GIOVANNA VALLS
(Tiempo estimado de lectura: 13 minutos)Un encuentro con Giovanna Valls Galfetti (Barcelona, 1963) asegura intensidad, superación y ganas de vivir. Hace unos meses decidió publicar Aferrada a la vida, la historia de su renacimiento después de caer en el pozo de la heroína en los años 80 y tocar fondo, con estancias en la prisión y enfermedades incluidas. Las cartas que enviaba a sus amigos y familiares durante su recuperación son el hilo conductor de la narración, que culmina con la ausencia de la droga y su encuentro con el equilibrio. Sus apellidos tienen una relevancia especial: es hija del pintor Xavier Valls, Premio Nacional de Artes Plásticas de la Generalitat de Catalunya, y hermana de Manuel Valls, actual Primer Ministro de Francia.
No obstante, la figura que la ha respaldado en todo momento ha sido su madre Luisa Galfetti, una maestra de origen suizo e italiano con una firme convicción de las capacidades de su hija para salir de la droga. Giovanna pasó por múltiples escenarios durante su recuperación, desde clínicas hasta masías rurales, pasando por la selva amazónica donde siguió el camino de la ayahuasca. La entrevista se hizo en Horta, en la casa de veraneo de la familia Valls. La torre está decorada con obras del pintor Valls y nos acompaña Pepa Alemany, guía indispensable de Giovanna en el convulso mundillo editorial. Dentro la casa reina un silencio sepulcral reforzado por la oscuridad del ocaso del día en otoño, un silencio que resalta las palabras de Giovanna y da una dimensión especialmente intensa a su relato.
Me gustaría saber por qué decidiste agrupar tus cartas en un libro y hacer pública tu historia.
Yo me comunicaba mucho a través de cartas. El 2004, cuando decidí salir del pozo, estaba empezando la era Internet. Las cartas eran la forma de comunicarme con mis padres cuando estaba en la clínica, aunque también mandaba correos por Internet. Era mi forma de plasmar lo que me estaba sucediendo, lo que yo sentía, y la forma de dialogar y comunicarme con mi entorno, con los míos. La idea de recogerlo todo en un libro (sin saber cómo iba a acabar todo) vino cuando me propusieron desde mi clínica de rehabilitación hacer el viaje a Brasil, a Prato Raso. Ahí es cuando decido plasmarlo todo. Siempre me ha gustado escribir, desde pequeña ya escribía poemas. Mi generación no tenía tabletas ni móviles ni nada, en París teníamos teléfono fijo y gracias. Cuando dejé París en 1985 me escribía tres veces al día con mi madre. Y claro, el hecho de ir a Brasil sin móvil ni Internet propició que la mejor forma de comunicarme con los míos y de recibir respuestas fuera a través de cartas y recortes de periódico.
¿Que la historia dejara de ser tuya para poder ser de cualquier lector te hizo dudar?
No, porque cuando yo empecé todo este proceso tenía claro que quería escribir un libro de todo lo que estaba viendo y todo lo que me estaba sucediendo. Me ha costado muchos años terminar el libro y hacer el proceso entero y bien explicado, pero para mí no es una forma de desnudarse y enseñar cosas que no se pueden enseñar. Para mí es una forma de plasmar un testimonio importantísimo de una persona que forma parte de una realidad y una vida, que tiene un padre pintor, una madre maestra y que ha vivido en un mundo que siempre la ha enriquecido. Si yo he publicado el libro es por el testimonio y por el mensaje que entrego a partir de mi vida y mi experiencia. No es un striptease ni desnudo las intimidades, sino que entrego la intimidad del mal y el pozo de la droga. Y del dolor y el sufrimiento que causa.
El libro se centra más en el proceso de recuperación, el renacimiento. ¿La parte oscura es la más difícil de contar?
Quizá sí. Mucha gente tiende a decir que el libro es muy duro, pero lo que es duro es el prólogo, no el libro en sí. El prólogo lo añadí después porque tenía que ponerlo, pero lo que hay dentro de ese relato es la salida de un pozo y la reconstrucción de una vida llena de luz y llena de esperanza. Cuando me pidieron escribir un prólogo denso para adentrarme en mí misma y contar los momentos complicados me costó. También me pasa cuando releo el libro: me vuelvo a emocionar, porque el pasado es pasado pero siempre está presente en el día a día de mi vida.
