Adicción y Shamanismo Budista, Jacques Mabbit
(Tiempo estimado de lectura: 32 minutos)El Monasterio de las Cuevas del Bambú
A 130 kilómetros al noreste de Bangkok, capital de Tailandia, el tren me llevó a Lopburi de donde me trasladé, fuera de la ciudad, al Monasterio budista de Wat Tham Krabok. Desde que leí el artículo de Surya Green sobre el original tratamiento de la adicción en este lugar, deseaba conocerlo directamente y aprender de esta experiencia única en su género. Iba a lograr mi objetivo. En medio de una vegetación tropical, rodeado por el circo de las colinas rocosas de Prong Prab, descubrí entonces un conjunto de edificios y casitas adornado en todas partes por enormes budas meditativos. Un hombre de hábito color ocre, la cabeza rapada, se mantenía en cuclillas sobre un montículo de piedritas amontonadas. Los dedos protegidos con rústicos dedales de jebe o cuero, golpeaba metódicamente unas enormes piedras que reducía al tamaño de ripio. Era un monje, sonriente y tranquilo, que irradiaba una gran paz interior a pesar de lo aburrida que me parecía su tarea cotidiana. Con esa misma serenidad, entre olores de mangos y hierba luisa, desde hace más de treinta años, los monjes Tudong han acogido millares de adictos thai y extranjeros a los que atienden con un tratamiento sumamente rápido, eficaz y poco convencional.
Una figura carismática
El desarrollo del Monasterio de Tham Krabok y de sus actividades terapéuticas está directamente vinculado a la personalidad carismática de su responsable, el Abad Phra Chamroon Parnchand.
Nació en Lopburi en 1926 y más tarde se trasladó a estudiar en Bangkok. En 1945, a los 20 años, se incorpora a la Real Policía Thai donde demuestra muy rápidamente habilidades, al punto de ganar en 1948 una distinción por sus servicios en la represión del crimen. Se dedica a la detección, arresto y persecusión de narcotraficantes. A medida que el tiempo pasa y asciende en grado, los peligros aumentan en su trabajo:
“Me di cuenta que tenía que encontrar algo para reducir los riesgos” recuerda Phra Chamroon. “La mayor parte de los budistas buscan un poder exterior, algo como un secreto de la naturaleza. Me fijé en un legendario metal que se suponía daba a su poseedor una protección sobrenatural contra todo tipo de adversidad. Cuando empecé a buscarlo, sentí crecer un poder dentro de mí. Poco a poco, se manifestó una sabiduría que consolidó mi confianza para moverme en situaciones peligrosas sin ser afectado.
“Luego, un día que me encontraba sentado en pose de meditación, lo que no es una práctica extraña en Tailandia, tuve una visión. Vi a un monje vestido con una brillante ropa color pardo. Me preguntó: «Si hay algo mejor que el metal que buscas, lo aceptarías?» Dije que sí. Entonces mi interés por este metal se disolvió. Yo quería esta «cosa mejor». Para encontrar qué era, ¿qué más me quedaba sino seguir el camino del monje? Ello parecía ser el mensaje de mi visión.”
Para seguir este camino, fue al encuentro de su tía, una mística sumamente respetada por su dimensión espiritual. En Tailandia, el papel de las religiosas budistas se limita generalmente a atender a los monjes. En este caso, su aura era tal que un número creciente de monjes se acercaba a ella para buscar consejos espirituales. En este papel de líder espiritual, era considerada asexuada y afectuosamente llamada Luang Poh Yai, “muy reverendo padre”. Cierta gente la estimaba como una auténtica santa dotada de sorprendentes poderes sobrenaturales que había alcanzado la iluminación espiritual.
Guiado por Luang Poh Yai, el joven coronel de 27 años abandona la policía para ser ordenado monje en la secta esotérica de los monjes Tudong. Deja también una esposa y dos hijas: “Dejé una pequeña responsabilidad para llevar una mucho más grande” añade Phra Chamroon.
Empieza entonces su iniciación durante los primeros cinco años en diversas partes de Tailandia y Camboya. Tiene que vivir solo, aislado en la selva o en cuevas, como es la tradición de los Tudong. Evoca largos ayunos. Una de las lecciones de esta época que le gusta citar: “Es más fácil vivir con animales salvajes en la jungla que con la gente de nuestra época”.
Vuelve con su tía que le servirá de guía y maestra espiritual hasta su muerte en 1970. Su hermano menor se le une y hasta hoy lo sigue asesorando en el Monasterio, dedicándose a trabajos de investigación y de arte. En 1957 se agrupa con 9 monjes Tudong para vivir en las cuevas de las colinas de Prong Prab. Por la forma cilíndrica de las cuevas, se llaman “las cuevas del bambú” o “tham krabok” en idioma thai. Darán nacimiento al actual monasterio (wat en thai) . En 1959, cuando el número de monjes ascendió a 30, el Gobierno Thai decreta la prohibición del consumo de opio. Por la influencia de los comerciantes chinos, existía desde hace tiempo un consumo tradicional de opio. De la noche a la mañana mucha gente, incluso de edad avanzada, se encuentra en la ilegalidad. Algunos buscan consejo cerca de los monjes para poder dejar su antiguo consumo de opio.
Phra Chamroon recuerda: “Se acercó un campesino que fumaba opio. No le podía decir que se vaya pero no sabía cómo hacerle parar el hábito de toda una vida. De manera instintiva, le dije:« El loto es una flor sagrada. Cada vez que quiera consumir opio, mastique una flor de loto en reemplazo». Luego consulté con mi tía y me dictó una composición de plantas purgativas y hablamos sobre el significado del sajja o voto sagrado. Es así como monjes y pacientes llegaron a conocerme.”
