Entrevista con JC Ruiz Franco, por Xavier Vidal
(Tiempo estimado de lectura: 17 minutos)JC Ruiz Franco es el autor de la recién publicada biografía de Albert Hofmann (liebremarzo.com). Conocí a Ruiz Franco hace unos años en una de las ediciones de la feria cannábica de Barcelona (spannabis). Un tipo de aspecto serio al que recordaba por haberle visto en la televisión madrileña durante un programa dragoniano con motivo del 100 aniversario del Dr. Hofmann y la publicación del número especial Ulises-Cáñamo dedicado al ilustre químico suizo.No hemos vuelto a coincidir pero en este último año hemos estado regularmente conectados con motivo de la edición de su libro, al que he aportado mi granito de arena con el diseño gráfico de las cubiertas que mis socios liebreros dejaron en mis manos. En este tiempo he comprobado lo meticuloso que ha sido, entregado y generoso, en todo el proceso de la edición del libro. Conocedor de primera mano del mundo editorial, profesor de filosofía en un instituto, autor de varios libros de diversos temas, articulista habitual en la revista Cannabis Magazine, veterano jugador de ajedrez…
Al poco tiempo de su publicación, esta biografía de Hofmann ya ha generado ciertos debates que se vienen manifestando también en algunas páginas de la red como la propia web de La Liebre, también en su expresión facebuquera, en la websensenom y en este blog ulisiano… Lo que me recuerda la expresión de libros vivos. Libros que cuando leemos ponen en marcha pensamientos, recuerdos, ideas… y todo junto y entremezclado hace que el asunto se enriquezca y vaya más allá… Lo ha dicho Jonathan Ott (prologuista del libro) y también Fernando Pardo (editor en La Liebre de Marzo), esta biografía se convertirá, probablemente, en una obra de referencia en un entorno cultural marcado por las fuentes anglosajonas y germanas. Señoras y señores, ahí van unas preguntas y sus respuestas.
Que ustedes lo lean y pasen bien.
Xavier Vidal.
Si no recuerdo mal, ya participaste en un programa de televisión con motivo del 100 aniversario de Albert Hofmann, por lo que ya viene de cierto tiempo atrás tu interés por él ¿Qué fue lo que te arrebató del Dr. Hofmann para decidirte a escribir su biografía?
Cierto. Sánchez Dragó, al elegir a los invitados para aquel programa, seguramente pensaría que ya tenía a un informante directo –Javier Esteban, que había estado presente en el homenaje que se había dedicado a Hofmann en Basilea- y a tres especialistas en drogas psicoactivas, cada uno a su manera: José Carlos Bouso, Alejo Alberdi y Eduardo Hidalgo. Como por aquel entonces yo me dedicaba a investigar y experimentar con drogas inteligentes, y hacía sólo un año que se había publicado mi libro sobre el tema, supongo que pensó en mí para comentar otra de las exitosas creaciones de Hofmann, la Hydergina, un producto que durante su existencia movió cifras millonarias, que se vendió en farmacias españolas durante décadas y que sólo recientemente parece que se ha retirado, después de haber sido el tratamiento de elección para la demencia senil y los déficits cognitivos propios del envejecimiento, gracias al aumento del riego sanguíneo y a la mejora de los neurotransmisores. Por mi parte, yo siempre la consideré la primera droga inteligente de la historia, y efectivamente hay estudios hechos en individuos sanos que prueban su utilidad como tal. Por cierto, en el acto celebrado unos días antes en el Ateneo de Madrid, donde habló junto a Javier Esteban, José Carlos Bouso, Fernando Pardo y Gaspar Fraga –y estos dos últimos presentaron el especial Ulises-Cáñamo dedicado a Hofmann–, aunque había oído sobre ella, Sánchez Dragó preguntó qué era realmente la Hydergina, sin que nadie le contestase (yo estaba en la parte de detrás, no había un micrófono a mano y no era cuestión de ponerme a gritar), así que, en la grabación del programa, unos días después, tuve el detalle de llevarle y regalarle un envase. 