Breve historia del nacimiento del movimiento psicodélico.
(Tiempo estimado de lectura: 23 minutos)Abriendo las puertas
El ser humano ha consumido drogas a lo largo de toda su historia por multitud de motivos ancestrales, especialmente religiosos, que le exigían alterar su estado normal de consciencia para entrar en contacto, según el pensamiento mágico, con dimensiones y entidades sobrenaturales y conocimientos inaccesibles a la inteligencia ordinaria. Solo a partir de la modernidad se ha efectuado un uso plenamente profano de estas substancias. Al abandonarse muchas costumbres y creencias basadas en la magia y lo mítico, las drogas dejaron de tener un sentido sobrenatural para pasar al territorio de lo puramente humano y relacionarse con lo psíquico.
Como consecuencia directa, de esta transformación también surgió la paulatina represión de su uso, pues este largo camino hasta el siglo XX supuso, entre otras cosas, el triunfo de una visión casi exclusivamente positivista de la vida, donde todo rastro de pensamiento mágico y deseo de alteridad de la consciencia han sido recibidos como una regresión a estados primitivos. La sociedad moderna, especialmente una burguesía deseosa de abandonar el oscurantismo religioso y la superstición de tiempos pasados, provocó una radical transformación de la cultura humana hacia el racionalismo, con profundas consecuencias tanto positivas como negativas, entre las que se incluía el considerar patología todo estado mental alejado del funcionamiento considerado como “normal”. El resultado de todo este proceso es una sociedad basada en el pleno pragmatismo materialista y en la aplicación sistemática del progreso técnico en la vida cotidiana.
Ahora bien, pese al fulminante triunfo del racionalismo materialista iniciado en occidente y extendido progresivamente al resto del mundo, con multitud de consecuencias políticas, sociales y culturales, a la misma vez fue surgiendo una resistencia subterránea a esta situación. Es verdad que esta resistencia ha sido heterodoxa, irregular, no organizada y de resultados ínfimos en comparación con el poder de su enemigo, pero pese a ello no ha dejado de surgir periódicamente con una terquedad sorprendente, aun hoy día la vemos germinar de vez en cuando .
En ese contexto debe entenderse la historia del movimiento psicodélico, como parte de una resistencia a la imposición de una determinada interpretación del mundo, en el sentido de que, aun cuando no se es consciente de ello, consumir drogas supone contradecir la convención de que la mente es algo estable y únicamente dirigido al pragmatismo y la lógica de lo “normal”. Muchos de los que han consumido drogas lo han hecho como acto de rebelión ante esta convención, otros por ansia de conocimiento e iluminación, otros por curiosidad, y muchos otros por pura diversión, pero lo indiscutible es que dejarse llevar por el efecto de una droga psicodélica es abrir infinitas posibilidades de percepción al margen de lo ordinario y aceptado, algo que puede tener repercusiones demoledoras en el individuo, y a la larga en el colectivo. Es, en ése sentido, que las drogas psicodélicas pueden ser un medio de subvertir la visión de la vida tal y como es entendida por la sociedad mayoritaria. Esta subversión tiene en principio un carácter muy subjetivo, pertinente solo al individuo que ha tomado tal o cual droga, pero un uso masivo puede, tal y como se vio en la década de los 60, terminar por alterar en muchos aspectos las bases de la sociedad dominante.
Bajo esta perspectiva será tratada en este artículo la historia del consumo de drogas en tiempos modernos, historia que ha unido a incontables personas a lo largo de mucho tiempo en una búsqueda casi siempre inconclusa y que en demasiados casos ha acabado desastrozamente, pero que sin duda siempre ha resultado fascinante. Por supuesto, en este artículo no se dará por sentado que tomar drogas psicodélicas sea un acto positivo o iluminador, pero si se reclamara del lector la noción de cuan profunda y transformadora puede a llegar a ser tal experiencia. Este artículo intentará ser, por tanto, un homenaje a los protagonistas de esta prolongada exploración de la consciencia a través de las drogas, empresa que todavía tiene mucho que decir, y lo más importante, que resistir frente al uso puerilmente limitado de la mente que la sociedad actual nos impone.
