Manuel Villaescusa entrevistado por J. C. Aguirre

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Manuel Villaescusa es de los más destacados jóvenes investigadores en cuanto a la modificación de conciencia y experiencia enteogénica se refiere. Su ya dilatada trayectoria en estos temas viene de la mano de su colaboración en las actividades de la S´dEA y en el centro IDEAA. Del desarrollo personal, de la relevancia psico-espiritual de estas experiencias, del tratamiento de toxicomanías o de los marcos de ingesta de sustancias charlamos con él. Éstas fueron sus palabras.

Acaso la integración de los efectos de las sustancias visionarias sea la gran cuenta pendiente en los usos que de estas sustancias se hacen desde las intuiciones y tomas de conciencia que sirven. Integrar, tal y como lo entiendo, respondería a que tales tomas de conciencia fueran algo más que un evanescente recuerdo, quedando así integradas en el propio proceso de evolución personal.

¿Va más allá esta integración de una mera charla?, ¿Qué crees que prácticas tales como la meditación, el taichí o el yoga pueden aportarnos?

Creo que los occidentales tenemos que hacer un mayor esfuerzo respecto a la integración, porque carecemos de los referentes tradicionales que moldean la experiencia en su contexto chamánico original. En su uso autóctono, los participantes en rituales con sustancias visionarias han sido educados y comparten una cosmovisión que les permite integrar la experiencia. Suelen buscar soluciones a problemas de salud o de relación social y creen en la capacidad del chamán y de la sustancia de orientarlos hacia estas soluciones. Una vez resuelven el problema, ya han logrado su propósito. En occidente los participantes no suelen perseguir objetivos tan concretos, la mayoría de las personas interesadas en experimentar con enteógenos se encuentra en un proceso de desarrollo personal, o está buscando respuestas a interrogantes sobre el sentido de su vida, o movidos por la curiosidad buscan una aventura exótica, un viaje interno en vez de uno externo (a menudo ambos van unidos, como es el caso del turismo chamánico). En nuestra sociedad existe un interés creciente hacia lo espiritual, probablemente en respuesta a las limitaciones de la sociedad de consumo para satisfacer la necesidad humana de desarrollarse espiritualmente. Se ha creado un vacío que busca ser llenado importando prácticas espirituales de otras culturas, y un ejemplo de ello es el creciente interés por el chamanismo o la cada vez mayor difusión de las prácticas orientales como el yoga, el taichí o la meditación. El historiador Arnold Toynbee consideraba la difusión del budismo en Occidente como el acontecimiento histórico de mayor relevancia del siglo pasado y, sin duda, éste ofrece instrumentos como la meditación que permiten una profunda transformación en el individuo y en la sociedad. El interés actual de la investigación científica en las prácticas meditativas está ofreciéndonos una comprensión cada vez mayor de nuestra mente, así como maneras eficaces de sanar sus patologías. Pienso en el trabajo de Jon Kabat-Zinn, por ejemplo, que integra la psicoterapia cognitivo-conductual con la práctica de la atención consciente. La meditación, el yoga y el taichí, que son meditación en movimiento, ofrecen al individuo un camino de desarrollo que puede recorrer día a día. Esta regularidad complementa las tomas de conciencia a través de enteógenos que suelen ser esporádicas, no dejando que su efecto se desvanezca con el tiempo. Una práctica meditativa regular además prepara al individuo para las sesiones visionarias, desarrollando su capacidad de abrirse a la experiencia y dejarla fluir, lleve a donde lleve.

Las diversas corrientes psicoanalíticas han tenido siempre su caballo de batalla en cómo acceder a lo inconsciente. Se podría considerar a las sustancias visionarias una vía de acceder a estos contenidos inconscientes.

