Mecanismos del Trance Chamánico
(Tiempo estimado de lectura: 17 minutos)En el terreno de los llamados “estados alterados de la conciencia” que constituyen la base del “trance chamánico”, de las alucinaciones, de la adivinación, del misticismo, de la lucha entre la racionalidad y la irracionalidad y del conflicto entre la pasión y la razón, resulta indispensable precisar muchos de los conceptos básicos en medios tan complejos, tan informes y tan pantanosos.
Nos ocuparemos primero de definir algunos términos como la conciencia, el inconsciente, la memoria, los arquetipos, el subconsciente colectivo y las bases de muchas reacciones psicológicas indispensables para enfocar este arduo problema.
El estudio del funcionamiento del Sistema Nervioso, que hasta hace poco estaba basado en la anatomía, en el estudio de la mielinización y en las funciones alteradas por la excitación eléctrica o por la destrucción de determinadas zonas, se ha extendido infinitamente con las finas técnicas neurofisiológicas, con el estudio ultramicroscópica de las neuronas y sus dendritas, la anatomía de las sinapsis, la configuración de los campos eléctricos evocados por diversos estímulos, las características de los cambios lentos en los potenciales eléctricos, el mecanismo metabólico intraneuronal, el amplísimo estudio de los transmisores químicos, la neuro-farmacología, la tomografía por emisión de positrones (PET), etc.
Si hablamos de “conciencia” ante un público común y corriente, ante el hombre de la calle, todos sabemos de qué estamos hablando. Pero en el sofisticado mundo de los neurólogos, flotan muchas ideas dispares y rara vez hay consenso en lo que significa “conciencia”, así en forma abstracta. Es frecuente que cada uno tenga una interpretación académica diferente y que cada uno entienda lo que el otro descarta como una definición incompleta o aberrante. Como muchas cosas en la neurología, el que cree que sabe, generalmente no sabe que no sabe.
Los psicólogos sí saben porque se ocupan principalmente de los resultados objetivos, de los aspectos fenomenológicos. Ellos ven con naturalidad el hecho de estar consciente o inconsciente y tener “conciencia” de su propio pensamiento y de sus propias vivencias. Pero no se meten a averiguar en qué forma se organiza algún conjunto indefinido de neuronas para producir eso que ellos y el hombre de la calle llaman “mente” y que muchas personas agregan, mezclan o intercambian con el concepto de “alma” y de “conciencia”. ¿Qué circuitos, qué centros, qué gigantesco complejo de sinapsis, potenciales eléctricos y reacciones químicas dan por resultado eso que llamamos conciencia? Y sabemos que, más adentro aún, hay una monstruosa constelación de actividades neurológicas y de importantísimas funciones mentales de las cuales tampoco quisiéramos empezar siquiera a averiguar qué mecanismos las sustentan, ni la infraestructura anatómica que las alimenta. Aferrados al sistema cartesiano, eso todavía es meterse en terrenos vedados.
Al lado de lo que el hombre de la calle y los psicólogos llaman “conciencia”, existe un mundo de procesos mentales que, sin aflorar a nuestra mente, está obviamente presente, en forma aparentemente oculta o con diversos matices de claridad, dentro de nuestra función intelectual. A todo eso llamamos inconsciente o subconsciente.
En nuestros ya largos estudios de la medicina tradicional peruana, hemos visto que en este filo de navaja entre lo consciente y lo inconsciente, yacen todos los secretos del chamanismo y se abren grandes abismos en nuestros conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro. Aquí están los abismos cerebrales como los llamé en un reciente libro.
Hay una serie de incógnitas que aún permanecerán mucho tiempo sobre el tapete. Sobre ellas se emiten teorías parcialmente explicativas o se adopta un agnosticismo siempre incómodo para el científico. ¿En qué consiste físicamente la mente? ¿Cuál es la relación anatómica entre lo consciente y lo inconsciente? ¿En qué consisten y cuáles son los mecanismos de los llamados “estados alterados de la conciencia”? ¿Cuáles son las bases fisiológicas del estado alucinatorio? ¿Cuál es la base neurofisiológica y neuroanatómica del trance?