En 1960 el monasterio de Tham Krabok contaba con 60 monjes y se atendió, hasta 1962, 10.000 adictos, aunque no había en esa época registro de pacientes ni publicidad del tratamiento. Este se va perfeccionando hasta adquirir pronto su fórmula actual, la misma desde hace 30 años. Se establece un registro de pacientes que se mantiene en estricto anonimato, lo que permite acoger discretamente adictos de toda clase: el indígena de las tribus del Triángulo de Oro al Noroeste de Tailandia, el fumador de opio (se atendieron 3.000), el joven heroinómano de las afueras de Bangkok, el funcionario de la policía o del gobierno que se dedica a inhalar cocaína, el “junkie” europeo que vaga en Asia con la “hierba”… Contrariamente a opiniones establecidas, Phra Chamroon subraya que, según su experiencia, la seudo inocente marihuana (ganja o kancha en Tailandia) “arruina a la persona y es más resistente al tratamiento, deprime el sistema nervioso y la calidad humana”.
En 1975, Phra Chamroon Parnchand se hace famoso al recibir el premio Ramón Magsaysay considerado el equivalente del Premio Nobel para los países asiáticos, “por haber curado a miles de adictos a las drogas con un tratamiento en base a plantas medicinales y espiritualidad, de alta eficacia a pesar de ser un método no ortodoxo”.
En el transcurso de más de treinta años de funcionamiento, el Monasterio de Tham Krabok recibió unos 80.000 pacientes y Phra Chamroon declara un porcentaje de éxito del 70%. El Monasterio es muy conocido en Tailandia y países vecinos. Algunos periodistas de televisiones extranjeras inician la visita de pacientes foráneos (Europa, Estados Unidos, Australia) que ahora representan aproximadamente 5% de los internos. Se aceptan pacientes de ambos sexos, pero las mujeres, que suman el 20% de los adictos de Tailandia, sólo alcanzan el 5% de los candidatos al internamiento. E1 paciente típico de Tham Krabok es varón, joven (y cada año más), consumidor de heroína. Se puede observar diariamente la llegada de 5 a 20 nuevos candidatos para el original tratamiento de Tham Krabok.
A los 67 años de edad, Phra Chamroon trata de preparar su sucesión: “Estoy empezando a ser demasiado viejo para subir a los cocoteros. Pero puedo utilizar mi conocimiento para mandar a otros arriba.” Está rodeado de unos 150 monjes y monjas de los cuales el 40% son ex-adictos curados en Tham Krabok.
Tratamiento
Durante mi estadía de 8 días en Tham Krabok en el año 1990, tuve plena libertad para observar los pasos seguidos por los pacientes. Phra Achim, un ex-junkie alemán curado a11í y transformado en monje me hizo el favor de guiarme y traducirme las entrevistas ya que casi nadie hablaba otro idioma que el thai. Phra Achim había retornado a Alemania por 4 años luego de su tratamiento en Tham Krabok, pero decidió finalmente volver a Tailandia para dedicarse a una vida monástica.
Cuando un adicto se presenta a Tham Krabok, se lo recibe entre la 1 y las 5 p.m. Llena un formulario con la historia de su adicción y una breve descripción biográfica. El monje encargado de la recepción le hace la inevitable pregunta: “¿Tiene un sincero deseo de abandonar su adicción por toda la vida?”. A la menor duda o demora en responder, el candidato es simplemente rechazado. La motivación del paciente es considerada fundamental para el éxito del tratamiento. Phra Chamroon precisa: “Cualquier adicto puede dejar el consumo si está lo suficientemente determinado para ello. El éxito de la cura depende de esta decisión.” Tal decisión está reforzada por el hecho que se ofrece una sola posibilidad de curación a cada individuo: no hay segunda oportunidad. En realidad, es posible que, discretamente, se aceptara a un eventual reincidente, pues el Monasterio tiene fama de no negar su ayuda a nadie.
Si es aceptado, el paciente firma libremente un documento en el cual acepta en pleno conocimiento alienar temporalmente (10 días) su voluntad a los monjes. Ello significa que éstos no cederán a sus súplicas, especialmente durante la fase inicial de desintoxicación (5 días), donde el síndrome de abstinencia se manifiesta a veces de manera muy intensa. El paciente quedará bajo vigilancia permanente de los monjes que durante este tiempo podrán decidir por él.
El adicto entrega sus efectos personales y su dinero, que les serán integralmente devueltos a su salida. En un cuarto designado para ello, se procede a una revisión completa del sujeto (por si hubiera droga escondida) y se le da la ropa del Monasterio, sarong para las mujeres y pantalones cortos o paño rojo con polo blanco para los varones. Este uniforme muy conocido en la región lo identificará inmediatamente si escapa del Monasterio, con el riesgo de ser detenido por la policía y devuelto al mismo.
El primer paso en el tratamiento, y considerado como elemento esencial, es el voto pronunciado ese mismo día por todos los nuevos internos a las 6 p.m. Este voto o SAJJA se da delante de la imagen del Señor Buddha, sentado serenamente sobre un sencillo altar en un pequeño templo invadido por el olor a incienso. Los no budistas lo dirigen a su Dios o al Universo. El sajja es un compromiso de nunca volver a consumir drogas ni comercializarlas ni inducir a nadie a su consumo. Como lo precisa el Abad de Tham Krabok, “el sajja o voto inaugura una nueva etapa aunque no borre el pasado. Cuando se saca una rama de un árbol para plantarla y que crezca, el viejo tronco permanece.”
Los internos pasan entonces al Centro de tratamiento donde un monje les explica brevemente lo que pueden hacer y lo que no en el Monasterio durante su estadía. Desde este momento entran en abstinencia completa a inmediata de las drogas que consumían.
En seguida empieza la purificación con plantas medicinales. Los pacientes, en ayunas desde por lo menos el medio día, acuclillados en fila en una parte del patio, reciben unos 2025cc del famoso yotak, una decocción de alrededor de 100 plantas, raíces y cortezas medicinales. La mayor parte de las plantas medicinales utilizadas crecen alrededor del Monasterio, el resto (20%) proviene de diferentes partes del país. Luego de una breve espera de 5-10 minutos para que el brebaje haga efecto, el sujeto ingiere una gran cantidad de agua (hasta 5 a 7 litros). Los pacientes que pasaron esta primera fase de 5 días ayudan a los novatos a ingerir rápidamente la mayor cantidad posible de agua. Otro grupo los anima mediante cantos, aplausos, bromas, y el ritmo de unas enormes tumbas. Muchas de las canciones han dado la vuelta a Tailandia y se ven algunas frases escritas en las paredes de las ciudades, como por ejemplo esta canción:
“Es tiempo de parar de veras Si esta vez no paras, morirás. Fumaste y lo inyectaste demasiado tiempo Es tiempo de parar. Si llegas a ser un viejo adicto Sufrirás terribles achaques. Todos lo sabrán si vuelves a las drogas Estarás siempre herido dentro de ti. Si no paras esta vez, morirás.”