30 comprimidos por 8 euros, y había que tomar sólo uno diario, así que además de buena, la Hydergina era barata. Contestando ya a la pregunta, lo que más me llamó siempre la atención de Hofmann, dejando a un lado su evidente brillantez como químico, es su personalidad polifacética, que se revela en crear fármacos tan distintos como la LSD, un psiquedélico; la Hydergina, un estimulante cerebral; la Metergina, que sirve tanto para provocar el parto como para detener la hemorragia posterior; y algunos más. Esos compuestos tan distintos proceden todos, en última instancia, de los alcaloides del cornezuelo del centeno, lo cual confirma además que fue un investigador que siempre sacó el máximo provecho posible de sus objetos de estudio. Ese carácter polifacético también se revela en sus actividades y ocupaciones: fue químico durante todos sus años en activo, pero una vez jubilado y con su depósito de energía aún bien lleno, se dispuso a escribir libros, dar conferencias y otras labores relacionadas con la difusión de lo que había creado años atrás. Asimismo, debemos tener en cuenta que a partir de ese momento no sólo se dedicó a lo que había investigado años atrás, sino también, por ejemplo, a contribuir a desvelar el secreto de los ritos de Eleusis, los más importantes de la Grecia Antigua, que, para sorpresa del mundo entero, consistían en tomar un brebaje que contenía alcaloides del ergot, parientes próximos de su querida LSD: ergonovina y LSA (amida del ácido lisérgico), principalmente. Por último, entre sus descubrimientos dentro del ámbito de la psiquedelia, se encuentra no sólo la LSD, sino los principios activos de los honguitos mágicos mexicanos: psilocina y psilocibina; y también del ololiuqui: LSA, de nuevo. Como he dicho al principio, más polifacético imposible, y qué diferencia tan grande en relación con los investigadores actuales, que cogen un tema y no lo sueltan en toda su vida; o bien se dedican a un ámbito muy reducido de una disciplina y de ahí no se mueven.
Estando publicada ya una biografía en alemán e inglés del doctor. ¿Por qué escribir otra? ¿Qué nuevos aspectos aporta tu visión de la vida y obra de Albert Hofmann?
La obra con el título original en alemán de Albert Hofmann und sein LSD, publicada en inglés con el título de Mystic Chemist, de Hagenbach y Werthmüller es muy buena y completa; vaya eso por delante. En cuanto a la pregunta, en primer lugar, está claro que ofrezco a los lectores hispanohablantes un libro para conocer todos los aspectos de Albert Hofmann, sus investigaciones, las sustancias que descubrió o ayudó a descubrir, además de su influencia sobre la sociedad y la cultura de su tiempo, sin que tengan que dominar lo suficiente esas dos lenguas. Es decir, he puesto a disposición del público una serie de conocimientos no disponibles hasta ahora en nuestro idioma. Aparte de ese hecho evidente, la biografía de esos dos autores que hemos citado, al tratarse de su editor y amigo (Hagenbach) y de una persona que estuvo siempre cerca de él y que en algunos momentos fue su asistente (Werthmüller) incluye datos a los que yo no he tenido acceso. No obstante, esa extrema intimidad no les ha permitido tener la distancia suficiente como para ser objetivos, algo que yo creo haber logrado. Por ello, además de la presencia de un tono general excesivamente elogioso a lo largo de todo el libro citado, ausente en el mío (sin que ello me impida describir detalladamente sus grandes logros), ofrezco versiones alternativas sobre algunos aspectos de su vida y, ante la ausencia de pruebas, dejo esas cuestiones abiertas, sin ofrecer ningún veredicto, para que el lector reflexione sobre ellas, en espera de una posible respuesta definitiva en el futuro. Por otra parte, y en la misma línea, al carecer de esa cercanía personal, me he ocupado más del aspecto bibliográfico, lo cual se deja ver en la abundancia de referencias, que además de apoyar mi narración, permiten al lector interesado en aspectos concretos acudir a la fuente original y ampliar información. Por ello, yo me he centrado más en libros, artículos y documentos, mientras que los dos autores de la otra biografía se han basado más en testimonios personales, que por otra parte no disponen de más demostración que la confianza en la persona que los emite. Tampoco hay que olvidar que dedico un apartado a la relación de Hofmann con nuestro país. Y por último, en los apéndices he traducido al castellano textos importantes para la historia de la psiquedelia, entre ellos un divertido cómic sobre la historia de la LSD.
