Onirogénia » Lecturas http://www.onirogenia.com blog sobre los Estados Modificados de Consciencia. Enteógenos, etc... Thu, 14 Mar 2019 20:26:50 +0000 http://wordpress.org/?v=2.9.1 en hourly 1 El Miligramo de Consciencia http://www.onirogenia.com/lecturas/el-miligramo-de-consciencia/ http://www.onirogenia.com/lecturas/el-miligramo-de-consciencia/#comments Wed, 21 Mar 2018 12:00:49 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3712 Un libro ideal para personas interesadas en el empleo de las plantas maestras (ayahuasca, tabaco, San Pedro). Pero, sobre todo, para quienes sientan curiosidad por los procesos de aprendizaje y transformación que la vida, así como las experiencias enteogénicas, le ofrecen a uno. Y también para aficionados a los viajes (Perú), la espiritualidad (Himalayas), el autoconocimiento (viajes interiores).

Ramon Puig, el autor del libro, es una persona cuya vida ha pasado por varias etapas: de niño sensible a adolescente rebelde; de trabajar en la empresa familiar a descubrir un Perú que le fascinó; del uso recreativo de las drogas al conocimiento de las plantas maestras… y, de todo ello, a formarse como terapeuta y singular herbolario. Un libro ideal para personas interesadas en el empleo de las plantas maestras (ayahuasca, tabaco, San Pedro). Pero, sobre todo, para quienes sientan curiosidad por los procesos de aprendizaje y transformación que la vida, así como las experiencias enteogénicas, le ofrecen a uno. Y también para aficionados a los viajes (Perú), la espiritualidad (Himalayas), el autoconocimiento (viajes interiores).

Este libro nos narra en primera persona las aventuras y avatares de su existencia, desde las raíces de su carácter en la adolescencia hasta el descubrimiento del empleo de las plantas maestras entre los curanderos y chamanes del Perú, pasando por la etapa de consumo recreativo de diversas sustancias psicotrópicas, los viajes a la India, el descubrimiento del Perú… Pero, sobre todo, lo que enfatiza Ramon es su proceso de transformación a través de los viajes, vivencias, encuentros y descencuentros, así como el trabajo con el San Pedro, la ayahuasca y el empleo chamánico del tabaco.

En este sentido, cabe destacar que en la segunda parte del libro el autor nos descubre un uso poco habitual del tabaco: la ingestión de dosis ‘masivas’ (o, por lo menos, bastante elevadas) de tabaco macerado en agua, lo que proporciona intensas, duras y reveladoras experiencias de conocimiento y transformación (todo ello, claro está, dentro de un contexto tradicional del uso de esta planta en Perú). Así, además del recorrido personal del autor desde el empleo lúdico de sustancias psicotrópicas, el descubrimiento de la experiencia con San Pedro y ayahuasca (más conocidos en occidente), el autor nos descubre su duro proceso de aprendizaje con la planta del tabaco (que aquí únicamente insistimos en fumar), pero cuya función dentro del mundo chamánico es mucho más amplia que lo que hasta el momento hemos estado dispuestos a considerar.

Con todo, el ágil recorrido que el autor nos ofrece en este periplo por la vida, sirviéndose de su propia exepreincia, viajes, apertura a la espiritualidad desde un pasado rebelde y su atracción por todo lo desconocido, nos lleva hasta su punto culminante: el descubrimiento de su vocación como herbolario y servidor de plantas medicinales y maestras.

Un libro que se lee con gusto, interés y que resulta casi adictivo. También tiene su vertiente pedagógica e instructiva.

Sobre el Autor:

Ramón Puig nace en Barcelona en 1965 y entra en el mundo empresarial siendo muy joven. Después de varios viajes a India, en 1993 viaja a Perú y empieza a organizar viajes ya ejercer de guía turístico. Crea también una empresa importadora de productos textiles andinos, lo que le obliga a pasar varios años entre Perú y Barcelona. Es a raíz de sus incursiones en la Amazonia peruana cuando entra en contacto con su medicina tradicional y el conocimiento ancestral de las plantas maestras, iniciando un proceso personal que lo llevará al encuentro con su vocación.

Actualmente dirige el Herbolario Milfulles (Milenrama) en Mataró, trabajando como fitoterapeuta e impartiendo talleres. También es socio fundador y presidente de la Asociación de Usuarios de Fitoterapia e Investigación Médica.


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Fragmento del Libro:

Presentación

Ramón, hombre medicina, el que sabe, el que ama la vida sobre todas las cosas, el que tiene consciencia propia y del resto de la humanidad, el que ha sido tocado por el cielo, el infierno, y las plantas maestras.

Para crecer, aprender y saber uno no debe tener miedo a su sombra ni a confrontar sus profundas oscuridades. ‘Caerse mil veces, y levantarse otras mil’.

De guerrero a guerrero, es para mí un honor escribir estas líneas, tu historia no necesita presentación de nadie, leyendo tu obra, sobra y basta.

Este libro es un grito a la vida, a la libertad y al coraje, con un mensaje que nos dice que podemos cambiar nuestra historia, por oscura que sea. Esta obra y la experiencia vital que compartes es un canto a la esperanza y al amor.

(J. Vila i Tronchoni)

Fragmento del capítulo San Pedro y las Llaves del Cielo

Tomamos el sampedro con una cuchara y un poco de infusión. Me di cuenta del profundo respeto con que tomaban la planta y también que ya tenían experiencia en ello. Yo estaba expectante, hacía lo que veía que ellos hacían. El cabo de un rato, Magda salió al jardín y se tumbó en una hamaca. Vi que estaba empezando a sentir efectos. Yo no sabía qué efectos debía sentir y esperaba. Esperaba con respeto, aunque también con impaciencia. Vi que a David también le empezó a subir y, a mí, nada. Entonces tomé un par de cucharadas más y me dijo que fuera con cuidado. La música envolvía de paz el lugar.

Sonaba el Adagio de Albinoni. Era maravilloso. De repente sentí una fuerte sacudida, como una enorme colleja que me movió desde la base de la columna hasta el pescuezo, y brotaron dos enormes lágrimas de mis ojos. La sacudida fue brutal, subió todo de golpe y me asusté pensando si no había tomado demasiadas cucharadas. David se dio cuenta.

  • «Ahora sí ya sientes algo, ¿verdad?», me dijo sonriendo con complicidad.
  • «Sí, ahora sí», respondí un poco asustado.

Mi estructura egóica se rompió en mil pedazos y empecé a llorar a borbotones. El llanto era imparable, lloraba y lloraba sin parar. Me tumbé en el sofá porque sentía realmente un fuerte mareo. El adagio seguía inundando todo aquel maravi11oso espacio y yo me acurruqué tumbado en el sofá, como un niño vulnerable y desprotegido, llorando sin parar. El adagio y la planta me estaban removiendo lo más profundo de mis entrañas. Me vino a la mente aquella noche de luna llena en Machu Picchu en mi primer viaje, mi antigua adicción, los trapicheos, aquel secuestro en Lima… Lloraba por el tiempo perdido en aquella maravillosa tierra, por las pendejadas que había hecho, por el tiempo y energía que había desaprovechado, por todo lo que no había conocido por estar ocupado drogándome, por lo que me había perdido. Lloraba por mi estupidez y por mi arrogancia …

Magda estaba fuera en el jardín. David salió también, dejándome solo en el sofá, acomodándose en silencio junto a ella. Ellos estaban teniendo su experiencia, pero podían ver el momento que me estaba tocando vivir de la mano del sampedro, que no era en absoluto divertido ni lúdico. Respetaron mi espacio totalmente. Tenían experiencia y sabían cómo podía tratar aquella planta sagrada, aquella planta tan maestra. Y cómo acompañar sin interferir en la experiencia del otro. Me sentía acompañado por ellos, por su silenciosa presencia, por las montañas, por las plantas y árboles del jardín y por aquella tierra tan amada. Y seguía llorando y llorando en un imparable y desgarrador llanto. Era una mezcla de doloroso repaso biográfico y tremenda sacudida a mi importancia personal. Todo mezclado, todo a la vez. David entró sigilosamente en el comedor, puso otra cinta de música clásica, dejó un vaso de infusión a mi lado, puso su cálida mano en mi mejilla y volvió a salir en silencio al jardín. Sentí el consuelo del ser humano, la calidez del hermano. Y seguí llorando, acurrucado en aquel sofá.

Pasé así, acurrucado, abrazado a mí mismo y llorando, más de cinco horas. Al cabo de este tiempo, aliviado y agradecido por todo aquello que estuve sacando y comprendiendo, sentí una gran calma, una profunda reconciliación con la vida, conmigo mismo y mi pasado. Comprendí que no hay errores, sino lecciones, pues los errores generan culpa, las lecciones aprendizaje. Salí al jardín en silencio. Nos miramos los tres sonriendo con una profunda complicidad, una complicidad espiritual. Sin palabras entendíamos perfectamente, y con mi mirada les di las gracias y di gracias a la vida por aquella profunda experiencia.

Me quedé mirando las montañas que rodeaban aquel maravilloso lugar. Altas montañas de roca, imponentes y escarpadas, que parecían vivas, como si albergaran dentro de sí alguna fuerza que no podía, ni sentía, necesidad de comprender.

Simplemente estaban ahí, desde mucho antes que cualquiera de nosotros, y seguirían allí, majestuosas, cuando nosotros dejáramos esta vida. Me hacían sentir humilde, agradecido y profundamente afortunado por vivir en este mundo, por estar, por ser…

INTRODUCCIÓN

En los últimos años varios amigos y personas cercanas me han ido sugiriendo la idea de escribir un libro sobre algunas vivencias y experiencias que me han tocado vivir, pero lo que realmente supuso una semilla que quedó en mí, fue una conversación que tuve hace unos diez años en una preciosa casa en la falda de las montañas del Montseny, con mi amigo J. Vila, persona de gran conocimiento y con quien nos une una gran conexión con Perú, en concreto la Amazonia y sus medicinas tradicionales. Las palabras que me animaron a escribir este libro fueron «Tu experiencia puede ayudar a muchas personas». Aunque desde entonces aquellas palabras han estado presentes dando vueltas por mi mente, no encontraba el momento, fuerza, ni claridad para empezar a escribir, ni tenía claro el enfoque que le quería dar. Escribir desde mi experiencia sobre algunos temas puntuales me parecía incompleto, inconexo, y me daba la sensación de que no tendría el soporte para transmitir lo que quería. Escribir un libro auto biográfico me echaba para atrás, pues lo consideraba un poco egocéntrico.

Me preguntaba: ‘¿A quién puede interesarle mi vida?’: Ahora, pasados los cincuenta y después de pasar la última crisis correctiva, como me gusta llamar a las etapas en que todo se desmorona para dar la oportunidad a que nazca algo nuevo, y con la perspectiva que da la edad a una persona como yo, que pensaba que sería joven eternamente, he ido sintiendo que era el momento para ponerme manos a la obra, aunque todavía sentía cierta dispersión. Ha sido en uno de mis últimos viajes a la Amazonia donde he recibido la claridad para empezar a escribir, y el resultado es el relato de algunas experiencias y pedacitos de mi vida, ordenados siguiendo el hilo de mi proceso personal, que he estructurado en dos partes, como un antes y un después de mi encuentro con las plantas maestras y la medicina tradicional amazónica.

Lo que tienes en tus manos no es un libro para inocentes, ni para personas que no se han arriesgado en la vida, ni para las que nunca han cometido errores, ni para las que nacieron enseñadas, ni para seres puros e inmaculados que nunca han pecado, ni para los que no se han atrevido a ser menos buenos de lo que pretenden creer y aparentar, ni para los que con actitud farisea intentan esconderse de sus propias bajezas señalando y juzgando a los demás. Como dijo ese gran maestro espiritual, al margen de religiones, que fue Jesús: «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra’: Tampoco es un libro para las ‘Personas que, por suerte o desgracia, todavía no han sentido el dolor de los golpes con los que la vida, a veces, nos sacude el alma para ofrecemos la oportunidad de levantamos, relamemos las heridas y crecer.

Ni es un libro para mentes cerradas que se aferran a la confortabilidad de la razón, que por miedo a asomarse al precipicio quizás, solo quizás, cierran la puerta a descubrir algo nuevo.

En la vida, a veces, dos más dos no hacen cuatro.

Este libro es una historia de viajes y búsqueda. Viajes por la inmensidad de la cordillera del Himalaya, por la majestuosidad de los Andes, por la profundidad de las selvas de la Amazonia.

Un viaje por la vida con sus subidas, mesetas, bajadas, caídas y remontadas… Viajes interiores donde he tenido que enfrentarme a mis miedos más profundos, al orgullo, culpas y demonios. También viajes que me han llevado a una profunda conexión con mi corazón, con la naturaleza, con el espíritu, a hermanarme con la humanidad desde el amor, a lo más bello, a lo inefable y a ese conocimiento silencioso que está ahí, al que todos tenemos acceso pero al que el exceso de racionalidad de nuestro mundo tan moderno le cierra la puerta de forma dramática. Un viaje, también, que me ha llevado de vivir con intención a vivir con atención.

A pesar del título no es un libro sobre drogas, aunque la primera parte es un relato de viajes y aventuras salpicado por algunas historias que he vivido, gozado y también sufrido, en el mundo de las drogas. No es mi objetivo en absoluto hablar de lo que hay o no hay que hacer, ni pretendo dar lecciones sobre lo que es malo o bueno. El texto tan solo pretende ser, desde mi experiencia y vivencias que comparto, una invitación a la reflexión sobre el uso, los distintos usos y el abuso de distintas sustancias.

La segunda parte del libro son historias sobre mi encuentro y experiencia personal, a lo largo de quince años, con el uso ancestral de las plantas llamadas maestras, así como el cambio radical que representó en mi vida conocer el potencial de la medicina tradicional de la Amazonia. Plantas poderosísimas que, lejos de ser panaceas milagrosas para todo y para todos, y quiero dejar esto muy claro, bien utilizadas son una herramienta de profundo auto conocimiento, sanación y despertar espiritual.

Bien utilizadas, insisto en lo de bien utilizadas, y bien integradas las experiencias que provocan (también insisto en este importantísimo aspecto), pueden actuar como atajos, como aceleradores de procesos evolutivos. No pretendo hacer proselitismo del uso de estas medicinas, como se les llama también a estas plantas maestras. Tan solo exponer su potencial, relatar algunas vivencias que he tenido con ellas y cómo me han ayudado en mi proceso personal. Son solo herramientas y, como muchas otras, ahí están. No son las únicas, ni mejores o peores que otras. Cada cual debe encontrar las suyas. O no.

(…)

La motivación para escribir la segunda parte de este libro es el profundo agradecimiento y respeto que siento por el buen uso de estas medicinas, algunas de ellas plantas visionarias, y darles el lugar que merecen desde el corazón, con realismo y los pies en la tierra. Algunos libros que tratan sobre la búsqueda espiritual parecen escritos por seres elegidos e inmaculados que teorizan desde una posición inmune a los avatares de la vida; otros que tratan sobre el chamanismo narran historias fantásticas pero inaccesibles para la mayoría de mortales.

También hay libros más académicos que abordan las plantas maestras o enteógenos desde un punto de vista etnobotánico, farmacológico, antropológico, sobre sus efectos sobre la conciencia y sus posibilidades a nivel psicológico y espiritual. Sin embargo, no hay muchos libros que nos hablen de procesos personales vividos por personas de carne y hueso utilizando estas plantas como catalizador, y es mi deseo que este libro sirva para acercar al lector, también de carne y hueso, con un lenguaje llano y accesible, desde la experiencia personal y no desde la teoría, a cómo actuaron las plantas maestras en mi persona, qué movimientos provocaron y cómo ha sido el proceso. Compartir su potencial como herramientas para generar un cambio real, alertando igualmente a buscadores en estos momentos de peligroso boom de iluminados, sanadores, seres de luz, ayudadores compulsivos y chamanes de todos los colores, de que no todo lo que brilla es oro, ni mucho menos.

Otro motivo para escribir este libro es compartir una actitud ante la vida, la de asumir riesgos para poder ganar y avanzar. Si no arriesgas, quizá evitas algunas caídas, pero no ganas.

Quedas instalado en la mediocridad y en la queja de lo que podría haber sido, pero no fue. No se trata de asumir riesgos sin miedo, pues el que no tiene miedo es el loco, no el valiente.

No va de ser un inconsciente y asumir riesgos que no merece la pena asumir, aunque como podrás ver en esta historia, todos pueden regalar un aprendizaje.

Fragmento del capítulo ‘Tierra’

Cuando empecé a hacer algunos trabajos con el brebaje de tabaco para grupos reducidos, siguiendo las indicaciones que los curanderos me dieron en la selva, lo enfocaba a provocar básicamente una depuración a nivel físico, sobre todo las vías respiratorias, y como punto de referencia, si la persona quería, para dejar de fumar cigarrillos o al menos tomar consciencia para cambiar la relación con la planta del tabaco. Por supuesto, las dosis con las que trabajamos son menores que las que utilizan los curanderos en la selva; pues es una planta con la que hay que ir con mucho cuidado y que requiere cuidar aspectos como las dosificaciones y la preparación, para evitar situar el trabajo en una zona de riesgo, tanto para los participantes como para el que lo dirige. Las sesiones también son adaptadas al contexto occidental, pues por un lado la duración de las mismas se contrae a tres o cinco horas como máximo, y por otro lado, así como en la selva el curandero te da el brebaje y te deja allí solo, aquí se acompaña a los participantes durante todo el proceso y el facilitador dispone de varias herramientas para ayudar a favorecerlo.

Muy pronto me di cuenta de otros efectos beneficiosos y que iban mucho más allá del cuerpo físico. Las personas que habían participado en la purga comentaban que se sentían más aliviadas, enraizadas, limpias y con la mente más clara. También que les había estimulado la capacidad onírica y tuvieron sueños lúcidos después de tomar el tabaco. En algunas ocasiones pude presenciar, junto al vómito que provoca, una catarsis a nivel emocional consiguiente alivio de la persona. Estos resultados me fueron animando, y paralelamente también aumentó el respeto por aquel tipo de trabajo. No solo se trataba de una limpieza física, ni mucho menos, y en muchas ocasiones yo salía de aquellas purgas totalmente agotado.

El boca oreja empezó a correr y pasé varios años organizando y dirigiendo sesiones purgativas con tabaco para grupos reducidos. En aquel periodo, en total participaron casi cuatrocientas personas. Me sentía bien haciendo aquello y me animaba el hecho de que los participantes que acudían, en su inmensa mayoría, eran personas normales. No eran flipados ni iluminados. Este aspecto me estimulaba y los comentarios alentadores que iba recibiendo de los participantes me confirmaban y animaban a seguir por ese camino. Tuve que aprender mucho para ir puliendo la estructura del trabajo y también a protegerme, a base de errores, para no llevarme a casa parte de lo que los participantes sacaban.

Aprendí mucho durante aquellos años haciendo purgas y experimentándolas personalmente, pero cuando tuve la ocasión de profundizar a otro nivel con esta planta, a un nivel que no podía ni imaginar, fue cuando conocí a Ernesto, años después, y viví de su mano y sabiduría la dieta de tabaco, una experiencia que no olvidaré nunca, comprendiendo en mis carnes el alcance a nivel energético y espiritual que puede ofrecer esta poderosa planta maestra.