Hay una clara falta de comunicación fluida entre lo que está archivado en el inconsciente y lo que transcurre en el mundo consciente. Si todo lo almacenado en el inconsciente pudiera entrar libremente y en forma desordenada a la conciencia, se produciría un incontrolable caos informativo sin fin y sin objetivo. Resulta lógico por eso aceptar que existe una limitación de circuitos neuronales disponibles en las vías de acceso desde el inconsciente hacia el área consciente de nuestra mente. Tiene preferencia la información novedosa que viene de “afuera” (sensorio). El material que viene de “adentro” (subconsciente) tiene menos posibilidades de acceder. Las percepciones sensoriales de la persona activa y despierta tienen prioridad y pueden monopolizar los accesos y obstruir la llegada de las fuentes internas. Por eso, en el sujeto despierto, el silencio, la obscuridad, la oclusión de los ojos ó el fijar la mirada en un solo sitio facilita la afloración del inconsciente. El diván del psiquiatra, la media luz y el entornar los párpados….el mirar el fuego, o el mar, o la bola de cristal…
Cuando el inconsciente logra acceder a la conciencia, se da prioridad a los pensamientos y problemas inconclusos ó insuficientemente procesados: tareas iniciadas pero aún no terminadas, planes trazados pero aún no ejecutados, acciones recientes que resultan inadecuadas ó incorrectas, plazos que se cumplen, etc. y particularmente se da importancia a estímulos adversos (muerte de un ser querido, ruptura de una relación amorosa, accidente reciente, etc.) Son pensamientos intrusivos que impiden pensar correctamente en otras cosas. La mente está previamente ocupada. Está pre-ocupada. Preocupada. Pero ¿Cómo se ocupa? ¿Cuáles son los circuitos cerebrales?
Para complicar más las cosas, dejemos por un momento la conciencia y la subconsciencia y demos una mirada a otra función cerebral: la memoria. La vida toda es memoria. La vida no podría existir en el planeta si no existieran, en cada ser vivo, mecanismos de defensa y de adaptación al medio ambiente. Y estos mecanismos, para ser adecuados, tienen que ser transmitidos a los seres descendientes mediante algún sistema. Ese sistema se llama memoria.
La vida es memoria. No puede mantenerse la vida si no se mantiene la memoria y, por eso, todos los científicos empeñados en desentrañar los mecanismos intrínsecos de la vida, están previamente o simultáneamente investigando cuáles son los mecanismos intrínsecos de la memoria. Si una pequeña semilla no fuese un complicadísimo archivo de memorias, no podría fabricar un árbol similar a su progenitor. En el conocimiento de cómo funciona el ácido ribonucléico, está el misterio de cómo funciona la vida y la memoria. La vida es memoria.
El ser humano nace, como los demás organismos multicelulares, con memoria suficiente en sus células para poder vivir y desarrollarse. Nadie le enseña cómo respirar. Nadie le enseña cómo digerir. Nadie le enseña muchas funciones que ni las miramos porque las consideramos “automáticas” pero que son actividades extremadamente complejas cuyo inicio y permanencia implican una serie de sistemas de memorias sin los cuales la vida de un recién nacido sería imposible. Además de esto, el niño trae en sus genes muchos conocimientos acumulados por la especie durante un millón de años de existencia. “Instinto” le dicen. El instinto es memoria. No es memoria consciente…pero es memoria. Y muchos otros conocimientos, racionales e irracionales, llegan por diversas vías a integrar el cuerpo de doctrina que explica el comportamiento humano.
El ser humano es humano desde que dejó de ser antropoide. El primer hombre fue el primer antropoide que puso una flor o un plato de comida en una tumba. Eso parece haber sucedido hace alrededor de un millón de años. ¡Pero la historia, como la conocemos, tiene solamente 6000 años! ¿Qué ha pasado en los 994,000 años previos?
El hombre pre-histórico debe haber logrado acumular muchos conocimientos en esos largos siglos ¡9940 siglos! Y como no sabía escribir ni tenía concepto de la historia ¿Se perdieron todos esos conocimientos en la obscuridad del tiempo? No es probable. Mas bien, hay suficiente evidencia que muchos de esos conocimientos quedaron impresos en los genes y salen a la memoria conciente en forma velada o simbólica, influenciando el comportamiento individual y social del ser humano. Es lo que se llama la afloración del subconsciente colectivo que Jung definió en unidades que llamó arquetipos.