A los pocos minutos de ingerir la pócima, los pacientes empiezan a vomitar violentamente y de manera espectacular durante 15 a 30 minutos. La purga hace efecto expulsando la droga del cuerpo. Esta fase penosa y dura constituye un momento clave del tratamiento. El paciente, cansado, se va a bañar y tomar un caldo caliente -sopa de arroz con un poco de verdura- y huevo remojado 2 días en agua salada, antes de descansar en el cuarto reservado a la primera fase del tratamiento. En esta sala, con los colchones juntos, los pacientes quedarán cinco días bajo have, saliendo únicamente acompañados de los monjes para las sesiones de curación (poción emética y sauna). Disponen de un baño con ducha. Se les entrega la comida a través de una ventanilla.
Los días siguientes, al amanecer, se repite la misma cura vomitiva hasta culminar el quinto día. En las tardes, los pacientes van media hora al sauna de vapor con plantas medicinales donde siguen eliminando los residuos tóxicos acumulados en el organismo. Esta eliminación sudoral se fomenta con la ingestión de otras amargas pócimas depurativas. Se puede así observar una ritual fila de pacientes disciplinados, encabezados por un monje, dirigirse todas las tardes hacia uno de los dos saunas. Pasan delante de un montículo de piedras donde sigue, imperturbable, nuestro monje del inicio dando martillazos a la roca. Tras el sauna, otro monje activa el horno para calentar los 150 litros de agua donde mezcló anteriormente algunas plantas (Hierba Luisa, castrol tree, glory morning). Es un monje singular, un gigante de raza negra: Phra Gordon es un hijo de Harlem que estudió sociología y se encontró luego envuelto en la guerra de Vietnam. Durante un viaje descubrió Tham Krabok y decidió quedarse.
A las 6.30 p.m. el paciente recibe obligatoriamente algunas tabletas de plantas medicinales hechas en el Monasterio, esta vez con eliminación por vía rectal. Los pacientes pueden hacerse masajes mutuos para enfrentar los calambres y dolores musculares del síndrome de abstinencia. Los monjes no pueden tocar el cuerpo de otro ser humano, por lo que tampoco pueden pacer masajes.
Durante esta fase del tratamiento, los pacientes no pueden utilizar jabón, champú, detergentes ni pasta dental ya que producen un efecto contrario a las plantas medicinales, al parecer debido esencialmente a los olores que emanan de esos productos de aseo.
En todo momento, algún monje está disponible para atender cualquier demanda de los pacientes, conversar con ellos, aconsejarlos. El ambiente es fraterno y cordial. Se mantendrá así pasta el final de la estadía.
Al terminar esta primera fase, se considera al paciente libre de drogas. Pass a otro ambiente donde permanecerá un mínimo de cinco días más para su recuperación y descanso, estando su cuerpo aún impregnado por las plantas ingeridas. Esta vez, las puertas están abiertas, pero no pueden pasar del patio, claramente delimitado por un pequeño muro. Los pacientes están invitados a trabajar en las diferentes tareas del monasterio, las huertas y los talleres, siempre bajo la supervisión de un monje. Si prefieren descansar, no se les obliga al trabajo. Tienen también acceso a revistas o libros.
A los diez días, se considera que el tratamiento básico ha terminado y el paciente puede solicitar su salida. Sin embargo, se les recomienda permanecer un mes para dar tiempo a la reubicación de sus perspectivas futuras. Es lo que pace la mayoría de pacientes. En lo ideal, Phra Chamroon considera que se necesita 4 a 6 meses para favorecer la completa transformación de vida. En todo caso, a los diez días se invita nuevamente al paciente a pronunciar el sajja (voto), esta vez sano y con la mente lúcida. Además, Phra Chamroon le enseña un mantra personal escrito sobre un pedazo de papel que el paciente es invitado a memorizar al instante, para de inmediato tragarse el papelito. El mantra permanecerá secreto. En la misma ceremonia le entrega una medalla que le servirá de protección. Cada vez que el paciente se sienta mal o en peligro, podrá así reconectarse con Tham Krabok y la fuerza protectora que de allí emana. El mantra está compuesto por dos o tres palabras del idioms sagrado, el pali, y debe ser recitado en forma repetitiva. Son generalmente el inicio de frases de textos de sagradas escrituras. Finalmente, los pacientes trocan el polo blanco por un polo rojo que manifiesta el cambio de situación dentro del Monasterio.
Algunos pacientes desean integrarse como monjes al Monasterio. El reglamento de Tham Krabok permite comprometerse a una vida monacal por períodos definidos y luego volver a una vida normal. Es de tradición en la sociedad thai que los hombres dediquen algunos meses o años de su juventud a vivir como monjes, raparse el cráneo y vestir la ropa monástica. Los pacientes pueden participar en las meditaciones y oraciones cotidianas en el templo siempre que lo deseen. No existe ninguna obligación de carácter religioso. La meditación constituye sin embargo un recurso valioso para el paciente una vez que sale del Monasterio.
A partir del décimo día, la ingestión de tabletas de plantas medicinales es facultativa. Luego de la jornada de trabajo se mantiene el baño de sauna a las 2.30 p.m. Durante toda la permanencia en Tham Krabok se recomienda a los pacientes tomar duchas frecuentes para facilitar la depuración. Los familiares no tienen derecho a visitas los primeros cinco días. Si traen comida, los monjes la revisan antes de entregarla. Durante el tratamiento la comida es buena y variada pero se excluyen totalmente alimentos fríos o helados. Hemos presenciado visitas de grupos escolares que en forma preventiva vienen a observar el efecto concreto de las drogas en sujetos de carne y hueso. Las espectaculares vomitadas colectivas son lo suficientemente impresionantes como para convencer a niños y adolescentes del sufrimiento que representa el camino de las drogas.
