Ayahuasca,”La Televisión del Monte”

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Jeremy Narby un francés de 25 años, antropólogo, en el año 1985 visitó la comunidad nativa de los Ashánincas ubicada entre el Valle del Pichis y el Perené, en la Selva Central del Perú.
Su interés era realizar una investigación antropológica a fin de lograr un doctorado en antropología en una universidad estadounidense. En el inicio de su investigación descubre que todo el conocimiento biológico de la comunidad estaba basado en la interpretación de lo que percibían mediante la ingesta de una bebida llamada “ayahuasca” los “chamanes” de la comunidad. Estos “chamanes” de la amazonía eran los ayahuasqueros.

Su incógnita era cómo poder interpretar todo este concepto novedoso para él y entender su verdadero sentido.

Quería tocar el tema de manera sensata para no caer en subjetividades que al final fueran contraproducentes.

Considerando el interés del gobierno peruano de ese entonces de confiscar tierras a los nativos argumentando que las actividades extractivas que realizaban se traducían en un uso irracional del bosque y que la mejor alternativa para el desarrollo económico del país era talar y crear campos de cultivo. Narby entendió que su investigación era vital para defender la concepción que los nativos tenían de la amazonía dentro de un sistema que conservó el bosque por siglos.

Esto a su vez contribuiría a que los ashánincas lograran el reconocimiento, por parte del estado peruano, de sus territorios.

En medio del contacto entre Narby y la comunidad se presentaron dudas acerca de los intereses del antropólogo.

El interés de Narby por el conocimiento botánico de los ashánincas lo llevó a coleccionar algunas especies de plantas y eso creo incertidumbre entre las personas. Pensaban que lo que buscaba el antropólogo era hacer un negocio basándose en el conocimiento que ellos tenían acerca de las plantas.

Considerando la desconfianza justificada por más de una mala experiencia que podían haber experimentado con foráneos, Narby decide devolver las muestras y así todo el clima volvió a la calma.

En el trato cotidiano con los distintos grupos que departió dentro de la sociedad asháninca, conoció a Ruperto, un ayahuasquero que le propone, para acercarse más al entendimiento de la selva, que tome ayahuasca. Ruperto le dio algunas indicaciones y pasaron días antes de la experiencia.

Narby aún con dudas no había seguido las directivas del ayahuasquero previas a la ceremonia.

Aquí una descripción basada en las notas tomadas por Narby la noche siguiente a la ceremonia de ayahuasca:

Primero, Ruperto nos aspergió con agua perfumada (agua florida) y nos ahumó con su tabaco. Seguidamente, se sentó con nosotros y comenzó a silbar una melodía de una belleza sorprendente.

Veía ya imágenes calidoscópicas delante de mis ojos, pero no me sentía bien. A pesar de la melodía de Ruperto, me levante para ir a vomitar. Habiendo eliminado los restos del venado y la yuca frita regresé a mi asiento, aliviado. Ruperto me dijo que, sin duda, yo había también arrojado la ayahuasca y que si quería podía volver a tomarla. Acepte. Verificó mi pulso y me declaro bastante fuerte para una dosis “regular”, que yo tragué.

Ruperto volvió a silbar mientras me instalaba en posición sentada en la oscuridad de la plataforma. Imágenes comenzaron a inundar mi cabeza. En mis notas, las describo como “inhabituales o espantosas: un agutí que muestra sus dientes y cuya boca esta ensangrentada, serpientes multicolores, muy brillantes y centelleantes, un policía que me causa problemas, mi padre que me mira con aire preocupado”.

Me encontré encerrado por lo que percibí como dos gigantescas boas, de un tamaño aproximado de sesenta centímetros de alto de doce a quince metros de largo, estaba totalmente aterrado. “Estas serpientes enormes están allá, tengo mis ojos cerrados y veo un mundo espectacular de luces brillantes, y en medio de pensamientos enredados las serpientes comienzan a hablarme sin palabras. Me explican que no soy más que un ser humano. Siento mi espíritu quebrarse, y en la grieta veo la arrogancia sin fondo de mis a priori. Es profundamente verdadero que yo no soy más que un ser humano y que la mayor parte del tiempo tengo la sensación de comprenderlo todo, mientras que aquí me encuentro en una realidad más poderosa que no comprendo de manera alguna y que incluso, en mi arrogancia, ni sospechaba que existiese. Tengo ganas de llorar ante la enormidad de estas revelaciones, pero me viene la idea que esta autocompasión hace parte de mi arrogancia. Tengo tal vergüenza que no oso más tener vergüenza. No obstante, debo vomitar de nuevo”.

Me levante totalmente desorientado, y, pidiendo muy sinceramente perdón a las serpientes fluorescentes, las salté como un sonámbulo ebrio y me dirigí hacia el árbol situado al lado de la casa, más debajo de la cocina.