Son memorias heredadas. Conocimientos registrados en el óvulo fecundado que contribuyen eventualmente a nuestro comportamiento en circunstancias y situaciones que se encuentran más allá del área consciente de nuestra mente. Más allá de la conciencia está el instinto. Más allá de la conciencia está el saber respirar, deglutir, desplazarnos, defendernos, reproducirnos. Más allá de la conciencia están también los programas que forman una mano con cinco dedos, una nariz similar a la del bisabuelo, una oreja con sus vueltas y revueltas. Más allá de la conciencia están muchos programas que nos inducen a reaccionar en forma pre-determinada ante estímulos específicos. Nos enseñan a huir de determinados símbolos de peligro. Nos enseñan a que nos guste determinado símbolo de gratificación futura. Todo eso está más allá de lo que llamamos vida consciente. Está en los circuitos neuronales de nuestra vida vegetativa, en las áreas de nuestro cerebro que comandan mucho de nuestro comportamiento automático y orientan una serie de pautas conductuales que los antropólogos estudian ahora para entender al ser humano.
La memoria, en todos sus niveles, es el bagaje total de vivencias conscientes y subconscientes que dirigen e influencian nuestro comportamiento individual y social.
Querer encontrar la explicación de nuestra propia conducta solamente en lo que está al alcance inmediato de nuestra memoria consciente es, por eso, una actitud ingenua e improductiva. Mucho de esa conducta está enraizada en el subconsciente individual y colectivo. Si no estudiamos esos misteriosos ámbitos de la memoria, estamos ciegos.
Pero es cierto que entre la memoria consciente y la memoria subconsciente con su memoria colectiva existe una verdadera barrera que evita que la memoria consciente sea invadida masiva y desordenadamente por el enorme archivo memorístico acumulado en el cerebro.
Naturalmente, la conciencia está protegida de ese gigantesco cúmulo de información. Si toda esa monstruosa cantidad de memorias estuviera simultáneamente a la luz de nuestra conciencia, la individualidad de nuestra mente quedaría automáticamente destruida por la inundación caótica, desordenada y multitudinaria de todas nuestras vivencias pasadas. Es por lo tanto indispensable que exista una barrera, una frontera que actúe como filtro entre todo lo que está registrado en nuestro archivo memorístico y el ámbito de lo que llamamos nuestra conciencia. Esa barrera puede ser franqueada mediante un acto que llamamos “rememorar” o “recordar” y es una función cuya fenomenología ha sido ya estudiada por más de un siglo, pero cuya anatomía fisiológica es hasta ahora desconocida.
Sería complicar demasiado esta nota tratar de explicar aquí los diversos mecanismos neurológicos que ya han sido identificados en la función de la memoria. Diversas zonas del lóbulo temporal, los ganglios básales, el área límbica, la corteza frontal y algunos núcleos (rafe) del tronco encefálico. Pero esos descubrimientos que son un gran avance que satisface por la dirección que los estudios van tomando, complementados por el hecho que cada grupo neuronal funciona con lenguajes químicos (transmisores) diferentes, no podría respaldar la protesta de algún neurofisiólogo que nos diga que sí sabemos cómo funciona la memoria consciente y la rememoración.
Como decimos arriba, la fenomenología de la conciencia, de la subconciencia y de la barrera que las separa ha sido ya profundamente estudiada desde fines del siglo XIX por gigantes de la psicología y de la psiquiatría. Podríamos llenar varias largas y divertidas cuartillas con múltiples ejemplos de memorias, olvidos y recuerdos. Pero todavía continuamos en la obscuridad tratando de identificar los mecanismos anátomofisiológicas y químicos de la memorización y la rememoración, así como de la actividad inteligente del subconsciente que, mientras la conciencia puede estar dormida ú ocupada en cosas monótonas ó inconsecuentes, explora y revuelve sus propios archivos creando respuestas a temas que la conciencia dejó por resolver.
La creatividad es el resultado de una colaboración exitosa entre nuestra conciencia y nuestro inconsciente, pero ¿dónde están escondidas esas ideas subconscientes? ¿Dónde está enraizado esa otra alma? ¿Esa otra mente? Ese es algún espacio secreto, alguna compleja red neuronal, alguna desperdigadas población de células nerviosas que ansiamos utópicamente localizar en su situación anatómica y en su funcionamiento químico.