Como ya hemos dicho, las drogas han estado presentes a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero no todas han sido valoradas de la misma manera. El alcohol, por su fácil elaboración y leves efectos en comparación con otras substancias, ha sido quizás la más usada hasta hoy, pero hay otras mucho más fuertes que han tenido que mantenerse por largo tiempo en las sombras de la clandestinidad, especialmente en occidente, donde, ya sea por causas religiosas, morales o legales, la sociedad se ha visto impelida a alejarse del contacto con substancias alteradoras de la consciencia mucho antes que en otras sociedades. Los poderosos se cuidaron de prohibir toda práctica con drogas, siempre con el objeto de proteger sus intereses. Es el caso de la represión de la brujería que hasta la edad media se extendía por toda Europa. El hecho de que la Iglesia se empeñara en interpretar estos rituales paganos como algo relacionado con el culto al Diablo, no evita que los hechos sobrenaturales que supuestamente tenían lugar en los aquelarres tuvieran más bien relación directa con trances producidos por substancias psicotrópicas. Por ello, las pócimas de las brujas, resultado de tradiciones milenarias directamente entroncadas en el chamanismo y los cultos paganos precristianos, fueron vistas como técnicas satánicas y suprimidas violentamente por la Inquisición. La Iglesia quería así mantener su monopolio religioso, pero sobretodo salvaguardar un tipo de moral muy concreto que servía como camisa de fuerza para casi toda la población. Lo mismo ocurrió en la colonias españolas tras el descubrimiento de América, donde fueron prohibidos muchos de los cultos indígenas, especialmente los que tuvieran que ver con el uso de las plantas aborígenes con alto poder alterador de la mente.
Arrastrando durante siglos esta leyenda negra, será a partir del siglo XVIII y XIX cuando el consumo de drogas comenzó a extenderse de nuevo en Europa de forma especialmente intensa. En el mismo momento que un médico irlandés llamado O’Shaughnessy acababa de introducir el hachís en la medicina occidental, indicándolo como tratamiento adecuado del ataque de epilepsia, el reumatismo, el tétanos o la infección de rabia, una serie de escritores y artistas especialmente inquietos lo iban a usar por razones lúdicas o creativas. No es que fueran los únicos, de hecho numerosas drogas seguían siendo usadas de muchas maneras más o menos toleradas (por ejemplo, a través de algunas medicinas tradicionales), pero fue cuando éstos artistas pusieron su atención en ciertas substancias, sobretodo buscando inspiración y motivos para sus obras, que se empezaron a filtrar en la cultura de una manera diferente, al margen de la religión o la medicina. Reflejaron sus experiencias con drogas de tal manera que sirvió para dar a conocer tales sustancias al público a través de potentes relatos, creando un contacto bastante profundo de sus efectos sin necesidad de probarlas, con la consecuencia de introducir mucha curiosidad en una sociedad ansiosa de emociones fuertes tras un largo periodo de represión moral.
Un contemporáneo de los románticos ingleses, Thomas de Quincey, será uno de estos primeros escritores que filtraron a través de sus obras una fascinación profunda por los estados mentales inducidos por las drogas. Con su Confesiones de un inglés comedor de opio provocó una fuerte conmoción (y en algunos casos un terrible escándalo) en numerosos espíritus ilustrados de su época, estimulando a muchos ávidos de aventuras en un mundo que parecía haberse vaciado paulatinamente de cualquier rastro de misterio. Éstos, como insectos atraídos por un farol, se sintieron automáticamente fascinados por la descripción de sus visiones, repletas de exóticas imágenes y extrañas sensaciones.
Thomas de Quincey
Sin embargo, Quince no se limitó a narrar los placeres que el opio podía ofrecer, también transmitió de forma muy gráfica y convincente sus horrores, incluyendo las miserias de la fuerte adicción que tuvo que soportar… algo que en realidad multiplicó en vez de disminuir el interés por una droga que aunque rara en occidente cada vez era más fácil de encontrar gracias a las campañas coloniales de Inglaterra en Oriente. De este modo fue inevitable que tras Quincey surgieran otros autores que querían seguir sus pasos. Fue el caso, por ejemplo, de Fitz Hugh Ludlow, médico que se especializó en el tratamiento de la adicción al opio tras leer el libro de Quincey y que se propuso escribir uno parecido pero con el hachís como protagonista, para ello dejó constancia del resultado de su ingestiones masivas (desorbitadas de hecho) de tal sustancia. Aunque menos conocida, su obra fue de mucha influencia en el futuro para multitud de psiconautas que decidieron experimentar por su cuenta y riesgo. Irónicamente, pese a ser su especialidad, Ludlow murió adicto al opio a la temprana edad de 34 años.