Es interesante que el primer trabajo publicado por Freud fuera un estudio sobre la cocaína en el que describía con entusiasmo como sus efectos estimulantes favorecían la creatividad y la productividad. Antes de desarrollar sus teorías sobre el inconsciente, su interés se centró en los estados modificados de conciencia, sea a través de ingestión de una planta psicoactiva como la coca, sea a través de técnicas como la hipnosis. Posteriormente se alejó de ambos métodos, se dió cuenta de que el uso de cocaína podía llevar a sufrir una severa adicción, y consideró los estados hipnóticos como demasiado imprevisibles y de difícil manejo. Desarrolló entonces su método de libre asociación, que es en sí un estado modificado de conciencia inducido a través de la relajación (el paciente está tumbado en un sofá) y de la presencia sugestiva del terapeuta (fuera del campo de visión, una voz que transmite seguridad y confianza). Freud tenía mucho de chamán: usando su poderosa presencia personal inducía estados modificados de conciencia en sus pacientes, acompañándoles en un viaje hacia su imaginario profundo para poder volver de allí sanados.

Posteriormente, una vez descubierta la LSD por Hofmann a finales de los años 40, se desarrolló en Europa la terapia psicolítica, que consistía en un psicoanálisis clásico asistido por la ingestión (en el paciente) de dosis bajas de LSD, lo que ayudaba a la disolución de las resistencias y el acceso a memorias y contenidos inconscientes. Favorecía también los fenómenos de transferencia propios del análisis. Paralelamente, en Estados Unidos se desarrollaba la terapia psiquedélica, que se alejaba del método psicoanalítico al consistir en pocas sesiones dónde el terapeuta se limitaba a suministrar al paciente una dosis muy alta de LSD y a cuidar de él durante el viaje. Se puede decir que el paciente accedía a contenidos inconscientes de su psique, pero la curación no consistía aquí en interpretar con la ayuda del terapeuta esos contenidos para resolver conflictos intrapsíquicos originados en el pasado del paciente, sino que se trataba de favorecer una experiencia mística, donde el paciente transcendía los límites habituales de su yo y accedía a niveles de experiencia transcendentales, o transpersonales, como fueron denominados después. El acceso a estos niveles de experiencia solía producir cambios terapéuticos en la persona, ya no por una exploración del inconsciente descrito por Freud a través de la cual se resuelven los conflictos pulsionales, sino por el acceso al inconsciente o supraconsciente descrito por Assaggioli, fundador de la psicosíntesis, donde se experimentan estados elevados y sanadores al disolverse las barreras del yo y fundirse éste con una consciencia única y transcendente. El marco de referencia aquí incluye las filosofías orientales no duales y la dimensión espiritual, no tenida en cuenta por el psicoanálisis que la reduce a una mera defensa ante la angustia de la muerte. Asociando la psique humana a una casa, se puede decir que las sustancias visionarias permiten bajar al sótano y también subir al ático, dependiendo de como se usan. Ambas experiencias pueden ser terapéuticas. Ambos enfoques, el psicolítico y el psiquedélico, fueron eliminados con la prohibición en los años 60 de las sustancias visionarias. Varios terapeutas, como Grof por ejemplo, desarrollaron entonces con éxito nuevos métodos para obtener los mismos resultados, como la respiración holotrópica. Recientemente, estamos asistiendo a un revivir de la investigación con enteógenos: el rigor prohibicionista está dejando paso a una actitud más abierta ante las posibilidades terapéuticas que estas sustancias ofrecen.

Has trabajado en el tratamiento de toxicomanías con ayahuasca. ¿Qué crees que este visionario amazónico puede aportar en estos temas?