En la estructura inmaterial del pensamiento, todo ser humano es copia del otro, sea cual sea su cultura: La mente consciente y la mente inconsciente ¿son dos almas como dicen los pensadores primitivos de las llamadas culturas primigenias? ¿Cómo pueden haberle robado el alma a ese hombre que está conversando con nosotros? Es un arquetipo que hace eclosión en muchas culturas. En la visión primitiva, el ser humano no solamente tiene un alma sino dos almas. En la versión sofisticado, es una mente consciente y una mente inconsciente.
La mente primitiva, cuando quiere explorar el alma que comanda sus emociones y sus recuerdos, se lanza a los espacios externos. La mente moderna mira hacia adentro. Ambos le llaman a esto la “ampliación de la conciencia”. Es una ruptura de la barrera que separa las dos almas. No es explorar el mundo extraño, inalcanzable, insondable que existe más allá de nuestros sentidos. Se trata, en cambio, de penetrar la barrera que separa nuestro mundo consciente de los abismos obscuros y misteriosos del inconsciente. De aquel ámbito donde una intensa actividad inteligente se alimenta de raíces llenas de vida. Es una ampliación de la conciencia que se obtiene al trasponer la barrera que la limita. Y el hecho de romper la barrera puede ser total, parcial, virtual o real en lo que llamamos los “estados alterados de la conciencia”: las alucinaciones, la inspiración, el mensaje oculto, el trance…
La irrupción del subconsciente en el ámbito de la conciencia puede producirse, lo sabemos bien, en los estado febriles o tóxicos de algún proceso patológico. Delira así el paciente fuertemente afiebrado o el urémico o el deshidratado. Delira porque su intelecto oculto sale a la superficie en su conciencia.
La violación de la barrera se produce también fisiológicamente con el ensueño. La interpretación de los sueños, tan antigua como el hombre, ha sido racionalizada ahora por todas las escuelas psicológicas. Los ensueños son una clara afloración del inconsciente hacia la conciencia dormida, en un plano que permite estar en contacto con cosas distantes e invisibles y con seres que viven diferente en contextos diferentes…
La ruptura flagrante de la barrera se produce también en forma catastrófica en la esquizofrenia y en los llamados “estados crepusculares” de algunos procesos convulsivos.
Hay así varios grados de la “ampliación de la conciencia”. Fisiológicos y patológicos. Pero el que más nos interesa en esta presentación es el llamado “trance”, que es un estado intermedio entre la conciencia y el amplísimo mundo ignoto de la inconsciencia.
El “trance”, base de la actividad chamánico, es una clara ampliación de la conciencia. Es un estado alterado de la conciencia donde las reglas del pensamiento racional son desarticuladas por fuertes corrientes de contenidos memorísticos emocionales, imaginativas y cognitivos. El mundo ordenado por la lógica es perturbado por la liberación de informaciones, pasiones y fantasías. Las facultades críticas se tambalean ante la fe y las acciones simbólicas se transforman en hechos reales.
Sin recurrir a este estado de “trance”, Freud y sus seguidores diseñaron y perfeccionaron métodos de explorar el subconsciente mediante el psicoanálisis. Es un proceso racional, científico y de gran utilidad del que no hemos de ocuparnos ahora. Pero, antes de este genial descubrimiento, ya el hombre primitivo había encontrado sistemas de exploración de los abismos cerebrales a donde ha llegado, muchas veces sin darse cuenta, en formas que requieren hablar de “espacialidad”: El “espacio” en que se desarrollan los acontecimientos que suceden durante el trance ó el ensueño del hombre primitivo es un espacio externo, un escenario diferente a su propia personalidad. Durante el sueño del hombre primitivo, su propio espíritu viaja hacia otros mundos y otras épocas y visita lugares lejanos, a veces desconocidos. Durante el “trance”, todo parece desarrollarse en el espacio que rodea al sujeto. Nada es producto de su propia imaginación. ¡Todo viene de afuera! ¡De otro espacio! ¡Sucede en otro escenario!
Lo que ahora, por simplificación semántica, llamamos “trance” es una capacidad del ser humano de todas las culturas y recibe nombres diferentes según las fuentes de información y del contexto de su producción, desde el “éxtasis” de Santa Teresa hasta la “individuación” de Jung; desde el Tao absoluto” hasta el “Satori” del Budismo Zen; desde la “experiencia mística” de William James hasta la “intuición divina” de Blake, en un racimo de cerca de veinte expresiones más que definen el mismo fenómeno.