Finalmente se propone a los pacientes seguir una formación laboral en alguno de los talleres del Monasterio: carpintería, metalurgia, costura, electrónica, música, transformación de plantas medicinales, horticultura, fabricación de estatuas, etc. A1 volver al mismo ambiente y círculo relacional, se aumentan los riesgos de reincidencia. Esta preparación está por ende destinada a dar al sujeto perspectivas diferentes de vida al salir del Monasterio. La confianza del entorno en el valor del tratamiento es también muy importante para fortalecer al sujeto curado. Phra Chamroon insiste en el logro de cambio total del paciente gracias a la curación y el compromiso del sajja: “La gente que se curó aquí es gente ya diferente. Si los familiares tienen la menor duda al respecto, ello equivale a empujarlos de nuevo hacia las drogas.”
Con relación al aspecto económico, vale subrayar que el proceso curativo es gratuito, los monjes proporcionan alimentación, tratamiento y hasta una alocación diaria para la compra de útiles de aseo. Se entrega también cigarrillos a los pacientes autorizados a fumar tabaco fuera de los locales. No es raro tampoco ver a algún monje fumar un cigarrillo. El costo del tratamiento por los 10 días claves es de 50 dólares americanos. Los pacientes aportan económicamente si pueden y lo desean. También tienen la oportunidad de retribuir al Monasterio mediante la participación activa y benévola en las tareas cotidianas. La gratuidad se debe al hecho que ningún paciente debe ser inhibido de solicitar ayuda por cuestiones económicas. Phra Chamroon precisa además que este trato fomenta en los pacientes un sentimiento de deuda hacia el Monasterio que sólo puede ser pagada manteniéndose alejados de las drogas y fieles a su voto solemne.
Medicinas naturales y espiritualidad
A pesar o tal vez a causa del éxito del tratamiento no ortodoxo que propone Phra Chamroon en Tham Krabok, tuvo que enfrentarse a diversas críticas en diferentes frentes que suelen oponerse pero que aquí, curiosamente, hacen colusión y se asocian. La oposición surgió tanto de la comunidad científica convencional como de la comunidad religiosa budista tradicional y también de los representantes legalistas del gobierno.
El Ministerio de Salud prefiere ignorarlo porque, de otra manera, tendría primero que detenerlo por ejercicio ilegal de la medicina… Por lo tanto, no apoya al Monasterio ni se interesa en estudiar la metodología empleada a pesar del creciente problema de las drogas en este país. Según Phra Chamroon, todos los países tienden a minimizar su incidencia de adictos a drogas y en Tailandia considera que ésta bordea el millón de personas.
Por otro lado, algunos científicos critican el tratamiento de Tham Krabok por carecer de criterio científico. Ponen en duda la tasa de 70-75% de éxito en el tratamiento, ya que el registro de pacientes no respeta las metodologías que ellos defienden. El Monasterio afirma que hay un seguimiento a los 6 meses y al año de los pacientes egresados mediante cartas a su domicilio a informaciones de amigos y familiares. Sin embargo, por respeto a las promesas de anonimato, los monjes no permiten el acceso a sus registros. Phra Chamroon da respuesta a esas críticas de la manera siguiente:
“Creo mis estadísticas correctas. ¿Por qué tengo que probar algo a los demás? La prueba para mí es más que suficiente. Si yo pensara que mis primeros pacientes están mintiendo desde hace 30 años, no seguiría tratando. En lugar de críticas, ¿por qué los escépticos no mandan pacientes aquí? Se puede aprender más de la experiencia directa que de números sobre un papel.”
Sin embargo, sorprende a priori sobremanera que la misma comunidad budista critique a un ilustre representante religioso, quien a través de su acción promocionó como pocos monjes un acercamiento al budismo más allá de las fronteras nacionales.
Es que Phra Chamroon no sólo creó un tratamiento original sino también una nueva orden budista adaptada a los fines que perseguía y a su visión del budismo. Por tradición, los monjes budistas Theravada (literalmente: “camino de los mayores”) se limitan al estudio y la meditación, rehusando comprometerse con problemas humanos individuales. Phra Chamroon cree, por el contrario, en la necesidad de un compromiso activo con el bienestar de los demás. En otras palabras, violó el Vinaya, un código de conducta para monjes budistas de más de 3.000 años de antigüedad. Este código prohíbe, por ejemplo, trabajos físicos fuertes mientras que en Tham Krabok los mismos monjes construyen los locales, cargan los costales de maíz, cultivan la tierra. Se atiende mujeres cuando tradicionalmente un monje no puede siquiera recibir una copa de té de las manos de una mujer. Las relaciones muy estrictas entre monjes y monjas en ámbitos tradicionales se ven cordiales y naturales en Tham Krabok.
Sin embargo, la secta Tudong estableció en Tham Krabok exigencias estrictas y claras para con los monjes: no pueden tocar dinero para fines personales, no ingieren ninguna comida a partir del medio día hasta la mañana siguiente, no pueden viajar con ningún medio de locomoción que no sean sus propios pies. Así, para recibir el premio Magsaysay de manos del Embajador de Filipinas, Phra Chamroon tuvo que caminar los 260 kms hasta Bangkok ida y vuelta. Cada año, los monjes efectúan una caminata en grupo durante unos 9 días (puede durar hasta meses en ciertos casos), cargando ellos mismos al hombro lo estrictamente necesario. Se los ve caminando en fila con una larga sombrilla que les protege del sol en el día y a la cual acoplan un mo squitero para hacer de carpa durante la noche. Este peregrinaje o tudong tiene como finalidad “acumular sabiduría limitando las comodidades físicas para lograr la felicidad interior”.
Es de notar que hasta algunos defensores de la metodología propuesta en Tham Krabok parecen acogerla para amputarle mejor su parte esencial. Es que Phra Chamroon insiste en toda ocasión en el hecho que las plantas medicinales juegan un papel importante pero secundario en el tratamiento, pues lo esencial es de orden espiritual. Los clásicos tabúes de la cultura occidental hacia lo “religioso” se manifiestan en un intento permanente de reducir los fenómenos del Espíritu a meros juegos psicológicos. En otros términos, niegan al mismo autor del tratamiento un mínimo de inteligencia sobre sus actos y su proceder. Si bien es cierto que Phra Chamroon en persona no ignora los factores psicológicos a incluso los maneja con habilidad y fineza, no se detiene en este concepto psico-somático del ser humano a insiste en introducir en la ecuación humana la incógnita espiritual, su dimensión trinitaria.
