alta, no me di cuenta de la violencia física a la que estuve sometido, no sólo por el bisturí del cirujano, sino también por una combinación de fármacos que forman parte del arsenal de la cirugía invasiva. Me asustaba pensar que aún tenía que pasar por la quimioterapia. Alguna vez, durante este periodo de dolorosa recuperación, recordé haber leído algo, en algún lugar, acerca de las propiedades curativas de la ayahuasca. En su momento, no le di mucha importancia, dado que parecía improbable que fuese a la Amazonía, y no me interesaba mucho una experiencia psicodélica. Sin embargo, el recuerdo permaneció en algún recoveco de mi mente, aún convaleciente por las heridas físicas y psíquicas infligidas por la cirugía mayor, de dudoso resultado. Tres semanas después de la operación, acudí a mi cita con el oncólogo, quien me propuso comenzar el tratamiento con la quimio, de inmediato. Cuando le dije que había decidido no seguir el tratamiento, porque no creía que someter mi organismo a más violencia resultase provechoso, el doctor pareció enfadarse, incluso como si se sintiese insultado. Cuando le dije que pensaba seguir un plan de terapias alternativas, le dio la risa, pero me deseó suerte.
Santo Daime
A comienzos de abril, oí hablar de la existencia de un grupo que realizaba tomas de ayahuasca en Hawaii. Comencé a hacer pesquisas, lo que me llevó a un joven que había estado con dicho grupo, con quienes tuvo varias experiencias, o “trabajos”, como los denomina la iglesia del Santo Daime, de Brasil. Nos vimos en mi casa, una tarde, en la que me habló sin parar, durante más de tres horas acerca del sacramento y de cómo cura psíquica y físicamente. Me senté, fascinado, mientras escuchaba, y concluí que debía hallar un camino para tener esa experiencia, para ver por mí mismo si los testimonios que había leído y escuchado eran ciertos. ¿Realmente podía ser una experiencia curativa, o nada más que un trip psicodélico? Pocas semanas después, descubrí que habría “trabajos” con ayahuasca en Hawaii, y que podía unirme al grupo. Acepté de inmediato, a pesar de que aún me encontraba debilitado por la cirugía. Ésta iba a ser mi introducción a la ayahuasca.
El grupo quedó, al comienzo de una tarde, en una colina apartada, donde un miembro del Daime había construido una casa, consistente en un amplia sala hexagonal y tres o cuatro dormitorios a un lado. Más tarde, descubrí que el hexágono es un símbolo de importancia para el Santo Daime. Alrededor de sesenta individuos de todo Hawaii vinieron para el evento, la mayoría ya habían hecho tomas precedentes. Todos vestidos de blanco, cuando llegó el momento de la toma, nos sentamos en las sillas que nos habían asignado, formando dos semi-círculos, uno enfrente del otro, los hombres a un lado y las mujeres al otro. Entonces, empecé a ser consciente, en parte por mi desilusión, de que estaba en un grupo muy estructurado y con gran experiencia, nada que ver con lo que me había imaginado, por mis limitadas lecturas sobre el uso tradicional de la ayahuasca en la Amazonía. No obstante, entré con esperanza en la experiencia y a la vez con cierta aprensión. El dolor remanente de la cirugía era un constante recordatorio de qué hacía allí. No voy a describir los rituales del Daime que presencié en aquellas dos noches, durante los “trabajos”. Ya han sido descritos. Me voy a centrar, más bien, en mi propia experiencia, para la cual, no estaba preparado. Mis únicos referentes, limitados, eran mis anteriores experiencias con LSD, hongos y mescalina, en los 1960´s, ninguno con un propósito medicinal. Quería descubrir lo que era la ayahuasca, y su supuesta capacidad para curar y enseñar.
