“Espiriteria”: Cómo produce el cerebro experiencias religiosas y místicas
(Tiempo estimado de lectura: 15 minutos)La hiperactividad del sistema límbico hace posible la unión entre materia y espíritu, revela la neuroespiritualidad
Nuestro cerebro es capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de trascendencia, gracias a una hiperactividad en el sistema límbico o cerebro emocional. Este hecho, revelado por la neuroespiritualidad, supondría la anulación de la antítesis clásica entre materia y espíritu. También sugiere que la espiritualidad sería una facultad cognitiva más de nuestra especie. Francisco J. Rubia.
La palabra neuroespiritualidad quiere expresar el hecho de que el cerebro es capaz de producir experiencias espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de trascendencia.
A mi juicio, este hecho es de una enorme importancia, porque la antítesis clásica entre materia y espíritu queda prácticamente anulada en el cerebro, que, siendo materia, es capaz de producir experiencias espirituales. Es la razón por la que he llamado en otro lugar al cerebro “espiriteria”, o sea una contracción entre espíritu y materia.
Pero antes de explicar por qué podemos decir que el cerebro produce experiencias espirituales, quisiera definir lo que se entiende por “espiritualidad”.
Si consultamos el Diccionario de la Real Academia Española encontramos lo siguiente: “Naturaleza y condición de espiritual”, definición que no nos convence porque es sabido que lo definido no debe entrar en la definición.
A continuación buscamos lo que se entiende por “espiritual” y leemos: “Perteneciente o relativo al espíritu”. De nuevo un resultado parecido, por lo que buscamos la definición de “espíritu” y encontramos lo siguiente: “Ser inmaterial y dotado de razón”. Esta última definición nos lleva a plantearnos si el Diccionario de la Real Academia Española está a la altura de los tiempos.
Esta definición es completamente absurda desde el punto de vista neurocientífico, ya que lo que viene a decir es que los seres inmateriales, presuponiendo su existencia, tienen cerebro, ya que no hay razón sin cerebro.
El Diccionario de Oxford nos define la palabra espiritual de la manera siguiente: “Relacionado con el espíritu o alma y no con la naturaleza física o materia”. En esta definición, el espíritu se contrapone, de manera dualista clásica, a la materia. Pero ya hemos dicho que esto no es válido para el cerebro, por lo que esta definición no nos satisface tampoco.
Hay otra definición también del mismo Diccionario respecto a la palabra espiritual que dice: “tener una mente o emociones de una alta y delicadamente refinada calidad”. Esta última definición se acerca más a lo que vamos a tratar en esta conferencia y entendemos por espiritualidad.
La espiritualidad estudiada por la ciencia
Lo que quiero plantear hoy aquí es que el cerebro, como hemos dicho, genera experiencias que se han llamado espirituales, religiosas, divinas, numinosas, místicas o de trascendencia gracias a la hiperactividad de estructuras que pertenecen al sistema límbico o cerebro emocional, y que se encuentran en la profundidad del lóbulo temporal.
Esta hipótesis se ve apoyada por los experimentos que el neurocientífico canadiense de la Universidad Laurentiana en Sudbury, Ontario, en Canadá, Michael Persinger, realizó en los años ochenta del pasado siglo, experimentos con sujetos voluntarios normales y sanos utilizando la estimulación electromagnética de los lóbulos temporales, pudiendo en ellos producir la sensación de presencias de seres espirituales.
Curiosamente, estos seres espirituales eran siempre de la religión a la que pertenecían los individuos en cuestión. Así que ningún cristiano vio nunca a Buda, a Alá o a Manitú, de la misma manera que ningún budista, mahometano o indio vio nunca a Jesucristo o a la Virgen María.
En esos mismos años, concretamente en 1980, el neurocientífico estadounidense Arnold Mandell, actualmente profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, publicó un libro titulado Toward a Psychobiology of Trascendence (Hacia una psicobiología de la trascendencia), en el que decía que tanto las anfetaminas, como la cocaína y otras drogas alucinógenas constituían un puente farmacológico hacia la trascendencia, porque disminuían la síntesis de serotonina, un neurotransmisor cerebral que inhibe las estructuras límbicas del lóbulo temporal con la consecuente hiperactividad por desinhibición de esas estructuras que producen las experiencias espirituales, numinosas, divinas místicas o de trascendencia.
El papel de la dopamina
Hoy sabemos que la ingesta de LSD, psilocibina, DMT o mescalina, es decir drogas llamadas “enteógenas”, reducen la actividad de células que contienen serotonina.