Si relato ahora esta experiencia con palabras sobre papel, en el momento el lenguaje mismo me parecía insuficiente. Ensayé nombrar lo que veía y las palabras, la mayor parte del tiempo, no ligaban con las imágenes. Esta situación era profundamente torturadora, como si mi última atadura con la “realidad” hubiese sido cortada. Por lo demás, ella parece aquí ser un recuerdo lejano y unidimensional. Sin embargo, llego a comprender mentalmente mis sentimientos, como “pobre pequeño ser humano que ha perdido su lenguaje y que se apiada de si mismo”.

No me había sentido jamás tan profundamente humilde hasta ese momento. Apoyado contra el árbol volví a regurgitar. En Asháninca, ayahuasca se dice kamaramí, del verbo kamarank, vomitar. Cerré los ojos y no vi mas que rojo. Vi el interior de mi cuerpo, rojo.

“Regurgito no un líquido sino un color, rojo eléctrico, como sangre. estoy mal de la garganta. Abro mis ojos y siento presencias a mi lado, una presencia oscura a mi izquierda, a cerca de un metro de mi cabeza, y una clara a mi derecha, también a un metro. Como estoy volteando más hacia mi izquierda no estoy molesto por la presencia oscura, porque estoy conciente de ella. Pero me sobresalto cuando me hago conciente de la presencia clara, y giro a mirarla no llego verdaderamente a verla con mis ojos, me siento tan mal y controlo tan poco mi razón que no tengo verdaderamente deseo de verla. Guardo bastante lucidez para saber que no estoy vomitando sangre. Después de un momento me pregunto que hay que hacer. Tengo tan poco control que me abandono a instrucciones que parecen venir del exterior mío (¿de la presencia obscura?): ahora es tiempo de parar de vomitar, ahora es tiempo de escupir, de sonarse la nariz, de enjuagarse la boca, de no tragar agua. Tengo sed pero mi cuerpo me impide beber”.

En un momento dado, en medio de estas abluciones, levanté la cabeza y vi a una mujer asháninca, vestida con una larga toga tradicional de algodón (cushma), que se detenía a unos siete metros de mí. Tenía aire de estar en levitación por encima del suelo. La vía en la oscuridad, que se había vuelto clara. La luz se parecía a aquella de esas películas viradas en “noche americana”, es decir, de día con un filtro oscuro para hacer creer en la noche. Mirando a esta mujer, que me observaba en silencio en esta noche súbitamente clara, quede de nuevo profundamente anonadado por la familiaridad de esta gente con una realidad que transformaba mis axiomas y de la cual era totalmente ignorante.

“Todavía muy confundido estimo que he acabado, e incluso me enjuago la cara, y regreso maravillado por el hecho de haber acertado cumplir con todo esto complacientemente solo. Dejo el árbol, la cocina, las dos presencia y la mujer flotante, y retorno hacía el grupo. Ruperto pregunta: “¿Es que te han dicho de no tragar agua?” Respondo: “Sí” “¿Estás mareado?” “Sí”. Me instalo y él reinicia su canto. Jamás escuche música más bella, pequeños estremecimientos fluidos, una voz alta, en el límite del gorjeo. La sigo y tomo mi vuelo. Vuelo por los aires, centenas de metros por encima de la tierra y, mirando hacia abajo, veo un planeta todo blanco. De golpe, el canto se detiene y me encuentro abajo diciéndome: “No es posible que se detenga ahora” No veo más que imágenes confusas con cierto contenido erótico, ¡como una mujer con veinte senos! Él reinicia su canto y veo una hoja verde, con sus nervaduras, luego una mano humana, con las suyas, y así seguido sin descanso. Es imposible recordarse de todo”.

Poco a poco las imágenes se van esfumando. Estaba agotado. Un poco después de medianoche, me adormecí.

CAPITULO SEGUNDO:
“Los Antropólogos y Los Chamanes”

Era extraño para Narby entender que el conocimiento botánico de las tribus amazónicas que sorprendía a los etnobotánicos, se basaba en las visiones o “alucinaciones” producidas por la ayahuasca.

Aquí transcribo lo que Narby describe acerca de la composición de la ayahuasca:

La primera Contiene una hormona que el cerebro humano produce naturalmente, la dimetiltriptamina, que, sin embargo, es inactiva por vía oral, puesto que está inhibida por una enzima del aparato digestivo, la monoamino oxidasa. Ahora bien, la segunda planta de la mixtura contiene precisamente varias substancias que protegen la hormona del asalto de esa enzima. Esto ha hecho decir a Richard Evans Chultes, el etnobotánico más renombrado del siglo XX: “Uno se pregunta cómo pueblos de sociedades primitivas, sin conocimiento ni de química ni de psicología, han logrado encontrar una solución a la activación de un alcaloide vía un inhibidor de monoamino oxidasa. ¿Por pura experimentación? Tal vez no. Los ejemplos son demasiado numerosos y podrían aún ser más con investigaciones suplementarias.