Notamos en la categoría de refuerzos psicológicos al tratamiento: el gran respeto tradicional de la sociedad thai hacia los monjes en general; la motivación inicial del paciente estimulada mediante la extrema valoración del compromiso personal; el apoyo activo de los pacientes más avanzados en el tratamiento hacia los recién llegados; el trato amable y fraterno de parte de monjes muy dedicados, día y noche. No se considera a los pacientes como delincuentes o seres perversos y anormales. Estos saben que muchos de los monjes que los cuidan han pasado por el mismo camino y lograron salvarse. Se nota en Tham Krabok un ambiente estricto y libre a la vez, firmeza y cariño, autoridad y respeto. Dentro de un marco claramente delimitado y no negociable, existe un espacio para bastante flexibilidad y trato humano. Todos esos factores bien usados juegan un papel innegable. En la creencia popular, volver a las drogas después de pasar por Tham Krabok equivale a morir o estar en total desgracia. Phra Chamroon lo reconoce: “El éxito no es sólo de las plantas medicinales. Solo el 20% se debe a las medicinas, mientras que la motivación para dejar la droga al entrar al Monasterio constituye una poderosa fuerza curativa”.
La esencia espiritual se expresa alrededor del voto o sajja. La motivación del paciente se formaliza y alcanza dimensiones sagradas mediante la ritualización del compromiso.
“La historia demuestra que las acciones del Buddha fueron excelentes. Esta excelencia tiene suficiente poder para influenciar a otros. El adicto se conecta con esa excelencia mediante el sajja y quien recibe el voto.”
Cuando Surya Green le pregunta si la adicción no es reemplazada por la dependencia creada por el voto, Phra Chamroon contesta francamente: “Sí. Uno tiene que depender hasta donde no tiene que depender.”
En términos generales, muchas terapias para la adicción a drogas ofrecen un soporte religioso o social. Mientras se mantiene el vínculo con el grupo, el tratamiento funciona y hay abstinencia; cuando la ligazón se disuelve, hay gran peligro de retorno a la adicción. En este caso, Tham Krabok crea una relación más sutil de seguridad y protección a través del vínculo espiritual que representa el sajja, vínculo interiorizado como compromiso a la propia imagen de la divinidad que alberga cada ser humano. La entrega del mantra final y de la medalla materializa el invisible canal de comunicación con el Monasterio y el Abad y, mediante ellos, con las divinidades o fuerzas universales invocadas durante el sajja.
Se revelan las dimensiones del poder espiritual puesto en juego cuando Phra Chamroon aclara el significado del sajja:
“El auténtico significado de sajja es «verdad». Verdad significa que uno hace lo que dice. Pero tan importante como quién da el voto es quién lo recibe. Debe ser alguien cuidadosamente escogido. Alguien que inspira respeto y constituye un modelo a seguir. El dador del voto es una batería vacía que el recibidor tiene que cargar. Si están al mismo nivel no hay beneficio.”
Este encuentro con una dimensión sagrada propiciada por Tham Krabok mediante el sajja, si bien toma en cuenta el contexto religioso de Tailandia, no es un atributo del hombre thai o de los países asiáticos en general. Como lo precisa el Abad de Tham Krabok, alcanza la profundidad de la naturaleza humana:
“El pueblo Thai tiene fe en la religión: yo toco este punto. Pero cualquier persona, del Oriente o del Occidente, tiene algún sajja en su mente o en su corazón, algo en lo que cree. Les corresponde a los que elaboran métodos terapéuticos, donde estén, encontrar un sajja adecuado a su propio contexto cultural.”
El sajja no es un contrato hacia la sociedad ni alguna regla moral externa al sujeto sino un auto-compromiso hacia el propio Espíritu que habita en cada ser humano y que anima el universo. No se trata tampoco de un voto vinculado a alguna institución religiosa sino una promesa íntima de no destruirse. En sujetos en gran parte desresponsabilizados, esa actitud les restituye autoridad sobre su adicción y sobre el “mal colectivo”, punto de apoyo a partir del cual retoman dominio sobre su propio destino personal y su participación en la dinámica social.
Como comentaba elocuentemente Phra Achim, que había errado por años como junkie y distribuidor en todos los países del Oriente y conocido las cárceles en Turquía: “Si tú buscas alguna razón que llevó a un adicto a la droga, le estás ofreciendo una excusa. Ello no lo ayuda, más bien esta justificación lo disculpa. Uno tiene que admitir haber hecho mal, sin justificación alguna. ¡Todos los pobres no se drogan!”
Phra Chamroon precisa esa dimensión del sajja:
“Por mi parte, me gustaría recibir un voto de toda la gente en el mundo. El compromiso de no auto-destruirse y ni siquiera decirlo o pensarlo. Si todo el mundo tomara este voto, tendríamos un mundo sin armas ni guerras.” En otras palabras, construyendo la paz interior se establece también la paz exterior.
Se ve ahí que no se trata sólo de murmurar algunas palabras para cumplir un formalismo, sino que Phra Chamroon plantea este acto en términos energéticos, como lo haría cualquier buen curandero.
Y así entendemos que, discretamente, Phra Chamroon moviliza poderosas fuerzas curativas que nacen de su profunda naturaleza de terapeuta heredada de fuentes ancestrales. Sabemos que su padre sabía de plantas para curar. Su larga iniciación le permitió adquirir poderes curativos del mismo modo que en todas las tradiciones iniciáticas shamánicas. Algunos dicen que heredó en gran parte los poderes de su tía fallecida.