En Francia, por la misma época, un grupo de poetas y artistas también se congregaron en torno al opio (de hecho admiraron a Quincey e incluso uno de ellos, Alfred de Musset, tradujo su libro al francés) y sobretodo el hachís. Sería el parisino Club des Hachichins, nombre tomado de la leyenda árabe del Viejo de la Montaña. En este grupo formaban parte Teóphile Gautier, Balzac, Gerard de Nerval y otros lumbreras de la literatura y poesía de su época, todos ellos con fama de bohemios y libertinos. Sus obras, en muchos sentidos directamente inspiradas por las drogas, fueron introduciendo ideas muy antagonistas para la cultura respetable, con posturas que a veces se alejaban radicalmente de las convenciones de su época, algunas de ellas claramente subversivas respecto a la moral reinante o incluso a los principios del naciente pensamiento científico. Quizás el más famoso de ellos fuera Charles Baudelaire, quien escribiera Las Flores del Mal basándose explícitamente en sus experiencias narcóticas, convirtiéndose en un modelo para otros muchos escritores con aspiraciones de ser “malditos”. Pese a ello, Baudelaire siempre mantuvo una actitud reticente respecto al consumo no controlado de estas substancias.
Así, la lista de artistas que por esa época usaran drogas es larga pero muy significativa: William Blake, Poe, Percy Shelley, Oscar Wilde, Lord Byron, Rimbaud, Robert Louis Stevenson … etc, todos ellos convertidos con el tiempo en estandartes de la cultura moderna occidental.
Este resurgir del interés por la droga en occidente parecía formar parte de una gran corriente de curiosidad por la irracionalidad que en muchos aspectos ponía en cuestión las bases de la Ilustración iniciada poco antes. Aquí y allá se producían movimientos en contra del progreso científico, como puede ser el de los Ludditas que saboteaban fábricas, aunque, en ese caso, por razones claramente económicas y políticas. Sea como fuere, el final del siglo XIX supuso una época de importantes contradicciones, ya que frente al paulatino triunfo del racionalismo surgió subterráneamente un fenomenal interés por todo lo que se alejara de la razón científica, algo que se reflejó, entre otras cosas, en la obsesión por el espiritismo o la fascinación por la espiritualidad oriental y las tradiciones mágicas u ocultistas de la antigüedad. La misma Iglesia Católica, que comenzaba a declinar en su poder tras el resurgir del ateismo y las filosofías nihilistas, dejó cada vez más a un lado los aspectos espirituales del cristianismo para hacer hincapié en la moral. Como una epidemia de irracionalidad que respondiera a un ansia de nuevas creencias surgieron por toda Europa multitud de logias y sectas pseudoreligiosas que pretendían la posesión de secretos ocultistas, en un secreto juego de conspiraciones y contra-conspiraciones que en muchas ocasiones llegaron a influir en la política internacional de la época. Pretendidos magos, tan denostados como legendarios, como es el caso del británico Aleister Crowley, se presentaban ante la alta sociedad de su época como individuos peligrosos a la vez que intensamente atrayentes.