Para llegar a esos espacios internos o externos, vedados al común de los mortales, para llegar al “trance”, el camino más sencillo pero más elaborado, el más racional, podríamos decir, es la meditación profunda ayudada por algún procedimiento que desencadene un fuerte desequilibrio orgánico. Meditación reforzada por la soledad, por la abolición de estímulos externos, por la fijación de la mirada en un punto (bola de cristal, fuente de luz, fuego, vísceras, etc.), por el insomnio prolongado, por la fatiga, por el ayuno despiadado, por el frío intenso, por el calor abrumador del desierto o de la selva, por el miedo a lo desconocido, por la obscuridad, por el silencio, por la oración, por el auto-castigo… Estas circunstancias están en la base física de todo el misticismo y de toda la magia de todas las épocas en todas las culturas.
Y ahora, las plantas que inducen a la ruptura de la frontera consciente-inconsciente y que son utilizadas por las culturas de América para la exploración de los abismos cerebrales.
Hoy ya sabemos que, en alguna forma, son los componentes químicos de una planta los responsables del efecto que se produce sobre las funciones cerebrales. Dónde actúan y cómo actúan para producir los resultados observados es lo que constituye la base de la farmacodinamia.
Para esto, debemos recordar que el sistema nervioso es una complicadísima red formada por un fabuloso número de neuronas (unos diez mil millones) que forman grupos y combinaciones acumulando y procesando información. (Con las veintinueve letras del alfabeto podemos hacer combinaciones y expresar todo el conocimiento humano ¿Qué podríamos hacer con diez mil millones?). Las innumerables neuronas se comunican entre sí no por contacto directo, tal como sucede en una red eléctrica o una computadora sino a través de lo que se denomina “intermediarios” o “transmisores” químicos, es decir, sustancias que, al ser producidas por los tentáculos y ramificaciones de una neurona y sus dendritas, son detectados y captados por los “receptores especializados” de otra neurona. Este proceso se realiza en los puntos de contacto y aproximación de las neuronas, que se denominan “Sinapsis”. Cada neurona tiene varios centenares de sinapsis.
Al lado de esto, hoy se conocen ya cerca de treinta diferentes sustancias que actúan como transmisores en diversas zonas y en variados circuitos del sistema nervioso y cada año alguien descubre y agrega otra substancia más que va completando el complejo mosaico bioquímico que quizás permita explicar la función integral de la comunicación neurológica.
La cuestión es aún más compleja pues cada transmisor químico provoca, en la neurona que ha de recibir el mensaje, una reacción diferente según sea la porción de la membrana que capta el mensaje y que recibe el nombre de “receptor”. Potencialmente, cada “transmisor” puede activar varios tipos de “receptor” y es la combinación “transmisor-receptor” la que modula las características del mensaje final.
Y aún más pues, con objeto de regular la excitación ó el mensaje recibido, es necesario un mecanismo que se encargue de evitar que un exceso de “transmisor químico” redoble las demandas sobre la célula receptora o las prolongue indefinidamente. Esto se lleva a cabo mediante tres procesos independientes, paralelos, simultáneos o sucesivos:
- Secreción de sustancias químicas que destruyen el “transmisor” excedente.
- Recaptación para reciclaje de otra porción del excedente.
- Bloqueo de los “receptores” para evitar que el excedente actúe sin freno.
Estos hallazgos han hecho cambiar progresivamente nuestro concepto sobre cómo funciona el cerebro que, lejos de ser concebido como un órgano único, es comprendido ahora como una serie de órganos neurológicos especializados en diversas funciones: cada una de las complejas funciones del sistema nervioso está encargada a una determinada comunidad o colonia neuronal que puede o no estar agrupada en una sola área geográfica del encéfalo o puede estar distribuida en forma difusa o desperdigada por todo el cerebro.
Lo que unifica a cada comunidad neuronal, no es necesariamente su vecindad anatómica en determinada área cerebral sino el intermediario químico que une a las neuronas entre sí, a manera de un lenguaje químico que permite la intercomunicación y que diferencia a esas neuronas de las otras que forman una comunidad diferente con tareas diferentes. Son sistemas neuronales que se identifican por “el idioma que hablan” y no necesariamente por su vecindad o por su agrupación física.