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La psicodélica aventura de William S. Burroughs por Sudamérica http://www.onirogenia.com/lecturas/la-psicodelica-aventura-de-william-s-burroughs-por-sudamerica/ http://www.onirogenia.com/lecturas/la-psicodelica-aventura-de-william-s-burroughs-por-sudamerica/#comments Wed, 07 Feb 2018 10:59:36 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3709
El autor de “El almuerzo desnudo” realizó dos viajes a esta parte del mundo, en los que recorrió Colombia, Ecuador y, principalmente, Perú en búsqueda de ayahuasca, cuando aún no había publicado ningún libro. En el día que cumpliría 104 años, un repaso de por qué esta travesía fue fundamental para la creación de la gran obra que estaba por venir

Cuando William S. Burroughs comenzó su travesía sudamericana, tanto la primera como la segunda, todavía era un ignoto ciudadano estadounidense, que no había publicado ninguna novela, muchos menos indagado en la técnica literaria del cut-up y estaba lejísimos de realizar esos pequeños cortos cinematográficos que aún en la actualidad son una pieza atrapante, con sus repeticiones, lenguaje desfigurado y un arquitectura entre dada y surrealista, pero sobre todo beat.

Antes aquellas viajes, en la década del ‘50, Burroughs solo era un ciudadano cercando a los 40 años, con un postgrado en antropología en Harvard, hijo de una familia acaudalada de Saint Louis, Missouri, que recibía una asignación mensual de doscientos dólares para poder hacer lo que quisiera.

Su biógrafo, Ted Morgan, escribió en Literary Outlaw: “Fue suficiente para mantenerlo en marcha, y de hecho le garantizó su supervivencia durante los próximos veinticinco años, llegando con buena regularidad. La concesión era un boleto a la libertad; le permitió vivir donde quería y renunciar al empleo”.

Viajó por Europa, México y regresó a EEUU, donde conoció ya entrados los ‘40 a gran parte de los autores fundamentales del movimiento Beatnik, como Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Lucien Carr, entre otros.

En el ‘44 se muda con Joan Vollmer, quien sería su esposa y madre de Billy, a un departamento que compartiría con Kerouac y su primera mujer. Allí comenzaría su derrotero por cuanta droga pudiese probar, marihuana, mezcalina, codeína, metadona y, principalmente, heroína. De sus experiencias erráticas, encuentros con dealers, abstinencia, y sus relaciones homosexuales, iría su primera novela, Yonqui (1953), que todavía estaba en imprenta cuando él estaba en sudamérica detrás del máximo alucinógeno, the final fix, el colocón definitivo: la ayahuasca.

Sin embargo, sus experiencias con las sustancias habían comenzado cuando aún no tenía conciencia de ellas. Durante su infancia sufre una quemadura y le inyectaron una “dosis adulta” de morfina. Aquella experiencia le trajo pesadillas, relató en una entrevista, y una vez oyó a una enfermera aseverar que el opio le producía sueños placenteros. Desde ese momento, probar opio fue una de las misiones de su vida.

Un amor “mexicano” y su primer viaje

Entrados los ‘50, el autor de El almuerzo desnudo (1959) conoció a Lewis Marker, de 21 años, un carismático y atractivo estudiante estadounidense de la Mexico City College, lo que luego sería la Universidad de las Américas. Tras el flechazo en un bar de Ciudad de México rápidamente forjaron un vínculo cercano, por lo que convencerlo de realizar un viaje de dos meses por Sudamérica en búsqueda de la “telepatina” no fue complicado. La “telepatina” era la ayahuasca o yage, una planta que crecía en la amazonia de la que se decía tener capacidades telequinéticas y telepáticas.

En junio de 1951, ya había atravesado México, Panamá y Colombia. Cuando finalmente llegaron a Ecuador, la relación con Marker era pésima, el joven era carismático y expresivo, pero eso no lo hacía homosexual y ese desencanto terminó por horadar el vínculo. Regresó a México con un rotundo fracaso, sin yage, ni sexo.


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Un asesinato a lo Guillermo Tell y Colombia

En su regreso a la ciudad azteca, Lonesome Cowboy Bill -como lo llamó Lou Reed para la canción homónima de Loaded, el segundo disco de la Velvet Underground– tuvo una experiencia que cambiaría su vida de manera radical. En un episodio confuso, con versiones encontradas, asesinó a su mujer, Joan Vollmer, de un tiro a la cabeza al intentar darle a un vaso de gin que se apoyaba sobre su cabeza mientras jugaban a Guillermo Tell en un bar. Marker, que había estado presente, declaró como testigo en el juicio por homicidio varios meses más tarde. Burroughs fue sentenciado a dos años en suspenso, pero huyó a EEUU al tiempo de pagar la fianza -y, dicen, algunos sobornos-. Marker regresó a su casa, en Florida.

“Me veo forzado a la terrible conclusión de que nunca me habría convertido en escritor, salvo por la muerte de Joan, y a la comprensión de hasta qué punto este evento ha motivado y formulado mis escritos. Vivo con la constante amenaza de posesión, y una constante necesidad de escapar de la posesión, del control. Así que la muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, el Espíritu feo, y me condujo a una lucha de por vida, en la que no tuve más remedio que escribir mi camino”, dijo en una entrevista.

El evento traumático despertó el deseo de encontrar su añorada “telepatina”. Escribió a Ginsberg hacia fines de mayo de 1952: “Tengo presentimientos sobre esta expedición a Sudamérica. No sé por qué, excepto que parece una especie de último intento de cambiar los hechos”. En Burroughs Live: The Collected Interview of Wiliam S. Burroughs, 1960-1997 aseguró que “había leído por primera vez sobre el tema en National GeographicNew York Enquirer o algún tonto periódico tabloide”.

En una carta a Ginsberg dos días antes de la navidad de 1952 en Palm Beach, Florida, Burroughs expresa su deseo de volver a Sudamérica, específicamente a la región del Putumayo, ya que había recibido información confiable de que en ese lugar encontraría ayahuasca. Partió, en soledad, con dinero de sus padres, que creían que iban a financiar un viaje a Colombia donde realizaría investigaciones de campo.

Luego del año nuevo del ‘53 llega a Panamá, desde donde comenzará a descender hasta arribar a Perú. Pasó por Bogotá, Colombia, ciudad que le desagradó por la presencia “oscura y de opresión” que parecía continuar desde la época de la colonia española “como en ninguna otra ciudad de Latinoamérica”. Mientras que en Pasto conoce al botánico Richard Evans Schultes, también estadounidense y egresado de Harvard, quien fue uno de los primeros expertos en el estudio de plantas psicoactivas. El etnobotánico le explicó al antropólogo todo lo que sabía sobre la planta, desde sus principios químicos a cuál era su función tribal.

Baja en barco por el río Putumayo y en Puerto Limón, Isla Fuerte, conoce a un chamán que le prepara una infusión fría de la planta a cambio de aguardiente, aunque aquella primera experiencia no lo sorprende, ya que solo siente los efectos en los sueños. En Puerto Asís, en el límite con Perú, la Policía Nacional le pide sus papeles y hallan un problema con su visa. Es detenido y debe esperar, sufre de malaria, y lo obligan a regresar a Bogotá para para obtener una nueva visa

Cuando ya creía que no podía cumplir con su objetivo, se reencuentra con Schultes, quien lo suma a una expedición oficial de la Anglo-Colombian Cacao Expedition. El botánico Paul Holliday lo describe en su diario de viaje como un ser “alto, flaco, lánguido” a quien “una firma ha comisionado para escribir un libro sobre narcóticos”. Días después, en Mocoa, comparten una toma de ayahuasca: “El viejo indio le dio un vaso lleno de la cosa (una mezcla de dos alcaloides de una planta salvaje), y quince minutos después lo envió totalmente fuera de sus cabales: violentos vómitos cada pocos minutos, pies entumecidos y manos inútiles, incapaz de caminar en línea recta […]. Regresó al hotel alrededor de las siete de la mañana después de una noche bastante horrible”. En aquel momento, Burroughs entra en pánico y toma una dosis de nembutal para bajar los efectos del yague.

Un perspectiva sobre Lima

La primera carta desde Lima la escribe desde el número 930 de la avenida José Leal en Lince, el cinco de mayo de 1953. Dice que le hace recordar a Ciudad de México, uno de los lugares donde se sentía más cómodo en el mundo y destaca: “Es una ciudad de espacios abiertos, mierda desparramada en las calles y grandes parques, buitres (gallinazos, en realidad) pululando en el cielo violeta y niños pequeños escupiendo sangre en las calles”

Una semana después escribe ya desde el pintoresco Gran Hotel Bolívar. Entre otros temas, sostiene: “No he visto bares de gays, pero en los bares que se ubican en los alrededores del Mercado Mayorista (Mercado Central) cualquier chiquillo es astuto y se encuentra disponible ante la vista del dólar americano”. Compara la experiencia con la que tuvo en Viena, durante 1936, cuando tras recibirse en Harvard vivió una amplia cantidad de relaciones gays con jóvenes durante los años de la República de Weimar en Austria y Hungría, mientras se producía el ascenso régimen nazismo.

Sin embargo, aquellos encuentros le producirían más pérdidas económicas. Cada mañana, un nuevo acompañante, cada mañana un objeto desaparecía de su habitación: relojes, navajas de afeitar, anteojos, cuchillos y hasta cheques de viajero.

“Ésta es una nación de cleptómanos. En toda mi experiencia como homosexual nunca había sido víctima de robos tan idiotas por artículos de tan poco valor y uso para nadie”, dijo a Ginsberg durante el intercambio epistolar.

Asegura que la capital peruana tiene buen clima y mejor gastronomía, un costo de vida barato y un barrio chino extenso, aunque le sorprende el nivel de violencia que existe entre los ciudadanos: “Ver algo de sangre es moneda común en estos turbios bares peruanos. Reventarle una botella a tu oponente en la cara es una práctica usual. Todos lo hacen aquí”. Le asombra, por otro lado, que las fuerzas policiales actúen de manera diametralmente opuesta a las de EEUU, en vez de la brutalidad los ve más relajados, incluso dialogando de manera comprensiva con los delincuentes.

Permaneció en Lima poco más de un mes, esperando por dinero vía EEUU, mientras escribía de manera sistemática sobre lo que ya sabía del yage con la esperanza de publicar en la revista Life, mientras Ginsberg, ex pareja, devenido en su agente literario, le daba fuerzas.

fuente: https://www.infobae.com

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EL PROCESO DE DUELO CON LA LIANA DE LOS MUERTOS http://www.onirogenia.com/lecturas/el-proceso-de-duelo-con-la-liana-de-los-muertos/ http://www.onirogenia.com/lecturas/el-proceso-de-duelo-con-la-liana-de-los-muertos/#comments Thu, 10 Aug 2017 08:03:48 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3707

Por Débora González*

C.R no conocía demasiado a su prima, hasta que una mañana se instaló en su casa porque no se sentía capaz de cuidar de sí misma. A partir de entonces, compartieron un intenso periodo de confesiones en el que le anunció su intención de quitarse la vida. Finalmente, recibió la llamada que temía. Su prima le comunicó que había arreglado su funeral y estaba completamente segura de lo que iba a hacer. Dos días después, la encontraban muerta en su cama, junto a una nota que decía: la vida no es buena ni mala, simplemente es lo que es. .

“Fui a una sesión de ayahuasca una semana después porque necesitaba sanar algo en mi cuerpo. Era un día soleado, así que salí fuera y me quedé bajo los árboles. Una facilitadora se acercó y me dijo que había escuchado acerca del fallecimiento de mi prima. Comencé a contarle la historia pero, de repente, comencé a llorar y a gritar muy alto su nombre. Pude sentir el sufrimiento y el dolor que padeció este único e importante ser humano al dejar nuestro planeta, sólo porque no hubo suficiente amor, no hubo suficiente apoyo en su vida, ni ninguna institución que le ofreciese apoyo, a excepción del psiquiátrico, para el cual era demasiado lúcida e inteligente. Sentí que todos los seres de este planeta éramos responsables, y a la vez, que todo estaba bien, que todo tuvo que ser de este modo. Lloré hasta que el dolor me sobrepasó. Pensé…wow…yo perdí a mi padre de la misma forma, y hasta ahora no sabía lo que era realmente el duelo, porque cuando experimentamos realmente el duelo, todo se limpia y se libera. Ahora sé lo que es el duelo en toda su crudeza, tal y como los elefantes y los monos, sienten dolor ante las pérdidas. Es algo bello, verdadero, profundo y transformador. No hemos aprendido en nuestra sociedad a procesar el dolor permitiendo que el cuerpo se exprese completamente. Gracias, ayahuasca gracias.” (CR)


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Éste es uno de los 37 relatos recogidos en un estudio, realizado por la Fundación ICEERS, para explorar el potencial terapéutico de la ayahuasca en los procesos de duelo. El estudio evaluó el nivel de dolor causado por la muerte de un familiar en 60 personas, encontrando que aquellos que habían tomado ayahuasca presentaban una intensidad significativamente menor de dolor que un grupo homólogo que asistía habitualmente a sesiones de ayuda mutua. Además, los participantes que habían tomado ayahuasca presentaban un mayor número de variables relacionadas con el crecimiento personal, como la capacidad de otorgarle sentido a la vida. No obstante, es posible que lo más interesante del estudio se desprenda del análisis cualitativo de las experiencias con ayahuasca, ya que permiten vislumbrar parte de los mecanismos psicológicos que mediaron este efecto terapéutico. En el presente artículo se publican algunos de los 14 relatos que no pudieron incluirse en el estudio, pero que describen en detalle los mismos temas que relataron los participantes. El párrafo anterior gira en torno al tema más recurrente en las narraciones: la liberación de emociones facilitada por la ayahuasca.

El dolor por la separación o la muerte de nuestros seres queridos no es algo exclusivamente humano, si no que también se expresa en otras especies animales, como los mamíferos e incluso las aves. Sin embargo, la psique humana ha desarrollado unos mecanismos de defensa únicos para preservar la estructura del Ego, y reprimir el inconsolable dolor producido por la muerte de nuestros allegados. Es fácil encontrar personas que se vuelcan en su trabajo, en sus hijos, el alcohol o en cualquier otro objetivo, con tal de no pensar en el fallecimiento y desmoronarse. También es fácil encontrar personas que tratan de sustituir rápidamente aquella pareja, o aquel hijo que perdieron, buscando uno nuevo que cubra ese vacío. Años más tarde, una buena proporción de estos casos, acude a terapia manifestando las complicaciones psicosomáticas, los sentimientos de amargura o el vacío existencial que caracterizan al diagnóstico de duelo prolongado.

“Fue en la primera sesión donde la ayahuasca sacó de mis entrañas algo que ni sospechaba que tenía: no había aceptado la muerte de mi padre, hacía ya casi 5 años. Después de esa primera sesión sentí que había dejado atrás una gran carga. Pude llorar todo lo que no había llorado. Había estado enfadado con el mundo, con mi familia, conmigo mismo… y tras esa sesión todo acabó. Mi comprensión sobre la pérdida fue otra y llegó la calma… la relación con mi madre y el resto de familiares mejoró, ya no había culpa, sino un capítulo más a recordar con el corazón. Solo tengo palabras de agradecimiento por este regalo” (J.G).

La fase de confrontación con el dolor y aceptación de la pérdida es un sine qua non para avanzar en el proceso del duelo, por esta razón los distintos modelos terapéuticos tratan de facilitarla utilizando técnicas como la narración o escritura del momento traumático, la desensibilización sistemática imaginaria o la exposición. Sin embargo, es posible que la catarsis producida por la ayahuasca posea un potencial terapéutico mayor que el llanto que pueda emerger en una terapia convencional. La ayahuasca activa el sistema límbico provocando una intensificación de las emociones. La composición de las lágrimas varía significativamente en función del dolor, liberándose una mayor concentración de corticotropinas, y otras hormonas promotoras del estrés, cuando se intensifica la aflicción. Esta excreción fisiológica no sólo reduce el malestar subjetivo si no que, también, libera la tensión vinculada a los contenidos mentales relacionados con el fallecimiento y, a su vez, transforma el modo de comportarse ante ellos. Además, no podemos olvidar que la ayahuasca posee propiedades ansiolíticas y antidepresivas que perduran a medio plazo y que contiene varios componentes que promueven la neurogénesis y la neuroplasticidad, promoviendo la regeneración y reestructuración de redes neuronales.

Sin embargo, el duelo no es un estado de tristeza o depresión, si no un proceso personal, por lo que existe una amplia diversidad de mecanismos psicológicos que podrían ponerse en marcha a lo largo del proceso. En este estudio hemos recogido relatos que narran experiencias de profunda empatía por aquellos familiares que despertaron sentimientos ambiguos en los dolientes, derivando en una mayor comprensión, acercamiento emocional e incluso perdón; experiencias de reconstrucción de episodios biográficos que posibilitan la resignificación de la historia de vida e identidad del doliente; e incluso experiencias arquetípicas donde se producen sanaciones psicosomáticas espontáneas. No obstante, uno de los temas que merece especial atención emerge de aquellas relatos que describen el rencuentro con su ser querido. Estas experiencias podría albergar un potencial terapéutico difícilmente alcanzable con las técnicas que se emplean habitualmente en la práctica clínica, como la silla vacía o el diálogo imaginario con el fallecido.

Hacía tiempo que no sabía nada de ella, pero cuando L.G recibió la noticia del fallecimiento de su primer amor se le encogió el alma. A pesar de vivir en países distintos, habían compartido un intenso y bello romance durante varios años. Lo que más le dolió fue no haber podido despedirse de ella.

“Tuve una sesión de ayahuasca aproximadamente dos semanas después de la noticia. No tenía intenciones de superar el duelo o verla en mi viaje. Sin embargo, cuando ya estaba en la sesión ella apareció en mi mente. Mi cuerpo se puso boca abajo, como si la Tierra me llamara. Luego empecé a sentirla a ella venir, como si viniera desde muy lejos y por debajo de la Tierra. Sentí que venía hacia mí. Yo suelo ser muy escéptico para este tipo de cosas, pero durante el viaje de ayahuasca no hay escepticismo que valga. Podía sentirla y no tenía ninguna duda de que estaba viniendo hacia mí. Sentí su presencia, o energía, debajo de la Tierra, justo debajo de mí. Era como si estuviéramos cuerpo a cuerpo, uno frente al otro… ella debajo de La Tierra y yo por encima de ella. No escuché palabras ni vi su imagen, pero podía sentir que me decía que estaba bien, que había venido para despedirse. Yo lloraba mucho, le di un beso al suelo, le dije que la quería mucho y la dejé ir. Durante todo ese momento los perros que estaban cerca de la Maloka ladraban mucho. Para mí era una señal de que habían detectado un espíritu. Cuando ella se fue empecé a sentirme mejor y respirar aliviado. Tenía esa sensación de bienestar propia de la ayahuasca tras haber expulsado de tu cuerpo algo pendiente o que te incomodaba. Después del viaje, al conversarlo y reflexionarlo, sentí que esa había sido nuestra despedida. Tanto para ella, como para mí, era necesario tener esa despedida y en esa sesión la tuvimos. Después de esa experiencia empecé a aceptar su partida y entender que ella ahora está en otro plano”. (L.G)

El ser amado es parte de nosotros de forma literal, ya que nuestro cerebro ha configurado una amplia y compleja red neural conformada, no sólo por todas aquellas sensaciones y emociones que despertó en nosotros su presencia; no sólo por los recuerdos conscientes y olvidados que compartimos; no sólo por todo aquello que aprendimos de él; ni por la imagen que nos devolvía de nosotros mismos… si no, también, por aquellos sueños y deseos proyectados, por todo aquello que se quiso haber hecho y no pudo ser, por aquella respuesta que se esperaba y nunca llegó, por ese futuro que ya no tendrá lugar…

Durante las experiencias de rencuentro con el ser querido, aquellos que anhelaban el reconocimiento del difunto reciben un gesto de cariño; los que asistieron al sufrimiento de una muerte dolorosa pueden verles danzando y cantando por última vez; los que padecieron un aborto involuntario contemplan el aspecto físico y animado de la criatura; los que tenían deudas pendiente pueden ayudarles a salir del limbo; los que no llegaron a despedirse pueden decirse ese último adiós… En todos estos casos, la ayahuasca induce la proyección de una experiencia sensorial y emocional intensa que refleja todo aquello que no pudo ser. La posibilidad de experimentar este fenómeno de conciencia parece suficiente para resolver los asuntos pendientes y llenar, en parte, el vacío que dejó el ser amado. El efecto terapéutico puede llegar a ser igual de relevante al margen del grado de realidad que se le conceda a dichas experiencias.