Escuchamos varias historias curativas durante nuestra estadía en Tham Krabok. Su amable secretaria y traductora, Rambhai Singhsumalee, nos contó cómo en caso de necesidad Phra Chamroon podía usar su poder personal para “cargar” con su energía cualquier hoja o planta a la mano y utilizarla como medicamento: “A veces, el Abad pide una planta cualquiera de la cual saca tres hojitas para tratar, por ejemplo, el dolor de cabeza de algún paciente, aunque a esta planta no se le conozca esa virtud. También utiliza su saliva para parar la hemorragia de una herida o deshinchar una rodilla inflamada…”
Surya Green cuenta cómo un día vio a una mujer acercarse al Abad con un bebito enfermo en los brazos. Sin una palabra, agarró una botella con una pócima medicinal hecha a base de plantas medicinales y la sostuvo por un momento en sus manos. Luego sopló en la botella. La mujer se fue alegre con su remedio. Este procedimiento nos evoca evidentemente la tradicional “soplada” encontrada en muchas tradiciones curativas del mundo.
Durante nuestras entrevistas, vi cómo la gente esperaba que termine la conversación para coger el vaso de té medio lleno que dejaba en la mesa y tomarlo con avidez, considerando que lo que tocaba el Abad tenía fuerza curativa. En otra oportunidad, mientras me hablaba mirándome fijamente, un individuo que parecía mentalmente perturbado se acercó a él y con muchas contorsiones le empezó a tocar el brazo y la espalda para luego tocarse la cabeza como si hubiera recogido alguna sustancia milagrosa del cuerpo del Abad. Este quedó imperturbable, prosiguiendo la charla como si este hombre no existiera, sin manifestar rechazo ni molestia ni tampoco alguna atención indirecta, mientras el sujeto parecía alegrarse sobremanera por esta gracia.
Pero fue mi propia experiencia lo que me convenció más profundamente. El trato del Abad fue aparentemente frío y duro al inicio hasta que estalló en una risa generosa que alumbró su cara mientras conversábamos. Previamente me había hecho esperar varios días para una entrevista con él, aceptando recibirme desde el inicio pero sin fijar el día ni la hora. Tuve la sensación de que quería cansar el eventual curioso y medir mi real interés tal como lo hacía con sus pacientes. Esos días me parecieron larguísimos: no había nada que hacer sino esperar en un contexto donde nadie podía comunicarse conmigo. Sin duda, esta reserva se debía en parte al hecho de que soy médico y que ya muchos galenos u otros científicos habían acudido a él para tratar de arrancarle algún secreto en relación a su tratamiento, especialmente a la composición botánica de su brebaje. Se supone que la pócima suma propiedades eméticas, laxativas y psicótropas (hay quien sugiere que contiene semillas psicoactivas de datura sp. sin dar cuenta de la fuente de su información). Pero Phra Chamroon había decidido desde el inicio mantener un total secreto. El motivo aducido más frecuentemente es la necesidad de evitar la comercialización de la mezcla de plantas y que alguien se beneficie económicamente del conocimiento ancestral puesto aquí gratuitamente a disposición de los más necesitados. Phra Chamroon también lo presentaba a veces bajo este ángulo y evocaba las posibilidades de use incorrecto de la pócima. Sin embargo, cuando decía: “los que me ayudan en la composición de la purga no conocen la fórmula exacta”, entendimos que aludía a otra dimensión del preparado y no específicamente a una cuestión de dosis o metodología en la elaboración de la pócima. Y nos lo confirmó personalmente cuando precisó:
“Si lo doy el preparado y lo analizas científicamente, encontrarás por ejemplo 9 principios activos, pero el décimo se lo escapará porque es invisible, ES EL ESPIRITU.”
Cuando Phra Chamroon se dio cuenta que mi intención no era precisamente de orden “técnico” sino más bien tratar de captar algo de la esencia de su acercamiento al problema de la adicción, acogió mi solicitud con gentileza. Considera que lo que realiza en Tailandia podría muy bien aplicarse en otros países con las evidentes adaptaciones culturales, ya que no son las plantas lo fundamental de su metodología sino la evolución espiritual de quien se dedica a curar. El espíritu no tiene fronteras ni es propiedad de ninguna religión. Por lo tanto, está dispuesto a transmitir algo de su sabiduría a quien esté realmente dispuesto a acogerlo con respeto. Así dice:
“Estoy dispuesto a dar a los que desean recibir. Pero las voces que solicitan mi ayuda son demasiado débiles. No se dejan escuchar.” Y frente a las múltiples críticas que recibe de diversos frentes, justifica su obstinación de seguir curando apoyándose en una verdadera y noble compasión budista: “Es solamente mirando a los adictos que vienen que sé que debo continuar”.
Phra Chamroon me guió hasta el sajja, pronunciado en thai:
“Creo que hay un poder más allá de mí mismo que me trasciende. Creo que hay acciones buenas y acciones malas, pensamientos buenos y pensamientos malos, palabras buenas y palabras malas. Creo en la virtud de la acumulación de acciones, pensamientos o palabras buenas. Deseo acercarme a este poder para el beneficio de los demás. ”
Me aconsejó, interpretando mis sueños durante mi estadía:
“Acumula las buenas acciones, serás así siempre más y más fuerte. Tienes que ser más fuerte que el adicto para ayudarlo. Tus acciones son pasadas, presentes y futuras: permanecen. Si das un vaso de agua a alguien debes tenerlo previamente en tus manos. Medita, concéntrate, a cada instante. Todo el tiempo que pasas meditando no es tiempo perdido. Actúa según lo naturaleza profunda.” Y terminó con esa promesa: “Te enseñaré en tus sueños, hasta en inglés…” Cumplió con su promesa. Me hizo ver que son los hombres bondadosos quienes construyen el mundo y que esa bondad es fuerza viril, distinta de un sentimentalismo efusivo y débil, y que los actos dicen más que las palabras.
Ahora, me acuerdo de vez en cuando del monje sentado a la entrada de Tham Krabok sobre su montículo de piedras, rompiéndolas con esa paciencia asiática, esa serenidad de buddha, apaciguado. De sólo imaginármelo me tranquilizo como si tuviera entre sus manos la fuerza de romper lo más duro, como si el espíritu que manifiesta en su humilde trabajo pudiera rajar todo corazón de piedra, el más resistente al amor. Me parece que posee algo de eternidad y que, mágicamente, mientras me agito en mi vida cotidiana él, con la seguridad de los que ya saben, en un gesto regular y acertado, a cada golpe sigue disolviendo y derritiendo los nudos más amargos de la vida de los demás. Creo que esa fuerza misteriosa que encarna nos susurra algo del Espíritu.