¿Lo relees a menudo?
¡No! [se ríe] Debo releerlo por temas de traducción. Ahora en el mes de enero saldrá en italiano y tendré que hacer una lectura de repaso. También tuve que releerlo en castellano para retocar cuatro cosas y corregir un poco. Leerme en otros idiomas me remite al pasado y me hace vivirlo de nuevo. No me paso el día leyendo mi libro, sería tener el ego muy subido, pero a veces sí que recuerdo algunas cosas. El retorno al pasado siempre puede enriquecer, y más si piensas en cómo estás en el presente y cómo has salido de todo aquello. Eso es muy importante.
Das mucha importancia a los escenarios. La calle Petritxol representa los peores años de tu adicción, Prato Raso escenifica el renacimiento. ¿Por qué una vez encontrado el equilibrio y fuera de la droga decidiste instalarte en Horta, en la casa de veraneo de la familia?
Es un poco complicado y largo de explicar. Cuando yo vuelvo de Brasil aterrizo en Barcelona de nuevo, pero necesito una estructura de soporte después de 7 meses en la clínica y 8 meses en Prato Raso. Aterrizo en Barcelona y me voy a la masía de Canyamars que coordina Josep Maria Fàbregas. Allí hice de monitora, porque todos los ex adictos que volvemos de un proceso necesitamos estar protegidos durante un tiempo. Allí fui monitora, ex paciente y paciente hasta que decidí salir de la protección que me rodeaba. Ya me tocaba vivir una vida normal, trabajar, vivir en una casa o en un piso… ¿Que por qué vine aquí a la torre de Horta? Porque aquí murió mi padre, porque la torre quedaba cerrada todos los inviernos (nosotros veraneábamos aquí) y porque se pusieron unos okupas aquí al lado. Entre mi madre y yo decidimos volver a abrir esa casa, hacérmela mía, poner calefacción, devolverle la calidez. Yo, en el fondo, dentro de esta casa no tengo malos recuerdos, ni uno. Al revés. Y el barrio es el barrio de mi infancia, en el que veraneaba cuando vivía en París. Es el barrio de mi padre, de mis amigos, de mi gente y de mi infancia. Horta es Barcelona, pero yo sigo diciendo que subo a Horta y bajo a Barcelona. Es un mundo aparte, cuando éramos pequeños muchas calles ni siquiera estaban asfaltadas. Y en la época de mi padre aún era más parecido a un pueblo. La plaza Eivissa, el Quimet… Todas estas cosas. Y cuando vuelvo a vivir aquí empiezo mi vida de mujer adulta, madura, desenganchada y sana. Y mira que he tenido problemas de salud, hace dos años me erradicaron una hepatitis C y la quimioterapia la pasé aquí. Pero es una casa donde vivo rodeada de las cosas de mi padre y de su presencia. Me encuentro muy bien aquí y estoy muy agradecida de poder vivir aquí.
La presencia de tu padre se nota constantemente en el relato. Después de su muerte envías una carta en la que dices que él “era, sin que yo lo supiera, el refugio que siempre había buscado”.
Mi padre siempre fue una persona muy importante en nuestras vidas. Era un gran pintor figurativo, un hombre que trabajaba en su casa con el caballete (lo tengo aquí en el estudio) y una persona que nos marcó mucho por su personalidad, su pintura y su sensibilidad. Cuando murió era mayor, joven para mí pero mayor, tenía 82 años. Vivió mi bajada a los infiernos y tuvo tiempo para ver mi salida. Cuando murió, gracias a dios, yo estaba aquí para acompañarle hasta el último momento. Es evidente que la figura de mi padre está presente permanentemente, por su pintura y sobretodo por su gran personalidad, era un senyor de Barcelona y un gran home de París. Tenía una elegancia y una forma de ser distinta, mi hermano y yo tuvimos una infancia y una adolescencia bastante distinta a la que tuvieron los chicos de nuestra edad, y en gran medida fue gracias a él.