Tradicionalmente la ayahuasca ha sido usada por los chamanes amazónicos para curar enfermedades y para resolver conflictos intra e interpersonales. A través de ella, los participantes en estos rituales acceden a estados de conciencia visionarios que les guían en sus comportamientos, aclarando lo que está fuera de equilibrio en sus vidas. Uno de estos desequilibrios es el abuso de cualquier substancia, especialmente el alcohol, y ya desde los años 70 la OMS estaba informada de la eficacia de los tratamientos tradicionales en la cura del alcoholismo. Después de varios años investigando el trabajo de los curanderos ayahuasqueros, en los años 90 el doctor francés Jacques Mabit abrió en Perú el centro Takiwasi, donde empezó a tratar con éxito a toxicómanos usando ayahuasca y plantas propias del chamanismo amazónico. Desde entonces se han multiplicado este tipo de centros, que ofrecen un tratamiento alternativo de las toxicodependencias. Todavía no se han publicado estudios científicos sobre su eficacia, pero observaciones preliminares indican un alto porcentaje de éxito. En 2003 estuve trabajando en uno de estos centros, donde el tratamiento incluía sesiones semanales de ayahuasca, además de la práctica diaria de yoga y meditación. En mi experiencia, este tipo de tratamiento ofrece una herramienta poderosa para el cambio personal, abriendo a la persona la posibilidad de emprender un nuevo camino de desarrollo. A través de los rituales de ayahuasca es posible acceder a una clara visión de uno mismo, de las propias necesidades y de los conflictos que hace falta resolver. Para mantener su adicción, los toxicómanos suelen emplear la negación como sistema de defensa, bloqueando la percepción del daño que están infligiendo a los demás y a sí mismos. Bajo los efectos de la ayahuasca todo lo que se han estado negando se presenta ante ellos implacablemente, y no solo a nivel de una comprensión intelectual del problema, sino viviendo una experiencia emocional intensa, sintiendo en sus carnes el dolor que han causado. Este tipo de experiencias corresponde a las primeras sesiones del tratamiento en las que se realiza el trabajo de purga, tanto física como emocional, donde es muy frecuente el llanto y la liberación de tensión. Con el avanzar del tratamiento, las sesiones se van volviendo más reparadoras, los participantes pueden pasar por profundas vivencias de perdón hacia ellos mismos y hacia los demás. Esto les permite adoptar una actitud más positiva hacia el futuro, dejando el peso del pasado detrás y sintiendo que están empezando un nuevo capítulo en sus vidas. Asistí a este proceso, con pocas variaciones, en todos los pacientes que pasaron por el centro durante mi trabajo allí, pudiendo observar profundas transformaciones en personas que llegaron allí destruídas por el abuso de drogas. Entre todas las sustancias visionarias, creo que la ayahuasca es la que tiene un mayor potencial en el tratamiento de adicciones, ya que se presta a facilitar estos procesos de desintoxicación y limpieza, tanto física como emocional, que permiten empezar una nueva vida, con nuevos valores y comportamientos.

Me gustaría saber tu opinión sobre los contextos de toma de sustancias visionarias. Considera que la gran crítica que se hace de todos estos usos en Occidente es su carácter descontextualizado. Desde este punto de vista crítico, el uso descontextualizado serviría, precisamente, al lado más problemático de estas sustancias. ¿Son necesarios tales contextos y referencias a la hora de tomar sustancias visionarias?, ¿Es posible superar las barreras que suponen tales contextos?, ¿Cabe hablar de una adaptación de los mismos?.

No creo que sea necesario intentar reproducir aquí en Occidente los mismos contextos de ingesta utilizados en las culturas de proveniencia de estas sustancias. Además ese intento estaría abocado al fracaso; ni somos indios ni vivimos en la jungla: intentar copiar en todo su manera de actuar sería por lo menos ridículo. Hay que preguntarse entonces si es posible una adaptación a nuestro entorno de ese tipo de prácticas. Yo creo que sí, ya que compartimos con los practicantes originales la misma condición humana, nuestro cerebro reacciona a las mismas sustancias psicoactivas y nuestra psicología profunda es la misma aunque la simbolicemos de manera distinta. En su libro El Chamanismo a Revisión, el antropólogo J.M. Fericgla explica que cuando un brujo amazónico habla de espíritus ayudantes u hostiles, del mundo subterráneo y de sus habitantes, es su manera de representar realidades intrapsíquicas, pulsiones y arquetipos que en cuanto humanos compartimos con él. Nuestra cultura representa estos contenidos a su manera, con sus propias narrativas, como en La Guerra de las Galaxias, donde se reproponen temas chamánicos como la lucha entre el bien y el mal, la relación entre aprendiz y mentor…

Lo mismo se puede decir de la relación terapéutica entre el chamán y sus pacientes. No es necesario para nosotros importar fielmente el modelo autóctono, en el caso de que esto fuera posible, pero podemos aprender mucho de este modelo y adaptarlo a nuestras circunstancias para hacer que funcione. Hay que tener en cuenta que la naturaleza profunda de la relación entre sujeto y terapeuta es muy parecida en todas las culturas, lo que hace posible el intercambio de técnicas entre ellas.