Crowley hizo un prematuro uso de drogas como el peyote o la cocaína para dar contenido a sus rituales mágicos. También hizo un constante alarde de una sexualidad atípica que le reportó la reputación de ser “el hombre más perverso del mundo” según el canon de la respetabilidad victoriana. Su imagen de campeón de la perversión y la fama de tener profundos conocimientos mágicos de gran alcance le hacía tener un aura irresistible para muchos y con el tiempo su fama ha crecido en muchos ámbitos que sobrepasan el mundillo del ocultismo, hasta ser considerado un pionero en la contracultura, ya que en algunos sentidos fue un modelo para el hippismo de los 60. Además Crowley fue de los primeros en plasmar sus visiones psicodélicas en imágenes artísticas por medio de acuarelas y dibujos de técnica muy variada. Por otro lado, al margen de toda la parafernalia simbolista y hermética, incomprensible para los “no iniciados”, muchos de sus escritos sobre algunos temas más mundanos destacan por una gran lucidez (además de un fino sentido del humor). Es el caso de su Texto Cocaína, a favor de la legalización de todas las drogas y en el que podemos leer cosas como ésta en referencia a las leyes americanas: “El absurdo de la contención prohibicionista se ha demostrado en la experiencia de Londres y otras ciudades europeas. En Londres cualquier padre de familia o persona aparentemente responsable puede comprar cualquier droga con la misma facilidad que puede comprar queso, y Londres no está llena de maníacos delirantes esnifando cocaína en la esquina de cualquier calle, ni que frecuenten el robo, la violación, el incendio premeditado, el asesinato, las fechorías en la oficina y la ocultación de traiciones, como se nos asegura que sería el caso si a las personas libres se les permitiera de buen grado ejercer un poco su libertad”
Aleister Crowley
Así pues, las drogas tenían un protagonismo importante en las estrafalarias creencias y prácticas de las numerosas sectas y logias que mezclaban tanto la sugestión y el engaño como una genuina exploración mental. Algunos escritores relacionados con logias de este tipo, como es el caso de Arthur Machen o Algernon Blackwood, reflejaron después en sus relatos de terror (obviamente exagerando la realidad) el ambiente entre desquiciado, erudito y libertino de estos grupos clandestinos normalmente frecuentados por gente de clase alta ya cansados de tanta represión moral.
Sin embargo, el interés humanista por las substancias psicotrópicas también apareció en ámbitos mas normales y respetables. A comienzos de siglo, el filósofo norteamericano William James (hermano del famoso escritor Henry James), también psicólogo, médico y artista, plasmó sus investigaciones en torno al fenómeno del misticismo en el libro La variedad de la experiencia religiosa, volumen que reúne una serie de conferencias que versan desde un punto de vista psicológico sobre la religiosidad y el misticismo al margen de los dogmas. En este libro James reserva un espacio para las experiencias con drogas (peyote, óxido nitroso, éter, etc), estudio que fomentó un interés sobre la relación directa entre misticismo y drogas que se ha prolongado hasta el momento.
Llegando a la primera postguerra, momento que dejó claro que, en muchos sentidos, el siglo XX (algo que al parecer no ha cambiado en el presente siglo) fue un inmenso caos regido por la tecnología y la codicia del capitalismo. Los denominados “adelantos” científicos se encarnaron de forma muy gráfica en las técnicas de muerte tan sufridas en las primera y segunda guerras mundiales. Así pues, no es de extrañar que en el primer cuarto del siglo la atracción por lo irracional se agudizara y que empezara a cobrar el revelador sentido de una profunda crítica a los avances de la ciencia y los “progresos” técnicos, por mucho que la tecnología también facilitara la vida del ciudadano medio en algunos casos. Asi que, frente a los avances de la física, química, biología o psicología, normalmente usados como herramienta de dominación por la clase en el poder, se fueron continuando movimientos culturales y artísticos, como fueron el expresionismo o el dadaísmo, que estaban marcadamente motivados por la irracionalidad en la medida que pretendían resistir frente a la sociedad racionalista (aunque profundamente desquiciada) que había permitido tales horrores. Después, el surrealismo surgió como la negación de los aspectos más represores de la razón, de hecho surgió como la búsqueda de una razón superior que no se quedara en la mera lógica pragmática cada vez más asumida, pero que tampoco se anclara en su radical negación nihilista. Este movimiento, que comenzó oficialmente en 1924, prestó toda su atención a los estados mentales no lógicos y subconscientes, como pueden ser el sueño o la locura, a los que concedió una cualidad superior de carácter revolucionario. Y aunque alejándose sensiblemente de sus principios, el surrealismo fue muy influyente en movimientos posteriores que concedían gran importancia a la exploración mental a través de las drogas.