Cada persona de tu núcleo familiar (madre, padre, hermano) ha vivido tu proceso de una forma distinta. Parece que tu madre ha estado más presente y que tu padre ha sido más una idea, un refugio.
Yo siempre he dicho y diré que mis padres, mi hermano, mi familia más directa y mis amigos más inmediatos siempre estuvieron a mi lado. Quien más luchó y quien más dio por mí fue mi madre, eso es verdad. Pero como todas las madres. Mi padre era un hombre que ya tenía 80 años y que vino a la prisión a dedicarme las memorias que escribió en un libro titulado Mi caja de Pandora, cuando yo estaba reclusa. Eso dice mucho de él, de un padre de 80 años que tiene una hija que está destrozando su vida a base de jeringazos y que ha cogido el SIDA. Y él luchaba para que su hija no muriera. Quizá muchas cartas no quedaban respondidas, quizá sea cierto. No es cuestión de defenderlos, es una realidad, tuve mucha suerte con mis padres. Y no fue fácil, ellos nunca me cerraron las puertas pero en algún momento, para ver si reaccionaba, simularon que no querían saber nada de mí. Pero siempre han estado a mi lado y siempre me han ayudado.
En la única carta del libro dirigida a tu hermano Manuel, le dices que “no sé si nunca nos hemos sabido acompañar el uno al otro ni si hemos tenido tiempo de abrirnos”. Parece la persona de tu familia que sientes más lejos. ¿Es así?
No debemos olvidar que yo me voy de París en 1985, que me voy de allí con 21 años y que él se queda allí y se hace francés. Él me sigue y nos vemos cada año, está totalmente al corriente de todo lo que me sucede. Lo que pasa es que hay una distancia, una distancia de kilómetros, física, y unos años en los que yo me encerré mucho y no quería ver a nadie, lo hice para proteger a los demás. A mi hermano le escribo pocas cartas porque él también tuvo que protegerse. ¡Pero no por nada! Porque se casó, tuvo hijos, fue alcalde durante muchos años y siguió su carrera. Cuando hay un miembro de la familia que está enganchado a las drogas durante muchos años sin predisposición a dejarse ayudar es normal que un hermano de la misma edad quiera protegerse y haga lo que sea para ayudarte desde lejos. En ningún momento mi hermano me dio la espalda. En ningún momento.
¿Cómo has vivido su ascenso a la alta política como Ministro de Interior y Primer Ministro francés?
Antes que nada, yo he seguido toda su carrera política por muy yonki que haya sido durante muchos años. Siempre he estado al corriente de todo, hace dos años, cuando le hicieron ministro, me alegré mucho. Lo he vivido bien porque yo he estado bien y me he podido alegrar porque estaba en buenas gradaciones y en harmonía. Todo ha ido muy de prisa. Lo he vivido como he podido, porque un día aquí en Horta me levanté sabiendo que era la hermana del Primer Ministro Francés con 70 periodistas aquí en la puerta. Y eso no es fácil. Pero todos tenemos nuestra forma de ser y de proteger nuestra intimidad. Yo estoy muy orgullosa de que mi hermano haya llegado tan lejos.
Pasados los años y habiendo reencontrado tu equilibrio, ¿ha cambiado vuestra relación? ¿Os véis más a menudo?
Mi relación con todo el mundo ha cambiado, me he abierto más a todos desde que estoy en equilibrio. A pesar de la distancia yo veo a mi hermano cuando él puede escaparse, venir aquí es un lío por temas de seguridad y de prensa, pero cuando voy a París por Navidades o por fiestas evidentemente nos vemos. Y hablamos de nuestras cosas, que es lo que toca entre hermanos.
Quería hablar del juego. ¿Tuvo algún papel importante en tu historia, fue útil?