La serotonina inhibe las neuronas que contienen dopamina, otro neurotransmisor cerebral implicado en estas experiencias, por lo que una reducción de la actividad de la serotonina aumenta por desinhibición la descarga de las células que contienen dopamina.
Quisiera explicar que la palabra “enteógena” fue acuñada por el profesor de filología clásica de la Universidad de Boston, Carl Ruck, y por su etimología significa “dios generado dentro de nosotros”. Estas drogas alucinógenas o enteógenas han sido llamadas así por que permiten el acceso a una segunda realidad en la que los sujetos dicen entrar en contacto con sus dioses.
Que el neurotransmisor dopamina está implicado en estos fenómenos es apoyado por los siguientes hechos: Un gen del receptor de dopamina, el DRD4, se asocia de manera significativa a medidas de espiritualidad y auto-trascendencia; por otro lado sabemos que trastornos debidos a un exceso de dopamina, como la esquizofrenia y el trastorno obsesivo-compulsivo se asocian a aumentos de espiritualidad y religiosidad; y que los fármacos anti-psicóticos que bloquean la acción de la dopamina a nivel del sistema límbico disminuyen las conductas y los delirios religiosos en los pacientes.
A la vista de estos hechos, yo propondría una definición de espiritualidad algo distinta a las definiciones que he mencionado anteriormente. La espiritualidad podría definirse como “El sentimiento o impresión subjetiva de alegría extraordinaria, de atemporalidad y de acceder a una segunda realidad que es experimentada más vívida e intensamente que la realidad cotidiana y que está producida por la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional”.
La sensación de alegría, felicidad o bienaventuranza viene mediada por la producción cerebral de endorfinas, sustancias parecidas a la morfina que el propio cerebro produce como analgésicos y sin las cuales los ejercicios musculares extenuantes no podrían realizarse por el dolor que produce la acumulación de ácido láctico. De ahí que los corredores de maratón o los atletas de alto rendimiento tengan experiencias placenteras que quieren repetir siempre que pueden.
He tenido un doctorando que, a pesar de haber tenido una terrible experiencia en las Dolomitas, y que cayó treinta metros en vertical fracturándose varios huesos en cara y cuerpo; en cuanto se repuso de sus terribles heridas volvió de nuevo a escalar montañas.
La sensación de que esa segunda realidad es más intensa que la realidad cotidiana se explica por la estimulación de la amígdala, estructura límbica del lóbulo temporal, que es la que añade el componente emocional, de importancia y de familiaridad a todas las experiencias vividas. La hiperactividad de esta estructura explica también el fenómeno del déjà vu, en el que el sujeto tiene la impresión de familiaridad de un lugar aunque nunca estuvo en él.
En mi libro La conexión divina explicaba los fundamentos neurobiológicos de las experiencias místicas, experiencias que generadas en el cerebro se proyectan al exterior, algo que solemos hacer también con la primera realidad o realidad cotidiana que pensamos que está “ahí afuera” cuando en realidad es en gran parte una construcción cerebral.
Quisiera detenerme un poco en este punto que parece contraintuitivo, como dicen los anglosajones. Lo que nosotros tenemos por “realidad exterior” es, repito, en gran parte una construcción cerebral.
Por ejemplo, en la visión, los colores no existen en la naturaleza; ahí afuera no existen más que radiaciones electromagnéticas de distintas longitudes de onda que, al incidir sobre los fotorreceptores de la retina se traduce en potenciales eléctricos, los llamados potenciales de acción, que son todos iguales no importa si provienen del ojo, del oído, del olfato, del gusto o del tacto.
De manera que los colores, los olores, los sonidos, etc., son atribuciones de las respectivas cortezas sensoriales a esas informaciones que llegan de los órganos de los sentidos. Si, por ejemplo, se lesiona la corteza visual primaria en el lóbulo occipital, el paciente deja de ver colores y de soñar con ellos.
Esto no es nada nuevo. Descartes, en el siglo XVII sabía que las cualidades secundarias dependían del sujeto, que no existían objetivamente en las cosas. Y en el siglo XVIII, el filósofo napolitano Giambattista Vico, en su libro La antiquísima sabiduría de los italianos, decía que “si los sentidos son facultades activas, viendo hacemos los colores de las cosas; degustándolas sus sabores; oyéndolas sus sonidos, y tocándolas hacemos lo frío y lo caliente”.
Se cuenta que los discípulos del filósofo empirista irlandés George Berkeley discutían sobre si cuando un árbol caía en el bosque y nadie estuviera presente se oiría algún ruido. Por lo que hoy sabemos, evidentemente no, ya que el ruido es una atribución del cerebro a los potenciales de acción que proceden del oído.