Cuando la primera posguerra desembocó de nuevo en la tragedia y el mundo se vio inmerso en una nueva contienda, la sociedad ya había desembocado de lleno en la aridez de la era tecnológica, repleta de comodidades pero cada vez más vacía de otros aspectos cruciales para la vida. Tras el sangriento paréntesis de la segunda guerra mundial siguieron surgiendo mentes inquietas y actitudes críticas frente a lo que se consideraba lo normal o lógico y que con total evidencia estaba llevando al mundo a una situación de continua carrera armamentística nuclear, desastres ecológicos, explotación y desigualdades sociales en todo el planeta.
Durante todo este tiempo el consumo de drogas se había mantenido, aunque cada vez más en un ámbito de clandestinidad que solía relacionarse con el lumpen o la bohemia más tirada, normalmente músicos y artistas de todo pelaje que se movían por los márgenes de la cultura considerada decente. La droga era señal de bajeza, inmoralidad y crimen, y así se va reflejando en infinidad de novelas y películas moralizantes que muestran al drogadicto como un elemento perturbador dentro de la buena sociedad. Pero al margen de esta visión simplista y manipuladora, algunos pensadores y artistas seguían encontrando en las drogas una potente fuente de inspiración, transformando de paso su actitud ante la vida y también la de alguno de sus seguidores.
A mediados de los 40 y primeros 50 varios focos de interés por las drogas surgen en Estados Unidos. Aparecen así los artistas denominados beatniks. Son normalmente poetas, aunque también hay pintores, músicos o novelistas. Éstos plantan cara a la sociedad industrializada, especialmente en su versión americana, con un comportamiento que para su momento tuvo que resultar bastante radical. Aspiraban a ser como nuevos santos despojados de todo egoísmo y ansias de poder frente a la locura moderna: eran andrajosos en una sociedad obsesionada con el triunfo social y el lujo. Vistiendo con harapos, bebiendo en público, demostrando una moral sexual relajada (muchos eran homosexuales) y quizás lo peor, dejándose atraer por la música hecha por los negros, el jazz, y toda la cultura que la rodeaba.
Esta relación con los ambientes del jazz introduce la marihuana (droga tradicionalmente implantada entre la población negra o los blancos pobres) entre estos intelectuales tan distintos a aquellos exquisitos universitarios de antes de la guerra, de hecho muchos de ellos ni siquiera tienen estudios superiores, como ocurría con Neal Cassady, un buscavidas y bohemio que por su comportamiento alejado de las convenciones y su modo de expresión frenética sirvió de modelo para escritores como Jack Kerouac, hasta el punto de incluirlo como personaje en su novela En el Camino. Ahora bien, entre los beats destaca, en cuanto a uso de drogas, la figura desgarbada y siempre tocada con sombrero de Willian S. Burroughs, el autor de míticas novelas en torno a la heroína como Junkie o El almuerzo desnudo. Burroughs fue un verdadero laboratorio viviente, probando y escribiendo sobre multitud de drogas a lo largo de varias décadas. Su interés por la alteridad de la consciencia fue proverbial y su estudio abarcó gran cantidad de niveles que cubría la biología, la psicología o la sociología, vertiéndose en obras de ficción complejas y laberínticas que lindaban con lo fantástico y lo puramente experimental en cuanto a uso del lenguaje.
Pero el caso de Burroughs es especial, quizás tan solo equiparable al de su amigo Allen Ginsberg, ya que en general el movimiento beat puso casi siempre su atención en drogas mayormente corporales como pueden ser la heroína o el alcohol, muy tendentes a crear una fuerte adicción y por tanto a inducir obras oscuras y repletas de referencias a la locura o situaciones de miseria y terror existencial. Pero es un hecho que la obra más centrada en la heroína de Burroughs, sobretodo sus primeras obras, así como la de otros autores de su órbita (por ejemplo Alexander Trocchi), fueron muy influyentes en el intenso culto a los opiáceos que proliferó en los 70, cuyo ejemplo máximo lo encontramos en Lou Reed y su grupo Velvet Underground, asi como después en la legión de punks que tomaron parte de su legado. No sería hasta mediados de los 60, cuando algunos escritores beat se lanzaron a explorar abiertamente con drogas más mentales como el peyote, los hongos psylocibes o la LSD. Es el caso del ya citado Allen Ginsberg, uno de los primordiales impulsadores del movimiento hippie y mayores activistas a favor del uso masivo y libre del ácido.