En realidad, hay tantos mecanismos de regulación a nivel de las sinapsis y tantas substancias químicas exógenas (drogas) que pueden actuar en tan diversos puntos funcionales, que no debe extrañarnos que todavía haya innumerables vacíos en nuestros conocimientos farmacológicos del Sistema Nervioso Central.
El estudio de las plantas que modifican o producen los estados alterados de la conciencia ha sido realizado desde hace miles de años por el ser humano de diversas regiones geográficas. En el Continente Americano se conocen largas docenas de espacios vegetales que, en una forma u otra, son utilizadas para producir o estimular el trance chamánico. Hasta hace relativamente poco tiempo, la nomenclatura de estas substancias psicoactivas era tan caótica como la experiencia inicial del que se atreve a experimentar su acción. Se les ha llamado delusionógenas, alucinógenas, delirantes, eidéticas, misperceptinógenas, misticomiméticas, fanerótimas, psicóticas, psicógenas, psicotomiméticas, psicodislépticas, psicotaráxicas, psicotógenas, esquizógenas, psicodélicas, enteógenas, etc.
Muchas de ellas contienen substancias perfectamente identificadas que, empleadas químicamente puras, reproducen las manifestaciones psicológicas ocasionadas por los brebajes chamánicos de la medicina tradicional peruana. La mescalina, las triptaminas, las beta-carbolinas, la bufotenina, el LSD, la escopolamina, la cocaína han sido estudiadas exhaustivamente y actúan con toda seguridad a nivel de las sinapsis del cerebro como llaves falsas en las redes neuronales que constituyen la infraestructura misteriosa y obscura de la mente, contribuyendo a romper la barrera que separa el inconsciente de la actividad consciente. Con estas plantas mágicas, identificadas hace muchos siglos por nuestros indígenas americanos, el neurofisiólogo moderno está ya en camino para develar los secretos abismales del cerebro y de sus funciones mentales.
En fin, todo lo dicho en estas líneas, repetimos, no es sino una hipótesis de trabajo. Abre, desde luego, nuevos caminos en la investigación fenomenológica de la memoria, del comportamiento consciente, de los contenidos subconscientes y de los procesos de rememoración y ordenamiento psíquico durante los “estados alterados de la conciencia”. Queda por investigar si alguna de estas substancias psicolíticas debidamente dosificada y adecuadamente administrada puede permitirnos estudiar mejor el proceso de rememoración y si puede llegar a indicarnos algún camino útil en los trastornos deficitarios de la memoria. Queda por investigar si dentro de la memoria transmitida genéticamente hay un lugar para arquetipos más recientes que puedan explicar comportamientos o vivencias que parecieran provenir de los genes heredados de varias generaciones anteriores. Queda por determinar si a los archivos de la memoria pueden ingresar eventos que no hayan sido registrados por la actividad consciente como parece suceder con las imágenes eidéticas o con el aprendizaje durante el sueño. En fin, queda por investigar muchos eventos psicológicos y, sobre todo, queda un colosal e inmensurable vacío en nuestro conocimiento de la infraestructura neurológica de todo lo que hemos revisado.
No tenemos derecho, sin embargo, a ser pesimistas. Es verdad que la forma en que todas estas plantas actúan sobre el sistema nervioso e influencian la fisiología de la mente humana no está aún suficientemente definida pero, como ha de comprender el lector benévolo y buen amigo, el autor de estas líneas, que ha dedicado ya más de medio siglo al estudio del Sistema Nervioso, no puede refrenar el deseo de plantear una hipótesis que permita enfocar adecuadamente los fenómenos que se observan en la producción de alucinaciones, de la llamada “ampliación de la conciencia” y de los alegados poderes de adivinación y otras funciones parapsicológicas que se atribuyen a estas substancias vegetales.
Se sabe en realidad mucho más de lo que aquí podríamos transcribir, pero creo que al hacerlo tendríamos que entrar a profundas disquisiciones neuroquímicas que nos alejarían del nivel general de este texto. Neurólogo y todo lo que usted quiera, mi querido lector, el otro día le confesé a un colega en el hospital que cada día me siento más perdido y más confuso y más abrumado con la gran cantidad de información que sigue llegando desde todos los laboratorios de neuropsicología y de neurofarmacología.
Los que estamos interesados en saber cómo trabaja el cerebro para poder producir o para ser instrumento de la mente, estamos cada día más confundidos.
Fernando Cabieses
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