Primera sesión
Tras algunos rituales preliminares, nos pusimos en fila para nuestro primer contacto con el brebaje, justo tras el crepúsculo. Como dos horas y media después, tomé una segunda dosis. En 20 minutos comencé a sentir lo que parecía ser un ligero efecto ondulante que discurría por todo mi cuerpo. Al mirar a mi alrededor, advertí que a los demás les pasaba lo mismo, mientras se movían en sus asientos, tratando de cantar los ícaros, en portugués. En este momento, empecé a preguntarme si había tomado la decisión correcta, metiéndome en aquello. Entonces, de pronto, la planta se apoderó de mí, y me llevó a través de un largo viaje, a otra realidad, para la que no estaba preparado. Cuando trato de describir la experiencia a terceros, que conocen los psicodélicos, les digo que la LSD o los hongos distorsionan y dan nuevas formas a la realidad con la que estás familiarizado; en cambio, la ayahuasca te lleva a otra realidad que nunca antes habías visto ni imaginado. Al cerrar los ojos, distintas imágenes (si así se pueden llamar), comenzaron a dispararse, a velocidad cada vez mayor. Espirales de colores, siluetas, formas, texturas y sonidos, simplemente, me subyugaron hasta el punto de quedar inmóvil. Como muchos antes de mí, sin duda, me quedé un tanto asustado. ¿A qué me había metido allí? Cuando abrí los ojos, aquellas formas fantasmagóricas se habían esfumado, y me vi en la sala con los demás, todos de blanco. La mayoría movía los labios, siguiendo los cánticos de los brasileños del Daime. Volví a cerrar los ojos e inmediatamente las imágenes regresaron, de manera explosiva. Parecía como si tratasen de entrar en las entrañas de mi cuerpo y de mi alma. Me encontré pensando: “eh, esto tiene poco de gracioso”. Durante este periodo de desorientación inicial, pude recobrar mi conciencia sobre qué me había traído hasta allí. Yo era un hombre sentenciado. Los oncólogos y su biblia me dijeron que mi probabilidad de supervivencia era reducida y había llegado a la ayahuasca para un segundo dictamen. Entonces, empecé a dejarme ir y dejar que la planta hiciese su trabajo y comencé a entrever su impresionante e increíble mundo. No había vuelta a atrás. No había nada que hacer sino dejar que sucediese.
Las visiones de la ayahuasca
Tal como otros habían señalado, visualicé plantas, serpientes, pájaros y felinos similares al jaguar planeando, girando, retorciéndose y corriendo, casi velocidad de la luz, por todo mi cuerpo, como si explorasen un nuevo hábitat. Primero, no me prestaban atención, incluso traté de detenerlos (lo bastante) para mirarlos de cerca. Sin embargo, poco después, una de aquellas entidades, de forma animal, corría hacia mí, se detenía momentáneamente, y salía disparada como si tuviese algún asunto urgente que tratar. Entonces, otra surgía en mi cara y hacía lo mismo. No había tiempo para la comunicación con las imágenes que estaban apareciendo. Era como si quisiesen hacer un inventario completo de mí y de lo que pasaba en mi interior, antes de poder dialogar. Posteriormente (uno pierde el sentido del tiempo con la ayahuasca), las imágenes comenzaron a aminorar su ritmo y a disminuir su intensidad. El yagé estaba remitiendo, en contra de mis deseos. Mis preguntas –las que fuesen-, no habían sido respondidas. En ese momento, el cabecilla del Daime dio la señal para que nos pusiésemos en fila y tomásemos la segunda dosis. Me puse en la fila. Naturalmente, de sesenta que éramos, ya había muchos vomitando. Yo aún no estaba entre ellos. Mientras la segunda oleada vino sobre mí, me sentí mucho más relajado y listo para dialogar con aquellos animales, sólo si ellos quisiesen hacerlo. Como dando la entrada, las imágenes frenéticas comenzaron a detenerse, mirándome y sonriendo, antes de huir a su mundo. Entonces, de súbito, me vi ante un vacío, negro y profundo. Sólo había oscuridad; la oscuridad permaneció unos minutos, calculo. Todos los flashes, los colores y las formas desaparecieron, mientras la negritud se cernió sobre mí. Sentí que la muerte estaba declarando su presencia. Me pareció que decía: “Sí. Yo también estoy aquí como parte del sistema, pero no soy tan mala; así que no te asustes”. Poco después, la oscuridad comenzó a dispersarse, poco a poco, mientras el frenesí kaleidoscópico retornó, hasta que el brebaje y yo nos agotamos, y entonces regresé a la casa de mi amigo para un largo pero irregular sueño.