¿Crees que tu libro puede ser de interés para los lectores que no están en el entorno psiconaútico?
Estoy seguro de que sí, porque desde el comienzo he intentado ponerme en el lugar de alguien que no sabe nada sobre Hofmann, y que sobre la LSD ha escuchado tan sólo los tópicos habituales relativos a su peligrosidad. En este sentido, el libro puede contribuir a derribar muchos malentendidos, así como la tan conocida información manipulada y manipulatoria con la que las autoridades y los colectivos que viven de la lucha anti-droga intentan meternos miedo. El hecho de haber adoptado una perspectiva cronológica y un enfoque por el que empiezo en términos muy sencillos y gradualmente voy presentando los temas de forma más compleja, creo que también ayuda a quienes no sepan nada sobre Hofmann y la LSD.
Tengo la sensación de que eres un amante de los libros ¿Es así?
Cierto. Sin embargo, el amor por los libros es algo de lo que, lamentablemente, no te das cuenta hasta que llegas a la madurez. De joven lees y lees, primero por placer y después porque sientes que va creciendo tu caudal de conocimientos, a la vez que se te abren disciplinas que antes ni habías oído sobre su existencia; por eso, cuanto más sabes, más te das cuenta de todo lo que no sabes, porque tienes noticia de disciplinas y materias que antes ni sospechabas. Por eso el ilustrado se muestra humilde ante el inmenso mundo del que va aprendiendo en la medida de sus posibilidades; en cambio, el experto en algo muy restringido se considera una eminencia por dominar una ínfima parte del mundo. Como iba diciendo, de joven te dejas llevar, pero no eres consciente de lo que realmente representan los libros, los verdaderos vehículos del saber a los que actualmente habría que añadir Internet, siempre que uno sea capaz de discriminar entre lo relevante y lo intrascendente. Y así, poco a poco, aún rozando la adolescencia, me fui dando cuenta de que los libros eran mis verdaderos amigos, los que nunca me fallaban (libros impresos porque aún no existía Internet). En esta sociedad en que vivimos, si eres una persona que quiere tener amigos de verdad, no relaciones a medias o parciales, simples conocidos o amigos de circunstancias, esos que disfrutan de un encuentro superficial o de un intercambio de monólogos en el que cada uno se descarga contando sus problemas mientras el otro desconecta, piensa en otra cosa y se limita a asentir; si buscas amigos en el sentido que tenía el término en la antigüedad grecorromana (no olvidemos que “amigo” deriva de “amar”), te resultará muy difícil lograrlo a no ser que des con las personas adecuadas, que tengan la misma perspectiva que tú sobre el asunto. Esa búsqueda de verdaderos amigos se da con más frecuencia en individuos hipersensibles, aquellos que por alguna razón –biológica o aprendida– tienen una sensibilidad a los estímulos externos superior a lo habitual; una sensibilidad que hace que les duela lo que para otros es algo normal. Yo fui uno de ellos, y mi condición de superdotado, que me detectaron de pequeño en el colegio y me confirmaron un par de años después con otra serie de pruebas –con un CI de 150, que sin embargo no llegaba a la condición de genio–, aparte de resultarme muy útil para los estudios –prácticamente nunca toqué un libro de texto hasta los 14 o 15 años, sino que me bastaban las explicaciones y un rápido vistazo antes del examen, levantándome un par de horas antes–, junto a mi dificultad para las amistades, hizo que mi lógico refugio fueran los libros, que me permitieron construir un mundo conceptual perfecto donde estaban ausentes la irracionalidad, las peleas, la ley del más fuerte y el éxito social de quien mejor domina la producción de lenguaje corporal, con el que atrae inconscientemente a la mayoría de la gente, incluidos los individuos del otro sexo. Sin embargo, tuve la mala suerte de