Diez dias de cura con hierbas en Wat Tham Krabok
Estoy escribiendo para proporcionar información de primera mano y mis sensaciones sobre el programa de desintoxicación de los químico-dependientes en Wat Tham Krabok. No es para convencer a nadie de dejar el consumo de heroína, alcohol a otra cosa ya que si quieres consumirlo, nada lo detendrá. La materia prima está prácticamente disponible en todas partes, y cada uno la envuelve con una cantidad de auto-justificaciones necesarias para asegurar la próxima toma. Pero si decides dejar, y estas buscando una alternativa razonable a las convencionales curas occidentales de desintoxicación, encontrarás algún interés en mi experiencia.
Me fui a Wat Tham Krabok luego de haber llegado a la conclusión que había sido químico-dependiente casi todo el último cuarto de siglo.
Empezé a fumar hachís a los 13 años y llegué luego a consumir ganja diariamente. Psicodélicos, “speed” y “reds” eran artículos de fe a los 17 años. A los 19 años, troqué mi consumo de dos años de cocaína por los sabores del sureste asiático. Más tarde me volqué hacia los tranquilizantes y el alcohol ya que eran legales y fáciles de conseguir. Cuando finalmente mi doctor le puso fin, volví a patear latas en la calle.
Probé de vez en cuando sedantes cuando trabajaba en un hospital del Estado. Mi camera en salud prosiguió muchos años con promociones ocasionales, matrimonio a hijos. Mi dosis cotidiana de alcohol y tabaco me era fácil de racionalizar, incluso cuando llegué a ser el supervisor de sala de la unidad de desintoxicación. Me gustaba decir que también trabajaba con diabéticos y que ello no significaba que tenía que dejar el consumo de azúcar.
En esta época mis ingresos eran lo suficientemente Buenos como para permitirme la porción de cocaína para el almuerzo. Después de todo, cualquier buen Yuppie lleva su cucharita como una distinción al mérito, y la cocaína en los años 70 era sólo una manera sexy de dejar entrever su opulencia. Atribuí mis dos divorcios a la dificultad relacional de la mujer norteamericana. El alejamiento de mis amigos se debía evidentemente a sus problemas de personalidad.
Vine finalmente a Asia. No había cocaína cerca, así que la sustituí con Whisky del Mekhong y seguí adelante como antes. Cinco años más tarde, me desperté con otra “resaca” al final de una larga serie y decidí dejar las drogas.
Logré que me prestaran dinero para comprar un pasaje y empecé un largo viaje de 22 horas en ómnibus hasta Saraburi, arreglandómelas para quedar lo suficientemente estupidizado todo el camino. En la esquina antes del templo, me compré media botella de whisky y me senté a meditar sobre diez días sin botella, tabaco, píldoras ni polvos. Como iba a ser el más largo periodo de abstinencia en los últimos 23 años, me sonaba como una suerte de infierno. Terminé mi jarra y fui a registrarme. Si hubiera habido una lista de espera, dudo si me hubiera lanzado a la piscina.
El programa es muy sencillo. Durante un periodo de diez días, se desintoxica a la gente con una combinación de plantas medicinales y de baños de vapor. El tratamiento es administrado por monjes, siendo la mayoría ex-adictos que culminaron el mismo tratamiento. Los primeros cinco días apuntan a limpiar completamente el cuerpo de toda droga. Los siguientes cinco días refuerzan la desintoxicación y le permiten a uno reconstruir su fortaleza y autoestima en un lugar físicamente bello, induciendo al descanso y la introspección.
Tal vez el aspecto más notable del programa es la calidad de interacciones entre los monjes y los residentes. Una atmósfera de apoyo y atención individualizados impregna el monasterio. Es evidente apenas uno entra, y creo que uno se lleva un poco de ella al momento de salir. En ningún momento sentí un trato condescendiente hacia mí. Tampoco me sentí como paciente a otro objeto de un conjunto.
Mi estadía fue como sigue. Me presenté embriagado en la tarde del primer día, y luego de una breve entrevista con un monje, me dijeron que podía quedarme si aceptaba las reglas del Monasterio. Piden básicamente lo siguiente: no tomar té, café ni bebidas gaseosas; no comer helados; no utilizar jabón, champú, detergente ni pasta dental los primeros 5 días; no tomar medicinas, pastillas ni otra cosa sin autorización; obligación de culminar los 10 días; mantenerse dentro del área de desintoxicación del monasterio; tratar al mismo, a los monjes y los demás residentes con respeto.
La prohibición del consumo de bebidas, helados, medicinas o productos de aseo se debe a la posibilidad de reacción adversa con las plantas medicinales que se administran. Uno debe aceptar quedarse el ciclo completo porque las hierbas que se toman los primeros cinco días actúan para expulsar las toxinas del cuerpo y se mantienen en el organismo por cinco días más. Si uno sale a los cinco días a ingiere drogas o alcohol, el efecto sería intenso y tal vez riesgoso.
Aunque Wat Tham Krabok no esté en procura de la bendición de la comunidad médica institucionalizada, este tipo de percance tendría consecuencias deplorables no sólo para el propio individuo sino también para el monasterio. El resto de las reglas es un código elemental de buenas maneras.
Después de haber aprobado el reglamento, me fui a un vestuario donde tuve que entregar mis ropas y pertenencias. Me dieron el uniforme, pantalones y polo rojos, que llevan todos los residentes, y guardaron mis cosas hasta mi salida. Me autorizaron a quedarme con un libro y mi diario luego de revisarlos. Mis paquetes cerrados de cigarrillos fueron entregados al cuidado de los monjes. Los paquetes abiertos y otros efectos personales no se permiten en vista de anteriores intentos de trocarlos por droga.
Un monje alemán que hablaba inglés me orientó en relación a las reglas, la organización y la rutina diaria. Sus visitas cotidianas, sus consejos, sus libros y su amistad eran de gran aprecio y necesarios. Una vez más, no noté aquí ni una pizca de enjuiciamiento o de relación médico-paciente.