Experiencias espirituales y religiones
Las experiencias espirituales, son seguramente la base sobre la que descansan las religiones. Todos los fundadores de religiones han tenido experiencias espirituales o místicas intensas.
Por eso se puede decir que no hay religión sin espiritualidad, pero sí existe espiritualidad sin religión, lo que significa que el término espiritualidad es un término más amplio que el de religión. Espiritualidad sin religión la tenemos, por ejemplo, en lo que podríamos llamar corrientes filosóficas, como el budismo, el jainismo, el confucianismo y algunas formas del hinduismo.
El budismo, por ejemplo, no es una religión, sino una filosofía. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche la llamaba “fisiología del alma”. Y no es una religión porque en ella no hay dioses. Lo que yo mismo he podido observar en templos budistas de China y del Japón es un desarrollo que nada tiene que ver con la doctrina. Esos templos se asemejan a los de cualquier otra religión.
Pero eso es lo que los seguidores de Buda han hecho: han convertido a Buda en un dios y lo adoran como a cualquier otro, rezando ante él y realizando ofrendas.
Que la espiritualidad puede existir sin religión es, pues, evidente. En tiempos recientes asistimos asimismo a una disminución del número de personas que asisten a las iglesias de las religiones tradicionales, pero no así a la participación en sectas, cultos, rituales y otras manifestaciones de tipo espiritual que está en aumento.
El británico Sir Alister Hardy, que escribió el libro titulado The spiritual nature of man (La naturaleza espiritual del hombre), decía que las experiencias espirituales o de trascendencia habían afectado no sólo a personas religiosas, sino también a ateos y agnósticos, por lo que puede decirse, repito, que la religión es inconcebible sin espiritualidad, pero que existe una espiritualidad sin religión.
Experiencias espirituales y sistema límbico
¿Qué podemos aducir a favor de la hipótesis de que las experiencias a las que nos estamos refiriendo son el producto de la hiperactividad de las estructuras límbicas del lóbulo temporal?
Aparte de los experimentos ya mencionados de Michael Persinger, están las experiencias cercanas a la muerte. En este tipo de experiencias se producen fenómenos que son comunes a las experiencias místicas, como por ejemplo la sensación de felicidad, paz y bienaventuranza, la visión de una luz brillante e intensa, la aparición de seres espirituales (recordemos: siempre de la propia religión), la sensación de flotar en el espacio o levitar y de observarse desde lo alto, síntoma llamado autoscopia y que hoy puede provocarse experimentalmente por la estimulación eléctrica del giro angular del cerebro, la pérdida del sentido del tiempo y del espacio, la pérdida del yo y la fusión con la naturaleza, el universo o Dios.
Curiosamente, la autoscopia se interpretó en el pasado como una prueba de la existencia del alma que abandonaría el cuerpo y volvería a él cuando el paciente era resucitado por maniobras médicas o de manera espontánea.
Todos esos síntomas se han atribuido a la falta de oxígeno y al aumento del dióxido de carbono que inactivaría en primer lugar las células más pequeñas y que tienen un metabolismo más alto, células que suelen ser inhibidoras, por lo que se produciría una desinhibición, o sea una hiperactividad, de las estructuras límbicas en cuestión.
Otros fenómenos parecidos se producen por la ingesta de sustancias enteógenas que mencionamos antes.
Las estructuras que considero responsables de las experiencias espirituales poseen muchos receptores para la dopamina, por lo que un aumento de la dopamina por cualquier circunstancia, como ya vimos antes, es capaz de activar estas estructuras y, si ese aumento es considerable, provocar las experiencias que hemos llamado espirituales, religiosas, numinosas, divinas, místicas o de trascendencia.
La búsqueda de flores, plantas, lianas y hongos que contienen sustancias capaces de producir este tipo de experiencias se remonta al pasado más remoto de la humanidad. Es más, no solo los humanos han practicado esta búsqueda y han ingerido esas sustancias, sino muchos otros animales.
En su libro Animales que se drogan, el etnobotánico y etnomicólogo Giorgio Samorini relata que numerosas especies de animales ingieren drogas de plantas, hongos, bayas y flores. Caribúes, vacas, elefantes, gatos, renos, cabras, primates no humanos, pero también muchos pájaros, mariposas, moscas, abejas y hasta caracoles suelen ingerir esas sustancias enteógenas.
El psicofarmacólogo Ronald Siegel en su libro Intoxication refiere el caso de muchos animales que buscan plantas narcóticas, como las abejas, que se intoxican con algunas orquídeas y caen al suelo en una especie de estupor para volver luego a las mismas plantas. O ciertos pájaros, que se drogan con bayas; gatos que huelen plantas aromáticas que producen placer y luego juegan con objetos imaginarios; o monos, que ingieren “hongos mágicos” y luego se sientan con la cabeza entre las manos.