No me gustaría finalizar este artículo sin hacer mención al sesgo más importante que podría contener este estudio al haber recibido únicamente experiencias que tuvieron un impacto positivo en el proceso de duelo. Sin embargo, todos estos casos reflejan, sin excepción, el inmenso potencial de la ayahuasca para impulsar y acelerar la tendencia natural del cuerpo para rencontrar su propio equilibrio y paliar el inconsolable dolor provocado por la presencia de la ausencia.

Débora González es licenciada en psicología y doctora en farmacología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Es co-autora de varios artículos científicos y capítulos de libros sobre ayahuasca, 2C-B, Salvia divinorum y research chemicals. Su interés principal se centra en la exploración del potencial de los estados modificados de conciencia en los procesos de duelo por el fallecimiento de un ser querido. Actualmente, dirige un proyecto de investigación en el Temple of the Way of Light, patrocinado por la Fundación ICEERS y la Beckley Foundation, para evaluar los efectos a largo plazo de la ayahuasca en los síntomas de depresión, ansiedad, estrés postraumático y duelo, así como en el bienestar personal y la espiritualidad.  Además, está llevando a cabo un estudio piloto para desarrollar un modelo terapéutico que incluya los estados modificados de conciencia en el tratamiento del duelo complicado, con la Asociación PHI.

Fuente: http://drogaspoliticacultura.net/

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Los psicodélicos y la experiencia religiosa. Por Alan Watts http://www.onirogenia.com/lecturas/los-psicodelicos-y-la-experiencia-religiosa-por-alan-watts/ http://www.onirogenia.com/lecturas/los-psicodelicos-y-la-experiencia-religiosa-por-alan-watts/#comments Wed, 13 Jul 2016 17:23:40 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3695 Esta es una traducción realizada por mí, sin ánimo de lucro y con el único objetivo de difundir, analizar y discutir la información vertida por Alan Watts en este texto. Cualquier corrección, consejo o sugerencia es bienvenida.

Introducción

A la hora de expresar las experiencias vividas durante el uso de psicodélicos lo habitual es utilizar términos religiosos y por eso aquellos que, como yo, seguimos la tradición del filósofo y psicólogo americano William James[1], solemos interesarnos por la psicología de la religión. He pasado más de 30 años estudiando las causas, las condiciones y las consecuencias de los estados de conciencia en los que el individuo descubre que él mismo es un proceso continuo con Dios, con el Universo, con la esencia del ser o con como quiera que se le llame a esa última y eterna rea
lidad dependiendo del condicionamiento cultural o las preferencias individuales.

No existe en castellano una palabra que defina de manera exacta y satisfactoria una experiencia de este tipo, las expresiones “experiencia religiosa”, “experiencia mística” y “consciencia cósmica” son todas dema

siado vagas y amplias como para hacer referencia al modo de conciencia específico del que hablamos, el cual, para quienes lo han vivido, es tan real y abrumador como lo es el enamorarse.

Este texto describe ese estado de conciencia al que nos referimos tras ser inducido por sustancias psicodélicas, no obstante es virtualmente imposible distinguir una experiencia mística “genuina” de una “inducida”. Además se abordan las objeciones al uso de sustancias psicodélicas, surgidas fundamentalmente del choque de los valores místicos con los valores religiosos y seglares tradicionales de occidente.

Las experiencias psicodélicas

El conseguir alcanzar una experiencia mística mediante el uso de ciertas sustancias es algo que, a todas luces, no se ve con buenos ojos desde occidente donde, históricamente ha habido una profunda fascinación por el valor y las virtudes del individuo visto como un ego individual, auto guiado y que se controla a sí mismo a la vez que controla al mundo que le rodea, todo esto haciendo uso de su conciencia y su voluntad.

Nada, en ese caso, repugna más a dicha tradición cultural que la idea del crecimiento psicológico o espiritual mediante el uso de determinadas sustancias. Una persona “drogada” tiene, por definición, la conciencia aturdida, el juicio nublado y su voluntad anulada. Pero no todos los químicos psicotrópicos (es decir: cambiadores-de-conciencia) son narcóticos o soporíferos como lo son el alcohol, los opiáceos y los barbitúricos. Los efectos de lo que llamamos químicos psicodélicos (es decir: que se manifiestan en la mente) son tan diferentes de los del alcohol como diferente puede ser la risa de la rabia o el disfrute de la depresión. En realidad no hay ningún parecido entre estar “ciego” de LSD o “borracho” de bourbon. Es cierto que nadie en ninguno de esos dos estados debería conducir un coche, pero igualmente ninguno de ellos debería conducir mientras lee un libro, toca el violín o hace el amor. Ciertas actividades creativas y estados de la mente demandan una concentración y devoción que, simplemente es incompatible con conducir por la autopista una máquina capaz de matar fácilmente.


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Yo mismo he experimentado con cinco de los principales psicodélicos: LSD-25, mescalina, psilocibina, dimetiltriptamina (DMT) y cannabis. Esto lo he hecho, al igual que William James probó el óxido nitroso, para ver si dichas sustancias me podrían ayudar a identificar lo que se podría llamar ingredientes “esenciales” o “activos” de la experiencia mística. Debido a que casi toda la literatura clásica sobre el misticismo es vaga, no solo a la hora de describir la experiencia en sí, sino también a la hora de mostrar conexiones racionales entre la experiencia en sí y los varios métodos tradicionales recomendados para inducirla: ayuno, concentración, ejercicios de respiración, rezos, hechizos y/o bailes. Si se le pregunta a un maestro tradicional de Zen o Yoga por qué tal o cual práctica llevan o predisponen al individuo a la experiencia mística, siempre responderá: “Así me lo dio mi maestro. Así es como yo lo encontré. Si de verdad te interesa, prueba tú mismo.”

Esta respuesta es difícil que contente al típico occidental intelectualmente curioso, de mente cientifista y un poco impertinente. Le recuerda a esas recetas arcaicas compuestas por cinco salamandras, una soga con pólvora, tres murciélagos cocidos, un pellizco de fósforo, tres pizcas de beleño negro y un puñado de caca de dragón caída del cielo con luna en piscis. Tal vez funcionaba, pero ¿cuál era el ingrediente esencial?

Por todo ello empecé a pensar sobre si alguno de esos químicos psicodélicos podría de verdad predisponer mi conciencia a una experiencia mística y podría usarlos como instrumentos para el estudio y la descripción de esas experiencias de igual manera que uno usa el microscopio en bacteriología incluso aunque el microscopio es un artilugio “artificial” e “innatural” que puede ser visto como algo que “distorsiona” la visión del ojo. No obstante, cuando el Dr. Keith Ditman me invitó por primera vez para testar las propiedades místicas del LSD-25 en la Clínica Neuropsiquiátrica de la Escuela de Medicina en la UCLA, yo estaba reticente a creer que con un simple químico se pudiera inducir una experiencia mística genuina… en el mejor de los casos podría ocasionar un estado de percepción espiritual comparable a nadar con alas de agua. Y así fue, mi primer experimento con LSD-25 no fue algo místico. Fue algo muy interesante desde el punto de vista de la experiencia estética e intelectual que ponía a prueba hasta el extremo mi capacidad de análisis y de describir con detalle.

Unos meses más tarde, en 1959, volví a probar LSD-25 con los Drs Sterling Bunnell y Michael Agron, asociados por aquel entonces con la Clínica Langley-Porter de San Francisco. Durante el transcurso de los experimentos me sorprendió y también avergonzó un poco el verme pasando por los diferentes estados de conciencia que se correspondían precisamente con todas las descripciones de las grandes experiencias místicas que tantas veces había leído.2 Y más aún, superaron tanto en profundidad como en lo peculiarmente inesperado las tres experiencias “naturales y espontáneas” de esta índole que me habían ocurrido en el pasado.

Mediante los siguientes experimentos con LSD-25 y los demás químicos citados anteriormente (con la excepción del DMT que me pareció entretenido pero relativamente poco interesante), sentí que me podía mover con facilidad al estado de “consciencia cósmica” y llegado el momento ir reduciendo la dependencia de los propios químicos para poder “conectar” con la longitud de onda concreta de esta experiencia. De los cinco psicodélicos que he probado, descubrí que el LSD-25 y el cannabis eran los que mejor se adaptaban a mis necesidades. De estos dos, el cannabis probó ser el mejor, aunque tuve que usarlo en el extranjero, en países donde no está ilegalizado. No conlleva las extrañas alteraciones de la percepción sensorial del LSD y los estudios médicos indican que, excepto en graves excesos, no tiene los peligrosos efectos secundarios de este.

A la hora de describir mis experiencias con sustancias psicodélicas y teniendo en mente los objetivos de este estudio, evitaré las frecuentes e incidentales alteraciones extrañas de la percepción que los químicos psicodélicos pueden inducir. Me interesan, más bien, las alteraciones fundamentales de la conciencia normal, socialmente inducida, sobre nuestra propia existencia y la relación con el mundo exterior. Lo que trato es esbozar los principios básicos de la percepción psicodélica. He de añadir también que hablo solo por mí mismo. La calidad de estas experiencias depende considerablemente de la orientación y actitud hacia la vida que se tuviera de antemano, no obstante, la ahora abundante literatura descriptiva de este tipo de experiencias concuerda bastante notablemente con la mía propia.

En mis experimentos con psicodélicos he encontrado, casi inequívocamente, cuatro características predominantes. Trataré de explicarlas (a sabiendas de que el lector dirá, al menos con la segunda y la tercera: “Pero… ¡si eso es obvio! No hace falta una droga para ver eso”). Puede que así sea, pero todo conocimiento tiene varios niveles de intensidad. Puede estar lo obvio-1 y lo obvio-2, y lo obvio-2 se nos aparece con claridad meridiana, manifestando sus consecuencias en todas las esferas y dimensiones de nuestra existencia.

La primera característica es que “el tiempo se ralentiza”, que nos concentramos en el presente. Disminuye la compulsión de preocuparnos por el futuro que solemos tener, y somos conscientes de la enorme importancia e interés de lo que esté ocurriendo en el momento. Los demás, que van a lo suyo por la calle, parecen un poco locos, parece que no se dan cuenta de que lo único importante en la vida es vivirla plenamente mientras está teniendo lugar. Y por todo ello uno se relaja y se para a estudiar, con todo lujo de detalles, los colores de un vaso de agua, o a escuchar la ahora altamente articulativa vibración de las notas que salen de un oboe o que canta una voz. Desde el punto de vista pragmático de nuestra cultura, dicha actitud es muy nociva para los negocios: puede conducir a la imprevisión, la falta de planificación, una bajada de las ventas de seguros y el abandono de cuentas de ahorro… a pesar de que es ese exactamente el correctivo que necesita nuestra sociedad. Nadie es más inútilmente impráctico que el “exitoso” ejecutivo que pasa toda su vida absorbido por el frenético papeleo con el objetivo de retirarse cómodamente a los 65, cuando ya sea demasiado tarde para todo. Solo aquellos que han cultivado el arte de vivir completamente en el presente pueden de verdad darle uso a planes futuros, porque cuando los planes maduren ellos serán capaces de disfrutar los resultados. “El mañana nunca llega”. Todavía no he oído ni a un solo predicador urgir a su congregación para que practiquen esa parte del Sermón del Monte Calvario que empieza: “No tengas ansia por el futuro…” Lo cierto es que la gente que vive para el futuro está “no del todo ahí” o “aquí” (como se dice también de los locos); por su excesiva ansia se pasan todo el tiempo perdiéndose lo importante. La previsión se paga con ansiedad y el exceso de previsión termina destruyendo todas sus propias ventajas.

A la segunda característica la llamo “percepción de la polaridad”. Esto es darse cuenta de una manera vívida que los estados, las cosas y los eventos que normalmente llamamos opuestos son interdependientes, como pueden serlo “delante y detrás”, o los polos de un imán. Mediante la percepción polar uno ve que las cosas que son explícitamente diferentes son implícitamente una: individualidad y otredad, sujeto y objeto, izquierda y derecha, masculino y femenino… y también, algo más sorprendente, lo sólido y el espacio, la figura y el fondo, el pulso y el intervalo, los santos y los pecadores, la policía y los criminales, quienes son afines a nosotros y quienes no. Cada uno solo es definible en referencia al otro, y van juntos a la hora de funcionar, como el comprar y el vender ya que no puede haber venta sin compra ni compra sin venta. Conforme esta percepción aumenta de intensidad, notas que incluso tú mismo estás polarizado con el universo externo de tal manera que el uno implica al otro. Lo que desde un punto de vista es empujar, desde el otro sería estirar y viceversa (al mover el volante de un coche… ¿estás estirando o empujando?). Al principio es una sensación muy extraña, parecido a cuando escuchas tu propia voz grabada en un sistema electrónico, te sientes confundido y esperas que cambie. De igual manera, sientes que eres algo que está siendo hecho por el universo pero que igualmente el universo es algo que está siendo hecho por ti (lo que es verdad, al menos en un sentido neurológico, ya que es concretamente nuestro cerebro lo que traduzca en luz el sol y las vibraciones del aire en sonido). Normalmente se tiene la sensación de que cuando nos relacionamos con el mundo exterior a veces lo empujamos y a veces somos empujados por él. Mas si los dos son en realidad uno: ¿dónde empieza la acción y dónde yace la responsabilidad? Si es el universo quien o que me está haciendo, ¿cómo puedo saber que, dentro de dos segundos, seguiré sabiendo hablar castellano? Si soy yo quien lo estoy haciendo, ¿cómo puedo estar seguro de que, dentro de dos segundos, mi cerebro sabrá cómo convertir el sol en luz? La experiencia psicodélica puede generar confusión con sensaciones tan poco familiares como esas, puede generar paranoia e incluso terror a pesar de que el individuo está sintiendo su relación con el mundo exactamente como lo describiría un biólogo, ecologista o físico, ya que se está sintiendo a sí mismo como el campo unificado de organismo y ambiente.

La tercera característica, derivada de la segunda, es la “percepción de la relatividad”. Veo que soy un eslabón en una jerarquía infinita de procesos y de seres, desde las moléculas pasando por las bacterias y los insectos hasta los seres humanos y, tal vez, ángeles y dioses, una jerarquía en la que cada nivel es en efecto la misma situación. Por ejemplo: un pobre se preocupa por el dinero mientras que un rico se preocupa por su salud, la preocupación es la misma pero la diferencia está en la substancia o dimensión. Yo entiendo que una mosca de la fruta piense en sí misma como si fuera gente, porque, al igual que nosotros, se ve a sí misma en medio de su propio mundo (con cosas inconmensurablemente más grandes por encima y más pequeñas por abajo). Para nosotros, nos parecen todas iguales y sin personalidad, como nos pasa con los chinos si no hemos vivido entre ellos, no obstante, las moscas de la fruta verán tantas sutiles diferencias entre ellas como nosotros las vemos entre nosotros.

Llegados a ese punto solo falta un pequeño paso para darse cuenta de que todas las formas de vida y de ser son simplemente variaciones de un solo tema: todos somos en realidad un ser haciendo lo mismo de tantas maneras diferentes como sea posible. Ya lo dice el refrán francés: plus ca change, plus c’est la meme chose (cuanto más cambia, más es la misma cosa). Veo también que sentirse amenazado por la inevitabilidad de la muerte es en realidad la misma experiencia que sentirse vivo y veo que puesto que todos los seres están sintiendo eso en todas partes, todos ellos son tan “yo” como yo mismo. No obstante, el sentimiento de “yo”, para poder siquiera ser sentido, siempre debe ser una sensación relativa al “otro” (a algo más allá de su control y experiencia. Para, de cualquier manera posible, poder ser, tiene que empezar y acabar. Pero el salto intelectual que aquí hacen las experiencias místicas y psicodélicas es el de darte la posibilidad de ver que esta miríada de centros de “yo” son tú mismo (estrictamente no tu ego personal y superficialmente consciente sino lo que los hindús llama el paramatman, el Yo de yoes.3 De igual manera que la retina nos permite ver los incontables pulsos de energía como una sola luz, la experiencia mística nos muestra innumerables individuos como un solo Yo.

La cuarta característica es la “percepción de la energía eterna”, a menudo en forma de una intensa luz blanca que parece ser la corriente en tus nervios y a la vez esa misteriosa E que es igual a mc2. Puede esto sonar a megalomanía o delirios de grandeza, pero uno ve claramente que toda la existencia es solo una energía, y que esa energía es el propio ser de cada uno. Por supuesto que existe la muerte como existe la vida, porque la energía es una pulsación, y como las olas tienen que tener crestas y valles, la experiencia de existir debe ir y venir. Básicamente por todo eso, no hay nada por lo que preocuparse porque tu mismo tú eres la energía eterna del universo que juega a esconderse y buscarse (va y viene) consigo misma. Si vamos a la raíz eres una deidad, puesto que dios es todo lo que hay. Citando a Isaías un poco fuera de contexto: “Yo soy el Señor y no hay otro; Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas, El que causa bienestar y crea calamidades, Yo, el SEÑOR, es el que hace todo esto“. Este es el sentido del dogma fundamental del hinduismo, Tat tram asi (Eso – es decir, el ser sutil del cual se compone todo este universo – eres tú). En occidente podemos encontrar un caso clásico de este tipo de experiencia en las memorias de Tennyson:

Desde que era niño he tenido a menudo una experiencia similar al despertar de un trance, cuando estaba totalmente solo. Normalmente esto me ha pasado a base de repetir mi nombre dos o tres veces para mí mismo en silencio, hasta que de golpe, todo, como salido de la intensidad de la conciencia de la individualidad, hasta la individualidad misma parecía disolverse y desvanecerse en un ser sin límites… y no era un estado de confusión, sino de la más nítida claridad, la más firme seguridad, la más extraña rareza, totalmente inenarrable, donde la muerte era casi una imposibilidad risible y la pérdida de personalidad (si es que eso existía) no parecía la extinción sino la única vida auténtica.

Es evidente que las características de esto que yo llamo “experiencia psicodélica” son solo distintos aspectos de un estado de conciencia concreto… simplemente he estado explicando la misma cosa desde ángulos diferentes. Las descripciones tratan de ocultar la realidad de la experiencia pero al hacerlo también dejan entrever algunas inconsistencias entre dicha experiencia y los valores actuales de la sociedad.

Oposición a las sustancias psicodélicas

La oposición a permitir el uso de sustancias psicodélicas tiene su origen en valores tanto religiosos como laicos. Tal vez uno de los motivos de esta oposición sea la dificultad para describir las experiencias psicodélicas en términos religiosos tradicionales. Los occidentales hemos de tomar prestadas palabras como samadhi o moksha de los hindús, o satori o kensho de los japoneses, para describir esa experiencia de unidad con el universo. No tenemos una palabra apropiada para eso porque nuestras teologías judeocristianas nunca aceptarán la idea de que el yo más íntimo de un humano pueda ser identificado con la deidad misma, ni siquiera aunque los cristianos puedan decir que eso ocurriera de verdad en el caso único de Jesucristo. Los judíos y los cristianos piensan en Dios como el gobernador supremo del universo, en términos monárquicos y políticos, el jefe último. Obviamente esto es algo socialmente inaceptable y ridículo desde un punto de vista lógico: el que un individuo particular diga que él, en persona, es el gobernador omnipotente y omnisciente del mundo, avenido a tal honor y reconocimiento.