nacer en una familia obrera de clase baja y de vivir en un barrio de la periferia madrileña que tenía la peor fama posible a finales de los setenta y principios de los ochenta. Si hubiese nacido en una familia más burguesa me habrían estimulado desde niño con los recursos adecuados, habría brillado muy joven, no habría tenido que presentarme a las oposiciones de profesor de instituto para ganarme la vida, y probablemente habría comenzado a escribir mucho antes. No obstante, tampoco puedo quejarme porque podía haber sido peor; por ejemplo, si mis padres no hubiesen podido pagarme la universidad hasta el final. Toda mi vida ha girado en torno a los libros, y me considero filósofo no sólo por haber estudiado esa carrera y dar clase de esa asignatura, sino por mi amor por el conocimiento (filo-sofía = “amor por la sabiduría”). Al ser esa mi primera carrera, aumentaron mis deseos por seguir estudiando, cosa que hice, y aunque hace ya años que no estoy inscrito en ningún centro, sigo y seguiré estudiando e investigando por mi cuenta; y cuando estoy inmerso en un tema comienzo a escribir sobre él para tener la obligación de seguir documentándome, y con ello aprender más. Es decir, escribo para estudiar y estudio para escribir. De ahí viene la clásica afirmación de que para ser escritor hay que ser antes un gran lector. Mi casa está llena de libros por todas partes, a lo cual mi mujer no ha tenido más remedio que resignarse; y la de mis padres –donde viví hasta que me casé– también está llena con los libros anteriores a ese momento. La llegada de Internet, mundillo en el que me introduje en la temprana fecha de 1997, sirvió para estimularme aún más. De hecho, lo que en su día se llamó “la autopista de la información” ha supuesto una verdadera revolución cultural que hace veinte años nadie podía prever hasta dónde iba a llegar. No obstante, conlleva el riesgo de aportarnos un exceso de información, una cantidad que nunca podríamos asimilar y que nos haría perder mucho tiempo. Por ello, es imprescindible saber cribar y quedarse con lo que de verdad merece la pena. En mi caso, Internet ha tenido más relación con el mundo de los libros porque me permitió darme a conocer al principio, y después contactar con editoriales con las que he publicado. Sin embargo, me he dedicado más a la traducción (en ocho años he traducido unos 25 libros, frente a dos escritos y otros dos de los que soy coautor) porque, aunque al lector le parezca increíble, se gana más dinero traduciendo que escribiendo, a pesar de que esta última labor sea mucho más complicada y conlleve mucho más tiempo. No concibo la vida sin libros, sean impresos o digitales. El libro siempre ha sido el medio más importante para difundir el conocimiento, y para que perdure y sirva de comunicación entre unas generaciones y otras; o entre los más sabios de unas y los más sabios de otras. Aun a riesgo de ganarme cierta impopularidad (pero las verdades hay que decirlas, aunque duelan), lamentablemente, en nuestra sociedad española, especialmente entre las clases bajas y medias-bajas (en términos socioculturales, no económicos), el libro tiene poca cabida. Al individuo medio no le importa gastarse 50 euros en tomar el aperitivo a base de cervezas y pinchos; no le importa gastarse 100 euros en una noche de cubatas, discotecas y coca; no le cuesta gastarse entre 50 y 200 euros en una entrada para un partido de fútbol. Y no le duelen porque son cosas con las que disfruta, y es evidente que a nadie le importa gastarse el dinero en aquello con que lo pasa bien. En cambio, pocos son los que gozan con un buen libro, y por ello les cuesta horrores gastarse 20 o 30 euros en uno. Es para ellos un objeto inútil, inservible; así de simple. Como bien dice nuestro querido Escohotado, los países cultos son prósperos aunque tengan pocos recursos naturales; en cambio, los que los