Muchas culturas han utilizado estas sustancias en su religión porque inducen experiencias espirituales. Por eso, a muchas de estas sustancias o a las propias plantas y hongos se le dieron nombres religiosos como “voces de los dioses”, “niños angelicales”, “carne de los dioses”, etc.
Los renos de Siberia suelen buscar el hongo alucinógeno o enteógeno Amanita muscaria, llamado hongo matamoscas o falsa oronja, para ingerirlo. Este hongo crece bajo coníferas, hayas y abedules y también es buscado por ardillas y moscas, de ahí su nombre. En el Canadá son los caribúes los que también lo ingieren. Muy probablemente, los chamanes de Siberia copiaron a los renos, descubriendo así las propiedades que les permitían el acceso a esa segunda realidad.
El etnobotánico estadounidense Gordon Wasson (Diapositiva 25) suponía que los componentes enteógenos de este hongo, la muscarina, figuraban en el antiguo “soma”, elixir que se menciona en los Vedas, libros sagrados de la India y que se remontan a unos 1.500 años a.C. Las tribus indígenas de Chukotka y Kamchatka, en el extremo nordeste de Siberia, acostumbraban beber la orina de los que habían ingerido el hongo matamoscas.
Se sabe hoy que los principios activos pierden las impurezas al atravesar el filtro del organismo por lo que la orina es más enteógena que la mera ingesta del hongo. Precisamente la mención en el RigVeda de que el soma se orina llevó a Gordon Wasson a plantear su hipótesis. También en este texto se puede leer lo siguiente: “Hemos bebido el soma, nos hemos vuelto inmortales, hemos llegado a la luz, hemos encontrado a los dioses”.
En los misterios de Eleusis, en la Grecia antigua, un festival de la cosecha de cereales dedicado a la diosa Deméter, se utilizaba una bebida, el kykeon, que se supone contenía el cornezuelo de centeno, un hongo parásito del centeno, pero también del trigo y de otros cereales, que contiene un poderoso enteógeno, la LSD que fue aislada por Albert Hoffmann y que él mismo ingirió en 1943. El kykeon constaba de cebada, menta y agua.
Otro fenómeno que apoya la hipótesis de la hiperactividad de las estructuras del sistema límbico que se encuentran en el lóbulo temporal es la conocida epilepsia del lóbulo temporal, producida por una hipersincronización de esas estructuras que produce fenómenos y síntomas parecidos a los ya referidos.
Se ha descrito el síndrome de Gastaut-Geschwind, caracterizado por trastornos de la función sexual – generalmente hiposexualidad –, conversiones religiosas súbitas, hiperreligiosidad, hipergrafia, preocupaciones filosóficas exageradas, irritabilidad y viscosidad social.
Pacientes con focos epilépticos en el lóbulo temporal son conocidos en neurología por tener a menudo alucinaciones que tienen componente místicos y religiosos. Si el foco epiléptico es extirpado por el neurocirujano, los ataques desaparecen y con ellos también las experiencias místicas.
No podemos por tiempo mencionar todas las drogas enteógenas que se ingirieron en el pasado y se siguen ingiriendo en el presente, tanto por chamanes como por sectas espirituales modernas. Antes mencionamos el hongo psilocibe que crece en los excrementos de los mamíferos y que se han encontrado en estómagos de primates no humanos.
La Dimiteltriptamina, que como la LSD bloquea los receptores de la serotonina y que se genera en el cerebro por la glándula pineal con funciones desconocidas. Y la mescalina, sustancia activa del hongo peyote, que ingirió el escritor británico Aldous Huxley y cuyos efectos relata en su libro Las puertas de la percepción.
Respecto a los efectos de las drogas enteógenas y las experiencias espirituales o místicas, algunos autores niegan que esos efectos puedan compararse con lo que ocurre en los éxtasis místicos y experiencias religiosas espontáneas, pero una gran autoridad en misticismo, el filósofo inglés Walter Terence Stace, cuando se le preguntó si la experiencia con drogas era similar a la experiencia mística, respondió: “no es que sea similar a la experiencia mística: es la experiencia mística”.
El estudioso estadounidense de las religiones, Huston Smith, afirma lo siguiente: “El rechazo a admitir que las drogas pueden inducir experiencias descriptivamente indistinguibles de aquellas que son religiosas espontáneamente es homólogo al rechazo de los teólogos del siglo XVIII a mirar por el telescopio de Galileo, o, cuando lo hicieron, su persistencia en rechazar lo que veían como maquinaciones del diablo”.