Este concepto tan imperial y monárquico de la realidad última no es, sin embargo, ni necesario ni universal. Los hindús y los chinos no tienen problemas a la hora de concebir la idea del yo y la de la deidad. Para la mayoría de los asiáticos (sin contar los musulmanes), la deidad mueve y manifiesta el mundo de la misma manera en la que un ciempiés manipula a la vez cien piernas, sin realizar cálculos ni deliberaciones. En otras palabras: conciben el universo haciendo una analogía con un organismo a diferencia de hacerlo con un mecanismo. No lo ven como un artefacto o un constructo bajo la dirección consciente de algún tipo de técnico, ingeniero o arquitecto supremo.

Si, por el contrario, en un contexto de tradición judeocristiana, un individuo declara que él mismo es uno con Dios se le pone la etiqueta de blasfemo (subversivo) o loco. Experiencias místicas como esa suponen una clara amenaza a los conceptos religiosos tradicionales. La tradición judeocristiana tiene una imagen monárquica de Dios, y los monarcas, que gobiernan por la fuerza, temen por encima de todo la insubordinación. Por eso la Iglesia siempre ha desconfiado mucho de los místicos, porque parece que se insubordinen y proclamen su igualdad o, aún peor, su identidad con Dios. Por este motivo John Scotus Erigena y Meister Eckhart fueron condenados por herejía. También es por eso que los cuáqueros enfrentaron grandes obstáculos debido a su doctrina de la Luz Interior, y por su rechazo a descubrir su cabeza en la iglesia o en el juzgado. Unos pocos místicos de tanto en cuanto no está mal, siempre y cuando vigilen su lenguaje, como Sta. Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz, quienes mantuvieron, por así decirlo, una distancia metafísica entre ellos y su Rey celestial. No obstante, nada puede ser más alarmante para la jerarquía eclesiástica que un estallido popular de misticismo ya que esto bien podría llevar a establecer una democracia en el reino de los cielos… esto alarmaría por igual a católicos, judíos y protestantes fundamentalistas.

La visión monárquica de Dios y su desprecio implícito por la insubordinación religiosa tiene un efecto mucho más profundo para muchos cristianos de lo que ellos están dispuestos a reconocer. Los reyes tienen sus tronos pegados a la pared y todos los que se presenten ante ellos en la corte deben postrarse o arrodillarse… porque son posiciones desde las que es muy difícil realizar un ataque por sorpresa. Puede que nunca se le haya ocurrido a los cristianos que al diseñar las iglesias en base al modelo de la corte real (basílicas) y organizar de tal manera el ritual de la misa, insinúan que Dios, como los monarcas humanos, tiene miedo. Esto también se deja entrever en los halagos de los rezos:

“Oh, Señor nuestro, Padre Celestial, Alto y Poderoso, Rey de reyes, Señor de señores, solo Gobernador de príncipes, que desde tu trono miras todos los habitantes de la tierra; De corazón te suplicamos que mires favorablemente a…”

Es por eso que cuando un occidental proclama su conciencia de unidad con Dios o el universo se está oponiendo al concepto de la religión que tiene su sociedad. En la mayoría de las culturas asiáticas, no obstante, a tal individuo se le felicitaría por haber llegado al verdadero secreto de la vida. Por haber llegado, ya sea por casualidad o por alguna disciplina como pueden ser el Yoga o la meditación Zen, al estado de conciencia en el que experimenta directa y vívidamente lo que nuestros propios científicos saben que es verdad en teoría. Porque un ecologista, un biólogo o un físico saben (aunque rara vez sienten) que cada organismo constituye un mismo campo de comportamiento, un mismo proceso, junto con su medio ambiente. No hay manera alguna de separar lo que ningún organismo concreto está haciendo de lo que está haciendo su medio ambiente, es por eso que los ecologistas hablan no de organismos en medio ambientes sino de organismo-medio-ambiente. Por eso las palabras “yo” y “mi/me” deberían de, para decirlo con propiedad, significar lo que el total del universo está haciendo en este “aquí y ahora” concreto al que podemos llamar “Juan Nadie”.

Ese concepto monárquico de Dios hace que la identidad de uno mismo y de Dios, de uno mismo y el universo, sea algo inconcebible en términos religiosos occidentales. Las diferencias existentes entre occidente y oriente en lo que refiere a los conceptos de hombre y de universo se extienden, no obstante, más allá de los conceptos religiosos. Aunque un científico occidental puede percibir de manera racional la idea de organismo-medio-ambiente, no siente de manera ordinaria que eso sea verdad. Ha sido hipnotizado por el condicionamiento social y cultural para que se experimente a sí mismo como un ego, como un centro aislado de conciencia y de voluntad dentro de una bolsa de piel que se enfrenta al mundo externo y extraño. Decimos “vine al mundo”. Pero no hicimos eso ni por asomo. Surgimos de él justo de la misma manera en la que la fruta surge de los árboles. Nuestra galaxia, nuestro cosmos, “humanea” de la misma manera que un árbol “manzanea”.

Una visión como esa del universo choca con la idea de un Dios monarca, con el concepto del ego separado y hasta incluso con la mentalidad laica, atea o agnóstica que desarrolla su sentido común desde la mitología científica del siglo XIX. Según este punto de vista el universo es un mecanismo sin conciencia, y el hombre es una clase de microorganismo que accidentalmente infesta una roca globular diminuta que da vueltas alrededor de una estrella sin importancia en el extremo exterior de una galaxia menor. Esta es una teoría sobre los humanos que los menosprecia y que es tremendamente frecuente entre cuasi-científicos como son: sociólogos, psicólogos y psiquiatras, la mayoría de los cuales siguen pensando el mundo en términos de mecánica newtoniana y que no han llegado a comprender realmente las ideas de Einstein y Bohr, Oppenheimer y Schrodinger. Es por eso que para el clásico psiquiatra institucional, cualquier paciente que muestre la más mínima seña de experiencia mística o religiosa es automáticamente diagnosticado como enajenado. Desde el punto de vista de la religión mecanística, es un hereje y se le aplica terapia de electroshock como si se tratase de una versión moderna del potro o el aplastapulgares. Y, dicho sea de paso, los gobernantes y fuerzas y cuerpos de seguridad consultan precisamente a ese tipo de cuasi-científico para dictar las leyes y las políticas sobre el uso de sustancias psicodélicas.

El ser incapaz de aceptar la experiencia mística supone algo más que un hándicap intelectual. La falta de conciencia de la unidad básica de organismo y medio ambiente es una alucinación que entraña un grave peligro… porque en una civilización dotada de un inmenso poder tecnológico, el sentido de alienación entre hombre y naturaleza lleva al uso de la tecnología con espíritu hostil, a la “conquista” de la naturaleza en lugar de la cooperación inteligente con ella. El resultado es que estamos erosionando y destruyendo nuestro medioambiente, expandiendo la “Los Angelización” en lugar de la civilización. Esta es la mayor amenaza que pende sobre occidente, la cultura tecnológica y ningún razonamiento o profecía apocalíptica parece ayudar. Simplemente no respondemos a las técnicas proféticas y moralizantes de conversión en las que judíos y cristianos siempre han confiado. Pero hay quienes tienen un misterioso sentido de lo que es bueno para ellos (llámalo autocuración inconsciente, instinto de supervivencia, potencial de crecimiento positivo o como quieras). Por todo ello no es de extrañar que exista entre la juventud de cierto nivel cultural un interés sin precedentes sobre la transformación de la conciencia humana. Por todo el mundo occidental hay editoras que venden millones de libros sobre Yoga, Vedanta, Budismo Zen y sobre el misticismo químico de las sustancias psicodélicas; y yo he llegado a creer que toda esta subcultura “hip”, a pesar de estar mal informada en algunas de sus expresiones, es un esfuerzo responsable y serio de los jóvenes para corregir el rumbo autodestructivo de la civilización industrial.

El contenido de las experiencias místicas es, por lo tanto, inconsistente con los conceptos tanto religiosos como seglares del pensamiento tradicional occidental. Más aún, las experiencias místicas a menudo tienen como resultado actitudes que ponen en peligro la autoridad, no solo de las iglesias establecidas sino también de la sociedad seglar. Sin miedo a la muerte y con escasa ambición mundana, aquellos que han vivido experiencias místicas son inmunes a amenazas y promesas. Y más aún, su sentido de la relatividad entre bien y mal levanta sospechas de que carecen de conciencia y respeto por la ley. El uso de los psicodélicos en EE.UU. por la burguesía culta deja de manifiesto que una parte importante de la población es indiferente a las típicas sanciones y recompensas de la sociedad.

En teoría, la existencia dentro de nuestra sociedad seglar de un grupo que no acepta sus valores convencionales no supone un problema desde un aspecto político. Pero uno de los mayores problemas de EE.UU., a nivel legal y político, es que nunca han sido tan valientes como sus convicciones. Es una república fundada en el maravillosamente sensato principio de que una comunidad de humanos solo puede existir y prosperar en base a la confianza mutua. A nivel metafísico, la Revolución Americana fue el rechazo al dogma del Pecado Original, del dogma según el cual al no poder confiar en ti mismo o en los demás, debe haber alguna Autoridad Superior que nos tenga a todos a raya. Se rechazaba ese dogma porque: si es cierto que no podemos confiar en nosotros mismos ni en otros, se deduce que no podemos confiar en la Autoridad Superior que nosotros mismos concebimos y obedecemos, y que la idea misma de nuestra “inconfiabilidad” ¡no es de fiar en sí misma!.

Los ciudadanos de EE.UU. creen, o se supone que creen, que una república es la mejor manera de gobierno. Sin embargo, intentar ser republicano en política y monárquico en religión es fuente de mucha confusión. ¿Cómo puede ser una república la mejor forma de gobierno si el universo, el cielo y el infierno son una monarquía? Es por ello que, a pesar de la teoría del gobierno por mutuo acuerdo, basado en la confianza mutua, las gentes de EE.UU. conservan de los orígenes autoritarios religiosos y nacionales, una fe amargamente ingenua en las leyes como alguna especie de poder paternalista y sobrenatural. “¡Eso no puede ser legal!”. Nuestros agentes de la ley se ven, por lo tanto, confusos, desconcertados y torpes (huelga decir corruptos) a la hora de hacer cumplir suntuosas leyes, a menudo de origen eclesiástico, a las cuales una gran cantidad de gente no tiene intención de obedecer y que, en algunos casos, son tremendamente difícil de hacer cumplir, cuando no directamente imposible (como el hacer desaparecer algo tan indetectable como es el LSD-25 del mercado americano e internacional).

Para finalizar, hay dos objeciones concretas a la hora de usar sustancias psicodélicas. Primero: su uso puede ser peligroso. No obstante, toda exploración que se precie es peligrosa: escalar una montaña, un vuelo experimental, viajar al espacio exterior, bucear o recoger especies botánicas en la jungla. Pero si valoras el conocimiento y el auténtico placer de la exploración más que la mera duración de una vida sin sobresaltos, correrás gustoso tales riesgos. No es que sea algo realmente sano para los monjes el practicar el ayuno, y no es que fuera muy bueno para Jesús el hacer que lo crucificasen, pero esos son riesgos que se corren en el curso de las aventuras espirituales. Hoy, los jóvenes aventureros corren riesgos al explorar la psique, poniendo a prueba su temple con esta tarea de igual manera que se han puesto a prueba en el pasado, de manera más violenta, en la caza, los duelos, las carreras de bólidos o el fútbol. Lo que necesitan no son prohibiciones y policías sino los mejores y más inteligentes consejos y ánimos que se les pueda dar.

Segundo: el uso de ciertas sustancias puede ser criticado como una manera de escapar de la realidad. Sin embargo, esta crítica da por sentado, de manera injusta, que las experiencias místicas en sí son escapistas o irreales. El LSD en concreto no es, ni por asomo, un escape cómodo y suave de la realidad. Fácilmente puede ser una experiencia en la que tengas que poner a prueba tu alma contra todos los demonios del infierno. En mi caso, algunas veces ha sido una experiencia en la que de repente me hallaba totalmente perdido en las profundidades de mi mente y a pesar de eso, relataba esa misma sensación de perdición con el orden lógico y exacto del lenguaje, muy cuerdo y muy loco a la vez. Pero más allá de estos episodios de perdición y locura, hay experiencias del mundo como un sistema en total gloria y harmonía, y la disciplina de relatarlo usando el orden y la lógica del lenguaje tiene que, de alguna manera, explicar cómo, lo que William Blake llamaba “la energía que es goce eterno” puede consistir de la miseria y el sufrimiento del día a día.

Es por esta intención indudablemente mística y religiosa de la mayoría de quienes toman psicodélicos que, a pesar de que algunas de esas sustancias pueden demostrarse nocivas para la salud física, es necesario que el uso libre y responsable de esas sustancias esté exento de restricciones legales en cualquier república que mantenga una separación constitucional entre iglesia y estado. La constitución debería proteger a los usuarios de estas sustancias en la medida en que las experiencias místicas forman parte de la tradición de involucrarse de manera genuina en la religión, y en la medida en que los psicodélicos inducen dicha experiencia. Igualmente, en lo que respecta a la investigación en la psicología de la religión y los estudios de la mente, estas sustancias deberían poder usarse. Según las leyes actuales, yo, a pesar de ser un experimentado estudiante de la psicología de la religión no puedo seguir la investigación en este campo. Esta es una restricción bárbara sobre la libertad espiritual e intelectual que sugiere que el sistema legal de los EE.UU. está, después de todo, aliado de manera sucinta con la teoría monárquica del universo y que, por ende, prohibirá y perseguirá las ideas y prácticas religiosas basadas en una visión orgánica y unitaria del universo.

[1] Véase James W., The Varieties of Religious Experience (1902). Véase también: William James en Wikipedia

Fuente: http://enlamentedeundemente.tumblr.com/

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Claudio Naranjo en busca del heroico yagé http://www.onirogenia.com/lecturas/claudio-naranjo-en-busca-del-heroico-yage/ http://www.onirogenia.com/lecturas/claudio-naranjo-en-busca-del-heroico-yage/#comments Thu, 30 Jun 2016 10:48:30 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3689 En sus tempranos viajes a Estados Unidos, el psiquiatra Claudio Naranjo se puso en contacto con el vasto mundo de la exploración en psicotrópicos que en los años 60 inundaba ambas costas del país del norte. Impulsado por su espíritu aventurero y por los recuerdos infantiles de un extraño libro de aventuras, Naranjo se embarcó en busca de la mítica ayahuasca por los ríos del Amazonas colombiano. Fue el inicio de la exploración personal que lo transformaría en uno de los máximos referentes de la psicología humanista y transpersonal. Con este relato comenzamos una serie de crónicas sobre la historia chilena de la Nueva Era.

En 1959, el profesor Francisco “Franz” Hoffmann fundó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lo que había sido uno de sus sueños de hombre maduro: el Centro de Estudios en Antropología Médica (CEAM). Fundador del Instituto de Fisiología en la misma universidad en 1937, desde los años 40 este hijo de inmigrantes alemanes había encabezado la ofensiva por recuperar el sustrato humanista que la Medicina poseía en otros tiempos.

Apoyado por el rector Juan Gómez Millas, el CEAM fue tomando vuelo gracias a la presencia de algunos jóvenes médicos. Uno de ellos, Claudio Naranjo, cursaba entonces la cátedra de Psiquiatría pero había forjado una particular relación con Hoffmann y con su mujer, Lola, futura madrina de la Nueva Era en Chile y ardiente promotora de la liberación sexual femenina.

Naranjo no era un joven cualquiera. Educado en un colegio de élite y expuesto en la adolescencia a la compañía y el saber místico del gran escultor Tótila Albert, intuyó que la formación humana dependía en gran medida de la forma en que percibimos la realidad (por los mismos años, otro joven estudiante de medicina, Humberto Maturana, comenzaba a preguntarse por las implicancias filosóficas de la visión animal). Tras un viaje familiar que lo llevó a Estados Unidos en 1962, obtuvo una beca que le permitió visitar a importantes investigadores en las psicologías de la percepción y de la personalidad, y se decidió a estudiar a fondo tradiciones espirituales y filosóficas no occidentales.

Exprimiendo los pocos dólares que le dejaba la beca, se instaló por unos meses en Boston y ahí, en una sus caminatas a Harvard, ocurrió la coincidencia que le cambió la vida. Paseando distraídamente por el museo botánico, se encontró con un artículo titulado “On the botanical identity of the malpigiasus narcotics of South America”. Era la simple descripción de una planta alucinógena, pero acompañada de unas imágenes que resonaron de inmediato en la mente del joven Naranjo. Se trataba de un ritual de iniciación en alguna tribu amazónica, en el que unos indígenas recibían azotes mientras estaban, decía el texto, bajo los efectos de esta poderosa sustancia. Naranjo no pudo dejar de relacionar esas imágenes con las que se describían en un libro de aventuras que su padre le había regalado cuando pequeño: “Yo también fui cazador de cabezas”, del botánico ingles Lewis V. Cummings, quien había presenciado la ceremonia luego de ser capturado por los indios cofán durante su recorrido por el Amazonas colombiano, a comienzos del siglo XX.

Motivado por esta coincidencia, Naranjo tomó contacto con el curador de la exposición, quien resultó ser el célebre Richard E. Schultes, fundador de la etnobotánica en Occidente y responsable de las expediciones en las que se “descubrió” el ayahuasca –o yagé, como lo llaman los indios del río Putumayo–, el mismo psicotrópico por el que William Burroughs había perdido la cabeza en los años 50. Schultes le comentó a Naranjo que él había consumido la sustancia pero no había visto mucho más que algunas formas geométricas. Creía que las alucinaciones narradas por los aborígenes –y que en el libro de Cummings dotaban a los iniciados de cualidades “heroicas” que les permitían recibir los azotes– no eran más que cuentos y sugestiones que se cumplían por el puro efecto de la voluntad. Sin embargo, le hizo a ver a Naranjo que él, como investigador, debería comprobarlo por sus propios medios, y éste no lo pensó dos veces. El heroismo, según confesó años después, era una cualidad de la que carecía, y si un fármaco prometía entregarla, él quería verlo en vivo y en directo.

Junto al matemático Gio Wiederhold, de la Universidad de Stanford, partió al Amazonas colombiano en busca de la mítica sustancia. Antes del viaje, recibió un importante consejo del antropólogo Michael Harner, que había tenido una epifánica experiencia con yagé junto a los indios chipimo, en Perú. Harner le advirtió a Naranjo que no era conveniente llegar con las manos vacías en busca de la planta, pues los nativos podrían reclamar a cambio una ofrenda análoga. Naranjo, entonces, con la ayuda de un amigo, impregnó algunos papelillos con diseños de animales, flores y estrellas con altas dosis de LSD.


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Aun con los contactos que le había entregado Schultes, no fue fácil adentrarse en la selva y ganar la confianza de los indios. Los cofán eran y siguen siendo conocidos por su reticencia a cualquier tipo de asimilación cultural. Fue ahí que Naranjo recurrió a los papelillos: “Yo ando buscando el yagé, porque no tengo lo que tienen ustedes. Pero lo que usamos nosotros, los médicos de mi tierra, es esto”, les dijo, haciéndoles entrega de las dosis de ácido lisérgico. El rápido e intenso efecto del LSD convenció a los indios de hacer el intercambio y facilitar al forastero tanto las lianas como la receta para prepararlas.

Naranjo, sin embargo, no se apartó de su misión, y en lugar de embarcarse en una travesía personal con el brebaje, lo utilizó experimentalmente en varias sesiones con pacientes en la clínica psiquiátrica de la Universidad de Chile. En las experiencias, los pacientes presentaban vívidas y conscientes ensoñaciones, con características comunes a las descritas por los indios. Eso llevó a Naranjo a creer que existía un sustrato primitivo, “reptiliano” de la conciencia, común a todos los humanos y hogar de arquetipos que años después exploraría junto al místico boliviano Óscar Ichazo, a través del eneagrama. Pero la asepsia teórica de estos experimentos, y su propio rol de mero observador, terminaron por asquear al psiquiatra, que así tomó el camino de la psicoterapia y de la exploración mística.