Así es como entra en escena la LSD. Como suele ocurrir a lo largo de la historia de los avances científicos, el ácido lisérgico fue casualmente descubierto en 1938 por el doctor suizo Albert Hofmann. Este se encontraba trabajando en diferentes compuestos contra la migraña y otros fenómenos relacionadas con el sistema neurológico. Estaba extrayendo sustancias a partir del cornezuelo del centeno, hongo que desde la antigüedad tenía fama de ser venenoso pero que contenía varios ingredientes que eran interesantes desde el punto de vista medicinal, cuando accidentalmente absorbió una cantidad elevada de la versión número veinticinco de la LSD, la dietilamida del ácido lisérgico. Al poco empezó a sentirse extraño y decidió marcharse a su casa inmediatamente. Esta fue la razón del mítico viaje en bicicleta hecho por Hofmann y que después se inmortalizara en el papel secante de algunas partidas ilegales del ácido que descubrió y que sería consumido por millones de personas en todo el mundo. Hofmann se encontró así, de forma totalmente imprevista, con la sustancia psicotrópica más potente conocida hasta ese momento.
Hofmann, hombre de ciencias, pero además profundamente interesado en la filosofía y el arte, pronto se dio cuenta de que al margen de sus aplicaciones médicas, el LSD tenía un potencial diferente, podía utilizarse como fuente de inspiración artística y espiritual, con lo cual decidió ir dando a conocer la noticia a ciertas personas que consideraba aptas para ello. Con lo cual, el uso del LSD fuera de los laboratorios fue muy restringido en un comienzo, limitado exclusivamente a un círculo elitista de artitas y pensadores muy influyentes en la cultura de su momento. Esta fue una constante hasta mediados de los 60, cuando surgió un uso popular que negaba este privilegio de unos pocos.
Albert Hofmann en el laboratorio de Sandoz
Por supuesto, antes del LSD ya se sabía de otras drogas psicodélicas muy potentes, sobretodo plantas provenientes del sur y centro del continente americano. Éstas habían sido usadas desde hacía milenios por sus habitantes, como es el caso del cactus peyote, de donde se había extraído la mescalina ya en 1897, o los hongos psylocibes, llamados en lengua nativa de Oaxaca como teonanáctl (carne de los dioses) y que fueron descubiertos a comienzos de los años 30 para la cultura occidental por el botánico Richard Evans Schultes.
Estas drogas, de efectos asimilables a los del LSD (aunque de menor potencia y cualitativamente diferentes) también habían sido objeto de experimentación por algunos artistas y pensadores a lo largo de varias décadas, aunque de una forma que había llegado a un conocimiento muy reducido del público. El poeta y autor teatral francés Antonin Artaud, vinculado durante algunos años al movimiento surrealista, viajó en los años 30 a México y probó el peyote, de lo cual dejó constancia en varios escritos. Henri Micheaux, escritor y artista belga también tomó peyote, pero en su versión sintética: la mescalina, aunque después también se sumergió en el LSD. Tras sus experiencias escribió varios libros sobre sus efectos en un tono entre escéptico y maravillado, también produjo unos extraños dibujos en pleno viaje. Pese a su rendida fascinación consideraba las visiones de esta droga como una forma de trampa que desvía al psiconauta de lo más importante a la hora de evaluar la potente experiencia.
Por otro lado, en centro-europa, tras la Segunda Guerra Mundial había surgido un movimiento que se denominó como Escuela de Arte Fantástico de Vienna. Había sido creada entre otros por Ernst Fuchs y Arik Brauer. Esta corriente artística era una desviación del surrealismo que dejaba a un lado sus aspectos políticos más revolucionarios para centrarse en la pura ensoñación y una moderna re-interpretación de mitos y símbolos religiosos. El carácter fuertemente visionario de este movimiento hizo que algunos de sus participantes dirigieran su atención a las drogas psicodélicas más conocidas de ese momento. Especialmente Fuchs, que tuvo una influencia innegable en el arte psicodélico que surgiría dos décadas después, con unas magníficas obras llenas de colorido y formas sinuosas que éste identificaba como manifestaciones angelicales y que provenían de sus experimentos con la mescalina.