Si la espiritualidad es el resultado de la hiperactividad de las estructuras límbicas del lóbulo temporal, con sus conexiones con otras regiones cerebrales, entonces hay que admitir que es un fenómeno que en determinadas circunstancias siempre se producirá.
El físico alemán Albert Einstein decía: “La emoción más hermosa que podemos experimentar es la mística. Es la sembradora de todo arte y ciencia auténticos. Quien sea extraño a esta emoción… es como si estuviera muerto”.
Esta frase nos está diciendo que las experiencias espirituales son importantes en arte y en ciencia. Recordemos la segunda definición de espiritual del Oxford Dictionary. De ella deducimos que las emociones pueden ser de mayor o menor intensidad.
Llamamos, por ejemplo, experiencias espirituales a lo que sentimos ante la belleza de un cuadro, una magnífica puesta de sol, o los sentimientos profundos que nos puede evocar la música.
Luego hay experiencias quizá más profundas, como las que refieren aquellas personas que dicen haber tenido lo que se suele denominar una llamada, o una vocación que hace que el sujeto experimente una conversión o que entre en una orden religiosa, o abrace una determinada ideología. Son experiencias unitivas, pero que pueden ser de intensidad variable.
Y finalmente también están las experiencias místicas propiamente dichas, el arrobamiento o el éxtasis, con una intensidad mucho mayor.
Una facultad mental más
Desde luego si la espiritualidad es generada por el cerebro estaríamos ante una facultad mental más, que, como todas las demás, necesita lógicamente de un medio adecuado para desarrollarse, como ocurre con el lenguaje, la inteligencia o la música. No podemos negar la espiritualidad de un Mozart, pero si nace en África, con toda seguridad no tendríamos su música “divina”.
En la frase que mencionamos antes, Einstein equiparaba la mística a una emoción. No es de extrañar que estas experiencias sean fuertemente emocionales habida cuenta que son el fruto de la hiperactividad de estructuras del cerebro emocional. Y hoy sabemos que la emocionalidad es fundamental no sólo para las artes, sino también para la creatividad e incluso para el pensamiento racional.
Hay motivos para pensar que la génesis de la espiritualidad puede estar en lo que hipotéticamente hemos descrito: la activación de estructuras límbicas. El evangelio apócrifo de Santo Tomás, por ejemplo, dice lo siguiente: “Cuando convirtáis los dos en uno, cuando hagáis lo que está dentro igual a lo que está fuera y lo que está fuera a lo que está dentro, y lo que está arriba a lo que está abajo, cuando convirtáis lo masculino y lo femenino en una sola cosa… entonces entraréis en el Reino de los Cielos”.
Mi interpretación es la siguiente: cuando anuléis la consciencia del yo, dualista, lógico-analítica, podréis acceder a lo que podemos llamar la consciencia límbica, aquí caracterizada como “El Reino de los Cielos”.
Es algo parecido a lo que se dice en el evangelio de San Lucas 17, 21: “El Reino de los Cielos está dentro de vosotros”. También Agustín de Tagaste, San Agustín, decía: “No vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre interior habita la verdad”. O en el budismo, que se dice que todos somos Buda, pero no lo sabemos.
De manera que si la fuente y el origen de las experiencias espirituales, y por ende, de las religiones, es el sistema límbico, habrá siempre experiencias espirituales, conduzcan éstas a la religión o no.
Sin embargo, no es lo mismo creer en revelaciones de seres espirituales que tener consciencia de que esas experiencias son fruto del funcionamiento de nuestro cerebro. Esta última convicción transformaría nuestra manera de ver las experiencias místicas y la religión en su conjunto.
Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad.
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Comentarios (1)
Y cómo explica las OBEs o experiencias extracorporales?
También se deben a la hipoxia? Le garantizo que mi cerebro se encuentra perfectamente oxigenado mientras las tengo, si no ya habría muerto.
Dónde está mi sistema límbico cuando estoy flotando por mi habitación, observando desde fuera de él mi cuerpo físico en reposo sobre la cama? Observando esto y muchas “cosas” más.
Con “qué” lo observo si mi cerebro está sobre mi cama?
Sería deseable que hablara desde su experiencia, y no desde su “interpretación”.
La Ciencia está limitada por su propio principio, considerando real lo que es medible, medible con los medios e instrumentos con los que contamos ahora, de modo que todo lo que no pueda ser medido por los medios con los que ahora contamos, simplemente, no existe.
La espiritualidad no es una facultad mental Sr. Francisco. La espiritualidad es su esencia.