En los años siguientes, y al mismo tiempo que se sumergía en los revolucionarios postulados de la Terapia Gestalt de Fritz Perls, Naranjo profundizó su indagación con sustancias psicoactivas y llegó a escribir un libro con los resultados –“The Healing Journey”– que dedicaría, sintomáticamente, a su maestro Franz Hoffmann “que apoyó mi carrera de psiquiatra e incentivó mis investigaciones sobre la farmacología y el chamanismo”.
Así, la aventura de Naranjo con el yagé, la que hace medio siglo lo llevó de las aulas de Harvard a los ríos del Amazonas, acabó siendo el catalizador de sus originales búsquedas de los “límites de la percepción”, que no por nada lo consagran hasta hoy como una leyenda viva del mundo new age chileno.

Fuente:

Matías Wolff

http://www.theclinic.cl/2016/06/10/claudio-naranjo-en-busca-del-heroico-yage/

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Relato de sueños, partículas y otros viajes http://www.onirogenia.com/lecturas/relato-de-suenos-particulas-y-otros-viajes/ http://www.onirogenia.com/lecturas/relato-de-suenos-particulas-y-otros-viajes/#comments Wed, 25 May 2016 12:02:59 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3687 Fragmento del libro: Relato de sueños, partículas y otros viajes, de Nadia Soledad García.

Planeta Tierra. Hemisferio sur. 14 °18’ latitud sur, 39°02 longitud oeste.

Una cabaña octogonal de techo de paja situada entre otros bungalows al lado de un lago en  medio de una selva, que forma parte de un proyecto de desarrollo personal y cura. Sentada sobre una colchoneta en uno de los 8 lados de la cabaña, de ojos cerrado, ella espera.

Antes, habían ido todos juntos al centro de la gran sala con un vaso en la mano cada uno para pedir por el esclarecimiento de dudas, aprendizaje, limpieza… cada cual con su intención. La de ella, simplemente no sabía cual debería ser. Tenía tantas que ni siquiera sabía por donde comenzar.

Entonces, lo único que se le ocurrió fue pedir que se le mostrase lo que necesitaba ser visto en ese momento.

Intención declarada, vasos colocados en el centro sobre un dibujo con forma de estrella de 8 puntas, hecho de piedras de río, incrustadas en el suelo- cada uno de los participantes bebió su poción. La poción era amarga, con sabor y textura de tierra, vino ácido, sangre densa de la selva.

Después se fueron a sentar, cada uno en su colchoneta a la espera, abriéndose a la experiencia.

Antes de esta experiencia, ella nunca había tenido ningún tipo de interés en algo que pudiese alterar su estado de conciencia. No había bebido prácticamente nunca, fumado jamás, nada.

Como decía su padre para aliviar la conciencia:

-“Todo lo que hago, tu no tienes que hacerlo. Lo hago para que no necesites probarlo”

Y claro, sin querer ella siguió el consejo a raja tabla, siempre observando todo tipo de estado alterado de conciencia desde fuera, como espectador, viviéndolos  por ósmosis y asociándolos con una manera de buscar la destrucción, la alienación y la fuga.

La resistencia era absoluta. Pero muchas cosas habían confluido para llevarla hasta ese momento, nunca antes ni siquiera imaginado, puesto que su vida era una constante búsqueda de respuestas, de encuentros casuales y de sueños. Y aquello que realmente le había dado el impulso final había sido ese último: un sueño.

En éste, estaba sentada con otras personas en un círculo, en una cabaña en la selva. De repente percibía que era para ese ritual, tan viejo como la misma Tierra, conocimiento antiguo y poderoso.

Asustada, cogida por sorpresa, no sabía qué hacer, pues estaba en una situación que para ella era sin retorno, un compromiso que no podía ni debía deshacer ,y estando allí “in situ” no había forma ya de volver atrás.

Entonces cuando finalmente un vaso llegó a sus manos, ella cerró los ojos y se dijo a sí misma:

-”Bien, ya estás aquí, no hay manera de salir de esto, entonces, ¿cuál sería la peor cosa del mundo a la que tendrías que enfrentarte?”

En ese momento vio que se abría debajo de sus pies un abismo muy profundo que llegaba hasta el mismísimo centro de la tierra -esa era por lo menos la sensación que tuvo- por donde ella bajaba o caía, y estando en la oscuridad de ese abismo, allá en el fondo sintió una tristeza tan grande que era como la tristeza de toda la humanidad, como si sintiese por todos juntos, por la tierra, por las personas, por todo y todos al mismo tiempo.

Entonces, después de experimentar la inmensidad de ese sentimiento desgarrador, ella volvió a abrir los ojos y supo en lo más profundo de su ser, que, si era esta la peor de las cosas y el más grande de los miedos posibles e imaginables para ella, podría sobrevivir y continuar viviendo.

Dos días después, su amiga -que por cierto, no quería que ella pasase por esa experiencia por sentir que no estaba lista- le llamó de una manera totalmente espontánea, sorprendiéndola con la invitación para participar por primera vez del ritual.

Y aquí está ella, en la sala de ceremonias, sentada.

Las primeras sensaciones fueron físicas. Primero sintió una gran necesidad de relajar el cuello y empezó a girar la cabeza de un lado al otro, de arriba a abajo, por mucho tiempo -pensó eso, pues aquí el tiempo parecía tener otra extensión- sintiendo que debía desbloquear esa zona, pues estaba rígida y dolorida, sin poder evitar el movimiento sistemático que parecía aliviarle y ser totalmente imprescindible.

Luego, estiró las piernas y cogió la punta de los pies con las manos, apoyando la cabeza en las rodillas.

Así permaneció una eternidad, en esa postura realmente extraña pero también extremamente necesaria, como creía en ese momento.

Después, sentada ya, empezó a sentir los aromas y olores del ambiente- e incluso algunos que llegaban de lejos, con el viento- de una manera que le pareció brutal, pues la invadían en olas, yendo y viniendo, haciéndola sentirse casi agredida.

Tal era la fuerza casi palpable y densa de ese nuevo sentido olfativo exponencialmente aumentado.

Fue así también que poco a poco, empezó a sentir el cuerpo como algo sumamente pesado y de tanta densidad que era como si estuviese pegada a la tierra, imantada, hasta la simple tarea de mover un pelo parecía ser algo de dimensiones faraónicas.

Se preguntó cómo era posible para el ser humano moverse o incluso bailar. Porque hasta el más mínimo gesto parecía completamente falto de sutilidad e incluso necesitar de una fuerza excepcional  y descomunal.

Era como si viese por la primera vez que aquellos movimientos imaginados por ella los más suaves y gráciles, fuesen apenas la mera actuación de una danza hecha por un ”robot hombre” puesto que no tenían nada que ver con lo que ella veía ahora como lo que le parecía ser la verdadera fluidez del ser más íntimo.

Entretanto, todo su cuerpo vibraba. Sentía como si todo su ser fuese un zumbido:” zzz……”.

Todo su cuerpo era ese sonido. Al mismo tiempo percibía a veces el sonido de una música a lo lejos -habían colocado música de fondo para acompañar la experiencia- pero esta no era solamente escuchada, sino sentida en diferentes partes del cuerpo, como si cada nota entrase en sintonía con ellas, sintiendo así cómo las notas la golpeaban en la cabeza, en las piernas, en el pecho, en zonas específicas, haciendo vibrar esas partes, haciendo extenuante la nueva forma de sentir la música.

Esto le hizo pensar en todas aquellas veces en las que escuchara música sin percibir realmente la importancia del saber escuchar. Y acababa de descubrir que ese escuchar era algo que afectaba a todas y cada una de las moléculas del cuerpo.¡Estábamos  sordos de cuerpo y de oído!

Pensó entonces en la sacralidad de la música y en por qué las culturas más antiguas la habían utilizado siempre como algo importante en los procesos más sagrados, de cura, de comprensión, de conexión, de conciencia…

En ese momento comprendió que era algo obvio y no podía ser de otra manera, pues eran de hecho muchas las interferencias y las transformaciones que el cuerpo vivía a través de esas formas de frecuencia, que eran el sonido.

En un momento dado  sintió como toda su atención se dirigía hacia el ombligo.

Si, eso mismo, el ombligo palpitaba, pulsaba como un corazón. Era como si todo se concentrase allí. Como un vórtice de energía irresistible.

Inclinando entonces y dirigiendo la cabeza hacia ese lugar, como para mirar más de cerca, para poder ver mejor lo que estaba pasando, se reconoció.

¡Ella estaba allí! En ese centro, ella era ese centro y el ombligo de su proprio mundo. Más bien un mundo pequeño, el del día a día, el de aquel personaje que aparece constantemente en nuestra vida que somos nosotros mismos y al mismo tiempo, no. Es, por decirlo de alguna manera, un papel que aprendimos a representar, por acción y reacción a nuestro medio, llevándonos a creer que ese era el fin y no solamente una actuación.

Lo que la llevaba a pensar en el peligro que representaba para ella esa posibilidad tan inherente al yo, la de transformarse en una caricatura de si misma, donde ese personaje que interpretaba, sería cada vez más exagerado, más acentuado, y como una vieja artrítica, su alma no podría hacer más las acrobacias y los cambios que dan sentido a la vida, impidiendo guardar en su interior aquel eterno niño que se maravilla a cada instante, cambiando y absorbiendo cosas nuevas.

El ombligo la fascinaba. Y le parecía algo increíble el hecho de conseguir olvidarse de si misma para ser ese personaje.

¡Casi milagroso! Porque ahora ella sabía que ese “sí mismo” era algo mucho más amplio de lo que siquiera podía imaginar, y no poseía una forma especifica, porque estaba en una constante adaptación y mudanza. Tampoco era femenino, ni masculino, pues había sido, era y sería, ambas cosas y ninguna, a lo largo de sus experiencias.

No sufría, ni amaba, ni sentía culpa, ni ningún sentimiento -que ahora ella identificaba como específicamente humanos-, porque conseguía ver en el espacio y tiempos infinitos, el orden y el equilibrio intrínsecos de ese aparente caos que era la existencia.

Estando absorta en ese estado, sintió así sin más, que era absorbida por el ombligo, que era la representación absoluta y final de su identificación con el personaje que ella vivía en ese exacto momento, comprendiendo así la palabra “Ego”, que era ahora para ella la fuerza primordial, aquella que hacía posible vivir ese rol, para conseguir vivir en la carne la experiencia humana.

Su cabeza permaneció así un momento, en aquella postura de explorador umbilical, transformándose súbitamente en la cabeza de un águila que entró en su propio ombligo, atravesó todo el cuerpo, para salir nuevamente por la  cabeza, dirigiéndose luego hacia el cielo.

Bien, en este momento muchos dirían o pensarían que se trata de un viaje astral. Antes ella pensaba eso, pero en este momento ya no tenía tanta certeza.

Cuerpo astral, no sabía. Veía ahora que todos esos conceptos adquiridos podrían ser más bien el fruto de la necesidad que el ser humano tenía en catalogar para sentir seguridad. Algún tipo de cuerpo, si, pero ciertamente todavía no sabía cual.

En fin, con esa salida del cuerpo ella empieza a volar. Visualiza desde el cielo, allá abajo, un desierto -como el de las películas de cowboys- y en él, un indio galopando, solo. En ese momento, percibe que observa y sobrevuela al indio, siendo un águila, pero es al mismo tiempo el indio que observa al águila. Como si los dos fuesen uno y sus mentes estuviesen totalmente conectadas, pudiendo ver el uno a través del otro.

Así comienza un viaje increíble donde ella es el indio y vive, como en una especie de flash-backs, episodios acelerados de toda su vida.

Percibe que en esa vida está en paz y en armonía con todo, y podría decirse que su existencia es vivida a través de una conciencia plena, pues entiende que todo tiene su lugar y momento exactos: todo es perfecto.

A partir de esta experiencia, pasa a vivir otras. Sin embargo observando siempre, desde la mirada de ese arquetipo, que ella siente como una parte de si misma, viviendo simultáneamente con sus otras partes.

De esta manera surge en ella la idea de la simultaneidad espacio/tiempo, pasado/presente/futuro. Aunque ella no es alguien dada a teorías que necesitan ser metódicamente desmembradas, medidas, pesadas, transformadas en ecuaciones, siente que todas esas nociones, incluso hasta el mismísimo conocimiento, son el fruto de una percepción extremadamente limitada.

Por ello, en ese exacto momento, al estar viviendo la expansión exponencial de todo su ser, nada se percibe de la misma manera y todo es mucho más fácil.

En ese estado la comprensión surgen en forma de ráfagas de imágenes, conceptos, sensaciones, visiones…, y ella sabe que todo está formado por minúsculas, microscópicas partículas que se correlacionan, funcionando como antenas, como microprocesadores, bibliotecas. Entiende así, que todo lo que existe está ligado y vinculado por medio de esas partículas, y que bastaría solamente re-conectarlas, recordando la forma en que cada una vibra, para poder acceder  a cualquier información deseada.

El conocimiento estaba en la partícula. Ella contenía  cualquier respuesta imaginable, si consiguiese, claro, recordar como vibrar en la sintonía requerida, para así poder acceder y reconectarse al conocimiento.

Sólo bastaba con acceder al archivo sub-atómico y vibrar en esa frecuencia. Podríamos decir que era como una radio, al apretar el botón o girar para sintonizar las ondas, más o menos así sería la manera de sintonizar con todo y cualquier tipo de información existente, solo que, la radio y el botón serían todo alrededor, incluso ella misma.

La sensación general dejada por la experiencia fue para ella de una total aceptación y comprensión en relación a la experiencia humana. Había vivido y experimentado todo eso desde una parte de ella que no era ni masculina, ni femenina, ni siquiera aquel “yo” con el que se identificaba. Era como su propia conciencia, pero en otro nivel o estado o dimensión, por lo que veía las cosas de una manera completamente desapegada de las vivencias y sentimientos humanos.

“Sabía” -pues más que saber era un sentir- que todo era una experiencia, fuese ella fantástica, maravillosa u horrible, ya que nada era realmente importante cuando se veía algo con los parámetros del infinito.

Sintió que aquella parte de sí, esencial, nunca sería afectada. Era como si existiese un huracán a su alrededor y este representara la múltiples e infinitas posibilidades de sí misma y sus innumerables experiencias siendo vividas, y en el centro de ese huracán estuviese su esencia, aquella parte única, que al mismo tiempo observaba, era y experimentaba a través de todas sus otras partes manteniéndose al mismo tiempo intacta.

Pero ella había sentido que vivir en permanencia en aquel estado esencial en su “conciencia humana”, era una locura.

No había identidad y se estaba tan desapegado, que se veía todo como una perfección absoluta.

Todo, en aquel estado, encajaba y tenía sentido. No había sufrimiento, ni dolor, ni amor, ningún sentimiento conocido por ella que pudiese alterarlo o marcarlo. En él todo se vivía con la comprensión y la conciencia de que los actos y consecuencias tenían su razón de ser, y finalmente, el derecho inalienable de existir, ya que la conclusión sería siempre la misma: la perfección.

Bien, ella sabía que esto era algo que muchos soñaban vivir algún día, o probar, pero su sensación era la de no poder vivir así eternamente. Por eso existían justamente esos movimientos, esas ondulaciones que eran todas las experiencias vividas.

También comprendió que todo, al fin y al cabo, estaba absolutamente mezclado o fusionado.

¿Cómo podía creer el hombre que, tanto él, como todo lo que hacía parte de su universo era solo el resultado de lo que él conseguía concebir?

Eso era un concepto extremadamente limitado y falto de imaginación o inspiración.

Así vivíamos, en un conocimiento egocéntrico y desconectado de todo. Nuestra visión era estrecha, nada flexible y más aún, carente de humildad.

Finalmente, tal vez, la comprensión mas importante a la que llegó es la de que la aceptación es el único camino. Y la entrega.

La existencia o no de realidades paralelas, de vidas vividas o aun por venir, de viajes dimensionales, de sueños lúcidos, de otras realidades e infinitos”yoes”, de la posibilidad de transformar la materia, de traspasar el tiempo, de vivir la magia, del sufrimiento, del amor, etc, eran tan solo el  resultado, no el objetivo final.

Nuestro mundo interior es tan amplio como la propia existencia. Todo está dentro. Y fuera. Y al mismo tiempo, ninguno de los dos existe. Y ambos son.

Poder observar de una perspectiva más global nuestro paso por la vida permite, tal vez, darle su justa importancia. Ni más, ni menos.

Somos moléculas, átomos, cuerdas, partículas, pero también somos océano, astros, galaxias, universos, frecuencias que se cruzan, mezclan, sintonizan, cambian.

Y lo más difícil: son.

Ser por si solo es el mayor de los retos. No creer ser, como pensamos la mayoría.

Pero, como todo es perfecto finalmente, cada partícula vibra dependiendo del momento en el que se encuentra en la frecuencia que le es más adecuada.

“Al ser partícula ínfima e infinita, acepto con amor lo que soy, en este instante preciso y precioso.”

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Biografia

Nadia Soledad García, nació en el norte de Argentina y se crió en el nordeste de Brasil.

Actualmente, su dedicación principal es la música, donde ella compone, canta y toca la guitarra. En sus inicios como compositora y cantante, fue finalista en el concurso de Jóvenes Compositores de Las Islas Baleares. Empezó a escribir poesía en la adolescencia, siendo algunos de esos poemas publicados en periódicos de la región de Bahía. Esos mismos poemas fueron los que después le llevarían a crear sus primeras composiciones.

Desde muy temprana edad ha buscado en la filosofía, la espiritualidad y la ciencia, la comprensión del mundo que la rodea y de sus sensaciones, y es a raíz de esta inquietud que ella ha escrito su primera “novela”, o más bien, una síntesis de su percepción de la realidad, con visiones y otras historias, dentro una trama autobiográfica.






 


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La historia de los brebajes que nos hacen perder la cabeza http://www.onirogenia.com/lecturas/la-historia-de-los-brebajes-que-nos-hacen-perder-la-cabeza/ http://www.onirogenia.com/lecturas/la-historia-de-los-brebajes-que-nos-hacen-perder-la-cabeza/#comments Fri, 29 Jan 2016 07:01:12 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3679 ¿Desde cuándo nos emborrachamos?

El alcohol ha formado parte de nuestras vidas desde el inicio de los tiempos. Las culturas antiguas lo usaban para llegar a un estado que los conectara con los dioses, pero lafunción ritual quedó desplazada con la llegada del alambique, que permitió la aparición de nuevos licores con un grado más elevado.

La leyenda dice que el pastor etíope Kaldy descubrió el café observando el comportamiento excitado de sus cabras, que habían comido los frutos. Para evitar sustos similares, nuestros pastores saben que no deben dejar que las ovejas se acerquen a los madroños cuando son maduras. Sus azúcares han fermentado y literalmente, las emborrachan. Con todo, es probable que los humanos descubrieran el vino de manera accidental, al igual que el pan o la cerveza, ya que se trata de fermentaciones espontáneas.

Con el paso del tiempo el vino desbancó como bebida de referencia la cerveza o el zumo de cereza fermentado, que bebían en Turquía durante la prehistoria. Un éxito debido a su grado alcohólico superior y, por tanto, a su mayor capacidad de alterar el comportamiento.