He aquí, pues, gente sin microscopio electrónico ni formación en bioquímica, que selecciona, entre las aproximadamente ochenta mil especies amazónicas de plantas superiores, hojas de un arbusto que contienen una hormona cerebral precisa, las cuales combina con una substancia bloqueadora de la acción de una enzima precisa del aparato digestivo, encontrada en un bejuco, con el fin de modificar deliberadamente su estado de conciencia.

Es como si ellos conociesen las propiedades molecularesde las plantas y el arte de combinarlas.

Y cuando se les pregunta cómo saben esas cosas, responden que su saber proviene directamente de diversas plantas alucinógenas.

Son pocos los antropólogos que han prestado interés a este tipo de declaraciones y es por ello que la mayoría de ellos se han quedado sin entender lo esencial de estas culturas tribales.

Narby se refiere en este capítulo a la incidencia de los antropólogos en la interpretación de lo que es chamán y la transferencia de sus limitaciones a los chamanes, a lo largo de la historia.

Para los primeros antropólogos en el siglo XIX, los chamanes, que en el caso de la amazonía peruana serían los anyahuasqueros, eran extremadamente ignorantes e ineficaces.

En ese entonces los estudios antropológicos estaban en sus inicios y existía un desconocimiento total del objeto de estudio.

Luego con la llamada “Antropología Moderna” se intentó analizar a los nativos como si fueran fórmulas de laboratorio. Esto porque los antropólogos buscaban ser considerados científicos.

Cuando la antropología pretendía establecerse dentro de la comunidad científica, cuenta Narby; “su objeto de estudio, esos primitivos vivientes fuera del tiempo, se puso a derretir como nieve al sol”.

En efecto, se volvía más y más difícil encontrar “verdaderos” indígenas que no hubieran tenido jamás contacto con el mundo occidental”.

Luego de esa incongruencia de la antropología se entiende que la antropología sólo puede interpretar.

El termino chamanismo a partir del siglo XX es inventado por los antropólogos para clasificar a las prácticas difíciles de entender de los grupos “primitivos”.

La palabra “chaman” proviene de la Siberia.

En la lengua tungús un “saman” es una persona que golpea un tambor, entra en trance y cura a la gente. Para los primeros observadores rusos, cuenta Narby, “eran enfermos mentales”.

Ahora se sabe que estas personas, con autoridad dentro de una comunidad tribal, llamadas por los antropólogos “chamanes” son reconocidas por su conocimiento y detrás de esas actividades aparentemente irracionales no existe sino un saber ancestral.

Así dice Narby: “Esta visión de chamán ordenador se volvió el credo de una nueva generación de antropólogos. De 1960 a 1980, las autoridades más instituidas de la disciplina han definido al chaman, ante todo, como un creador de orden, un maestro del caos o un evitador de desorden.

Por cierto, las cosas no han sucedido así tan simplemente. Hasta fines de los años 60, algunos sobrevivientes de la vieja escuela han seguido afirmando que el chamanismo era una enfermedad mental. A partir de la década del 70, hubo asimismo un nuevo discurso que presentó al chamán no solamente como un creador de orden, sino también como un especialista de toda clase de oficios -que era, a la vez “médico, farmacólogo, psicoterapeuta, sociólogo, filosofo, abogado, astrologo y sacerdote”. Finalmente, en el curso de los años 80, ciertos iconoclastas han afirmado que los chamanes, ante todo, ¡eran creadores de desorden!.

Entonces, ¿qué son los chamanes? ¿Esquizofrénicos o creadores de orden? ¿Hombres que hacen de todo o creadores de desorden?.

Me parece que la respuesta está en el espejo. Me explico: cuando la antropología era una joven ciencia naciente, todavía no conforme consigo misma, inconsciente de la naturaleza esquizofrenica de su metodología, el chamán fue percibido como un enfermo mental. Luego, cuando la antropología (“estructural”) pretendió acceder al rango de ciencia y los antropólogos se ocuparon de encontrar el orden en el orden. El chamán se ha vuelto creador del orden. Desde que la disciplina vive una crisis de identidad (“postestructural”), no sabiendo más si es una ciencia o una forma de interpretación, el chamán se ha puesto a ejercer toda suerte de oficios. Finalmente, ciertos antropólogos han comenzado recién a volver a cuestionarse la búsqueda obsesiva de orden de su disciplina, y han visto chamanes cuyo poder reside precisamente en “minar la búsqueda del orden”.

Parecería así que la realidad que se esconde detrás del concepto del “chamanismo” refleja sistemáticamente la mirada del antropólogo, cualquiera que sea su ángulo de enfoque”.

Ensayo del Libro La Serpiente Cósmica de Jeremy Narby por Patricia Burgos

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