tienen, pero son incultos, son pobres. ¿Cómo va a salir de la crisis un país donde el hábito de la lectura brilla por su ausencia? Ahí tienen la razón por la que la crisis es aquí endémica: cuando nos golpeó la crisis mundial, y simultáneamente se vino abajo la burbuja inmobiliaria, se puso de manifiesto que no se puede vivir de especular, de vender cosas por encima de su valor o de colocarle a alguien lo que sea: el comercial sin escrúpulos que hasta antes de la crisis tenía un buen nivel de vida a base de vender (o revender) ha bajado de categoría después de ella, de lo cual me alegro: es posible que alguna generación vea cómo la picaresca deja de ser algo común y además aplaudido en este país, el de Rinconete y Cortadillo. Les voy a ofrecer un dato revelador: Estados Unidos tiene una población ocho veces mayor que la española; sin embargo, he traducido varios libros que allí han vendido cerca de un millón de ejemplares, mientras que aquí, con suerte, se han acercado a la cifra de 10.000. Allí, vender por encima de 100.000 ejemplares constituye un éxito, mientras que en España, sobrepasar los 5.000 ya es motivo de alegría para el editor. Sí, ese país al que solemos poner como ejemplo de la estupidez tiene al libro en más estima que el nuestro. Como amante de los libros y como español, me duele que aquí suceda esto, y que el futuro que nos espera no augure nada bueno, ya que siguen bajando las ventas, y las nuevas generaciones leen mucho menos que las más antiguas. ¿Qué pasará cuando vayan falleciendo los miembros de la generación anterior a la nuestra, cuyos representantes más cultos nos sobrepasan en formación, gracias a la disciplina que había en España durante los años en que estudiaban? Sí, lo han oído bien: la disciplina es un factor muy importante para la cultura, y puede nacer del interior o imponerse desde el exterior. Sea como fuere, si en la edad adecuada no se interioriza la tan necesaria disciplina, esa ausencia se dejará notar en fases posteriores de la vida. ¿Y qué sucederá cuando, dentro de veintitantos o treinta años, empecemos a desaparecer los que ahora nos movemos en torno a los cuarenta? ¿Qué será de esas nuevas generaciones? Me temo que quienes tengan formación superior serán en su mayoría especialistas en un reducido ámbito, y normalmente no de conocimiento, sino de tecnología. Y esos expertos no tendrán ningún deseo de cultivar un conocimiento general, humanista, sino que se limitarán a su reducido ámbito para ganarse el sustento; del amor por el saber quedará poco, bien poco, hasta llegar a extinguirse. Así de pesimista es mi predicción, porque eso es lo que veo todos los días en los jóvenes de entre 14 y 18 años, a quienes intento enseñar algo en el instituto en que trabajo. Hablo de “enseñar algo”, algo mucho más importante que memorizar como papagayos el día anterior al examen para olvidarlo todo inmediatamente después de hacerlo; y si se proponen aprobar, normalmente es sólo para que no les castiguen los padres. He sido testigo de ello durante toda una generación, ya que llevo 25 años dando clase, y debo decir que la situación empeora con cada curso que pasa. ¿Cómo valoras la edición del libro por parte de la editorial? ¿Estás satisfecho del resultado final? Me parece que el resultado es un libro muy estético y bien presentado, y estoy muy agradecido al equipo de La Liebre de Marzo por el buen trato y la excelente acogida. Desde luego, a quien pase por delante de una estantería donde se vea la portada, el libro no le pasará desapercibido, sino todo lo contrario: le llamará la atención irresistiblemente.
En la página Facebook de Ulises y en la web sense nom, se han generado una serie de comentarios, entre ellos los tuyos, en torno a la desconocida figura de Susi Ramstein, una ayudante de Hofmann que participó activamente en los primeros ensayos con LSD ¿Cómo lo ves?