En la antigüedad, la capacidad de las bebidas alcohólicas de modificar el comportamiento humano entroncaba con el objetivo espiritual de las primeras religiones, según las cuales el estado de embriaguez ritualizada permitía entrar en contacto con los dioses. En este sentido, en el antiguo Egipto había dos celebraciones en las que se utilizaba el vino y la cerveza. El primero regaba la fiesta de la luna nueva, mientras que la cerveza hacía lo mismo pero en luna llena. El objetivo era idéntico: comunicarse con los dioses.

Los griegos bautizaron el estado de embriaguez como enthousiasmós, para diferenciarlo de la borrachera convencional al que podía acceder cualquier mortal en cualquier momento, como aquella que dejó Noé desnudo delante de sus hijos. Curiosamente, la Biblia se muestra condescendiente con el creador del Arca, mientras recrimina al hijo Cam la mofa hecha al padre. La misma Biblia que acaba suspirando por la tierra prometida de Canaán, donde el vino y la miel son tesoros preciados.

El alcohol también era un valor en alza para los griegos y romanos, los primeros que socializaron su uso fuera de los rituales religiosos, al convertir el vino en el beber habitual de las tropas y las clases acomodadas. Por ello surgió la necesidad de extender el cultivo de la viña en toda la futura Europa. ¿Cómo, si no, se podía avituallar los sedientos soldados, patricios y ciudadanos esparcidos por todos los rincones del imperio?

Con todos estos precedentes, no es extraño que la Iglesia introdujera el vino en sus rituales, aunque prohibiera su ingesta fuera de las celebraciones establecidas. El vino era un elemento simbólico sacralizado, como el pan y el aceite. Y por esta razón, en los centros eclesiásticos monopolizaron y perfeccionar el cultivo de la viña, y en el norte de Europa, la cerveza.

Subiendo el grado

Para ellos, al igual que los antiguos, el vino tenía un componente espiritual, un alma. ¿Se podía extraer esta alma? ¿Concentrarla? Esto perseguían, entre otras muchas cosas, los alquimistas. Y en sus sucesivos intentos encontraron un utensilio capital en la historia de la embriaguez: el alambique. Se trataba simplemente de poner un calderín encima de un fuego para que el líquido arrancara el hervor y entonces, recoger con un serpentín los vapores que se emanan y que, al enfriarse, volvían al estado líquido. Porque de lo que se trataba era de concentrar aquella alma. Un alma que, si en los sacrificios del mundo helénico volvía hacia los dioses a través del humo de los altares donde se quemaba la ofrenda, en el caso del vino se conseguía a través de la recogida de sus vapores.

Inventado por el sabio persa Al-Razi en los alrededores del siglo X, sería con Arnau de Vilanova y su discípulo Ramon Llull cuando estewidget entraría por la puerta grande en la cultura occidental.

Gracias a los informes que se conservan del proceso inquisitorial contra Vilanova, sabemos que el catalán no sólo fue el primero en destilar alcohol sino que también fue el primero en darse cuenta de que estos vapores eran capaces de retener los principios aromáticos y gustativos de las hierbas con las que se pusieran en contacto. El descubrimiento le permitió, imitando los procedimientos de los médicos del Islam, preparar las primeras ratafías de la historia. Pero Vilanova no las llamó ratafías, sino aguardientes o agua de vida, porque para él tenían una intención estrictamente medicinal.

Para el célebre médico, que seguía las teorías de Platón sobre el vino, el alcohol no era un elemento destinado a embrutecer al hombre a través de la borrachera, sino una oportunidad para recuperar el espíritu divino y, así, mantener la salud y aumentar la sabiduría. Vilanova también se dio cuenta de que este alcohol añadido al vino convencional detenía el proceso hasta entonces inevitable de transformación en vinagre. Una transmutación que le dio fama entre los alquimistas y que permite a los humanos alcanzar con más facilidad el enthousiasmós de los griegos o, simplemente, la embriaguez.

Pero lo que hasta entonces era una excepción, comenzó a ser un problema. Los vinos de antes de la llegada del alambique, frágiles y generalmente de poco grado, no tenían la capacidad embriagadora de los destilados o de los vinos fortificados (con alcohol añadido) que se empezaron a fabricar.
Pronto, las borracheras serían más habituales para la facilidad de obtener un alcohol potente.
La iglesia, de todos modos, continuó siendo tolerante con el vino y se limitó a incluir los excesos en el pecado de la garganta. Inclusoalgunos médicos, hasta bien entrado el siglo XVIII, aconsejaban emborracharse una vez al mes “para equilibrar los humores del cuerpo”, mejorando así la salud.

Todos los descubrimientos de Vilanova y los que fueron viniendo luego se propagaban rápidamente por Europa a través de la red de asentamientos y monasterios eclesiásticos, a menudo gracias a su política de ir cambiando a sus miembros de destino. A modo de ejemplo, conviene recordar como la figura de Dom Perignon parece haber recogido en su convento la tradición corchera de Cataluña y la vidriera de Venecia antes de elaborar su primer champán. Y es que aquellos conventos donde antes se había plantado la viña y hecho el vino se convirtieron en laboratorios donde se preparaban aguardientes o licores, que combinaban la técnica de la destilación con la sabiduría de la botánica curandera. La leyenda, absolutamente falsa, de la introducción del alambique por San Patricio en Irlanda en el siglo V durante su apostolado en esa isla, no invalida el hecho de que en el siglo XII, cuando los ingleses atacaron la isla, descubrió que la destilación era ya una práctica habitual entre los irlandeses, que habían alcanzado un resultado tan notable como el whisky.

Comercio etílico

La viña, sin embargo, tiene unos límites climatológicos más restringidos que el trigo y los cereales en general. Allí donde la cepa no crecía por hacer demasiado frío, lo que tocaba era beber y elaborar cerveza. Cuando los maestros cerveceros de las abadías del norte y centro de Europa aplicaron la técnica de Arnau de Vilanova en la cebada y otros cereales, se les abrió todo un mundo nuevo. En los países del este, por otra parte, descubrieron el vodka en pleno siglo XIV, destilando la cerveza de cereales como el trigo o el centeno, a falta de ingredientes aún insospechados como la patata. Este licor, que todavía hoy se sirve frío, se consumía junto con las comidas. Para un consumo más esporádico, en los países escandinavos y bálticos se popularizaron innovadores destilados de manzana, ciruela o arándanos.

Los grandes impulsores de la diversificación y difusión de los destilados, sin embargo, fueron los británicos, que establecieron circuitos comerciales entre las islas y el resto del mundo.
Comerciaban con los portugueses, de los que valoraban especialmente los vinos fortificados de la región de Oporto, y mantenían tratos con productores franceses. De hecho, el comercio que mantenían con los vinateros de la Borgoña provocó la aparición de un nuevo licor: el coñac. Los habitantes de esta región francesa tuvieron la idea de sustraer agua a su vino de uva blanca, por un lado para ocupar menos volumen y por la otra para preservar la calidad del brebaje durante la larga travesía marítima. Pronto descubrieron que el resultado tenía más aceptación que el vino blanco, y su comercio se extendió como la pólvora. En Jerez, los castellanos imitar la técnica de los vecinos galos, pero el resultado sería conocido como brandy, nombre que los ingleses daban a los aguardientes a los que se había retirado el agua y que se guardaban en barricas de madera.

Pero si un licor hizo fortuna entre marineros, piratas y lobos de mar, éste fue el ron. Cuando España exportó a las islas del Caribe la caña de azúcar, Inglaterra descubrió otra vía de negocio. El jugo de caña fermentado y destilado se convirtió en el ron que tanto consumirían los marineros británicos, pero que además, les serviría para comerciar con las tribus africanas para obtener esclavos. Pronto el ron se expandiría por todas las posesiones británicas, incluso las de América del Norte, donde hasta la guerra de Secesión, el ron sería la bebida oficial de la conquista del Oeste. Sería justamente la voluntad de aniquilar el sur confederado, destilador de ron, la que llevaría los federales del norte a implantar el whisky como bebida nacional.

Una última anécdota muestra claramente esta voluntad de potenciar el alcohol por todas partes. Cuando los conquistadores españoles de la región de México agotan las reservas de coñac que les llegan desde la metrópoli, no tardan mucho en coger la bebida local de los aztecas (el pulque) y someterla a la destilación que la convierte en el mezcal o el tequila. Productos que, como el ron o el whisky con los indios norteamericanos, contribuirán a la colonización, alterando unas culturas que tenían en otros productos igualmente naturales su forma de conseguir el enthousiasmós de los clásicos mediterráneos.

Fuente: http://www.lasdrogas.info/

Francesc Murgadas (texto), José Enrique Ruiz-Domènec (asesoramiento) | Fuente original: sapiens.cat


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Julio Cortazar, La noche boca arriba http://www.onirogenia.com/lecturas/julio-cortazar-la-noche-boca-arriba/ http://www.onirogenia.com/lecturas/julio-cortazar-la-noche-boca-arriba/#comments Sun, 24 Jan 2016 08:00:37 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=679 Un cuento de Cortazar sobre los sueños, los motecas, las pesadillas y la realidad…


La noche boca arriba

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. “Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado…”; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. “Natural”, dijo él. “Como que me la ligué encima…” Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. “Huele a guerra”, pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. “La calzada”, pensó. “Me salí de la calzada.” Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

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Consumo de drogas en los Pueblos Americanos http://www.onirogenia.com/lecturas/consumo-de-drogas-en-los-pueblos-americanos/ http://www.onirogenia.com/lecturas/consumo-de-drogas-en-los-pueblos-americanos/#comments Wed, 26 Aug 2015 10:11:28 +0000 pipodols http://www.onirogenia.com/?p=3644 Como se ha señalado, “es aparentemente en la América indígena donde se concentra el mayor número de sustancias psicoactivas utilizadas en el mundo, bajo la forma de una diversidad de plantas (e incluso ciertas secreciones animales) que se inhalan, comen, beben o se aplican en enemas”([1]).

La práctica del consumo de este tipo de drogas alcanza tales niveles de difusión, que ha motivado particulares preguntas antropológicas. Entre ellas, destaca la llamada “interrogante estadística”, que se planteara hace ya algunas décadas el etnobotánico Richard E. Schults, y que Peter T. Furst describe en los siguientes términos “¿Cómo va uno a explicarse la notable anomalía entre el gran número de plantas psicoactivas conocidas por los primeros americanos, que habían descubierto y utilizado de ochenta a cien especies diferentes y el número mucho menor -no más de ocho o diez- que como es sabido fueron empleadas en el Viejo Mundo?”([2]). La principal respuesta a esta inquietud fue entregada, hacia 1970, por La Barre, -erudito en antropología y religión- quien sostuvo que, considerando que la humanidad en el Viejo Mundo ha vivido cientos de miles de años, y no sólo algunos miles como en América, que la flora era al menos tan rica y variada y potencialmente poseedora de la misma cantidad de plantas alucinógenas, la respuesta no podía ser botánica, sino cultural. La tesis de este autor, es que “el interés de los indígenas americanos por las plantas alucinógenas está ligado directamente a la supervivencia en el Nuevo Mundo de un chamanismo esencialmente paleo mesolítico, eurasiático que los antiguos cazadores de grandes animales llevaron consigo del Asia nororiental, y que resultó ser la base religiosa de los indios americanos”([3]).

El chamanismo, como fenómeno socio cultural encuentra su cuna en Siberia, desarrollándose en Asia Central y septentrional, extendiéndose a Corea y Japón y alcanzando los pueblos fronterizos de Tíbet, China e India, y llegando a Indochina y América([4]). En lo esencial se caracteriza por constituir un marco cultural “…donde ciertas percepciones básicas de la realidad se construyen en base a estados modificados de conciencia…”([5]), cuyos conocimientos suelen “encarnarse en algún individuo que actúa el papel de Chamán”([6]). Este personaje, central en las culturas aborígenes americanas ha sido conceptualizado como “…el individuo visionario, inspirado y entrenado en decodificar su imaginería mental que, en nombre de la colectividad a la que sirve y con la ayuda de lo que concibe como sus espíritus aliados, entra en estados de catarsis profunda sin perder la consciencia despierta de lo que está percibiendo”([7]).

Esta orientación chamánica, común a Europa y Asia en los comienzos, se pierde durante el Neolítico, produciéndose diferencias substanciales entre las viejas religiones euroasiáticas y las prácticas del Nuevo Mundo, que permanecen fieles a las tradiciones del Chamán. Hoy sin embargo resulta interesante destacar que dentro del amplísimo mercado de espiritualidad que se ofrece en occidente, y dentro del cual América emerge como continente de origen y destino, algunas encuentran su sustrato práctico y conceptual en “…los intrincados sistemas de creencias, símbolos y prácticas chamánicas supervivientes de los pueblos indígenas americanos”([8]).

Es decir, si hemos de dar crédito a esta teoría, y considerando que las primeras migraciones hacia el Nuevo Mundo por el “puente de tierra” que conectaba Siberia y Alaska pudieran datar de unos 20 a 40 mil años y las más recientes de unos 12 mil, los orígenes del consumo de sustancias psicoactivas en este continente se remontan a más de 10 mil años. Comparten esta hipótesis algunos antropólogos chilenos expertos en el tema, que han señalado que el uso de alucinógenos en nuestro continente “está en la base misma de la tradición indígena americana, la que tendría sus antecedentes en pueblos del occidente asiático”([9]), desde donde habría llegado.

Por otro lado, confluyen como argumentos que refuerzan esta idea, el conocimiento que se tiene de las plantas con poder psicoactivo, de los mecanismos para extraer mejor dichas sustancias, la cantidad necesaria para el consumo, así como los diversos métodos de incorporación al organismo humano, pues todo ello requiere de largos procesos de aprendizaje y experimentación.

Sea cual sea la antigüedad del consumo de drogas a la llegada de Colón, se encuentra difundido en prácticamente todos los pueblos y culturas de la América precolombina. En aquella época, las sustancias psicoactivas tuvieron un origen esencialmente vegetal y sólo muy esporádicamente animal. En este último caso, se trata casi siempre de las secreciones venenosas de algún sapo o rana, siendo el más conocido el caso del Bufo marinus, un sapo del que se extraía un poderoso veneno en las regiones de Centroamérica y El Caribe ([10]).

En la América precolombina las sustancias psicoactivas provenían esencialmente de hongos, cactus, semillas, flores y en menor medida de árboles y arbustos. Sus efectos corresponden mayoritariamente a lo que hoy podemos llamar alucinógenos, (también conocidos como “enteógenos” ([11])) aun cuando también se utilizan estimulantes, como la coca, la nicotina o el cacao, y depresores como el alcohol.

En América Central, el Caribe y Sudamérica se encuentra extendido el uso de polvos psicoactivos, que Ott llama “rapé enteogénico” y que ubica en yacimientos arqueológicos descubiertos en “Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, la República Dominicana, Haití, Perú y Puerto Rico”([12]).

En las tierras amazónicas, el psicoactivo más difundido proviene de las ramas de la Banisteriopsis sp, una enredadera de la selva. El producto obtenido mediante diferentes procesos, es conocido en un extenso territorio con una gran variedad de nombres, “como yajé, caapi, ayahuasca, natema o pinde”([13]). También se utiliza en esta zona polvos obtenidas de la molienda de la semilla del árbol llamado Vilca (Anadenanthera peregrina)([14]), cuya presencia se extiende hasta pueblos de nuestro territorio.

En la llamada actualmente cultura San Pedro, correspondiente a un pueblo que vivió en los oasis del desierto de Atacama entre el 200 y el 900 de nuestra era, es posible encontrar un conjunto de pequeños artefactos, algunos de gran riqueza artística, que eran utilizados en el consumo de sustancias psicoactivas. En más del 10 % de las 5.000 tumbas excavadas, se han encontrado restos de estos implementos, así como bolsitas de cuero con polvo de Vilca, rico en diversos alcaloides “todos de rápido efecto y que provocan una modificación radical de los estados de conciencia y de los patrones cognitivos y perceptuales”([15]). Los estudios arqueológicos efectuados, que constatan la presencia de gran cantidad de estos objetos, “más el hecho que la mayor parte de ellos parecen haber sido muy usados antes de ser depositados en las tumbas, permiten concluir que la ingestión de estas sustancias fue habitual entre los miembros de la cultura San Pedro”([16]).

Otra sustancia conocida en Chile es aquella “que los indios la llaman Miaya y los españoles chamico”([17]). De sus efectos ya da cuenta el jesuita Diego de Rosales en su “Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano”, escrita aproximadamente entre 1652 y 1673. Allí, junto a la geografía, fauna, vida y costumbres indígenas, se describe también las bondades medicinales de una extensa gama de plantas, entre  las que destaca el chamico. “Dadas a beber en bino, o en agua, entorpecen de tal suerte los sentidos que los delinquentes, si las beben, antes de darles los tormentos, no sienten dolor alguno, por mas que les aprieten los cordeles. Si aumentan la cantidad, quedan dormidos por un dia natural con los ojos aviertos, y para despertarlos, les ponen vinagre en las narices, o ceniza caliente en la frente. Si es mucha la bebida, se quedan dormidos, y riendo, y se mueren sin agonía ninguna”([18]).

Es en las zonas al sur del Río Bravo en donde más se ha estudiado el tema del consumo de sustancias psicoactivas. Allí, en lo que hoy es México, vivieron una gran cantidad de tribus -Kiowa, Comanche, Shawnee, Kickapoo, Osage, Quapaw, Seminola, Sheyene, Ponca y muchas más, y por cierto otras más conocidas como las olmecas, toltecas, mayas o aztecas- y se desarrollaron decenas de culturas. En general, en todas ellas se utilizaron productos vegetales capaces de producir algún estado de alteración de la conciencia.

De aquellas sustancias, las más difundidas en la actualidad corresponden a dos estimulantes que en algún momento tuvieron un carácter sagrado; pero que hoy se han tornado profanas y circulan como simples mercancías.

El chocolate, originario de México central es una de estas sustancias. A la llegada de los españoles, según cuentan cronistas de la época, lo traían de las tierras bajas de Veracruz, y con él se preparaba una espumosa bebida, que incluía miel y especies aromáticas y que sólo los nobles podían consumir. “Se le conocía como “corazón sangre” y era un alimento asociado a la felicidad. Su bebida embriagaba a los señores, a los protegidos por Quetzalcóatl y Xiuhtecuhtli, a los destinados a gobernar. Su poder era visionario…”([19]).

El tabaco, hoy de difusión universal y también de origen americano es la segunda sustancia. “Desde el valle del Mississippi hasta Tierra del Fuego toda América bebía, comía o fumaba esta hierba, la más sagrada del continente”([20]). En la actualidad se ha acentuado su condición de droga perniciosa, luego de siglos de ser mayoritariamente  considerado un inofensivo elemento de placer, de uso preferentemente masculino y símbolo de elegancia cuando se consumía bajo ciertas condiciones (boquillas, pipas, cachimbas, etc.).

Entre los múltiples productos psicoactivos consumidos en esa zona, a veces resulta difícil distinguir cuál es uno y cuál el otro. Favorecen esta situación los problemas de idiomas, los nombres diferentes que para un mismo producto se utilizan según las zonas y las condiciones de secreto con que luego de la conquista española se solían preparar e ingerir esas sustancias. Ejemplo claro de esto es el uso de la palabra mezcal, que está lleno de confusiones. En la antigua literatura se utiliza frecuentemente para denominar al peyote; en la actualidad es la denominación de una bebida alcohólica, pero “el verdadero mezcal es el Agave spp”([21]), sin perjuicio que por sus propiedades embriagantes, se describa a otras dos plantas como “frijol de mezcal” (Sophora secundiflora) y “botón de mezcal” (Lophophora williamsii) ([22]).

Numerosas tribus mexicanas consumieron -y consumen-, diversos hongos alucinógenos, siendo el producto llamado “teonanacatl” o “carne de los dioses”, el más conocido en la cultura occidental([23]).