La etnopsicología es la rama del saber que se ocupa de este tipo de intercambios: en su clásico estudio comparativo de la psicoterapia en el mundo, Frank y Frank describen la relación terapéutica como un proceso o actividad universal que comporta ciertas características que se encuentran en todas las culturas. Una de ellas, la más importante, es que el terapeuta cuente con la confianza y el reconocimiento del sujeto y de su red social, compartiendo con él las mismas creencias sobre lo que implica entrar en un proceso terapéutico. Una vez establecido este marco de referencia común, es posible para el terapeuta occidental adaptar a su manera de trabajar técnicas chamánicas aprendidas de otras culturas, pero siempre desde el modelo terapéutico propio de la cultura que comparte con sus pacientes. Se debe presentar como una figura por ellos reconocida, por ejemplo como psicólogo o psiquiatra. Respetando estas condiciones, se puede sacar una sustancia visionaria de su contexto original y usarla como herramienta en un taller de fin de semana de crecimiento personal, algo muy occidental. El que lleva el taller no tendrá que ponerse plumas en la cabeza, simplemente porque los participantes no esperan eso de él como señal de autoridad y pericia. Esperan otras señales, y será trabajo del facilitador del taller transmitirlas. Entre otras, debe demostrar que sabe lo que hace, que ha estudiado lo suficiente el contexto original del uso de la sustancia para saber qué es imprescindible mantener y en cambio qué se puede desechar o cambiar para volverlo más adaptable a nuestro entorno. Una vez la relación terapéutica esté establecida, la sustancia funcionará en el nuevo contexto, ayudando a obtener los objetivos deseados. De esta manera, manteniendo las raíces en la propia cultura, también se evita el riesgo de inflación del ego a que se expone el terapeuta que se identifica acríticamente con una autoimagen exótica y poderosa. Es fácil sentirse narcisísticamente estimulado al verse a sí mismo en el rol elevado y misterioso del chamán. Como bien explica el experto en estos temas Claudio Naranjo, un chamán no es alguien que simplemente ha experimentado estados alterados de conciencia, o que ha abrazado una visión mágica del mundo, sino alguien que ha alcanzado la madurez tras haber atravesado un proceso de profunda transformación personal. Es fundamental que el terapeuta conozca sus propios límites y no se deje engañar por sus fantasías.

En cuanto a los riesgos de la descontextualización, éstos son muy reales. No hay más que ver el problema que representa en nuestra sociedad el abuso de tabaco, cocaína y heroína. En sus culturas originarias, ni el tabaco ni la hoja de coca ni el opio presentan problemas sociales de ningún tipo. En cambio el alcohol, que no pertenece a estas culturas, tiene en ellas un efecto mucho más devastador que en la nuestra. En el caso de las sustancias visionarias, nuestra cultura ha perdido sus modalidades de uso tradicional, han sido borradas por la historia. Esta carencia hace posible el riesgo de caer en el abuso al no respetar ninguna pauta de ingesta. Aunque no sean adictivas, el uso indiscriminado de estas sustancias puede provocar graves desequilibrios psíquicos, de ahí la necesidad de educar sobre su uso correcto en vez de limitarse a prohibirlas

Es interesante observar que, aún en ausencia de educación sobre el tema, están surgiendo espontáneamente modos de consumo no problemático en algunas subculturas juveniles nacidas con la música electrónica, llamada también psychedelic trance. En sus fiestas, donde se suelen consumir hongos psilocíbicos, es raro encontrar casos de abuso o comportamiento violento, tan frecuentes en las celebraciones donde corre el alcohol. Esto hace pensar en el chamanismo, como escribe Naranjo, como un fenómeno transcultural: no tanto como algo que tiene que ver con alguna tradición en especial, sino como algo que ha existido siempre y en todas las culturas, y surge, desaparece y vuelve a resurgir aun sin necesariamente recibir el nombre de chamanismo.

Publicado el febrero 4, 2011 por Revista Ulises

Publicado en Ulises 8

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