Ahora bien, paralelamente al uso que se hacía de estas drogas en los ambientes culturales de Estados Unidos o Europa, había también un interés más reservado por parte del ejercito y las oficinas de inteligencia de las potencias de ambos lados del Telón de Acero. Tras la segunda guerra mundial las drogas pasaron a formar parte del armamento secreto de la guerra sucia y del espionaje. El ejercito americano, por ejemplo, invirtió gran cantidad de dinero e involucró a infinidad de personas, éstas a veces sin conocimiento de lo que estaban haciendo en realidad, para la invención de la “droga de la verdad” o para crear substancias que dejaran al enemigo inservible para defenderse. A raíz de esto algunos miembros de la contracultura de los 60, especialmente de la Nueva Izquierda, llegaron a insinuar que el uso masivo de drogas por parte de la gente joven a finales de los 60 y comienzos de los 70 no era más que parte de una estrategia para desmontar la creciente resistencia política frente al sistema. Sea esto verdad o no, existen pruebas de que la CIA usó como conejillos de indias durante años a gran cantidad de población civil (por no hablar de infinidad de presos y enfermos en psiquiátricos) para probar el efecto de gran cantidad de substancias de potencial uso militar. Sea como fuere, la expansión masiva del uso del LSD o la psilocibina para usos recreativos pudo ser realmente consecuencia indirecta de un descontrolamiento de estos experimentos, quizás porque en las mentes militares no cabía que estas nuevas “armas” tuvieran otro tipo de aplicación que no fuera la guerra y la dominación.
Por otro lado, en parte promocionado por oscuros intereses gubernamentales y en parte por el puro interés médico de encontrar alternativas a las técnicas de curación existentes, las drogas psicodélicas también fueron utilizadas por la psiquiatría como forma de terapia contra algunas enfermedades mentales y neuronales. Para ello se fueron creando corrientes psiquiátricas expresamente centradas en el uso de drogas psicodélicas ya sea como tratamiento de choque o como apoyo de las sesiones de psicoterapia. Estas corrientes diferían en el uso de los psicodélicos, unas las veían como meros inductores a una psicosis, es decir, éstas provocaban un ataque psicótico de forma controlada en presencia del psiquiatra, o bien era considerada una oportunidad de apertura a dimensiones mentales que servía a los médicos para comprender mejor a sus pacientes. Esta segunda opción fue muy criticada por la medicina oficial y dio lugar a subcorrientes que se consideraban a si mismas antipsiquiátricas, por la forma de tratar al paciente y por la misma consideración de su estado mental como un estado de consciencia más que una enfermedad. Sea como fuere, al poco se demostró su utilidad en diferentes frentes tanto médicos como sociales, como podían ser la adicción al alcohol o la reintegración de presos violentos. Pero llegado el momento toda investigación con LSD y drogas parecidas fueron prohibidas (sin justificación científica alguna). Aun así, los años que duró estas experiencias hicieron vislumbrar unas positivas aplicaciones que no pudieron desarrollarse.
Así pues, en este contexto de un conocimiento cada vez más general de estas drogas, el camino hacia el consumo creciente y descontrolado por parte de mucha gente al margen de los iniciales círculos elitistas o médicos era más que irremediable. Tarde o temprano la buena nueva se iba extendiendo por todos sitios. Surgían artículos de prensa que hablaban de los efectos de estas drogas misteriosas en términos normalmente sensacionalistas y morbosos, aunque todavía no en un sentido demasiado negativo, lo cual iba ampliando la curiosidad enormemente. Todavía no había reparos de hablar abiertamente sobre ello, incluso se veía por algunos como algo novedoso y chic en una sociedad no se sentía tan amenazada por lo que después sería visto como una plaga que ponía en peligro las bases de la civilización post-industrial.
Los acontecimientos terminaron por desembocar en lo que podemos llamar el movimiento psicodélico, el cual surgió con fuerza y descontroladamente, extendiéndose rápidamente por todos sitios. Al margen de cualquier tipo de organización o definición, fue una especie de espíritu colectivo que sacudió la cultura y la sociedad de su momento. Por mucho que después se quisiera interpretar como una mera moda lanzada desde los mismos medios de comunicación y los principales iconos de la cultura pop, el consumo de drogas respondía a un llamado impreciso pero que caló hondo en una generación predispuesta a los cambios radicales y la aventura vital. Tomar una droga era un medio de transporte instantáneo hacia algo indefinido, una catapulta que impulsara los cambio de forma más rápida, aunque al final, en la práctica, se convirtiera para mucha gente en un fin en si mismo.