Descrito el uso de estas plantas desde la llegada de Cortés por algunos cronistas de la época, el teonanacatl fue desapareciendo de la práctica y de la literatura, quizás por los efectos represivos que su consumo -asociado directamente a ritos religiosos paganos- suscitaba. W.E. Safford, conocido etnobotánico norteamericano, planteó incluso la idea de que los hongos alucinógenos jamás habían existido. En 1915 postuló que por problemas de idiomas, los españoles habían confundido estos hongos con el peyote o que simplemente los indios los habían engañado ([24]).

En 1938, R. E. Schultes, acompañado de P. Reko en la fase preliminar, recolecta los primeros hongos que él mismo logra identificar ([25]). Con posterioridad, Albert Hofmann, famoso químico suizo que ya había elaborado dietilamida de ácido lisérgico (L.S.D.25), aisló, identificó y sintetizó los constituyentes psicoactivos -alcaloides psilocibina y psilocina- en ejemplares cultivados de Psilocybe mexicana.

En 1957 R. Gordon Wasson, en la revista Life, da a conocer al mundo profano la existencia de estos hongos mágicos.

En la actualidad se encuentra plenamente confirmado que en México se emplearon y se emplean varias decenas de hongos con características alucinógenas. A la luz de estos descubrimientos, hoy resultan más fáciles de explicar diversos dibujos indígenas que muestran a alguno de ellos en posición contemplativa frente a un hongo.

Más conocido aún que los hongos es el caso del peyote. Con dificultades en un principio para su identificación, hoy no cabe duda que se trata de la Lophophora williamsi, un cactus sumamente particular, pequeño, sin espinas y con forma de zanahoria, que crece desde el valle del Río Grande al sur.

Este cactus es generoso en la presencia de alcaloides y en su estado adulto contiene al menos nueve([26]). Estos pueden ser clasificados en dos grandes clases, según el tipo de acción fisiológica que poseen, aquellos que acrecientan la irritabilidad refleja, al estilo de la estricnina y los que poseen una acción sedante-somnífera, de tipo morfina([27]).

En América del Sur es conocida la tradición de consumo de hojas de coca en una amplia zona de la cordillera de Los Andes. A la llegada de los españoles, esta tradición de cultivo y uso de la coca tendría ya unos 6.500 años, si hemos de creer lo que señala el Gobierno Peruano ([28]).

Como se ha dicho, las sustancias psicoactivas han sido usadas en nuestro continente por las más variadas culturas, así las encontramos consumidas por pequeñas tribus de la cuenca del Amazonas en América del Sur, por pueblos cazadores del oeste norteamericano, por habitantes de los imperios Maya, Azteca o Inca, por chamanes mapuches, en definitiva, por todos o casi todos los pueblos originarios de estas tierras.  En torno a esta situación es necesario sí un par de reflexiones.

En primer lugar, el consumo aparece como resultado de un largo y cuidadoso proceso de observación y experimentación, que ha permitido a los antiguos habitantes reconocer aquellas plantas capaces de producir los efectos deseados y precisar los procedimientos más adecuados relativos tanto a la obtención de las sustancias psicoactivas, como al modo de introducirlas al organismo.

En segundo lugar, la existencia de miles de objetos y dibujos relativos al consumo, en cientos de sitios arqueológicos diferentes, dan cuenta de que la ingestión de este tipo de sustancias no constituyó un hecho aislado ni esporádico, sino más bien una práctica relativamente frecuente.

Aquí es necesario destacar que la visión occidental que tenemos del consumo de productos alucinógenos poco o nada expresa acerca de lo que los aborígenes veían en esta actividad. Para ellos, su consumo proporcionaba “sentido a los sentidos, fuerza a los sentimientos y sabiduría al intelecto”([29]).

En síntesis, como dice Fericgla, si “el consumo de enteógenos es una práctica cuasi universal del ser humano, en especial entre los pueblos ágrafos”([30]), el consumo de drogas en un sentido aún más amplio, incluyendo estimulantes y depresores, es definitivamente universal, geográfica y cronológicamente. Más aún, en los pueblos habitantes de nuestra América precolombina, el consumo de drogas constituiría un elemento central al momento de comprender los métodos de subsistencia, las relaciones ayuda y curación, la memoria colectiva y los sistemas de toma de decisiones, rol que con alguna variación se mantendría hasta la actualidad en la población indígena y mestiza americana([31]).

Y no obstante lo anterior, es decir la antigüedad del consumo y la diversidad cultural en donde se daba, no existía el “problema” de la droga. ¿Qué hace hoy que el fenómeno sea diferente?

El advenimiento de un nuevo orden económico y político vino a cambiar radicalmente la situación. En los sistemas económicos no capitalistas, la droga se utiliza asociada siempre a ceremonias o rituales, con funciones medicinales, religiosas, mágicas, afrodisíacas, aún orgiásticas o bélicas. Pero siempre se trata de una sustancia mágica, que otorga conocimiento, fuerza, valor, espiritualidad y que nunca es considerada como producto transable con miras al enriquecimiento. Con posterioridad, la situación varía, transformándose la droga en una mercadería que se utiliza para facilitar la explotación del trabajo, pero sobre todo, para reportar ingentes utilidades, finalidad esta última que constituye el leiv motif del actual tráfico de drogas.

Como hemos señalado, a la llegada de los españoles a América del Sur, los efectos del consumo de hoja de coca eran conocidos entre la población indígena desde hacía miles de años. No existe acuerdo en los autores respecto de su difusión. Para unos, contrario a lo que se cree, era limitada y estrictamente controlada por el soberano, utilizándose en fiestas religiosas y en algunos trabajos pesados. El derecho a mascarla sería concedido por el Inca a quienes desarrollaban ciertas actividades, entre las que es posible reconocer sacerdotes, doctores, guerreros, mensajeros y quienes mantenían las cuentas del imperio.

Para otros, en cambio, ello no concuerda con los datos históricos ni con la información arqueológica, que mostraría una más que milenaria popularidad. “En orden de importancia por la cantidad de consumidores declarados, la segunda gran droga descubierta en América es la hoja de coca” ([32]) dice Escohotado. Y concordante con esto Bustos  indica que “Hoy resulta indudable que a la llegada de los españoles a América, el consumo de la hoja de coca estaba extendido por toda la ruta andina, llegando hasta Centro América y aún extendiéndose al Caribe ([33]).

Cualquiera sea  la realidad, lo cierto es que el consumo de coca se insertaba armónicamente en la cosmovisión del indígena, sin constituir problema alguno para su sistema social.

Los españoles por su parte, mediante prohibición eclesial, que estuvo vigente entre 1551 y 1567, intentaron eliminar su consumo, logrando reducirlo, pero muy pronto alzaron dicha prohibición. “Los motivos eran meramente colonialistas, pues sólo lo hicieron tan pronto comprobaron que los nativos no podían ser sometidos a largas jornadas de trabajo en las minas, como sí sucedía cuando mascaban la coca” ([34]). Asumido esto, el siguiente paso es entregar aún mayores utilidades al sistema. “De este modo, si en 1569 un Real Decreto de Felipe II atribuía sus efectos “a la voluntad del maligno”, en 1573 una Ordenanza del virrey Francisco de Toledo legaliza oficialmente el cultivo y determina que el 10 por 100 del valor de las compraventas con esta sustancia corresponderá al clero; a partir de entonces este diezmo constituirá la fuente singular de ingreso más importante para los obispos y canónigos de Lima y Cuzco”([35]).

Sobre el particular, Galeano escribe “Los españoles estimularon agudamente el consumo de coca. Era un espléndido negocio. En el siglo XVI se gastaba tanto en Potosí en ropa europea para los opresores como en coca para los oprimidos. Cuatrocientos mercaderes españoles vivían, en el Cuzco, del tráfico de coca; en las minas de plata de Potosí entraban anualmente cien mil cestos con un millón de kilos de hojas de coca. La iglesia extraía impuestos a la droga. El Inca Garcilaso de la Vega nos dice en sus “comentarios reales” que la mayor parte de la renta del obispo y de los canónigos y demás ministros de la iglesia del Cuzco provenía de los diezmos sobre la coca y que el transporte y la venta de este producto enriquecían a muchos españoles. Con las escasas monedas que obtenían a cambio de su trabajo, los indios compraban hojas de coca en lugar de comida; masticándolas podían soportar mejor, al precio de abreviar la propia vida, las mortales tareas impuestas”([36]).

Epílogo

Del trabajo expuesto es posible establecer algunas conclusiones muy básicas:

  • El consumo de drogas en el mundo y particularmente en nuestra América es varias veces milenarios.
  • El “problema de la droga” es un fenómeno históricamente muy reciente.
  • La represión masiva, a cuya formación parece haber contribuido de manera decisiva una errónea política de guerra, que en nuestro país se sigue aplicando, no ha resultado efectiva.

Han pasado casi 500 años desde que en nuestra América, al menos “una” droga se transformara en mercadería y alterara definitivamente las relaciones entre el hombre y esas sustancias. Hoy día nuestros pueblos, consumidos por el abuso del alcohol, la pasta base o alguna otra droga, perseguidos y estigmatizados por su participación en el circuito internacional de estas sustancias, son víctimas una y otra y vez de un modelo económico y social excluyente, que parece no otorgarles salida. Cuando la experiencia y las ciencias sociales retoman el valor de la historia no sólo para interpretar el presente, sino también para modificarlo parece más aplicable que nunca la sugerencia del profesor de antropología de la Hawaii Pacific University, cuando señala “hay que conceder mayor prioridad al reconocimiento de los recursos de cada cultura para abordar los cambios… “([1]).

El retorno a nuestras raíces, a nuestra historia larga, a aquella varias veces milenaria, puede ayudarnos a comprender mejor nuestra actual realidad, y a buscar instancias imaginativas, creadoras y conforme a nuestros propios intereses. En el ámbito de las relaciones hombre-droga, la tarea aún está pendiente.

Santiago, octubre de 2001.

Por Fernando García Díaz.

Publicado en Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología,
Universidad de Granada
año 2002,
Disponible http://criminet.ugr.es/recpc/recpc_04-r3.pdf

[1] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO “La carne de los dioses: Psicoactivos en América”, en Revista Universitaria N. 33, segunda entrega, 1991, pág. 33.

[2] FURST, PETER T. “Alucinógenos y cultura”, Fondo de Cultura Económica, 2° reimpresión 1994, pág. 15.

[3] FURST, PETER T., op. cit. pág. 15 y 16.

[4] FERICGLA, JOSEP M. “El Chamanismo como sistema adaptante, http://www.imaginaria.org/chaman.htm, 15.03.2001,

[5] FERICGLA, JOSEP M. op. cit

[6] FERICGLA, JOSEP M. op. cit

[7] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural”, enhttp://www.colciencias.gov.co/seiaal/congreso/Ponen1/FERICGLA.htm

[8] FERICGLA, JOSEP M. “El peyote y la  ayahuasca en las nuevas religiones mistéricas americanas”, enhttp://home.abaconet.com.ar/abraxas/fericgla2.htm

[9] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO “La carne de los dioses: Psicoactivos en América”, en Revista Universitaria N. 33, segunda entrega, 1991, pág. 34.

[10] (Un orígen sólo aparentemente animal se encuentra en ciertas prácticas descritas de pueblos siberianos y de Kamtchaka. De esta última zona, Lotina Benguria narra el relato hecho por un miembro de su expedición, que recuerda una experiencia vivida en 1900. Para celebrar la realización de un formidable negocio entre un pescador y un cazador de renos se consumió Amanita muscaria, un conocido hongo psicoactivo. Y añade “Pero como la toxina productora de todas aquellas alucinaciones se elimina por la orina y, por otra parte, la Amanita muscaria se da tan poco por aquellas latitudes que únicamente se usa en las grandes ocasiones, el pastor y el pescador para poder continuar sin más gastos aquella formidable orgía, bebían su propia orina en vasos especialmente preparados para aquel uso, prolongando así la sucesión de bailes y alucinaciones hasta la tarde del día siguiente”. (LOTINA BENGURIA, R., “Les Champignos dans la nature”, en “Hongos Alucinógenos de Europa y América del Norte”, OTT, JONATHAN; BIGWOOD, JEREMY Y BELMONTE, DOLORES, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977″, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 92)

[11] Al respecto, Jonathan Ott señala: “El término “enteógeno” fue propuesto por los filósofos Carl A.P. Ruck y Danny Staples, por el pionero en el estudio de los enteógenos, R. Gordon Wasson, por el etnobotánico Jeremy Bigwood y por mí mismo. El neologismo deriva de una antigua palabra griega que significa “dios generado dentro”, término que usaron para describir estados de inspiración poética o profética y para describir un estado enteogénico inducido por plantas sagradas”, OTT, JONATHAN “Pharmacotheon. Drogas enteógenas, sus fuentes vegetales y su historia”, ed. Los libros de la liebre de marzo, 1ª edición, Barcelona,  abril de 1996, pág. 19.

[12] Idem, pág. 161.

[13] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO op. cit., pág. 33.

[14] Sobre la composición  “química de los rapés de la Anadenanthera”  y en particular el clorhidrato de N, N-dimetiltriptamina (DMT), véase el capítulo tercero de  OTT, JONATHAN “Pharmacotheon. Drogas enteógenas, sus fuentes vegetales y su historia”, ya citado, págs. 159 y siguientes.

[15] CORNEJO B. LUIS E. “San Pedro de Atacama. Demasiado Mundo Terrenal (DMT)”, en “Mundo Precolombino. Revista del Museo Chileno de Arte Precolombino Nº 1, año 1994”, pág. 19. Nótese la expresa referencia en el título al clorhidrato de N, N-dimetiltriptamina (DMT),  presente en la Anadenanthera peregrina.

[16] Idem, pág. 20

[17] DE ROSALES, DIEGO “Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano”, pág. 222

[18] DE ROSALES, DIEGO, op. cit pág. 222

[19] VILCHES, FLORA, “Chocolate corazón”, en “Mundo Precolombino. Revista del Museo Chileno de Arte Precolombino Nº 1, año 1994”, pág. 27.

[20] ESCOHOTADO, ANTONIO, “Historia de las Drogas”, Alianza Editorial, séptima edición, Madrid 1998, tomo Y, pág. 349.

[21] LA BARRE, WESTON “El culto del peyote”, Premia, editores, México 1987, pág. 95

[22] Idem, pág. 95

[23] CORNEJO, LUIS; GALLARDO, FRANCISCO; MEGE, PEDRO op. cit. pág. 33.

[24] OTT, JONATHAN, “Exordium. Breve historia de los hongos alucinógenos”, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977″, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 22

[25] OTT, JONATHAN, “Exordium. Breve historia de los hongos alucinógenos”, en “Tenanácatl. Extractos de la Segunda Conferencia Internacional sobre Hongos Alucinógenos celebrada cerca de Port Towsend, Washington. 27 -30 de octubre de 1977″, editorial Swan, Madrid, 1985, pág. 48.

[26] LA BARRE, WESTON, op. cit.  pág. 125.

[27] LA BARRE, WESTON, op. cit., pág. 125.

[28] GOBERNO PERUANO. “Plan Nacional de Prevención y Control de Drogas 1994-2000″, separata El Peruano, Lima, lunes 3 de octubre de 1994, pág. 119.407.

[29] CORNEJO et at., pág. 35.

[30] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural”, en http://www.colciencias.gov.co/seiaal/congreso/Ponen1/FERICGLA.htm

[31] FERICGLA, JOSEP M. “El peso central de los enteógenos en la dinámica cultural” ya citado.

[32] ESCOHOTADO, ANTONIO, op. cit. pág. 351.

[33] BUSTOS RAMIREZ, “Coca, cocaína. Política criminal de la droga”, Editorial Jurídica Cono Sur Ltda. Santiago, 1995, págs. 11 y 12.

[34] CASTILLO, FABIO “La Coca Nostra”, Editorial Documentos Periodísticos, 1ª edición, Bogotá, enero de 1991 pág. 33

[35] ESCOHOTADO, ANTONIO, op. cit. pág. 352.

[36] GALEANO, EDUARDO “La Venas Abiertas de América Latina”, siglo XXI editores, cuadragésima edición, Madrid, enero de 1985 (6ª. de España), pág. 72 y 73.
[37] BOROFSKY, ROBERT “Omnipresencia de la cultura”, artículo del Primer Informe Mundial sobre la Cultura, elaborado por UNESCO en http://www.crim.unam.mx/cultura/informe/defaut.htm 16.08.2001.

Fuente: http://cannabischile.cl/






 


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Traducción: Abraham Antuña.

Tras ser diagnosticado con cáncer de hígado, Donald Topping, profesor emérito de la Universidad de Hawaii, fue alertado por los oncólogos de que su probabilidad de supervivencia era reducida. Donald acudió a la Ayahuasca para un segundo parecer.

Donald Topping

“Hace un año no hubiera soñado que estuviera escribiendo sobre dos asuntos, que se suelen considerar tabú. Uno es el Cáncer, con mayúscula, porque tiene que ver con nuestros miedos a la muerte y al dolor. Cuando se rumorea que un compañero de trabajo padece cáncer pasa a ser visto de otra manera. Evitamos mencionarlo o lo hacemos entre susurros. Desearíamos que el cáncer saliese de nuestras vidas.

Por razones muy distintas, de la ayahuasca se habla, pero con mordaza. La Drug Enforcement Administration, el gran árbitro de todos los fármacos y sustancias en EEUU, es la responsable de este tabú y ha clasificado la dmt, uno de sus compuestos, dentro de la Lista 1. Por tanto, la considera ilegal y, prácticamente, no está disponible para la investigación médica, psicológica, neurocientífica o espiritual, investigación que sería fascinante. Como con el cáncer, tendemos a hablar de la misma en voz baja.

Dado que ahora disfruto de los privilegios de un jubilado, y como amigo del cáncer y de la ayahuasca, puedo hablar sin tapujos de ambos. Digo “amigo”, porque así es como veo ahora la relación que tengo con ambos.

Mi relación con el cáncer, probablemente, comenzase al cumplir los 68 años; dada mi estructura genética, determinada, al menos en parte, por transmisión hereditaria; tengo diversos antepasados familiares, tanto por línea  materna como paterna, fallecidos por metástasis de cáncer colo-rectal. Si tiene alguna validez la teoría de predilección genética, yo estaba en primera línea para sufrir una experiencia de células fuera de control que degeneran en tumor”.

Diagnóstico

“Y eso es, precisamente, lo que me sucedió hace diez años cuando se me diagnosticó cáncer de colon. Dado que me siento curado, tenía mis dudas sobre lo preciso del diagnóstico, y solicité ver la biopsia, así como a un patólogo. Como era de esperar, con la ayuda de un microscopio, vi con mis propios ojos las pequeñas células, todas amontonadas como gotitas de cieno rojo. ¿Cómo sucedió esto?, me preguntaba. La cirugía, de efectos inmediatos, estaba al orden del día. Sin embargo, “me excusé”, para experimentar con la medicina natural. El cirujano y yo acordamos una agenda de cuatro meses, durante la cual seguiría un régimen naturopático: microdosis de varias sustancias de herbolario, dieta vegetariana, visualizaciones, mucho descanso y ejercicio físico. Tras este periodo, una segunda biopsia reveló que ya no había células cancerígenas. Estaba exultante; sin embargo, el cirujano parecía desilusionado, y solicitó otra biopsia, para dos semanas después, lo que acepté. Esta vez, el médico sí pudo sacar a la luz algunos tejidos con células cancerígenas, y me convenció para operarme. Así hice, y cinco años después se me dijo que estaba “curado”, gracias a las maravillas de la cirugía.