Segunda sesión
Los sesenta nos volvimos a reunir la tarde siguiente para un segundo “trabajo”, que me resultó mucho menos trepidante, si bien anhelaba algo más insight de la planta; vana esperanza, seguramente porque la planta no tenía nada más que decirme. Sin embargo, en mi segundo trip, sentí, de nuevo, su frenética presencia por todo mi cuerpo, haciendo un chequeo y metiéndose en cada recoveco y en cada rendija de mi cuerpo, en busca de algo sobre lo que actuar, sin rodeos, reordenando y puliendo. Sin duda, había una presencia, con formas, colores y sonidos similares, pero a diferencia de la primera toma, no me transmitía ningún mensaje. La planta, simplemente, estaba ocupada haciendo su trabajo. Pasaron varios meses antes de mi siguiente ingesta; en el intervalo, proseguí con mi dieta vegetariana y con mis plantas chinas, de herbolario. Progresivamente, fui ganando peso y fuerza, mientras las cicatrices y los dolores causados por la cirugía iban remitiendo. Quise volver a tener otro contacto con la planta para ver si tenía algo nuevo que decirme y para comprobar si mi primera experiencia había sido ilusoria o no.
Tercera sesión
Por suerte, conocí a alguien que había estudiado la ayahuasca en Perú, aprendiendo directamente de los chamanes. Cuando le dije lo que estaba buscando, aceptó conducirme a mí y a otros cuatro en una sesión. Esta vez, el set and setting (mi situación personal y el escenario de la toma) fue muy distinto al de la ceremonia, estructurada, con el Santo Daime. Tras un baño en las azules aguas del océano, fuimos en coche hasta el final de una carretera de montaña, dejamos el vehículo y fuimos a pie hasta un paraje aislado: una pequeña meseta, sepultada por una vegetación exuberante, en las profundidades de los montes Wai´anae en O´ahu, con vistas directas al Pacífico, en dos direcciones. La meseta se llama Pupukea Highlands. El escenario, de por sí, invitaba a los espíritus a manifestarse. El grupo era pequeño y todos los allí reunidos sabíamos que debíamos respeto a la planta y a sus poderes. Compartíamos un sentimiento.
Llegamos a nuestro enclave a tiempo para prepararnos, antes de la caída de la noche, sin luna. A la luz de las velas, practicamos respiraciones profundas y ejercicios de tonificación, preparatorios para la toma del brebaje. De manera ceremonial, fumamos, expulsando el humo del tabaco sobre la bebida; entonces, cada uno de nosotros bebió, a turnos. Poco después, nuestro “facilitador”, apagó las velas, y nos dijo: “Recordad: la planta sabe lo que está haciendo”. El aislamiento, el silencio y la oscuridad impresionaban. Me puse cómodo, en el suelo; mi espalda reposaba sobre el tronco de un enorme cayeputi. Se sentí muy tranquilo y relajado, cerré los ojos y esperé a que la planta actuase. Una vez más, tras cerca de 15 minutos, comencé a advertir el ya familiar efecto ondulante, que pronto se convirtió en turbulencias a gran escala. La planta se soltó y se disparó desaforada, explorando su nuevo entorno. Era como si se hubiese soltado un animal enjaulado dentro de mí y estuviese recuperando el tiempo perdido de su vida. Si bien, comenzaban a surgir imágenes y formas, tenían cierto aire alegre, incluso pletórico. Las serpientes sonreían, los jaguares reían y los pájaros gigantes se abatían sobre mí, acariciándome con sus alas desplegadas. Un desfile de personas, conocidas y desconocidas, salían a raudales, sonrientes, estirando los brazos para tocarme y decirme: “te queremos”. Si bien las serpientes y las plantas giraban y destellaban ante mí, aparecían sonrientes, asegurándome que me habían supervisado de arriba abajo y que mi organismo estaba bien. Con el discurrir de la sesión, el ciclo se repetía. Las imágenes venían directamente a mí a velocidad de vértigo, sonrientes y risueñas, y entonces viraban, iniciando un nuevo tour por mi organismo. Oía mis propias risas, disimuladas, bajo el cielo estrellado. ¿Dónde estaba la oscuridad que había sentido antes? ¿Dónde estaba la Muerte?, me preguntaba. Entonces, de pronto, como si la planta hubiese escuchado mi pregunta, presencié el vacío. Sólo que esta vez estaba, claramente, al fondo. Parecía mirar, furtivamente, a través de un collage de colores y formas vibrantes, como si dijese: “Sigo aquí, no te preocupes. Aún no es mi momento”. Y entonces, desapareció; y así como del atardecer pasamos a la noche y de la noche a la mañana, las imágenes fueron remitiendo, casi a su pesar. Sin duda, pasamos un buen rato, juntos, aquella noche.