¡Sí! Fue importantísimo. Mira, por ejemplo, cuando llegué a Brasil i probé por primera vez la ayahuasca, lo primero que me enseñó esa planta maravillosa y poderosa fue una imagen de cuando era pequeña. Era yo balanceándome en un columpio. Siempre me ha gustado la velocidad, las montañas rusas, y cuanta más velocidad mejor. Y mucha gente me dijo que se me había quedado una sonrisa de niña pequeña que hacía muchos años que no había conseguido encontrar. Y por lo tanto, el ver la luz y poderla sentir, sentirla dentro de mí y ver las cosas tal y como son fue muy importante. Yo jamás había perdido mi sonrisa de niña, simplemente esa sonrisa se quedó estancada por culpa de la droga durante mucho tiempo. Pero sí, el juego de la infancia y recordar cómo jugábamos en esta casa y en este barrio en la calle fue un punto de partida. El juego de niños, y no me refiero al juego adicto que es frívolo, me ayudó a encontrar la sonrisa de una niña y la esperanza de una niña feliz. De niña era feliz, hasta los 20 años que me drogué, fui una niña feliz. Y entonces la selva, el Amazonas, la ayahuasca, me devolvieron a ese refugio de felicidad e infancia. Me regeneró por dentro y me recordó que tuve una infancia feliz, que jugaba, que iba al cine. Y eso me empezó a nutrir de cosas buenas y positivas. De vida, de esperanza, de luz y de ganas de vivir.
Hablas mucho de la ayahuasca, que guía tu proceso de renacimiento. ¿Qué efectos tiene esa planta sobre ti y por qué es tan útil?
No hablo para nada de la ayahuasca científicamente. La ayahuasca es una liana que nace en la selva amazónica con la que se hace un brebaje que al tomarlo causa efectos sobre la consciencia. Te abre la consciencia y tiene efectos purificativos, también un poco alucinógenos. Pero es una sustancia no adictiva, y yo la percibí desde el primer momento en que la tomé. Creí en ella porque entendí que tenía un efecto positivo sobre la gente con problemas de adicción. Como te abre la consciencia en canal te hace verlo todo, absolutamente todo lo que hay dentro de ti. Por lo tanto a mí me ha servido como herramienta de crecimiento personal. No quiero decir más que eso porque cada persona es un mundo y cada uno debe saber qué está haciendo. Es una sustancia poderosa, no milagrosa pero sí con ciertos factores sanativos y benéficos. A mí me subió mucho las defensas, por ejemplo. Hay la parte espiritual y la parte de la luz. Hay que saber ir hacia donde te guía ella, que es tu camino. Y no el camino de la espiritualidad, que ahí te puedes quedar colgado. Es una sustancia que puede irle bien a todo el mundo. Cuidado, no debe mezclarse con otras sustancias, ni drogas, ni medicamentos que tengan efectos contraproducentes. A mí me ayudó, con 40 años me abrió hacia mí misma, me permitió perdonar. Y sobretodo, perdonarme. No es adictiva y no la necesito todos los días ni todos los meses, pero sigo haciendo sesiones y siempre saco algo que me permite aferrarme al día a día de mi vida.
O sea que la clave es que facilita la introspección para ver qué corrompe y nos hace sentir mal.
Exactamente. Esa es la definición perfecta.
Hemos hablado mucho de tu pasado pero no de tu futuro. ¿Cómo es ahora tu vida?
Yo he estado hasta hace dos años trabajando con gente mayor, me he especializado en ese sector. Cuando me curaron la hepatitis C hice una pausa. En medio de la quimioterapia y el interferón me empecé a recuperar y pude acabar el proyecto del libro. Conocí a una gran persona, que es Pepa Alemany [Pepa, que está en la habitación escuchando la conversación, le corresponde con una sonrisa cómplice], que me ha ayudado a tirarlo hacia adelante y poder cumplir ese objetivo. Estamos contentos, vamos por la quinta edición del libro, estamos haciendo promoción, se ha traducido al castellano y saldrá en italiano. Y aún tengo que hablar con los franceses. Estamos recogiendo los frutos de todos estos años de esfuerzo y dedicación.
Para terminar, te pido que escojas una palabra.
Amor. Porque yo creo que sin amor no podríamos funcionar. En mi caso, el hecho de ser amada y haber tenido el padre, la madre, el hermano y los amigos que he tenido, ha sido importantísimo. Sin estar enamorados de la vida y de nosotros mismos veo la vida muy complicada. Cuando digo amor me refiero a amar. Amar es muy importante, porque si tú superas la adicción (que también significa superar la autoestima, es decir, amarte de verdad) puedes amar. Y sin amor no se puede amar, igual que sin amar no hay amor.
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