A las 6 p.m. de la primera tarde, los cinco nuevos fuimos llevados a una sala donde prestamos juramento de nunca jamás volver a consumir heroína, alcohol a otro tipo de droga. El voto se da delante de un monje y debe ser dirigido a sí mismo, a una deidad, o a alguna fuente de poder de su elección. No existen imperativos de tipo religioso. Algunos residentes son musulmanes, otros cristianos y muchos han sido devotos a nada más cósmico que la amnesia inducida por las drogas.
Luego del voto, retornamos al dormitorio y nos pusimos los sarongs para estar listos para tomar la primera dosis de plantas medicinales. La cocción de hierbas es de color oscuro, de fuerte olor y feo sabor. Se toma con agua y causa vigorosos vómitos durante unos 15 minutos
Nos arrodillamos junto a baldes de agua. Colocaron tinajas frente a nosotros. Un monje nos dio a cada uno un trago de la medicina seguido por un sorbo de agua. Pasaron cucharones y empezamos a tomar agua en serio. Después de varios llenos fue que empezó la cosa. Una multitud de mirones nos animaba a seguir tomando agua y vomitándola. La escena era decididamente extraña: cinco personas a gatas en el suelo frente a otras 30 que reían, cantaban o aplaudían. En la sala contigua se escuchaba en la televisión un video de Madonna a todo volumen.
Cuando pensaba haber perdido no sólo mi estómago sino las uñas de mis pies y el grueso de mis memorias también, la sesión terminó. Después fuimos llevados a la cantina para cenar una sopa de arroz, huevo y Ovaltine. Alas 9 p.m. fue la reunión nocturna para alentar y asignar tareas a los que habían estado más de 5 días. Después de pasar lista, los nuevos residentes pueden ir a dormir.
Los días empezaban temprano. Los monjes nos levantaban a las 5 a.m. Los que tenían tareas tempranas, como limpiar el dormitorio, los baños y los campos hacían su trabajo. El resto de nosotros tratábamos de recuperarnos y prepararnos para el día. A las 6.30 a.m. se distribuyen los cigarros y cupones usados en lugar de dinero.
El templo da a cada persona 20 baht por día en forma de cupones que pueden ser cambiados por comida en la cantina. Si quieres cigarros o comida extra, lo los dan y lo pasan la cuenta al final de la estadía. Mi cuenta por 10 días, incluyendo los cigarros, fue menos de 700 baht, de los cuales 200 fueron donados por el templo.
Tal vez el costo neto de 50 baht al día tiene mucho que ver en la falta de apoyo a los esfuerzos del templo de parte de los establecimientos médicos Occidentales. Sé que en América, el pasar una cuenta de $20 dólares por diez días en un centro de desintoxicación, sería causa de investigación inmediata. En un mundo que cree realmente en el valor de las movidas caras y de alta tecnología, no es popular ni educado sugerir lo contrario.
A las 7 a.m. todos los residentes que habíamos estado allí cinco días o menos fuimos reunidos para otra dosis de la medicina. Si la escena del día anterior era improbable, la visión de 30 hombres retorciéndose con los espasmos hubiera hecho que cualquier película de Fellini se viera como una clase de catequismo.
Era difícil para mí sentir que tenía alguna dignidad humana mientras vomitaba el alma sobre una tinaja frente a 30 personas totalmente extrañas, pero la escena no era totalmente ajena. La auto-degradación, aunque no siempre en formas tan obvias como ésta, es un precio bastante normal cuando estás alimentanto un hábito.
Después de la sesión, nos duchamos, comimos y luego descansamos hasta las 3 p.m. A esa hora, todos los residentes fuimos a los baños de vapor de hierbas, que duran 20 minutos y hacen maravillas. Continuaron diariamente, y era sin duda lo que más me gustaba del tratamiento.
La cena se servía a las 5 p.m. en la cantina. Había para elegir normalmente entre tres tipos de comida, la mayoría muy condimentada, aunque uno de los platos era lo suficientemente suave como para paladares occidentales. Había agua y Ovaltine para tomar.
A las 6 p.m. llegó la gente nueva, y el ciclo diario se completó.
Los primeros cinco días de toma de la medicina son difíciles. Aunque el síndrome de abstinencia clásico es raro, el vómito es desgastante. Tratas de dormir en una cama de madera, no puedes usar champú, jabón o pasta de dientes, y simplemente no es divertido. Pero es sorprendente lo rápido que lo adaptas.
A medida que lo sistema se limpia, lo cuerpo se siente más fuerte, duermes mejor y empiezas a comer. La quinta noche lo dan una cama blanda, y lo sientes en el cielo. Te bañas con jabón, lavas lo ropa y cepillas tus dientes (más celestial aún). También ayudas en las tareas. No son trabajos duros, y son realmente un descanso bienvenido.
El décimo día fui con los monjes para los cantos de la tarde. A1 día siguiente, repetí mi voto frente a un monje. Me sentía claro, sorprendido y fuerte. Pagué mi cuenta, recogí mis ropas y me fui.
Regresé a mi casa y descubrí que mi esposa se había ido con otro borracho en mi ausencia (no somos los únicos adictos a las cosas; normalmente recogemos co-dependientes en el camino). Por lo menos me salvó del suspenso de saber cómo reaccionaría frente a un intenso stress emocional. Si esto hubiera ocurrido un mes atrás, estaría aún en un bar discutiendo por ello y culpándola por mi borrachera. Sin embargo, siento que esta sobriedad durará incluso si no hay mucho en este mundo que lo haga.
Si todo esto ha sonado como un anuncio de “tómense-las-manos-y-experimenten-la-rehabilitación”, entonces que así sea. No me importa mucho si mi calma actual es producto de la superstición, si estaba dentro de mí todo el tiempo, o si me la regaló Papa Noel vestido de Batman. Y realmente no me importa demasiado ni pienso acerca de si durará para siempre. Duró hoy todo el día, y eso es suficiente.
Como dije al principio, si no estás interesado esto no cambiará nada. Si lo estás y esto ayuda, me alegra.
DR. JACQUES MABIT
Médico, fundador del Centro Takiwasi
Artículo publicado en Revista Takiwasi, No2, pp. 57-78, Takiwasi Ed., Tarapoto, Perú
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