En poco tiempo surgió toda una cultura mutante alrededor de las drogas que abarcaba todos los aspectos de la vida, desde la forma de vestir hasta la música, desde las creencias religiosas a la política. Pese a no contar con una verdadera organización este amplio e informe movimiento tenía sus códigos y consignas, sus profetas, sus mártires y sobretodo los libros de culto necesarios para iniciarse en estos nuevos territorios. Entre estos textos “sagrados” e inaugurales se encontraba Las puertas de la percepción y Cielo e Infierno de Aldous Huxley. Este prestigioso escritor inglés asentado en California había estado experimentando con mescalina desde comienzos de los 50 y a raíz de sus experiencias escribió estos dos textos cruciales para la difusión de este tipo de drogas entre intelectuales y estudiantes universitarios. Las Puertas de la Percepción toma su nombre de la famosa cita del poeta William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran abiertas el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas”. Posteriormente también el grupo The Doors tomaría esta frase como referencia.
Aldous Huxley
Huxley consideraba que las drogas debían ser usadas con libertad, pero solo por una élite preparada cultural y espiritualmente, había que controlar su utilización por la gente “corriente” ya que no estaría preparada para experiencias de ese tipo. Parar crear este círculo privilegiado se encargó de dar a probar la mescalina y después LSD a muchos intelectuales importantes, pero pronto contó con la oposición de quien prefería que la droga fuera probada libremente y sin control alguno por quien quisiera. Cuando falleció en 1963 (enfermo de cáncer y bajo los efectos del ácido en el momento de morir) no pudo llegar a asistir a la explosión psicodélica, pero le dió tiempo a comprobar como las drogas se iban escapando de estos círculos culturales privilegiados.
Esta explosión tuvo varios factores cruciales. Uno de ellos fue, sin duda, la labor de Ken Kesey como heraldo del LSD. Kesey estaba en 1962 elaborando su primera novela, la famosa Alguien voló sobre el nido del cuco y para intentar conocer la locura desde adentro decidió presentarse voluntario a un programa del ejército vinculado al proyecto secreto MKULTTRA (usos militares de las drogas). Ahí pudo probar la mescalina, la psilocibina y finalmente la LSD, sustancia que le dejó impresionado. Decidió en ese momento dar a conocer tal sustancia por todos los medios posibles. Para ello organizó a los Merry Pranksters, un grupo de lunáticos ataviados con ropas de colores que recorrían el país a bordo de su autobús equipados con potentes equipos de sonido (Jerry García de los Grateful Dead iba con ellos) e imagen, campanas, instrumentos orientales, luces, y sobretodo droga, mucha droga, que iban dando a probar a todo aquel que se atreviera.
Otro factor crucial fue el profesor Tim Leary, respetado psicólogo que impartía clases en Harvard y que tras interesarse profundamente en la psilocibina y la LSD terminó por ser expulsado como docente. Leary se convirtió en poco tiempo en un estandarte del movimiento psicodélico, rodeándose de acólitos y miles de seguidores entre los universitarios e intelectuales de medio mundo, hasta el punto de ser detenido y encarcelado.
A partir de 1966 explota en todas partes el consumo de drogas psicodélicas, siendo cruciales para la gran cantidad de cambios sociales y culturales que se dieron en la época y que aun hoy perduran en sus consecuencias, pero hasta aquí llegamos con esta breve introducción a la historia del movimiento psicodélico. Existen infinidad de libros que tratan sobre el tema que el lector interesado puede consultar y que le servirán para profundizar en una historia fascinante e inabarcable.
Fuente: http://www.mentesdeacido.net
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Comentarios (3)
muy bueno!
super, gracias!
[...] en América Central y Caribe.A mediados de los años sesenta con la llegada del movimiento psicodélico, se extendió rápida y masivamente entre la juventud americana y europea, asociada [...]