Es un tema curioso al que en un principio no le di importancia, ya que fueron muchos los miembros del personal de Sandoz que se ofrecieron voluntarios para probar la LSD cuando aún no se había estudiado, cuando no se conocían sus principales efectos. Lo que da interés a la figura de Susi Ramstein es que, además de haber sido la asistente de Hofmann, fue la primera mujer que tomó LSD; y los autores amigos de los chismorreos insinúan que Hofmann pudo haber tenido una relación más estrecha con ella. Poco después, la joven dejó la compañía y se casó. Mis opiniones en esos foros son precisamente eso, opiniones, y por ello totalmente desvinculadas de mi libro, donde no he incluido rumores. He solicitado información sobre Susi Ramstein a la compañía Sandoz España, cuyo departamento de atención al cliente me ha dicho que trasladarán la cuestión al departamento de comunicación, probablemente para contactar con la central de Basilea, donde estará toda la información histórica al respecto. Si me dicen algo, lo haré saber a todos los lectores.
Estás embarcado, ahora mismo, en la traducción y edición en castellano de dos libros, obra de los Shulgin. Cuéntanos brevemente el proyecto.
Cierto. Junto a Hofmann, el otro gran químico-farmacólogo es Shulgin, sin duda alguna, y juntos forman la pareja de ases de esta disciplina. Cada uno a su modo y estilo, han influido enormemente en este ámbito y lo han trascendido para influir en la sociedad y la cultura del mundo entero. Nuestro proyecto relacionado con los Shulgin consiste en traducir al castellano y publicar sus obras principales, PIHKAL y TIHKAL. La idea fue originalmente mía, los editores de los Shulgin me concedieron los derechos de traducción y publicación, y lo primero que hice fue comprar el dominio shulgin.es; al principio me asocié a un traductor y bioquímico, y después reuní un equipo muy competente de traductores y a la vez especialistas en distintas materias. Por último, conseguí que me avalara un grupo significativo de personalidades, en el que destaca Escohotado, que ha prometido escribir algo para la introducción, y Jonathan Ott, nuestro principal valedor porque le interesa mucho lo que hacemos, por su proximidad a Shulgin y porque está deseoso de que los libros de uno de sus maestros puedan leerse en español. La labor es muy difícil, por la misma complejidad y extensión de los libros, y también porque cada uno de nosotros tiene su propio trabajo y obligaciones. Por si esto fuera poco, aparte de traducir los libros tenemos que actualizar la página web y el grupo Facebook, además de hacer difusión, tarea de la que me ocupo yo como director y escritor, redactando artículos inéditos para enviar a distintas publicaciones, que nos sirven para que nos conozca cada vez más gente, algo imprescindible para que la publicación sea viable en términos económicos. En este sentido, debo dar las gracias especialmente a Moisés, redactor jefe de la revista Cáñamo (http://www.canamo.net), a Raúl y Xose, redactores de la versión digital e impresa de la revista Cannabis Magazine (http://www.cannabismagazine.es), a la revista digital Vice (http://www.vice.com/es) y, por supuesto, a la Revista Ulises (https://revistaulises.wordpress.com). A pesar de la complejidad de la labor, gracias a la colaboración de todos los que nos prestan su ayuda y, por supuesto, al público, que es quien manda en última instancia, llegaremos hasta el final, para que los lectores interesados puedan disfrutar de estas dos joyas de la psiconáutica, que aparte de narrar las vidas de Ann y Sasha, incluyen los procesos de síntesis y las propiedades de 234 drogas. Igual que sucedía con la biografía de Hofmann, la publicación está destinada principalmente al público drogófilo, pero también al público general que no conoce mucho sobre el tema y que quiere adentrarse en el maravilloso mundo de Sasha Shulgin y las drogas que creó, las cuales, igual que las de Hofmann, tienen múltiples aplicaciones. El hecho de que las partes narrativas sean principalmente biográficas, y que las respectivas introducciones de Shulgin a los dos libros sean sendas declaraciones de principios facilitan esta tarea de acercar sus dos obras al público general.