Cuarta sesión
Un mes después, aproximadamente, de aquella noche memorable, volví a visitar Pupukea Highlands para otra sesión, esta vez, con un grupo distinto, de seis personas. Estaba preparado para repetir la experiencia, otra exploración excitante y a la vez segura con la planta. Sin embargo, no fue así. Llovía, con lo que se limitó nuestro espacio: una improvisada tienda de campaña. De nuevo, seguimos el protocolo de la anterior toma: respiraciones, ejercicios de tonificación y toma ceremonial del brebaje. Me tumbé y esperé a que comenzasen sus efectos. Esta vez, entré en la experiencia de manera mucho más gradual y no llegué a alcanzar la intensidad de la anterior toma. Visualicé pájaros, serpientes, plantas, gente. Pero, de forma mucho menos enérgica, casi indiferente. Era como si me dijesen: “ya hemos seguido esa vía y te dijimos lo que encontramos. Prueba algo nuevo”. Dado que había entrado en el trip con una hoja de ruta, la planta reaccionó, como si se hubiese sentido atada. Ahora, a posteriori, creo que me equivoqué al no confiar en la iniciativa de la planta. Si la ayahuasca pudiera expresarse con palabras, estoy seguro de que me habría dicho, en ese primer viaje a Pupukea: “toma esta energía que te doy y corre con ella. Agárrate a uno de estos animales y cabálgalo. Nada te impide dispararte a nuevas alturas de conciencia y de vida”. Tal fue el mensaje que me llevé la primera noche en Pupukea Highlands.
Regreso con el doctor
Aproximadamente, dos semanas después de la sesión, acudí a mi cita en la consulta del oncólogo. Me recibió cálidamente y me comunicó los resultados de la analítica sanguínea que me habían hecho la semana anterior, los cuales mostraron que mis niveles CEA –el indicador de actividad cancerígena- no sólo era normal, es que estaba ¡¡por debajo del standard de los no enfermos!! Cuando me preguntó qué había hecho para lograrlo, le pregunté, a suvez, si había oído hablar de la ayahuasca. Su respuesta fue la predecible en un médico occidental, con una formación académica en medicina alopática. Llegué a explicarle que es una planta medicinal usada desde hace siglos en la Amazonía por chamanes y sanadores; al decir eso, arqueó sus cejas y se encogió de hombros, sin duda, preguntándose: “de dónde salió este chiflado?”. Al final de la consulta, me dijo: “tuviste mucha suerte”.
¿Tuve suerte? Quizás. Pero, decir sin más que mi curación fue fruto de la “suerte”, sin haber investigado la fármacodinámica del brebaje, supone ignorar siglos de práctica, de quienes han aprendido a convivir con las plantas y a entenderlas cuando hablan. De mi experiencia, he aprendido a respetar y escuchar a la planta, así como a aquellos que saben cómo tratar con su mundo. Con más experiencia, espero llegar a aprender ese lenguaje yo mismo. Pienso seguir tratando mi cuerpo y mi espíritu con ayahuasca y trabajando para enseñar a otros a respetarla. Como antiguo profesor, la docencia me debería resultar fácil. Actualmente, como activista, haré todo lo que pueda para liberar esta planta de las restricciones a las que la DEA la somete, de manera caprichosa y arrogante. Espero que los lectores de este escrito se unan a esta causa.