Recaída

Todo iba bien hasta septiembre de 1996, cuando en un reconocimiento rutinario se reveló que mi índice CEA (indicador de actividad cancerígena) era elevado. En un análisis de sangre que hice poco después, se mostró que el índice CEA estaba subiendo rápidamente. En análisis posteriores, dos sospechosas sombras oscuras aparecieron en el lóbulo derecho de mi hígado. Rápidamente, se me efectuó una biopsia en los tejidos de la zona donde estaban esas sombras. El veredicto del patólogo fue: “la C mayúscula”. Habiendo perdido a un abuelo y a mi padre por sendas metástasis de cáncer de hígado, quedé muy preocupado, por el nuevo desarrollo de los acontecimientos. ¿Qué hacer? En una consulta preliminar, uno de los oncólogos me dijo que la cirugía podía ser una posibilidad, siempre que no hubiera otros tumores en órganos vitales o glándulas linfáticas. Esta opción suponía análisis posteriores.

Prognosis

Mientras esperaba los resultados de la analitíca, me acerqué a la biblioteca de la Universidad de Hawaii, a la sección de medicina, para investigar algo sobre el cáncer de hígado. Acudí a la “biblia” del cáncer, Cáncer: principios y práctica en oncología (1989), en dos volúmenes, editado por Vincent T. DeVita Jr. Pasé a su sección 3: “Tratamiento de la metastasis de cáncer de hígado”, por John E. Niederhuber y William D. Ensminger. El párrafo inicial comienza de esta manera tan alentadora: “La expansión de células malignas a partir de un tumor primario hacia el hígado y su crecimiento allí dentro supone una prognosis de gravedad para el paciente. Si bien, estas metástasis en los cánceres de hígado nos pueden aportar la primera prueba de su desarrollo, y a menudo –especialmente en el cáncer colo-rectal- son los únicos tumores que se detectan, casi siempre son señal de la diseminación de la malignidad. A pesar de los avances en la detección temprana de metástasis en el hígado, el progreso de la farmacología y de las técnicas quirúrgicas en la extirpación, así como las nuevas terapias, mejor enfocadas, la mayoría de los pacientes no sobreviven”. El resto del capítulo se dedicaba a corroborar ese pronóstico tan deprimente. En resumen, el futuro parecía desolador. Hasta que comencé a buscar información sobre terapias alternativas.

Buscando una alternativa

En primer lugar, me dirigí a Andrew Weil, quien me recomendó lo siguiente: 1)extirpar el tumor quirúrgicamente, si fuese posible 2) comenzar a tomar micro-dosis de extracto de maitake (un hongo) 3) leer el libro de Michael Lerner Choices in Healing.

Mientras esperaba los pedidos postales: el maitake y el libro, tuve más encuentros con cirujanos, que no fueron muy reconfortantes. Me dijeron que mi probabilidad de supervivencia era de un 25-30%. Otro, incluso, la bajó a un 15%, considerando los riesgos de la intervención quirúrgica. Parecía como si hubiesen leído, también, el libro de De Vito. Así mismo, me dijeron que si fuese posible aplicar cirugía, ésta debería ir acompañada de un año de quimioterapia, lo bastante potente como para eliminar las células cancerígenas remanentes (junto con la mayoría de las sanas), que estaban, sin duda, circulando por mi flujo sanguíneo. Cuando me llegó el libro de Lerner, me senté y leí sus fascinantes 621 páginas tan rápido como pude. Al mismo tiempo, comencé a tomar el maitake y a prepararme física y mentalmente para la cirugía y la quimioterapia. En este periodo, encontré más literatura sobre terapias alternativas, incluyendo essiac, dietas macrobióticas, reiki y enemas de café; todas ofrecían tanta o más esperanza que la biblia oncológica.

Cirugía

El cirujano, que por algo se llamaba Dr Payne, me sacó la mitad derecha de mi hígado, el 26 de noviembre de 1996. En los cinco días posteriores, estuve sujeto a varios catéteres, uno de los cuales me inyectaba morfina, directamente, a la espina dorsal. Hasta no recibir el alta, no me di cuenta de la violencia física a la que estuve sometido, no sólo por el bisturí del cirujano, sino también por una combinación de fármacos que forman parte del arsenal de la cirugía invasiva. Me asustaba pensar que aún tenía que pasar por la quimioterapia. Alguna vez, durante este periodo de dolorosa recuperación, recordé haber leído algo, en algún lugar, acerca de las propiedades curativas de la ayahuasca. En su momento, no le di mucha importancia, dado que parecía improbable que fuese a la Amazonía, y no me interesaba mucho una experiencia psicodélica. Sin embargo, el recuerdo permaneció en algún recoveco de mi mente, aún convaleciente por las heridas físicas y psíquicas infligidas por la cirugía mayor, de dudoso resultado. Tres semanas después de la operación, acudí a mi cita con el oncólogo, quien me propuso comenzar el tratamiento con la quimio, de inmediato. Cuando le dije que había decidido no seguir el tratamiento, porque no creía que someter mi organismo a más violencia resultase provechoso, el doctor pareció enfadarse, incluso como si se sintiese insultado. Cuando le dije que pensaba seguir un plan de terapias alternativas, le dio la risa, pero me deseó suerte.

Santo Daime

A comienzos de abril, oí hablar de la existencia de un grupo que realizaba tomas de ayahuasca en Hawaii. Comencé a hacer pesquisas, lo que me llevó a un joven que había estado con dicho grupo, con quienes tuvo varias experiencias, o “trabajos”, como los denomina la iglesia del Santo Daime, de Brasil. Nos vimos en mi casa, una tarde, en la que me habló sin parar, durante más de tres horas acerca del sacramento y de cómo cura psíquica y físicamente. Me senté, fascinado, mientras escuchaba, y concluí que debía hallar un camino para tener esa experiencia, para ver por mí mismo si los testimonios que había leído y escuchado eran ciertos. ¿Realmente podía ser una experiencia curativa, o nada más que un trip psicodélico? Pocas semanas después, descubrí que habría “trabajos” con ayahuasca en Hawaii, y que podía unirme al grupo. Acepté de inmediato, a pesar de que aún me encontraba debilitado por la cirugía. Ésta iba a ser mi introducción a la ayahuasca.

El grupo quedó, al comienzo de una tarde, en una colina apartada, donde un miembro del Daime había construido una casa, consistente en un amplia sala hexagonal y tres o cuatro dormitorios a un lado. Más tarde, descubrí que el hexágono es un símbolo de importancia para el Santo Daime. Alrededor de sesenta individuos de todo Hawaii vinieron para el evento, la mayoría ya habían hecho tomas precedentes. Todos vestidos de blanco, cuando llegó el momento de la toma, nos sentamos en las sillas que nos habían asignado, formando dos semi-círculos, uno enfrente del otro, los hombres a un lado y las mujeres al otro. Entonces, empecé a ser consciente, en parte por mi desilusión, de que estaba en un grupo muy estructurado y con gran experiencia, nada que ver con lo que me había imaginado, por mis limitadas lecturas sobre el uso tradicional de la ayahuasca en la Amazonía. No obstante, entré con esperanza en la experiencia y a la vez con cierta aprensión. El dolor remanente de la cirugía era un constante recordatorio de qué hacía allí. No voy a describir los rituales del Daime que presencié en aquellas dos noches,  durante los “trabajos”. Ya han sido descritos. Me voy a centrar, más bien, en mi propia experiencia, para la cual, no estaba preparado. Mis únicos referentes, limitados, eran mis anteriores experiencias con LSD, hongos y mescalina, en los 1960´s, ninguno con un propósito medicinal. Quería descubrir lo que era la ayahuasca, y su supuesta capacidad para curar y enseñar.

Primera sesión

Tras algunos rituales preliminares, nos pusimos en fila para nuestro primer contacto con el brebaje, justo tras el crepúsculo. Como dos horas y media después, tomé una segunda dosis. En 20 minutos comencé a sentir lo que parecía ser un ligero efecto ondulante que discurría por todo mi cuerpo. Al mirar a mi alrededor, advertí que a los demás les pasaba lo mismo, mientras se movían en sus asientos, tratando de cantar los ícaros, en portugués. En este momento, empecé a preguntarme si había tomado la decisión correcta, metiéndome en aquello. Entonces, de pronto, la planta se apoderó de mí, y me llevó a través de un largo viaje, a otra realidad, para la que no estaba preparado. Cuando trato de describir la experiencia a terceros, que conocen los psicodélicos, les digo que la LSD o los hongos distorsionan y dan nuevas formas a la realidad con la que estás familiarizado; en cambio, la ayahuasca te lleva a otra realidad que nunca antes habías visto ni imaginado. Al cerrar los ojos, distintas imágenes (si así se pueden llamar), comenzaron a dispararse, a velocidad cada vez mayor. Espirales de colores, siluetas, formas, texturas y sonidos, simplemente, me subyugaron hasta el punto de quedar inmóvil. Como muchos antes de mí, sin duda, me quedé un tanto asustado. ¿A qué me había metido allí? Cuando abrí los ojos, aquellas formas fantasmagóricas se habían esfumado, y me vi en la sala con los demás, todos de blanco. La mayoría movía los labios, siguiendo los cánticos de los brasileños del Daime. Volví a cerrar los ojos e inmediatamente las imágenes regresaron, de manera explosiva. Parecía como si tratasen de entrar en las entrañas de mi cuerpo y de mi alma. Me encontré pensando: “eh, esto tiene poco de gracioso”. Durante este periodo de desorientación inicial, pude recobrar mi conciencia sobre qué me había traído hasta allí. Yo era un hombre sentenciado. Los oncólogos y su biblia me dijeron que mi probabilidad de supervivencia era reducida y había llegado a la ayahuasca para un segundo dictamen. Entonces, empecé a dejarme ir y dejar que la planta hiciese su trabajo y comencé a entrever su impresionante e increíble mundo. No había vuelta a atrás. No había nada que hacer sino dejar que sucediese.

Las visiones de la ayahuasca

Tal como otros habían señalado, visualicé plantas, serpientes, pájaros y felinos similares al jaguar planeando, girando, retorciéndose y corriendo, casi velocidad de la luz, por todo mi cuerpo, como si explorasen un nuevo hábitat. Primero, no me prestaban atención, incluso traté de detenerlos (lo bastante) para mirarlos de cerca. Sin embargo, poco después, una de aquellas entidades, de forma animal, corría hacia mí, se detenía momentáneamente, y salía disparada como si tuviese algún asunto urgente que tratar. Entonces, otra surgía en mi cara y hacía lo mismo. No había tiempo para la comunicación con las imágenes que estaban apareciendo. Era como si quisiesen hacer un inventario completo de mí y de lo que pasaba en mi interior, antes de poder dialogar. Posteriormente (uno pierde el sentido del tiempo con la ayahuasca), las imágenes comenzaron a aminorar su ritmo y a disminuir su intensidad. El yagé estaba remitiendo, en contra de mis deseos. Mis preguntas –las que fuesen-, no habían sido respondidas. En ese momento, el cabecilla del Daime dio la señal para que nos pusiésemos en fila y tomásemos la segunda dosis. Me puse en la fila. Naturalmente, de sesenta que éramos, ya había muchos vomitando. Yo aún no estaba entre ellos. Mientras la segunda oleada vino sobre mí, me sentí mucho más relajado y listo para dialogar con aquellos animales, sólo si ellos quisiesen hacerlo. Como dando la entrada, las imágenes frenéticas comenzaron a detenerse, mirándome y sonriendo, antes de huir a su mundo. Entonces, de súbito, me vi ante un vacío, negro y profundo. Sólo había oscuridad; la oscuridad permaneció unos minutos, calculo. Todos los flashes, los colores y las formas desaparecieron, mientras la negritud se cernió sobre mí. Sentí que la muerte estaba declarando su presencia. Me pareció que decía: “Sí. Yo también estoy aquí como parte del sistema, pero no soy tan mala; así que no te asustes”. Poco después, la oscuridad comenzó a dispersarse, poco a poco, mientras el frenesí kaleidoscópico retornó, hasta que el brebaje y yo nos agotamos, y entonces regresé a la casa de mi amigo para un largo pero irregular sueño.

Segunda sesión

Los sesenta nos volvimos a reunir la tarde siguiente para un segundo “trabajo”, que me resultó mucho menos trepidante, si bien anhelaba algo más insight de la planta; vana esperanza, seguramente porque la planta no tenía nada más que decirme. Sin embargo, en mi segundo trip, sentí, de nuevo, su frenética presencia por todo mi cuerpo, haciendo un chequeo y metiéndose en cada recoveco y en cada rendija de mi cuerpo, en busca de algo sobre lo que actuar, sin rodeos, reordenando y puliendo. Sin duda, había una presencia, con formas, colores y sonidos similares, pero a diferencia de la primera toma, no me transmitía ningún mensaje. La planta, simplemente, estaba ocupada haciendo su trabajo. Pasaron varios meses antes de mi siguiente ingesta; en el intervalo, proseguí con mi dieta vegetariana y con mis plantas chinas, de herbolario. Progresivamente, fui ganando peso y fuerza, mientras las cicatrices y los dolores causados por la cirugía iban remitiendo. Quise volver a tener otro contacto con la planta para ver si tenía algo nuevo que decirme y para comprobar si mi primera experiencia había sido ilusoria o no.

Tercera sesión

Por suerte, conocí a alguien que había estudiado la ayahuasca en Perú, aprendiendo directamente de los chamanes. Cuando le dije lo que estaba buscando, aceptó conducirme a mí y a otros cuatro en una sesión. Esta vez, el set and setting (mi situación personal y el escenario de la toma) fue muy distinto al de la ceremonia, estructurada, con el Santo Daime. Tras un baño en las azules aguas del océano, fuimos en coche hasta el final de una carretera de montaña, dejamos el vehículo y fuimos a pie hasta un paraje aislado: una pequeña meseta, sepultada por una vegetación exuberante, en las profundidades de los montes Wai´anae en O´ahu, con vistas directas al Pacífico, en dos direcciones. La meseta se llama Pupukea Highlands. El escenario, de por sí, invitaba a los espíritus a manifestarse. El grupo era pequeño y todos los allí reunidos sabíamos que debíamos respeto a la planta y a sus poderes. Compartíamos un sentimiento.

Llegamos a nuestro enclave a tiempo para prepararnos, antes de la caída de la noche, sin luna. A la luz de las velas, practicamos respiraciones profundas y ejercicios de tonificación, preparatorios para la toma del brebaje. De manera ceremonial, fumamos, expulsando el humo del tabaco sobre la bebida; entonces, cada uno de nosotros bebió, a turnos. Poco después, nuestro “facilitador”, apagó las velas, y nos dijo: “Recordad: la planta sabe lo que está haciendo”. El aislamiento, el silencio y la oscuridad impresionaban. Me puse cómodo, en el suelo; mi espalda reposaba sobre el tronco de un enorme cayeputi. Se sentí muy tranquilo y relajado, cerré los ojos y esperé a que la planta actuase. Una vez más, tras cerca de 15 minutos, comencé a advertir el ya familiar efecto ondulante, que pronto se convirtió en turbulencias a gran escala. La planta se soltó y se disparó desaforada, explorando su nuevo entorno. Era como si se hubiese soltado un animal enjaulado dentro de mí y estuviese recuperando el tiempo perdido de su vida. Si bien, comenzaban a surgir imágenes y formas, tenían cierto aire alegre, incluso pletórico. Las serpientes sonreían, los jaguares reían y los pájaros gigantes se abatían sobre mí, acariciándome con sus alas desplegadas. Un desfile de personas, conocidas y desconocidas, salían a raudales, sonrientes, estirando los brazos para tocarme y decirme: “te queremos”. Si bien las serpientes y las plantas giraban y destellaban ante mí, aparecían sonrientes, asegurándome que me habían supervisado de arriba abajo y que mi organismo estaba bien. Con el discurrir de la sesión, el ciclo se repetía. Las imágenes venían directamente a mí a velocidad de vértigo, sonrientes y risueñas, y entonces viraban, iniciando un nuevo tour por mi organismo. Oía mis propias risas, disimuladas, bajo el cielo estrellado. ¿Dónde estaba la oscuridad que había sentido antes? ¿Dónde estaba la Muerte?, me preguntaba. Entonces, de pronto, como si la planta hubiese escuchado mi pregunta, presencié el vacío. Sólo que esta vez estaba, claramente, al fondo. Parecía mirar, furtivamente, a través de un collage de colores y formas vibrantes, como si dijese: “Sigo aquí, no te preocupes. Aún no es mi momento”. Y entonces, desapareció; y así como del atardecer pasamos a la noche y de la noche a la mañana, las imágenes fueron remitiendo, casi a su pesar. Sin duda, pasamos un buen rato, juntos, aquella noche.

Cuarta sesión

Un mes después, aproximadamente, de aquella noche memorable, volví a visitar Pupukea Highlands para otra sesión, esta vez, con un grupo distinto, de seis personas. Estaba preparado para repetir la experiencia, otra exploración excitante y a la vez segura con la planta. Sin embargo, no fue así. Llovía, con lo que se limitó nuestro espacio: una improvisada tienda de campaña. De nuevo, seguimos el protocolo de la anterior toma: respiraciones, ejercicios de tonificación y toma ceremonial del brebaje. Me tumbé y esperé a que comenzasen sus efectos. Esta vez, entré en la experiencia de manera mucho más gradual y no llegué a alcanzar la intensidad de la anterior toma. Visualicé pájaros, serpientes, plantas, gente. Pero, de forma mucho menos enérgica, casi indiferente. Era como si me dijesen: “ya hemos seguido esa vía y te dijimos lo que encontramos. Prueba algo nuevo”. Dado que había entrado en el trip con una hoja de ruta, la planta reaccionó, como si se hubiese sentido atada. Ahora, a posteriori, creo que me equivoqué al no confiar en la iniciativa de la planta. Si la ayahuasca pudiera expresarse con palabras, estoy seguro de que me habría dicho, en ese primer viaje a Pupukea: “toma esta energía que te doy y corre con ella. Agárrate a uno de estos animales y cabálgalo. Nada te impide dispararte a nuevas alturas de conciencia y de vida”. Tal fue el mensaje que me llevé la primera noche en Pupukea Highlands.

Regreso con el doctor

Aproximadamente, dos semanas después de la sesión, acudí a mi cita en la consulta del oncólogo. Me recibió cálidamente y me comunicó los resultados de la analítica sanguínea que me habían hecho la semana anterior, los cuales mostraron que mis niveles CEA –el indicador de actividad cancerígena- no sólo era normal, es que estaba ¡¡por debajo del standard de los no enfermos!! Cuando me preguntó qué había hecho para lograrlo, le pregunté, a suvez, si había oído hablar de la ayahuasca. Su respuesta fue la predecible en un médico occidental, con una formación académica en medicina alopática. Llegué a explicarle que es una planta medicinal usada desde hace siglos en la Amazonía por chamanes y sanadores; al decir eso, arqueó sus cejas y se encogió de hombros, sin duda, preguntándose: “de dónde salió este chiflado?”. Al final de la consulta, me dijo: “tuviste mucha suerte”.

¿Tuve suerte? Quizás. Pero, decir sin más que mi curación fue fruto de la “suerte”, sin haber investigado la fármacodinámica del brebaje, supone ignorar siglos de práctica, de quienes han aprendido a convivir con las plantas y a entenderlas cuando hablan. De mi experiencia, he aprendido a respetar y escuchar a la planta, así como a aquellos que saben cómo tratar con su mundo. Con más experiencia, espero llegar a aprender ese lenguaje yo mismo. Pienso seguir tratando mi cuerpo y mi espíritu con ayahuasca y trabajando para enseñar a otros a respetarla. Como antiguo profesor, la docencia me debería resultar fácil. Actualmente, como activista, haré todo lo que pueda para liberar esta planta de las restricciones a las que la DEA la somete, de manera caprichosa y arrogante. Espero que los lectores de este escrito se unan a esta causa.

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